viernes, 12 de diciembre de 2025

JAMÁS, JAMÁS

             Una pregunta que jamás, pero jamás de los jamases se debe hacer bajo ninguna circunstancia, lo que permitirá una mejor subsistencia. Y menos hacerla a una mujer, aunque me califiquen de machista, pero si no me creen inténtenlo y me contarán si sobrevivieron sin consecuencias. Y si con la mujer hay alguna relación sentimental, menos. 

Qué te pasa. Esa es la pregunta que no debe hacerse y como dije, jamás, pero jamás es jamás, así le dé cargo de conciencia, complejo de culpa o sentimientos encontrados. Y nunca si la respuesta ya la sabe. Si no la sabe, lo mejor es permanecer en la ignorancia, porque lo que se ignora presume inocencia y por inocente es mejor no caer porque como repito, las consecuencias pueden ser más catastróficas.

 Y si a la pregunta se le agregan tres palabras más, la explosión es mayor. Una cosa es preguntar qué te pasa, que ya de por sí es peligrosa la respuesta, si le agrega es lo que esa sí que es espantosa, nunca pregunte entonces qué es lo que te pasa, porque ya de por sí entenderán despectiva la pregunta, como si tuviera más veneno la pregunta, como si fuera insultante y uno siendo inocente, puede morir por agregar letras que no se deben; nada más intente pronunciar las dos frases aparte, una seguida de otra y me entenderá.

 En estas circunstancias y antes de atreverse a hacer la pregunta lo mejor que se puede hacer es guardar silencio, absoluto silencio, hacerse el pendejo como si no pasara nada, hacerse el desentendido, si se quiere, hacerse el loco como si no se hubiera dado cuenta de que pasaba algo, como si no sintiera la tensión que se produce por algo que sucedió en algún lado y al ser ajeno uno a esa situación lo mejor: callarse, dejar que pase el vendaval, que ya pasará, algún día, pero pasará y por cuestiones de supervivencia, lo enseñó Darwin, lo mejor es pasar de agache, como si nada pasara y nunca tratar ni amagar una caricia, eso es peor. Y este consejo adquiere mayor relevancia si sabe que le pasa algo por algo que en el pasado o en el futuro inmediato lo ocasionó uno y ahí sí, mejor cobarde que muerto, hay que hacer caso a la madre naturaleza que le enseñó a ciertos animales que ante el peligro lo mejor es hacerse el muerto.

 Uno sabe cuando algo pasa, el silencio se hace prolongado, se oyen las moscas revolotear, hay miradas y expresiones extrañas, de vez en cuando gimoteo (en este caso andar con más cuidado), movimientos ásperos, mirada asesina o cuasi asesina, como de desprecio, de noaguantomás que uno sabe reconocer en la distancia. El mejor consejo cuando el ambiente se ponga así, se ponga tenso con señales de vendaval lo mejor que se puede hacer es hacerse el pendejo, el desentendido, el no es conmigo, no es mi problema (palabras que mentalmente hay que repetirse constantemente para no caer en la tentación de hacer la pregunta en voz alta) hasta que todo pase y si no pasa, pues jodido, seguir haciéndose el pendejo pues ante la tentación se puede recaer y después no digan que no se los dije, pues quedan advertidos.

 Si se es culpable de la situación, hacerse el muerto hasta que el oso pase por encima de uno (dicen que es efectivo lo de hacerse el muerto, porque el oso no es carroñero, vaya a saber uno si es verdad). Dé papaya y es hombre muerto. Si es inocente, con mayor razón hacerse el pendejo, no es su problema y ya verán cómo al amainar la tormenta le dan las gracias por no haberse metido donde nadie le llamaba. Cuestiones de supervivencia. Y si por alguna circunstancia sabe la razón y no está involucrado en ella, guarde silencio, absoluto silencio, mantenga la distancia y siga viendo televisión como si no hubiera pasado, es por su bien que se lo digo.

 Ojalá lo hubiera sabido siglos atrás, me hubiera ahorrado más de un problema, aunque nunca es tarde para aprender. Y recuerde, nunca, pero nunca, nunca jamás haga esa pregunta ni con la de la de tres palabras adicionales y jamás de los jamases si puede estar involucrado en la situación originaria, es mejor hacerse el inocente, más inocente que Jesús en el pesebre y creo que sobrevivirá, con esquirlas, pero vivo. 

En sus memorias para el Delfín hay una afirmación al respecto con total franqueza; las promesas de amistad eterna y alianza permanente no son sino cortesías diplomáticas, escribió Luis (XIV), y carecen de sentido más allá de la utilidad del tratado.[1]

Tomado de Facebook
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[1] La era del ingenio. Anthony C. Grayling.


lunes, 8 de diciembre de 2025

DESCRIPCIONES

             Voy a hacer unas transcripciones como parte de un experimento que no he podido superar, he de confesar: 

Tenía un cabello tupido y brillante y unas piernas bonitas. Su figura era un poco regordeta por los costados y tenía el cuello corto.  

La señora Toynbee era una mujer pequeña, «blanda», casi como una nube de malvavisco, pero no estaba gorda. Tenía el pelo plateado y le formaba una aureola alrededor de la cabeza. La cara era del tipo que los novelistas románticos describirían como con forma de corazón. Tenía unos grandes ojos azul celeste y pestañas rubias. Su pecho fofo estaba cubierto por un suéter de noche que relucía, casi blanco gracias a las lentejuelas plateadas, y se extendía sobre una falda larga con motivos florales. Agatha calculó que debía de rondar los cuarenta y tantos,  

La recepcionista, de piel morena lisa y ojos de cierva, tenía acento jamaicano y unas hombreras dignas de un jugador de fútbol americano.  

Es una mujer mandona, alta, delgada y curtida.  

Rondaba los cuarenta, era fuerte y moreno, y el pelo negro empezaba a grisearle en las sienes. Tenía una nariz grande y carnosa y una boca pequeña, cejas pobladas y tupidas y una cabeza de buen tamaño. Su ancha figura estaba envuelta en un traje de raya fina, y sus diminutos pies en zapatos de cordones negros, como de niño. Parecía el dibujo de un hombre pintado en un globo. Agatha tuvo la descabellada idea de que, si le ataba una cuerda alrededor de los tobillos y lo sacaba por la ventana, se alzaría flotando hacia el cielo.
Pero entonces entró Guy, el hermano, y Agatha se olvidó rápidamente de Peter. Guy Freemont era atractivo. Alto y esbelto, el cabello negro azabache, ojos muy azules, piel bronceada y cuerpo de atleta. Agatha le echó treinta y tantos.
 

Era una mujer regordeta de mediana edad, con piernas bonitas, cara rellena y diminutos ojos redondos que contemplaban con suspicacia el mundo que la rodeaba. Siempre se había enorgullecido de su pelo, tupido, castaño y lustroso. Agatha Raisin y el mago de Evesham. 

La lectura de las aventuras de Agatha Raisin[1] y sus descripciones de personas, cualquiera diría, son suficientemente claras como para que uno se imagine al personaje de carne y hueso. Pues cuando leo las descripciones trato de que en mi imaginación el personaje tome forma, pero eso de que era una mujer regordeta de mediana edad y de piernas bonitas no ha logrado materializarse en mi imaginación, por el contrario, me hace recordar a mi mamá cuando definía a alguna mujer conocida, cuando empezaba con el: alta ella, ya quería describirla como alta, estilizada, de buen porte y clasuda, vaya a saber uno si era así.

 Creo que con eso quiero significar mi poca imaginación descriptiva, tanto como la de los avisos de desaparecidos que por más que me concentrara en verlos en persona no soy capaz de distinguirlos, si los viera, minutos después.

 Y eso me lleva a pensar también en el cambio de modalidad idiomática en restaurantes, particularmente de aquellos que se creen que si utilizan un idioma grandilocuente que no entienda nadie les autoriza a cobrar más, pero que saben que nadie se atreverá a preguntar para no evidenciar la ignorancia y así les dé clase, y se sienten autorizados a cobrar lo que cobran. En efecto: No pueden tener nada que se ajuste a una descripción tan simple como ensalada de jamón. —Aquí lo llaman Cerdo Asado de los Mares del Sur, troceado y en un lecho de ensalada crujiente con picatostes de Galleta Marinera.[2] 

 Simplemente concluyo que son descripciones que mi pobre imaginación no llega a imaginar, así ando ahora! 

Me gustaba saltar al vacío de las definiciones sin saber si abajo había agua. Por inseguridad supongo, pero también por orgullo, sospechaba significados rocambolescos y los daba por buenos. También creí, durante años, que el orgasmo era un pianito eléctrico que mi tía Luisa no había tenido nunca. [3]

Tomado de Facebook
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[1] Marion Chesney. Agatha Raisin y el mago de Evesham. Agatha Raisin y los paseantes de Dembley. Agatha Raisin y …

[2] Agatha Raisin y el mago de Evesham. Marion Chesney.

[3] El pibe que arruinaba las fotos. Hernán Casciari. 

lunes, 1 de diciembre de 2025

EXIGENTES

             Me topé en el taxi yendo a casa. En alguna esquina el taxista hizo un pare más largo que lo corriente, dejando pasar a un mendigo, o al menos eso era lo que aparentaba; lo llamó por la ventanilla y sacando una bolsa le dijo: Ey! Tengo estos tenis casi nuevos que no me quedaron bien, tome si le interesa. El mendigo, o al menos el que así lo aparentaba, se volvió y dijo secamente: Yo no recibo eso.

             Vaya, vaya, los dos, el taxista y yo, quedamos asombrados y con la mirada nos dijimos: Vea pues, el cliente nos salió exigente y entre conversación y conversación nos contamos las veces en que últimamente habíamos sido testigos de tales desplantes y rechazos de parte de esos desfavorecidos (diciéndolo en términos políticamente correctos, para no ofender, ja!). Habíamos visto mendigos (el que se quiera ofender por el término, que se ofenda, qué le vamos a hacer), como decía, luego del paréntesis que cortó la frase, habíamos visto mendigos últimamente a los que se les daba algo de ropa y que al dar la vuelta les habíamos visto botándola en cualquier caneca o rincón, cuando no simplemente los tiraban en la calle.

             Desagradecidos? Exigentes? No tengo explicación a este fenómeno, aunque contradictoriamente se les ve sí buscando dentro de las canecas y cuando se trata de ropa se quedan ensimismados mirándola como calculando si les queda bien, qué ironía.

             Todo esto me llevó a pensar que el poco cristianismo que me queda se va a desvanecer por completo ante estas circunstancias y que ya no vale la pena aplicar la caridad cristiana, eso se lo dejaría a los testigos de Jehová, expertos en cazar incautos. 

Fue una revolución del pensamiento en toda una gama de disciplinas, y requirió una liberación de la mente, que ésta se diera permiso a sí misma para pensar de modo diferente sin miedos ni prejuicios.[1]

Tomado de Facebook
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[1] (Siglo XVII) La era del ingenio. Anthony C. Grayling.