Escribí anteriormente sobre los
ciudadanos invisibles. No retomo el tema. Ahora hablaré del hombre invisible –parecido
pero distinto-.
Somos hombres invisibles para
aquellos que no tienen conciencia de nuestro existir. Es como si nunca
hubiéramos existido y nunca existimos, porque tenemos existencia sólo en el
recuerdo de quienes de alguna manera nos recuerdan. De igual manera, hay en el
mundo mucho hombre invisible, de los cuales no tenemos referencia y eso los
hace precisamente invisibles. Esa inexistencia puede deberse al hecho de no
haberlos conocido directamente, a no haber sido mencionados en el transcurso de
su historia, a pesar de haber dejado huella en medio de quienes lo hicieron
visible. Mientras que otros, aparentemente invisibles, tienen existencia por la
mera referencia a alguien que no está invisible para nosotros, como por
ejemplo, la esposa e hijos que no conocemos personalmente de un amigo, pero
sabemos que existen.
He oído algunas teorías
semejantes en la física cuántica y naturalmente en el mundo de lo esotérico.
Puede ser, todo es posible, si todo es relativo.
A qué me lleva esta reflexión. No
lo sé. Sólo quería proponer esta idea que me circulaba en la mente, haciéndose
visible en los momentos en que supongo pensaba que iba a olvidarse, a relegarse
en el recuerdo y luchando por no ser una idea desechada, como otras tantas, y
por ello quería sobresalir.
En el mundo hay un número de
gente innombrable por mí, por lo grande, y de ese número no creo que me
conozcan más de un ciento; me distinguen, como dicen los llaneros, unos mil; me
habrán visto, por coincidencias de la vida, un buen tanto, por decir algo. En
últimas, me reconocerán –‘esa cara la he visto en algún lado’- digamos, con
exageración, pienso, unas diez mil? Que frente a las estadísticas, de las
cuales no soy nada amigo y cuyo tema de pronto tocaré algún día, no representa
ni la coma cien mil millonésima, es decir, nada.
Por eso soy un hombre invisible.
Es más, siendo aventurado, puede uno decir que la dualidad de visible e
invisible, por simple contacto directo, es presente cada día. Soy visible en la
medida en que me ven o me oyen de viva voz, por el contrario, si no se dan esas
condiciones, soy totalmente invisible. Mientras voy a comprar el pan, soy
invisible para Mónica y visible para quien me vende el pan, por ser cliente
habitual. Para quienes ni me conocen ni me distinguen, por ejemplo el alcalde o
el presidente, soy un invisible permanente y un desconocido por permanencia.
Y ahora qué le pasó a éste? Oigo
preguntar a uno que otro lector. Qué bicho le picó? Ninguno, es simplemente un
ejercicio –de calentamiento mental, por ponerle un nombre?-.
Trascender y aceptación (ejercicios para un nuevo blog, que me dejo de tarea?).
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