lunes, 31 de julio de 2023

CRÓNICAS DE BOGOTÁ. EL TIEMPO DEL RUIDO


                 La alusión al tiempo del ruido deviene de mi niñez en que se la oí pronunciar a mi mamá en algunas oportunidades y creo, si le pregunté, no me supo decir a qué se refería. En otras conversaciones de mayores -en esa época los menores no podíamos intervenir- la oí, pero nunca vine a saber a qué se refería.

                 Sin embargo, las Crónicas de Bogotá vinieron a ilustrarme al respecto, demasiados años después -es decir, ahora-. Dejo la historia en la voz del autor de las Crónicas:

 Sólo un ruido memorable se dejó oír en medio de tanto silencio: el 9 de marzo de 1687, a las diez de la noche, con un ruido extraordinario despertaron los habitantes de Santafé, quienes dormían tranquilos hacía ya largo tiempo, pues las ocupaciones nocturnas consistían en rezar el rosario y cenar en familia; terminaban temprano, y el toque de queda les cerraba las puertas de la calle. No fue—dice el jesuita José Cassani—de tan corta eficacia ni fortaleza que no interrumpiese ni cortase la fuerza y pesadez del primer sueño a los que por trabajadores estaban ya entregados al descanso; de suerte que es la mayor ponderación la verdadera seguridad de que no hubo persona a quien no espantase y que no lo oyese. Al primer golpe dudaron todos; al segundo, temieron; al tercero, se aterraron, y con la perseverancia salieron de sí, y aun de sus casas y aun de la ciudad. Es fácil referir la confusión y la turbación de aquella noche: solo aquella prosopopeya con que nos representan los predicadores el día del juicio, puede prestarnos alguna explicación a lo que físicamente sucedió la noche del espanto. La gente toda fuera de sus casas, por el terror de que se venían abajo: unos medio vestidos, como estaban en sus posadas; otros enteramente desnudos, porque estaban ya acostados, y todos gimiendo y clamando misericordia, discurrían sin tino por las calles; nadie sabía a dónde iba, porque nadie sabía dónde estaba; todos clamaban al cielo, porque veían que les faltaba la tierra: fue preciso abrir las iglesias, donde se refugiaba, como a sagrado, el temor, huyendo de la Divina Justicia . Otro jesuita, Juan Ribero, al relatar este ruidoso suceso dice lo siguiente: Habiendo estado así el principio del día, como también la tarde, con serenidad y quietud, se comenzó a oír generalmente en toda ella (la ciudad) y en muchas leguas de su contorno, un tan estupendo y terrible ruido que cuantos lo oyeron asombrados y atónitos, no se acuerdan de haber oído cosa igual, ni esperan oírla si no es en otro caso semejante al que pasó entonces; duró este ruido el espacio de un cuarto de hora, y en este breve tiempo es indecible el gentío que ocupó las calles con la novedad; pues aunque había pocos en pie y despiertos en aquella hora, por estar muchos entregados al sueño, y los más, recogidos en sus camas, el sobresalto y confusión ruidosa, despertando a unos y desacomodando a otros, los hacía dejar el sueño y recogimiento y salir despavoridos y asombrados, ya a medio vestir, ya desnudos, como permitía a cada uno la turbación, y daba prisa el deseo natural de huir de la muerte, cuyo temor a todos había ocupado. Pero aunque salían huyendo, no sabían a dónde iban, pues dejando sus casas donde a cada uno le parecía ser el ruido que se escuchaba, en saliendo fuera de ellas le percibían mayor, y hallaban mayor confusión; y así, faltos de consejo y como fuera de sí, andaban las gentes por las calles y plazas a carrera, todos, sin distinción de sexo o estado, huyendo hacia diferentes partes, conforme les parecía poder librarse mejor del peligro que les amenazaba: unos corrían como locos hacia la eminencia de los cerros y montes vecinos, juzgando que el ruido se formaba en la llanura; al contrario, otros huían la vecindad y cercanía de los cerros, acogiéndose presurosos al llano, por parecerles que de la altura les venía todo el daño. Los del barrio de Las Nieves corrían a buscar refugio en lo principal de la ciudad, y los de la ciudad, huyendo de ella, se retiraban a Las Nieves, y últimamente, encontrándose unos con otros de huida, ninguno encontraba el refugio y consuelo que pretendía, pues donde juzgaban hallarle, advertían que la confusión de las gentes era mayor, la turbación de los ánimos más extraña, y el temor de todo viviente más crecido, y preguntando unos a otros por si sabían el origen del caso, tan insólito y formidable, nadie daba razón, porque todos ignoraban la causa, y a ninguno dejaba lugar el miedo y sobresalto para poder responder. No aumentaba poco la aflicción y desconsuelo grande que el caso traía consigo, el continuo y triste alarido que se escuchaba por las calles de niños y mujeres, que con la debilidad de la edad y del sexo tienen menos ánimo para hacer rostro a los peligros, y se acogen más fácilmente a las lágrimas; a esto se juntaban los incesantes y formidables aullidos de los perros que, conjurados todos cuantos había en la ciudad, parece que lloraban y sentían a su modo la calamidad y ruina de los hombres; todo lo cual, junto con los clamores lúgubres y piadosos de las campanas, que a una rompían entre los sonidos tristes del aire, componían una noche tremenda y horrorosa de juicio. Y, a la verdad, si de esto puede haber remedio alguno en esta vida, que baste a darnos especies de lo que será aquel día último de los tiempos, uno fue, y muy al vivo, el de esta lamentable noche, según el temor, confusión, sobresalto y otras circunstancias que concurrieron en ella.

Por su parte, el simpático cronista Caballero dice: A 9 de marzo de 1687, estando la noche serena, buena y sin alteración ninguna, como a las diez de la noche comenzó un extraño ruido en la tierra, en el aire o en el cielo—que al fin no se supo dónde fue,—el que duró cerca de media hora, de suerte que no quedó persona despierta ni dormida que no lo sintiese. Al primer golpe dudaron; al segundo, temieron, y al tercero, se aterraron de tal modo, que salieron todos de sus casas como estaban, desnudos o vestidos, y corrían sin saber para dónde, pidiendo misericordia. Nadie sabía a dónde iba ni a dónde estaba; los de un barrio iban a otro, y los de aquél a éste, y así se atropellaban unos a otros en esa hora, y se abrieron todas las iglesias y se expuso el Santísimo Sacramento. En esta confusión nadie sabía a qué atribuirlo: unos decían que era el demonio que disparaba una gran batería, pero esto era nada, pues el ruido, según se sintió, era más recio que el estallido de un cañón de 36; y como era continuo, los del campo les parecía que iban ya volando por el aire. En fin, cosa terrible y espantosa. Quedaron todas las gentes como atontadas, pues se preguntaban unas a otras lo sucedido, y nadie acertaba a dar una razón. El ruido les duró en los oídos por mucho tiempo, y el terror pánico que concibieron fue tal, que a cualquiera ruidito que oyesen se levantaban dando tantos gritos y alaridos, que ponían en consternación a todo un barrio o parroquia. El ruido no se puede figurar, por haber sido una cosa muy extraña y fuera de los límites de la naturaleza. El trueno más grande de un rayo sería nada en su comparación, y esto, seguido por espacio de media hora, fue lo que aturdió y quedaron todos como dementes. Hasta el Presidente Cabrera y Dávalos salió de su letargo, y dejando el Palacio, reunió numerosa comitiva y recorrió las calles de San Agustín y Santa Bárbara, porque la opinión general más común era que enemigos sangrientos, al són de cajas de guerra y disparando mosquetes, bombardas y piezas de artillería, ocupaban las orillas del Fucha. Pasó el ruido dejando impresiones inolvidables y la idea entre las gentes vulgares de que el olor de azufre que se había percibido era causado por diablos que cruzaban por los aires; los colonos de mejor juicio y más sano criterio no atribuyeron el olor de azufre a Satanás y a su corte, y todos supieron, meses después, que en la misma noche del ruido, terremotos repetidos habían conmovido las tierras del Ecuador y del Perú. Desde entonces, cuando entre nosotros se quiere ponderar la antigüedad o vejez de alguna cosa, se dice: eso es del tiempo del ruido[1].

                 De allí que ahora me puedan señalar como un viejo del tiempo del ruido, pensando que todo lo pasado fue mejor (pero eso sí, con internet).

Parece increíble que en nuestro tiempo pueda haber país en donde sus individuos piensen tan erradamente. Yo, en tales ocasiones, no hallo otro recurso que tomar sino el silencio, por no exponerme a unas contradicciones insoportables. No hay duda que caigo en otro extremo de consentir tales extravagancias. No es el medio más favorable para mi opinión; pero desde luego es el más oportuno, atendidas todas las circunstancias. Oír contar a estas gentes algunos efectos de la naturaleza, es pasar el tiempo oyendo delirar a unos locos.... Que esto sucediera entre viejas ignorantes o entre hombres nada instruidos, no causara mucha admiración; pero que las mismas relaciones oiga un viajero en boca del vulgo que en la de los que se tienen por más racionales en el pueblo.... para esto no hay consuelo .... Instrúyase usted en el modo de pensar de estas gentes, y dé gracias al cielo de no hallarse en un país donde la racionalidad va tan escasa que corre peligro cualquier entendimiento bien alumbrado.

Tomado de Google


[1] Para contextualizar y precisar, en esa época colonial, según desprendo de lo leído en la crónica, Bogotá no era propiamente una ciudad, era un pueblo grande, y como tal no era que la sapiencia le gobernara, máxime que España tenía vetada la llegada de libros a estas tierras, por lo que para ese entonces estaba muy lejos de tener lugar el ser la Atenas suramericana, cuyo honor tuvo alguna vez, en los tiempos del ruido, para luego alejarse de poder gozar de ese título. Bien lo escribió el sabio Mutis: Parece increíble que en nuestro tiempo pueda haber país en donde sus individuos piensen tan erradamente. Yo, en tales ocasiones, no hallo otro recurso que tomar sino el silencio, por no exponerme a unas contradicciones insoportables. No hay duda que caigo en otro extremo de consentir tales extravagancias. No es el medio más favorable para mi opinión; pero desde luego es el más oportuno, atendidas todas las circunstancias. Oír contar a estas gentes algunos efectos de la naturaleza, es pasar el tiempo oyendo delirar a unos locos... Que esto sucediera entre viejas ignorantes o entre hombres nada instruidos, no causara mucha admiración; pero que las mismas relaciones oiga un viajero en boca del vulgo que en la de los que se tienen por más racionales en el pueblo.... para esto no hay consuelo .... Instrúyase usted en el modo de pensar de estas gentes, y dé gracias al cielo de no hallarse en un país donde la racionalidad va tan escasa que corre peligro cualquier entendimiento bien alumbrado.


sábado, 29 de julio de 2023

CRÓNICAS DE BOGOTÁ. EL VENADO DE ORO.

                Durante muchos años, la ruta que me llevaba al trabajo era por la Avenida Circunvalar y siempre que pasaba por allí había que desembocar al Instituto Roosevelt -dedicado a la ortopedia y rehabilitación infantil[1], en cuya puerta, o cercanías, no recuerdo bien, había una escultura de un venado. En alguna oportunidad tuve ocasión de saber que el punto en donde estaba el venado se llamaba el Venado de oro y así quedó en mi memoria, aunque había oído alguna historia al respecto, ocurrida en los tiempos del ruido. Ahora recordando la ruta por Google, veo que corresponde a la carrera 4ª este con 17. Sinceramente nunca me orienté muy bien por la Circunvalar, sabía que se llegaba a Monserrate, se subía por la vía que daba a la iglesia de Egipto y se bajaba por la sexta; el detalle nunca fue de mi interés, por lo que si me decían una dirección concreta, me perdía por esos lares. Para informar sobre el instituto bastaba con decir que quedaba en el Venado de oro.

                 Como sea, con la lectura de las Crónicas de Bogotá, se refrescó mi recuerdo sobre el Venado de oro y he aquí la historia:

 Cuenta la crónica que llegó entonces (1700) a la capital del Nuevo Reino un joven distinguido, con el objeto de buscar fortuna. Se llamaba don Diego Barreto, portugués y hombre de vida disipada y tormentosa, que dejaba el garito solamente para buscar lances de amor. Habitaba entonces en la ciudad un rico comerciante, don Pedro Domínguez Lugo, oriundo de España, quien viudo hacía algunos años, fincaba su ventura en hacer la dicha de la única hija que tenía, la cual, a más de ser muy bella, era modelo de virtudes y había negado su solicitada mano a muchos pretendientes, por no abandonar a su anciano y cariñoso padre. No pasó mucho tiempo sin que Barreto y doña Inés de Domínguez tuvieran ocasión de conocerse y de tratarse, y como era natural, pronto se escribieron cartas de amor y tuvieron citas nocturnas, no obstante la vigilancia de don Pedro, quien, con el alma adolorida, le hizo saber a su hija que desaprobaba la preferencia y el cariño que le había consagrado a un aventurero de insanas costumbres y de hogar desconocido. Nada valieron las instancias de Domínguez en el enamorado corazón de doña Inés, y entonces, cegado por la ira, atacó a don Diego, estando los dos armados de sendas espadas, en el momento en que el galán, cubierto por las sombras de la noche, se acercaba a la ventana en que lo esperaba la enamorada doña Inés. En el lance el airado padre quedó gravemente herido, a pocos pasos de su morada y a la vista de la apasionada doncella. Barreto huyó, persuadido de que había dado muerte al acaudalado comerciante, y buscó El Boquerón, al oriente y en las afueras de la ciudad, como lugar de refugio. La oscuridad, que era profunda, una lluvia torrencial que se desató e hizo crecer excepcionalmente el riachuelo San Francisco, y el hallarse entre abruptas peñas, en donde no había sendero, fueron causas que lo obligaron a detenerse en una gruta donde se favorecía del agua y del peligro de morir despeñado. La noche se parecía entonces a la escena descrita por el poeta Rafael María Baralt. Súbito el estampido del trueno horrizonante se desata, y el intenso bramido de la tormenta al aire se dilata; rompe el rayo las nubes: piedra y fuego con él caminan, y en su furia ciego campos incendia y montes arrebata. Allí pasó la noche don Diego meditando en lo que haría para no dejarse aprehender de las autoridades coloniales. Con la primera claridad del día se preparaba don Diego a abandonar su asilo, cuando vio brillar, en el fondo oscuro de la gruta, algo que lo deslumbró por el momento. Avanzó unos pocos pasos, y se encontró con una pesada masa de metal; pasada la ofuscación que la oscuridad causa en los primeros momentos después de contemplar la luz, paulatinamente sus ojos vieron más en la semioscuridad de la gruta adonde no entraba más claridad sino la de tenues rayos que se filtraban al través del tupido matorral; entonces pudo contemplar un venado, de tamaño natural, toscamente fabricado en oro macizo; don Diego no daba crédito a lo que sus ojos veían; por un momento se creyó víctima de un sueño y que todo lo que le había sucedido desde la noche anterior no era más sino una ardiente pesadilla; pronto, sin embargo, tornó a la realidad y se convenció de lo cierto y efectivo que era aquello que contemplaba. Entonces vino a su memoria el haber oído referir que en el sitio de recreo de los Zipas, Teusaquillo, en cuyo lugar se fundó a Santafé, existía un santuario en donde los indios adoraban un enorme venado de oro, y que cuando la invasión de los conquistadores, los indios, por orden del Zipa, lo escondieron a toda prisa, sin que hasta entonces se hubiera vuelto a saber de su paradero. Don Diego, que no podía volver a la ciudad, mutiló la cornamenta del venado, ayudándose de su espada y de gruesos guijarros, “y se dispuso a poner señales precisas para que, cuando volviera, le fuese imposible equivocar el sitio. En primer lugar, tapó con piedras la estrecha entrada de la cueva, arrancó algunas plantas parásitas y líquenes de los que se desarrollan en aquellos sitios, y los colocó en las junturas para que echando raíces simularan la espontánea vegetación de la naturaleza y fuera imposible a otra persona descubrir la gruta que encerraba su tesoro.

Concluido su trabajo, miró hacia la ciudad y tiró la visual en línea recta; su mirada encontró el aldabón de la puerta principal dé la iglesia de La Veracruz[2]; con esto ya tenía la señal para orientarse; luego, queriendo dejar aún otra seña más precisa, clavó su espada al frente de la entrada de la gruta,” y abandonó aquel sitio, seguro de volver a encontrarlo. Don Pedro sanó de su herida y continuó con fruto sus operaciones comerciales, pero no volvió a tratar a doña Inés con las atenciones que antes le prodigaba. Después de cuatro años don Diego volvió ocultamente a la ciudad, creyendo que el tiempo transcurrido era suficiente para el olvido de su trágica aventura. Luego que hubo llegado, confió a un íntimo amigo, con toda franqueza, el secreto de su amor y fortuna, y los dos marcharon sin dilación a las faldas de Monserrate por el mismo camino que en memorable noche había recorrido don Diego cuatro años antes, en busca del venado de oro. La casualidad los hizo pasar por las puertas de la casa de don Pedro, donde estaba éste de pie en el ancho zaguán. Reconoció don Pedro al punto a su enemigo, agítanse en su corazón los viejos recuerdos de odios y venganzas, y el ofendido padre se lanza sobre el enamorado, con puñal en la mano, el cual le clava en el pecho a don Diego, que cae en brazos de su amigo, ya hecho cadáver.
Al poco tiempo falleció don Pedro en estrecha prisión, y doña Inés, sola en el mundo, buscó asilo en los claustros del monasterio de Santa Clara. Esta leyenda se conservó como tradición en Santafé por mucho tiempo, y no faltaron cándidos que ignorando la historia de los chibchas, buscaban desde el atrio de la antigua Veracruz, con mirada ansiosa, el lugar donde debía encontrarse la cueva que guardaba el venado de oro.

 

                Toda una trama para Corín Tellado[3]. Me pregunto si alguien encontró el Venado de Oro, aunque espero no olvidar en detalle de cuando esté en la Veracruz mirar hacia ese lado, quién quita que el tesoro me esté esperando.

Tomada de Google
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[1] Como reconocimiento a la importancia de la labor desarrollada, el Congreso de la República mediante la Ley 62 de 1948 cede a la institución el edificio denominado «Hostería del Venado de Oro», construido con ocasión de la Conferencia Panamericana. https://www.institutoroosevelt.com/quienes-somos/historia-y-reconocimientos/

[2] En la carrera 7ª con 16. Regida por la Hermandad de la Veracruz, encargados de disponer de asistir a los ajusticiados y darles sepultura en la fosa de esta iglesia (Wikipedia), de allí que reposaran en sus tierras cerca de ochenta próceres de la independencia.

[3] Especialista en novela rosa y muy leída en las peluquerías que mientras se esperaba, se leía Vanidades, aunque no lo sabía, Wikipedia me ilustró: Corín Tellado es la autora más famosa, además de prolífica y vendida, de la literatura popular española. Publicó unos 5000 títulos, algunos de las cuales fueron traducidos a 27 idiomas y llevados al cine, radio y televisión. Figura en el Libro Guinness de Récords 1994 (edición española) como la autora más vendida en lengua castellana por haber vendido 400 000 000 de ejemplares de sus novelas, y ya en 1962 la UNESCO la había declarado la escritora española más leída después de Miguel de Cervantes.

lunes, 24 de julio de 2023

CRONICAS DE BOGOTÁ. EL MONO DE LA PILA

Inicialmente prefiero transcribir el contenido de la Crónica de Ibañez:

 

Alonso Pérez de Salazar, Juez severo, ahorcaba con frecuencia indígenas en la plaza mayor, y azotaba todas las semanas, en la de Mercado, que tenía lugar cada cuatro días, a los ladrones. “Desorejó y desnarigó dos mil personas —dice un testigo presencial, don Pedro Ordóñez Ceballos—e hizo otras justicias grandísimas, sin reparar en nadie ni aunque interviniese la intervención de cualquiera persona por principal que fuese, ni era bastante para detener su justicia, como se vido cuando degolló a dos caballeros, que aunque intercedieron muchos principales y daban por cada uno doce mil ducados al Rey, nada bastó para que no lo hiciese. ” El temido Alonso Pérez de Salazar dejó su nombre en Santafé unido a una mejora material de grande importancia: fue él quien quitó el rollo o picota, de que tanto uso había hecho, del centro de la plaza, y colocó allí una fuente pública de piedra, ornamentada con escudos de armas de España, Santafé y su blasón, y coronada con una estatua de San Juan Bautista.

Esta fuente merece que nos detengamos un momento en describirla; la taza inferior carecía de ornamentación, y la segunda, que se levantaba bastante, reposaba en una columna estriada con elegantes relieves. Del centro de ella se alzaba una base adornada con lacerías y follajes, sobre la cual descansaba un globo en forma de elipsoide, en que hay grabados cuatro blasones; al Sur, que era el frente, el de Pérez de Salazar, partido en pal, con una cruz de San Andrés y nueve estrellas; al Oriente, una granada, símbolo del Nuevo Reino; al Norte, las armas de España, y al Occidente, las de Santafé de Bogotá, con su águila negra en fondo dorado, orlada de granadas de oro en fondo blanco. Coronaba la fuente una tosca escultura, cuyo brazo izquierdo está roto.

Esta estatua, en que el artista quiso representar una efigie de San Juan Bautista, fue conocida en Santafé con el nombre de mono de la pila Hoy se conservan las ornamentaciones y la estatua en el Museo Nacional.

 

                Pues bien, en mis tiempos de niñez y juventud, recuerdo que cuando no había ante quien quejarse o presentar una solicitud, cuando no había apelación alguna, cuando no se podía patalear más o bien ni siquiera iniciar el pataleo, cuando se era una causa perdida, la última opción que quedaba o que le decían a uno claramente era: Pues vaya a quejarse al mono de la pila, que está en la parte norte de la plazoleta de San Diego, que creo que corresponde a una réplica de la que reposa en el Museo Nacional, si aún está allí.

 

                Es decir, el único desahogo ante la injusticia y la maldad era quejarse ante el mono de la pila que, como tosca escultura, se limitaba a seguir allí impertérrito y sordo ante las suplicas, tal como puede encontrarse uno muchas veces ante la justicia, divina o humana.

Tomado de Google


miércoles, 19 de julio de 2023

CRÓNICAS DE BOGOTÁ. LA BORDADITA.

                Siguiendo con las curiosidades contadas en la Crónica de Bogotá, apareció la historia de la Bordadita. Como la Bordadita es conocida una pequeña iglesia, más conocida como capilla[1], que forma parte de la actual Universidad del Rosario en el centro de Bogotá.

 

                Pero su nombre lo toma realmente de un cuadro que representa a la Virgen del Rosario y no es un cuadro cualquiera. Es un cuadro real pero no pintado sino bordado a mano, es decir, que fue una reina quien lo bordó hacia 1651, de allí su nombre. Y esa reina española era Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV, quien para la época expidió cédula real para fundar el Colegio del Rosario. Y la reina, que quería ser patrocinadora del evento, se le ocurrió bordar a la virgen, para que sirviera de abogada a los hijos del Colegio. Una vez concluida su labor, vaya a saber uno si ello es verdad -que la hubiera cosido con sus reales manos-, se la envió al fundador del Colegio, Fray Cristóbal de Torres, a la sazón arzobispo de la ciudad.

 

En el altar mayor de la capilla del Colegio, reconstruido en época moderna, se volvió a colocar una imagen de la Virgen del Rosario, cuya historia es digna de mencionarse. La bordó sobre tela con sedas de colores, según tradición del Colegio, la mano real de una reina de España.

 

La imagen está de pie, sobre un pedestal en que se destacan caras de ángeles. El cuerpo tiene la figura piramidal, adoptada por los pintores de la Edad Media, y está cubierto por un vestido y una capa adornados con prolijas ornamentaciones. Cubre su cabeza una corona de exagerado tamaño para las dimensiones de la figura; sostiene en su brazo izquierdo al Niño, también coronado, y en la mano derecha tiene un cetro y un rosario. En el fondo amarillo del cuadro bordó la Reina numerosas estrellas, y a los lados de la imagen se ven cortinas de pliegues regulares, duros y amanerados.

 

                Pues bien, se trata de un cuadro que no es una pintura, sino un bordado y que es venerado por los Rosaristas, aunque lo dudo hoy por hoy, por lo de la veneración. 


                Chismes de la ciudad.

 

Tomadas de Google



[1] Capilla es una pequeña iglesia adjunta a una iglesia propiamente dicha o a un palacio que tiene una advocación particular y específica, en los términos de Wikipedia. Además de la iglesia, está la basílica, que es una iglesia que por voluntad papal adquiere esta denominación, por ejemplo la de Lourdes y la del Voto Nacional. Catedral es la iglesia que es gobernada por un arzobispo y por lo tanto solo puede haber una en la ciudad, que yo sepa. Además están los sagrarios, las ermitas, los conventos, los prioratos, las abadías y un sinfín más, que no es del caso seguir.

lunes, 17 de julio de 2023

CRÓNICAS DE BOGOTÁ. UNAS CURIOSIDADES.

                Por casualidades de la vida llegó a mis manos una obra que se titula Crónicas de Bogotá, escritas por Pedro M. Ibañez, quien, en mi opinión, carece de estilo en su escrito, pero que contiene la historia de Bogotá desde su fundación y trae historias interesantes, muchas desconocidas, otras que vinieron a aflorar en mi recuerdo de la juventud en que leí o me enseñaron sobre esa parte de nuestra historia. Curiosidades como que durante la colonia nos gobernaron veintisiete presidentes, entendidos no en el sentido moderno sino en el de aquella época, como que presidían la ciudad y a su vez eran gobernadores de la Nueva Granada en nombre de la majestad que estuviera de turno en España, (1550-1740), recordando entre ellos a Andrés Venero de Leiva y a Armendariz, que son los que reconozco de mis tiempos de estudiante. Y dieciocho fueron los virreyes (1717[1]-1819), entre ellos los viejos conocidos como Eslava, Solís, Guirrior, Caballero y Góngora, Espeleta, Amar y Borbón y la última joya, Sámano. Unos buenos gobernantes, otros corruptos imperdonables[2]. Hubo de todo, como actualmente los hay.

 

                Pero bueno, la idea no es hablar (o copiar) la historia, por el contrario, es contar cosas curiosas, desconocidas por mí unas y otras, refrendar mis conocimientos de curiosidades que se dieron en la época.

 

                La primera de ellas se refiere a un cuadro que estaba originalmente en la iglesia de las Aguas y me atengo al texto leído:

 

Merece también mencionarse otro cuadro al óleo, San Miguel y el Diablo, no por su mérito artístico, sino porque probablemente se debe al pincel del maestro Posadas, muy conocido en Santafé por su afición a pintar a Lucifer con astas, dentadura de cocodrilo, cola retorcida y carnes color de chocolate. Este cuadro era compañero de otro de iguales dimensiones y de idéntico gusto artístico, que se veía en el templo hasta 1860 y que hoy se conserva en el museo privado del General Carlos José Espinosa. El cuadro representa una mujer joven y bella con cabellera de serpientes, y se conocía hasta el año dicho con el nombre popular y prosaico de El Espeluco de Las Aguas, mirado con horror por las gentes sencillas, y era el espanto de los niños. Una tradición conservada por el literato bogotano don Bernardo Torrente, refiere lo siguiente sobre tan extraña pintura: Había una bellísima joven llena de todas las perfecciones y gracias que en una criatura humana pueden hallarse. Poseía (y era de lo que estaba más ufana) una linda y abundantísima cabellera, que era el pasmo de cuantos la miraban. Un día que se contemplaba al espejo, exclamó llena de soberbia: Ni la Virgen de Las Aguas tiene una cabellera tan bella como la mía. Anúblase súbitamente el cielo; quedan transformados, repentinamente, en asquerosas serpientes los ponderados cabellos; exhala la tierra un insufrible vapor de azufre; óyese un espantoso y prolongado trueno, y un demonio, en hábitos de fraile dominico, arrebata por los aires a la soberbia muchacha, dejando con un palmo de narices a más de cuatro galanes que suspiraban por ella. Después se aclaró el cielo, desapareció el hedor a azufre y todo quedó en calma. Y refiere el mencionado cronista que preguntado el sacristán de Las Aguas, por un inglés a quien contaba la leyenda, si en ella no habría exageración, le respondió: “Tal vez haya alguna en lo del azufre y en lo de las serpientes; pero en cuanto a lo del fraile hecho el diablo por una bonita muchacha, no hay ponderación ni exageración alguna”.

            Historia conocida como el espeluco de las Aguas.

Tomado de Google
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[1] Debe hacerse una precisión. Hubo un período en que el Gobierno de la Colonia se había elevado a Virreinato por real cédula expedida en Segovia el 27 de mayo de este año de 1717. El cual no duró mucho porque El Virrey Villalonga informó repetidas veces a la Corte sobre la conveniencia de suprimir el Virreinato y restablecer la Presidencia como Gobierno menos costoso. Así lo decretó el Monarca español a los tres años de Gobierno de este Virrey, por cédula de septiembre de 1723. Al suprimirse el Virreinato volvió a pertenecer la Presidencia de Quito al Virreinato del Perú, hasta 1740. Felipe V, por cédula expedida en San Ildefonso el 20 de agosto de 1739, restableció el Virreinato del Nuevo Reino y comprendió en él las Provincias de la Audiencia de Quito, las cuales quedaron haciendo parte del Virreinato de Santafé hasta la guerra de Independencia.

[2] Por ejemplo esta cita: Los historiadores colombianos no mencionan ningún acto útil del Gobierno de Manso, quien el 19 de febrero de 1731 entregó el mando a la Audiencia, y, dice un cronista contemporáneo, “salió de esta ciudad, sin despedirse y con mucho dinero”

viernes, 14 de julio de 2023

IDEA

            Tenía una idea clara sobre lo que iba a escribir, pero mientras me decidía, se evaporó, simplemente se esfumó y me dejó con esa sensación desagradable de no recordar, a dónde diablos fue a parar y qué era lo que quería decir. Lo único que quedó fue el sinsabor de que era una buena idea sobre la cual escribir.

 

            Es frustrante tener la idea en la punta de la lengua y que se niegue a salir; tercamente se evapora sin dejar rastro, aunque rastro sí deja, de frustración, de preocupación, de no saber si estoy enloqueciendo, si no estoy perdiendo la razón, es cosa de mentes.

 

            Aunque superado el olvido dejó algo bueno, este escrito. Sigo pensando en qué era lo que quería escribir, que prometía ser un buen escrito, pero me digo, es lo que hay.


Tomado de Facebook
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lunes, 10 de julio de 2023

SI PUDIERA CAMBIAR ALGO

            Otra pregunta retórica. Si pudiera cambiar algo de mi vida qué sería?

             Lo curioso de la pregunta es que dicha en voz alta creo que casi todo el mundo estaría tentado a manifestarlo y una vez lo hiciera por primera vez, continuaría y continuaría hasta que, sin darse cuenta, habría cambiado casi todo en su vida, convirtiéndola en una vida totalmente diferente a la vivida y sin darse cuenta, resulta que su vida, la realmente vivida, puede que no sea totalmente de su agrado y terminaría pensando si la vida no vivida, pero deseada, le habría gustado más y lo más curioso del caso es que si fuera verdad lo no vivido, de hacerse la pregunta, de pronto terminaría en lo que sí fue. Mucha contradicción y eso llevaría a una buena depresión.

             Pero lo que me lleva a pensar es que ante una pregunta retórica, en este preciso caso, casi todos pueden caer en la tentación de responderla, aún sabiendo que es retórica y que ni siquiera vale la pena responderla.

 

Tenían asumido desde hacía mucho tiempo que los caprichos de la vida y del destino no eran algo sobre lo que uno pudiera influir. Uno hacía lo que podía, intentaba vivir en la medida de lo posible. El resto era cosa de la Divina Providencia.[1]

Tomado de Facebook

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[1] Las huellas imborrables. Camilla Läckberg.


viernes, 7 de julio de 2023

¿CÓMO SE VE EL RECUERDO?

                En las películas, cuando un personaje recuerda un hecho pasado, aparece toda la secuencia del recuerdo mismo, con todos sus detalles y secuencias, como parte de la película misma, cuadro a cuadro.

 

                Esa es otra de las ilusiones que nos ha vendido Hollywood y que hacen parte de la mitología moderna. Pero me dio por pensar si así era en realidad retrotraer un viejo recuerdo. Hice, o mejor, traté de hacer el ejercicio, bajo dos condiciones: una, tenía que ser de un recuerdo no reciente, de muchos años ha; y dos, debería recordar el hecho preciso.

 

                Con los ojos abiertos, al tratar de hacerlo, perdí el año. Entonces, con los ojos cerrados y concentrado y en silencio, sin turbación alguna.

 

                Tener en cuenta las condiciones establecidas y esforzarse por ir por el recuerdo. Pues sí, lo que resultó cierto, al menos en mi experimento, es que el recuerdo no afloraba como recuadro de película, ni siquiera como imágenes propias de un sueño, que de por sí es muy vaporoso. Solo aparecían lo que parecían ser imágenes difusas y entonces caí en la nota de que lo que traía de recuerdos aparecían simplemente como ideas, como una mera noción, sin precisión de imágenes, ni color, ni definición, lo que me llevó a repreguntarme, ¿cómo se ve el recuerdo?


Tomado de Facebook
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miércoles, 5 de julio de 2023

APPS

                Para las jornadas de espera, de hacer cola, de consulta, no hay nada mejor que ponerse a jugar en el celular. Así pasa más rápido el tiempo que estar pensando en lo que falta para ser atendido, en ver los segundos perezosos avanzando sin ganas y con la angustia del tiempo perdido o pendiente de que nadie se cuele.

 

                Entre juego y juego salen las promociones consabidas, al ser aplicaciones gratuitas. No es que me ofenda fácilmente o de pronto es muy fácil que me ofenda muy fácilmente.

 

                Como sea, entre juego y juego de solitario empezó a salir publicidad que realmente me ofendió en la forma como se proponía. Decía: Dios necesita que bajes esta aplicación. De primerazo me empute, cómo así que Dios me necesitaba; cómo así que se me manipulaba con esa necesidad para hacerme sentir culpable si no lo hacía. Y para rematar aparecía otra leyenda condenatoria anticipada: Así que estás muy ocupado para leer la biblia. Dios me libre, pero son estas las maricadas que me emputan, he de confesarlo abiertamente. Manipulación bajo amenaza de condenación y, por ende, generadora de sentimiento de culpa. Así estamos jodidos.

 

                Otro que también me emputó era de Puzzle Art, aparentemente Juegos de rompecabezas con arte antiestrés. Así aparece publicitado. Pero no, resulta que aparece en pantalla una señora famélica, con cara de odio hacia la vida, con un muchachito famélico en sus brazos, en medio de un salón sin luz, vidrios rotos, chimenea apagada y la idea es ir tapando las ventanas, prendiendo la chimenea, haciendo más llevadero el lugar, pero para prender la chimenea un bidón de gasolina y naturalmente la publicidad da lugar a que se incendie el lugar y sus moradores mueran quemados. En otra que vi, hay debajo de una serie de tubos un desemboque por el que entrará comida y la idea es suministrar esa comida para que llegue a su destino a otra mujer famélica con niñito en sus brazos llorando de hambre, y todo para hacernos sentir, supongo, lo mejor de la raza humana, caridad incluida. Abajo está la señora con su hijo en condiciones de mendicidad, esperando que buenamente le hagamos llegar comida. Válgame Dios.

 

                No es que sea demasiado susceptible, pero estas Apps lo único que demuestran es lo mierdas que somos y lo superiores que nos creemos. Sus creadores lo único que demuestran es la miseria humana representada en un juego, para sacar de nuestro interior lo peor que tenemos, lo sádicos que podemos ser, a lo que podemos llegar, si se dieran las circunstancias.

 

                No es que sea demasiado susceptible, pero me emputan estas cosas.

 

… parecía seguir el principio de «cuanto menos sepamos, tanto mejor»[1]

Tomado de Facebook
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[1] Los vigilantes del Faro. Camilla Läckberg.