lunes, 27 de febrero de 2017

LA MOSCA

De todos los animales de la creación el hombre es el único que bebe 
sin tener sed, come sin tener hambre y habla sin tener nada que decir[1].


Una mosca desvió mi atención mientras filosofaba sobre cualquier pendejada, de las que sólo a mí se me ocurren. Y viéndola con sus grandes ojazos cafés (ocelos, se llaman, recuerde la zoología que estudió!, me acordó alguien dentro de mis adentros), pensé cuánto tiempo podría vivir una mosca. Por mi ignorancia recurrí a mi viejo amigo el dotor Gugol, que me aclaró que en su vida adulta llega a durar entre 15 y 25 días. Me dije que era corto tiempo, visto desde mi perspectiva, pero para ella podría verse como una eternidad o como los 75 u 85 años nuestros, si llegaba a vieja y no moría bajo los efectos del Blackflag, estripada por cualquier matamoscas, pisada por cualquier transeúnte o digerida dentro de cualquier ave.

Y me llevó a la siguiente pregunta: qué pensará una mosca de la vida? Se afligirá? Pero mi respuesta me llevó a solucionar el problema pensando en que ella, al contrario que yo, no tenía siquiera conciencia de su propia existencia, por lo que esos pormenores no eran de su preocupación, simplemente vivía. Y ello me llevó a preguntarme, para qué carajos existe una mosca? Para qué la creó Dios, si eso hizo? Siendo facilista me limité a pensar que era parte de la cadena alimenticia de alguien. Qué cagada, me dije.

Y a pesar de que esa podía ser la respuesta a la existencia de todo animal, la de ser parte de la cadena alimenticia de alguien más, me asaltó la siguiente inquietud: Para qué carajos uno debe su existencia para ser cadena alimentaria de otro? Para qué carajos creó Dios la vida, si es que Él lo hizo, si la única finalidad es ser alimento el uno del otro? Hacia dónde iba la idea del ser Supremo para este experimento? Era consciente de su experimento o fue solamente un Ups! como el surgimiento de la penicilina, no era lo que buscaba, pero ya que salió…

Y mi mente se fue más allá, pensando en los que no creen en la intervención divina. Para qué surgió la vida espontánea? De no ser voluntad de ese Creador sino del surgimiento de A+B. Y entonces hice un pare, un pare mental. Me estoy metiendo en líos, pare ahí porque no respondo del resultado, pensé, como no lo fue la voluntad del Creador o la espontaneidad de elementos que sí se metieron en líos por hacer experimentos de los cuales no sabrán el resultado, hasta que se acabe toda la vida, en cuyo momento, cualquiera de las dos teorías llegará a la misma conclusión: para qué carajos era que era la creación de la vida? Eso, porque el tiempo lleva al olvido, al distorsionarse, al olvidarse, al distraerse.

Y volví a la mosca, tema más sencillo. Y concluí: apenas lógico, la mosca no tiene conciencia de ella misma, de lo que es su vida y simplemente vive, comiendo mierda, sí, sin eufemismos, es verdad, siempre se les ve saliendo de la mierda, comiéndola y luego revoloteando por ahí sin hacer nada más productivo, que es lo que supongo, sino zumbando como recordándonos que de la tierra venimos y a la tierra volvemos, qué ironía y que comemos mierda! O esa es su misión? Un recordatorio?

Sí, no tiene conciencia y con esa premisa iba a formular la consecuencia lógica. Los animales no tienen conciencia de su propia existencia, pero algo me frenó y me impidió formularla en voz alta. Pensé en los perros que han llegado a mi corazón, ellos, creo yo, tenían conciencia de su existencia y de la mía. Y recordé algún programa en el que evidenciaban que los gatos, perros, elefantes y micos se reconocen ante un espejo, adquieren conciencia de que el reflejo son ellos. Y estos animales responden e interactúan con el ser humano, hasta le obedecen, le entienden… Y aquí mi teoría se vino abajo.

Y devolví mi pensamiento al pensar en la mosca, si tuviera conciencia de ella misma o de su vida, sería feliz comiendo mierda?

Foto: JHB (D.R.A.)


Todos los animales son iguales,
pero algunos más iguales que los demás[2].


[1] John Steinbeck
[2] George Orwell


viernes, 24 de febrero de 2017

ME ESTOY ENVENENANDO



Me he venido envenenando desde ya hace rato y creo que mi cuerpo ya se está resintiendo. Lo mejor de todo es que lo estoy haciendo conscientemente, no sé si se trata de un suicidio pasivo, de aquél al que acude quien no es capaz de pegarse directamente el balazo, sino que prefiere que sea otro el que lo haga, para liberarse de culpa, para poder llegar a los cielos sin que medie juicio, porque la culpa habrá de ser de otro, esa será la excusa que se puede presentar y, de ese modo, el reino de los cielos es de uno.

Me enveneno cada día al salir de casa y respirarme todo el humo del carro, bus o buseta que expele todo ese veneno de una bocanada y del cual su dueño no se ha dado cuenta, porque prefiere ignorarlo, porque en una palabra, le importa un carajo, como no es él –aunque no se ha dado cuenta que también es él el afectado directo, pero ha perdido la vergüenza-.

Me enveneno cada día al abrir un periódico –porque afortunadamente no oigo noticias ni veo noticieros de televisión, pues de ser así la dosis sería más letal-, pero aún así me enveneno. Me enveneno al leer solo noticias funestas, malas, desagradables, que son las que venden, las que vemos por el nosequé deseo oculto de poder denigrar del prójimo o del sentirnos mejores, como si pudiéramos.

Me enveneno al pasar por las calles con el creciente olor de mariguana tan común ahora, fumada sin vergüenza, sin temor, sin culpa y hasta con aspaviento.

Me enveneno al ver trancones, al ver cómo la gente, con tal de salir de primero hace cuanta imprudencia puede, irrespeta las normas, maltrata al que se le atraviese y, entre ellos, sin dar ejemplo, se agarran con agresividad con tal de ser el primero.

Me enveneno al verme insultado, vilipendiado, destruido sin razón, sin motivo y sin saberlo.

Me enveneno al ver que la gente no respeta, que hace lo que se le da la gana, importándole un comino el próximo, el prójimo.

Me enveneno cuando oigo barbaridades que riñen con el sentido común, al menos con el mío, con lo que considero que lo es.

Me enveneno con la irresponsabilidad de los demás y con las excusas que cínicamente pretenden liberarlos.

Me envenena la política, la corrupción en todos los sectores, la hipocresía de todos ellos, que pretenden ser mejores sin serlo.

Me envenenan las artimañas y subterfugios que usan los gobernantes, como si fuéramos estúpidos, aunque lo somos al no hacer nada.

Me enveneno cuando piensan que soy estúpido, tarúpido.

Me enveneno cuando oigo afirmaciones, preguntas o respuestas que riñen contra toda lógica.

Me enveneno cuando oigo el ve, mijito, no seas pendejo pues, el mundo es de los vivos.  

Y la cuestión es que sé que me estoy envenenando y que no tengo cura, porque el veneno me rodea y por más que intento cualquier suero, al minuto se vuelve inoperante, porque todo muta, todo cambia y cuando cambio para evadir el veneno, un nuevo picor me aleja del bienestar y me genera un nuevo escozor.

Me he venido envenenando desde ya hace rato y creo que ya no me importa, ya soy caso perdido, estoy acostumbrado y solo espero morir para liberarme de tanto veneno, debe ser la única forma de liberación y no sé por qué tanta expiación.

La costumbre es la más infame de las enfermedades porque te hace aceptar cualquier desgracia, cualquier dolor, cualquier muerte. Por costumbre se vive junto a personas odiosas, se aprende a llevar cadenas, a padecer injusticias y a sufrir, se resigna uno al dolor, a la soledad, a todo. La costumbre es el más despiadado de los venenos porque penetra en nosotros lenta y silenciosamente, y crece poco a poco nutriéndose de nuestra inconsciencia. Cuando descubrimos que la tenemos encima, cada una de nuestras fibras está adaptada, cada gesto se ha condicionado, y ya no existe medicina que pueda curarnos.[1]




[1]  Oriana Fallaci. Un Hombre.

miércoles, 22 de febrero de 2017

MI MALA LECHE POR CULPA DE LA JUSTICIA O DE LA INJUSTICIA?

… ya se sabe que la historia se repite dos veces, la primera en forma de tragedia y la segunda en forma de farsa.[1]

Salió el veredicto del caso Colmenares. Las pobres muchachitas declaradas inocentes por la muerte de un angelito de Dios y en redes sociales todo el mundo echando vainas, groserías, buliando y demostrando todo lo razonables que somos, sacando todo lo mejor de nosotros, los seres tolerantes, los seres de luz que somos, que aparentamos ser y que creemos ser, pero eso sí, irradiando todo el veneno que nos permiten las redes sociales.

Al mismo tiempo, salió otra noticia de un concejal de Cali que le partió la nariz a una mujer edil, si mal no entendí la noticia. Que sin ninguna razón le dio el cabezazo en vivo y en directo.

Y no hace mucho, un afanado padre que extravió a su hija bloqueó el Transmilenio de la Caracas y ayudado por muchos transeúntes que oyeron su historia se compadecieron y formaron parte del famoso plantón [2] para que la Policía la buscara rapidito.

Son solo tres casos, en donde gracias a la tergiversación, el apoyo incondicional de las redes sociales, a favor o en contra, se mueve la peor parte del ser humano, esa parte que nos hace ser también carroñeros como nuestro cóndor (sí, el cóndor es un ser carroñero [3], por eso está en el escudo y debe representar a los políticos, me imagino).

Y hablando de carroñeros, por ellos se entiende que “un carroñero o necrófago es un animal que consume cadáveres de animales sin haber participado en su caza. Los carroñeros son útiles para el ecosistema[4] (subrayo para hacer altisonante la referencia), con la notoria diferencia de que el ser humano no es útil para el ecosistema, por el contrario, es su principal enemigo.  

            Nuestra proclividad al mal, a pesar de creernos buenos, es monumental. Nada más estar, aún en la iglesia, y alguien empiece a destilar veneno, sea cierto o no el hecho, el vecino termina envenándose de cualquier manera y, paradójicamente, es tan contagioso que, gracias a la misma contaminación y tergiversación como teléfono roto, el ambiente se caldea. Una maledicencia es el caldo de cultivo adecuado para que todo lo más negro de nuestro ser salga a flote y como ya se es multitud, como cualquier decisión democrática, se tiene la razón sin importar otra consideración.

            Y retomo los casos mencionados. Empiezo por el último, luego de encontrarse a la muchachita perdida, resultó que no era la primera vez que se perdía, que el papá no era tan santo ni estaba tan preocupado como aparentaba, que tenía 24 hijos más, si mal no recuerdo, que no era ningún modelo paternal, que simplemente manipuló y gozó de su cuarto de hora que los medios de comunicación y redes sociales le regalaron. Pero ninguno o de pronto todos en la intimidad, nos dijimos: Mucha güeva yo, caí otra vez. Por pendejo. O de pronto ni eso se pensó…

            Y sigo con el concejal. No disculpo la actuación. Pero… como así que de buenas a primeras le pegó su cabezazo gratis a la señora. No lo creo, hay un trasfondo en la historia. Puedo imaginarme a mi gusto mil versiones, pero me imaginé solo una. Qué tal, sólo qué tal que la señora no sea tan joya, que haya hecho y deshecho hasta que el pobre hombre (no lo estoy disculpando ni exculpando, vuelvo y repito) no aguantó más. Me preguntaba (respuesta que en silencio hermético cada uno debe hacerse, hombre o mujer que lea ésto, para que no se coloree ni avergüence públicamente), decía que me preguntaba cuántas veces uno, a lo largo de su vida no se encontró con mujeres (aplica a mujeres con mujeres, porque dentro del gremio es peor) de tal calaña, decía, que en el pensamiento, ante la incapacidad de hacerlo en la vida real (por miedo, por decencia o por lo que sea) no deseó matar a esa mujer que trapeó con uno, de manera infame, agresiva y grosera?

            El hombre es un ser humano, como la mujer. El problema es que los hombres tenemos vetados ciertos comportamientos, ellas no –lo ancho pa’…-. Pero qué ser humano (hombre o mujer), ante el agravio, la humillación, la agresividad, la grosería, la intolerancia en sus máximas expresiones no tiene justificado defenderse?  Y no me vengan con el cuento de que existe justicia y polecía! En momento de ira e intenso dolor uno no está para leer biblia ni códigos, así de simple.

            Desgraciadamente con el mal entendimiento de la liberación femenina y demás, la mujer en vez de igualarse al hombre en lo mejor que éste podría tener, se igualó en lo malo, en lo vulgar, en lo grotesco, en lo bajo y ruin y basta con oír a cualquier muchachita hablando por teléfono de otra congénere (masculino o femenino) que la haya ofendido. Me aguantaba lo mal hablado que somos los hombres entre nosotros, pero oír a una mujer en tales términos, al menos a mí me ofende. Esa liberación me ofende, el repertorio de billar no le queda bien a una mujer.

            Y retorno al primer caso. Un comentario que leí en el feis: Una demostración de que con plata, vale todo y se puede lograr todo. Nada más ver a los abogados que cada cual tenía. Y para eso sirven los abogados [5], no para encontrar la verdad sino para convencer con su propia verdad y valen artimañas, como se pudo corroborar en este caso. Todos los involucrados de familias pudientes, porque pudieron pagar ese tipo de abogados, que son bien, pero bien caros. Es decir los actores todos hijos de papi y ya sabemos cómo se comportan la mayoría de hijos de papi, en particular de los últimos tiempos. Mal criados, dominantes, el ego mayor que el de un argentino, groseros, patanes y no sigo. Dicen que todo difunto es bueno, en este caso pareciera que no, que también era joyita, que se creía el dueño del mundo y ni siquiera hacía cola en el colegio a la hora del almuerzo, llegaba y simplemente se hacía atender, por encima de los respetuosos a los que nos educaron que evitáramos, así fuera por miedo, a ese tipo de personajes. Lo oí de primera mano, no lo sostengo ni con la mano izquierda, advierto.

            Entonces, todo historia tiene su trasfondo, tiene héroes y villanos, pero por culiprontos siempre tomamos partido, olvidando que toda historia tiene tres verdades, la mía, la tuya y la verdad verdadera [6], que nunca se conocerá. Y al tomar partido, en la actualidad, con redes sociales, generamos pasiones, para aquí o para allá, sin informarnos, solo por la cara del personaje, por la forma como presentan la noticia y, casi siempre, tomamos el partido que creemos es el que vale la pena apoyar, pero casi siempre nos equivocamos, para nuestra desgracia, pero como en el feis no se ve la coloreada ni se siente vergüenza por lo que se publica. Y nunca nos preguntamos: valió la pena tanto desgaste? Tampoco: valió la pena sacar toda la mala leche por eso? Tanto estrés y tanta discusión que nos hubiéramos evitado, entramos en el juego y debemos pagar su precio.

Alejo de mí mis propios pesares y rabias ante este cuadro desolado de una degradación. Del gozo infinito que es para los hombres aplastar a otros hombres, ahogarlos deliberadamente, envilecerlos, convertirlos en objeto de burla, de irrisión, de chacota –matando sin matar, bajo el ala de la ley o ante su indiferencia.
Pero esos nombres solo designan casos particulares de un fenómeno general: el desprecio por el prójimo, cuando no el odio, tan constantes allí como aquí mismo, en todas partes, una especie de locura epidémica que prefiere las víctimas fáciles. [7]





[1] Humberto Eco. De la estupidez a la locura. Artículo: Renazco, renazco en 1940. Recomiendo la lectura del libro.
[2] No sé de dónde diablos salió esta palabreja, pero para darle síntomas de legalidad se usa sin discriminación.
[3] https://es.wikipedia.org/wiki/Vultur_gryphus
[4] https://es.wikipedia.org/wiki/Carro%C3%B1ero
[5] Recomiendo la serie Suits de Netflix, en que termina pensando uno en dónde están los límites.
[6] No sé de quién es esta frase. Veo en internet que se le atribuye a Gandhi.
[7] Saramago. Y ahora, José?

lunes, 20 de febrero de 2017

PLACIDEZ



No se me había dado bien el día. Supongo que no hay a quien pedir responsabilidades, pero me gustaría mucho que alguien me dijera por qué negras suertes vienen a veces las cosas tan secas, tan enemigas, tan armadas de navajas, y por qué siguen así hasta la noche, pena de prisión perpetua. Nos metemos en la noche como quien se envuelve en un capullo de seda, y empezamos a alzar las murallas que el día derribó, dejándonos frágiles, quebradizos, más afligidos que una tortuga panza al aire.[1]

Ya uno desatado de ataduras laborales, en donde el mañana puede ser igual al hoy, sin importar la diferencia, donde libre de cargas y de culpas se hace lo que aparentemente se quiere o se puede hacer, sin atosigamientos, sin trancones, libre de culpa y de pecado –como la pereza, la envidia, por citar algunos- se logra un cierto grado de placidez que vista desde la distancia, sería el perfecto estado del ser humano, no cuando ya está próximo a morir sino de siempre, ese sería el mejor anhelo.

Pero, en mi caso demostrado, -sin requerir de doctorados ni de profundos estudios de universidades extranjeras (dicho que demuestra mi mala leche)- y a pesar de tal mala leche, no hay cosa más deliciosa que salir, con un buen clima (de calor, de lluvia o estable, según se pueda querer) y caminar, caminar con la tranquilidad que le puede dar el alma, alejarse del ruido y de la malquerencia, caminar con la placidez de la edad madura, ya que en las otras no se pudo disfrutar y dedicarse a saborear el paseo con la mirada en el cielo, en las flores, en el prójimo que pasa y al que hay que aprovechar para saludar, para compartir esa placidez.

Entre paréntesis, naturalmente es requisito indispensable dejar el celular y todo medio de comunicación en casa, para no distraerse, para al menos dejar de sentir en ese momento que la esclavitud de la tecnología no lo domina a uno, al menos por unos minutos de sincera placidez. Porque salir con celular a caminar con la mirada baja, mirando el celular, verificando quién llama, quién llamó, quién está por llamar, quién dijo barbaridades en el chat impiden la placidez de la vida, mirada desde la óptica de un personaje que ya nada tiene que perder en este mundo y de pronto, si lo sabe hacer, puede ganar mucho, para entenderse, para pretender entender el mundo, para adquirir la conciencia de que el tiempo pasa y ya no es posible retrasarlo.

Pero la placidez imposible de que sea eterna. Algo ha de alterarla, como si el universo hubiera dispuesto que nadie puede ser feliz por mucho tiempo.

Cosas que uno habría hecho sin que representaran la menor dificultad, pero en estos tiempos la locura parece ser la norma. Las cosas más simples ahora resultan complicadísimas. El clima es impredecible, en las calles roban, el tráfico es un infierno y ya no hay casi nada que no se pueda hacer sin tener que salir. Y así se nos empieza a ir la vida. Compitiendo en redes a ver cuál es más compasivo, más digno, más ingenioso. En medio de esa histeria de información en ráfagas, intermitente, etérea, sin continuidad, olvidamos en minutos. Ya no hay memoria colectiva ni mirada crítica.[2]

Y abriendo las páginas de las noticias, pecado en que he de recaer constantemente, en vez de alejarme de toda señal que intranquilice el alma, hacen que la relativa tranquilidad espiritual se vea afectada y contaminada por ese medio ambiente, ese ambiente enrarecido de la vecindad, de la envidia, en donde pulula la incomprensión, que hace que uno, siendo invisible, siendo un hombre común, despierte con su mala leche.

En aquellas épocas que llamamos normales sin saber muy bien a qué nos referimos, el hombre común se muestra más o menos tranquilo y se contenta con ejercer sus prejuicios en privado. Pero, sin previo aviso, puede saltar de la pasividad al frenetismo, de la indolencia al deseo de aplastar al diferente, de la insignificancia al peligro. Lo que desata la ira del hombre común es alguna frustración constante, el desprecio reiterado de alguna élite, una acumulación de detalles aparentemente insignificantes, eso siempre y cuando surja un caudillo que canalice su ira, un ídolo sobre el cual el hombre común pueda volcar sus pasiones, un hombre poco común al que el hombre común pueda entregarse. (…) De nada sirve vociferar contra el hombre común. La gente común es la mayoría de la humanidad. Uno, ufano o no, a veces también puede ser de lo más común. [3]

            Y entonces surgen temas que igualmente intranquilizan, así no se quiera, temas recurrentes hasta que el olvido los silencia, esperando nuevamente salir, luego de un aletargamiento cíclico, como indicaba un articulista en algún lado que no recuerdo en este momento. Nacen los discursos, sociales, políticos, económicos, todos ellos entreverados, ensortijados, clamando independencia, pero siendo los mismos con las mismas, todo lo cual conturba, perturba e impide que la placidez sea eterna. Envidia del universo o castigo divino, ni la placidez ni la felicidad, que puede ser lo mismo, siendo lo mismo, son eternas, para desgracia del ser humano. Y uno se involucra con esos discursos, les oye, trata de apartarse, pero no, imposible, no hay salida, uno termina, de cualquier manera involucrado y, si no se tiene cuidado, no solo salpicado sino gritando con fanatismo, como todos aquellos que defendiendo su condición solo logran imponerse a través del fanatismo y la gritería. Lástima.

            Hoy, la corrupción y eso lleva a que

Los discursos parten de una supuesta superioridad moral en donde se sugiere que quienes lanzan las acusaciones nada tienen que ver con esa “corrupción”. Al mismo tiempo, van creando un enemigo común abstracto: “la corrupción”, un enemigo vacío y que no los toca. Cada quien lo ha usado según sus intereses.[4]

Somos y no somos, lo somos cuando nos conviene, no lo somos cuando conviene, dicotomías del alma! Y es así como ese medio que de cualquier manera compartimos, envenena, dispersa, desaloja, destierra esa felicidad que plácidamente estaba entrando a nuestras vidas, como una forma de acercarnos a la eternidad, precisamente para alejarnos de ella, para recordarnos que somos hombres, simplemente hombres comunes, que no tenemos derecho al disfrute de la eternidad.

Me consuela pensar que para ser comprendido
a veces hay que morir [5].

Foto: JHB (D.R.A.)





[1] Saramago. Los personajes errados.
[5] Oriana Fallaci. Un Hombre.

viernes, 17 de febrero de 2017

LA TOGA



La vida se presenta como una continua mentira [1]

Me vi en sueños, con toga, no supe si griega o romana, caminando sin rumbo alguno, con la tranquilidad de un pensador de esa época, a pesar de que sin que fuera visible, era claro que estaba en pleno siglo XXI.

Esa es la ventaja de los sueños, la anarquía, el caos o simplemente la disfuncionalidad, todas son válidas sin quitarle mérito al fondo del asunto.

Y andaba preocupado por una pregunta que me habían formulado: Es posible que este mundo cambie? Cada día está más loco, más corrompido, más intolerable, más invivible.

Y pensaba que con tanta gente, ni siquiera era utópico pensarlo, porque por donde lo viera, todo indicaba que era imposible que cambiara. El futuro del mundo estaba en mano de humanos, la raza superior entre los animales, -eso decían científicos y libros, pero vaya uno a saberlo con certeza!-. Y estando en sus manos lo único que había probado era que el mundo cada día estaba peor, sin mencionar los valores, solo viendo cómo cada vez se destruía más la naturaleza, se le ahogaba con desperdicios y plásticos, nada más era ver un vertedero de basura o cualquier calle. Estando en eso miré para el suelo y como por providencial visión en solo dos metros cuadrados a mi alrededor encontré veinte formas de basura: una botella de vidrio, tres de plástico, dos papelitos de cualquier dulce, seis colillas, cuatro bolsas de paquetes de papas y demás, dos bolsas plásticas (cuántas llevo?), un chicle y una empaque de condones, quién lo creyera.

Me imaginaba que habían sido veinte personas las cochinas que habían tirado eso, pensando cada una: pero qué es un papelito? Y lo mejor de todo el cuento era que a un lado había una caneca, desocupada! No recuerdo bien si era parte del sueño o parte de una de mis caminatas, poco importa, la anarquía del recuerdo es insuperable. Uno más uno llegaron a veinte en tan poco espacio. Magnifiqué el pensamiento y alcancé a divisar el mundo como una cloaca, pero no solo en tierra, los ríos y mares, el aire contaminado, el ser humano no tenía perdón de Dios, si es que existía y si existía, debía estar mirando para otro lado para que no se notara su sonrojo, la vergüenza de haberlo creado a su imagen y semejanza! Me lo imaginaba. O precisamente lo creó para eso, para que se encargara, por Él, de la destrucción del lugar en donde habitaba.

Entonces retornaba la pregunta: Es posible cambiar este mundo? Y miré a mi alrededor y pensé, si se pudiera, se podrían cambiar a la gente que me rodea? Pensando en no ser tan ambicioso, reduje el panorama a un parque de un barrio de una ciudad, como ésta. Pero viendo lo que abarcaba mi mirada concluía tristemente que no, pues si tan solo 20 personas dijeron sin vergüenza ni sonrojo pero qué es un papelito?

Les importaba un carajo, seguro si les pudiera llamar la atención por su conducta, más de la mitad me insultarían y con cara de desagrado me llamarían metido, sapo y demás, porque uribitos hay muchos, ya florecen de manera silvestre en todas partes y en cualquier esquina. Otros se ruborizarían y aligerarían en paso y el resto, se haría el desentendido. Pensé entonces, es que se podrá cambiar el mundo?

Y entre más lo pensaba, más me desilusionaba, bueno más bien iba de esa manera afianzando mi respuesta, que no necesitaría de millones para que una universidad gringa lo afirmara, o que Planeación Nacional, también después de gastar millones demeritara la pregunta.

Y como estaba en un sueño, en fracción de segundos pasaron por mi mente siglos y siglos y en todos ellos, desde los inicios de la humanidad del sapiens, -a los anteriores se les perdonaba cualquier conducta porque no eran sapiens-, solo se veía cómo el uno quería hacer zancadilla al otro, cómo el rico a joderse al pobre, el pobre al más pobre y el más pobre… Cómo desde esos mismos inicios y guardadas proporciones, ese sapiens tumbaba bosques, quemaba madera, contaminaba el ambiente con su porquería y con su proceder. Antes de Cristo, luego de Él, en el oscurantismo, en la edad media, en el renacimiento, peor con la industrialización, el siglo de las luces, el de las guerras, en todos igual, hermanos que no pueden estar hermanados porque es más la envidia, la necesidad de enriquecerse a toda costa, que el otro, el prójimo, el hermano cristiano, todos ellos no existen, porque primero es lo primero.

Y la pregunta contradictoria y vergonzante aparecía, en cada época: Si no se destruye cómo se quiere llegar a la modernidad? Sin tumbar monte no hay carretera, sin perforar la tierra no hay petróleo, sin grandes extensiones de contaminación no se puede llegar hasta donde se ha llegado, hasta un basurero espacial que unos cuantos, a nombre de unos muchos, han hecho del espacio. Hasta allí llegaba la respuesta.

Ante la desesperanza, me vi sentado en medio del foro, no recuerdo si el griego o el romano, aunque parecía más la Santamaría y lo único que pude murmurar, antes de despertar, fue: Nos jodimos, este mundo no tiene remedio!

La toga amaneció en el piso!

Para no ser demasiado infeliz es mejor no esperar ser demasiado feliz [2].


Foto: JHB (D.R.A.)


[1] Arthur Schopenauer.
[2] Ib.

miércoles, 15 de febrero de 2017

TODOS SOMOS CORRUPTOS



Aristóteles en su Ética a Nicómaco dice que los hombres solo son buenos de una manera, malos de muchas [1].

Así decía el titular de un artículo de opinión del Espectador[2] (Corruptos somos todos, para mayor precisión y para no plagiarlo) y naturalmente la primera reacción es la de hacer un enfático rechazo a la afirmación. Luego de leído el artículo y si uno tiene cara, si no se miente, si se habla sin eufemismo, es apenas natural aceptar que seamos corruptos, en palabras sencillas y siguiendo la lógica propuesta. Habrá quienes comenzarán a ponerle calificativos, a presentar excusas, a disculparse, porque todo ello igualmente es un problema cultural que también padecemos. Nosotros no somos responsables de nada y no tenemos las agallas de reconocer responsabilidades.

Recuerdo mis primeras épocas de empleado, le daban a uno esferos y lápices, borradores y marcadores, libretas y todos ellos terminaban en la casa de uno. En mi caso, como usaba mi propio estilógrafo todo terminaba en la casa, abultando el cajón año tras año. En alguna oportunidad me atreví a decir que no lo necesitaba y la secretaria que repartía los elementos me dijo: No sea pendejo, que es parte de sus elementos de trabajo o si no lléveselos a su casa. Más adelante, con el pasar de los años, tomando conciencia de que no necesitaba llevarme nada de la oficina y si lo necesitaba lo compraba, simplemente autorizaba para que lo que me pudiera corresponder lo compartieran con alguien más necesitado. De esta manera entendí que no le quitaba ya nada a nadie y que podía dormir tranquilo, como me había enseñado mi papá.

Otra enseñanza de él, que creo que en otra oportunidad comenté, fue la de hacerme devolver y regresar la plata que me habían dado de más en alguna tienda. Esta enseñanza he logrado replicarla en algunas oportunidades.

Son enseñanzas que aprendí de mi papá y que con el pasar del tiempo entendí de él lo que era correcto, sin importar si me veían o no, porque en últimas era únicamente yo el juzgador de mis propios actos. A esta edad podría decir que ya puedo dormir tranquilo cada noche, a nadie le he quitado nada y tampoco he permitido que me quiten algo que es mío, más faltaba!

Y continúo. Somos corruptos, algunos por literalidad de la palabra, otros, la mayoría, por el convencimiento de que si alguien ya lo hizo, por qué yo no? Y otros más, porque, como dicen y sostienen los paisas, particularmente, el papayazo hay que tomarlo, uno no puede ser pendejo y debe ser vivo para que la sociedad no se lo coma (parte de la pujanza paisa).

Y se es corrupto cuando no se respeta al prójimo o a la ley. Es corrupto aquel que parquea en lugar prohibido y se excusa con el cinco minuticos que no me demoro; aquel que se salta la fila porque mi abuelita se está muriendo; aquella que compra un vestido para usar en el coctel de la noche y a la mañana siguiente luego de usarlo lo devuelve porque me quedó grande o por la manchita que tenía acá y que no me había dado cuenta; lo es igualmente aquel que hace la contravía por la pereza de esperar o por no levantarse temprano (hasta que coja a alguien y lo mate u otro en las mismas condiciones mate un hijo y ahí sí la debacle!). Y se es corrupto cuando se bota basura en la calle, -pero si solo fue un  papelito!-, y el que pretende colarse, y el que hace fila tres veces para que le den triple, el que copia la tesis de internet y así podría seguir con ejemplos.

Por todo esto se puede afirmar que de alguna manera somos corruptos, sin calificativos, sin eufemismos, porque no respetamos al prójimo y mucho menos la ley.

Culmina el articulista con las siguientes palabras, acertadas, por demás: La lucha contra la corrupción, en últimas, implica cambios estructurales que empiezan por cada uno de nosotros. Lo que sí es cierto es que cuando dar papaya no tenga otro sentido más que entregar una fruta, entonces empezaremos a ser una sociedad más madura; una en la que la corrupción sea, finalmente, una anomalía.

Pero eso sí no se nos ocurre decir, como solemos hacerlo en otros eventos, éste es el país que le vamos a dejar a nuestros hijos? Son nuestra continuación y blablablá, ahí sí no! Sí, ese es el país de corrupción que le hemos dejado a nuestros hijos y ellos a los suyos, como lo fue el que nos tocó heredar. Y no hicimos nada, seguiremos mirando para el otro lado.

A propósito de mirar para el otro lado, no sé si como exculpación, como explicación no pedida o por sacaculista, he de confesar que he preferido mirar a otro lado cuando la corrupción la he tenido cerca. No creo en la justicia ni en los entes investigadores, he visto casos en los que los denunciantes terminan investigados, he visto cómo en la misma Procuraduría los investigadores recomendaban abogados defensores, para que le fuera bien en la investigación, decían. He visto tantas cosas que en la mayoría de casos prefiero mirar para otro lado y sí, pueden condenarme por este desequilibrio mental que tengo, por un lado despotrico de los corruptos y por el otro, no hago nada. Mea culpa que me llevaré al otro lado, pero mientras tanto, me ofende la corrupción y sin eufemismo, me emputan estas cosas, pero no puedo hacer nada, salvo dar mi ejemplo, que es lo único que puedo ofrecer, vivir los años que me quedan con decencia, al menos dormiré tranquilo y moriré de la misma manera, espero!

Y en consecuencia, hoy los artículos de prensa, las protestas del feis y demás medios sociales se enfocan en la corrupción y la conclusión, como dice otro artículo Y sentencia: a la corrupción no hay que combatirla sino destruirla[3]. Para destruirla habrá que empezar eliminando políticos, foco de toda corrupción.

Somos de verdad tan corruptos?[4] Otro titular que vale la pena leer. Y el vivo y el bobo[5], que entre otras dice: “El vivo vive del bobo” dice un adagio popular y es uno de los refranes que mueven parte del alma de un país que se enorgullece de su ingenio para conseguir metas por el camino corto, sin que preocupe cruzar las líneas de lo legal, lo ético o lo decente. Un país en el que se menosprecia a quien decide ser buen ciudadano porque lo tildan de tonto o despistado por no sacar provecho personal de cualquier “papayazo”, porque si el décimo primer mandamiento es “no dar papaya”, el décimo segundo es “papaya dada, papaya partida”. Los mismos que se burlan de los “bobos”, condenan a los corruptos y piden castigo, pero pocos aceptan que con sus conductas contribuyen a enterrar en el fango el interés colectivo.

Y concluye: No se sienten corruptos; se sienten ingeniosos y vivos porque se colaron sin pagar, porque cambiaron una multa por una “propinita” (soborno) a un funcionario o se saltaron una norma traficando influencias. No se siente corrupto el Estado que le viola los derechos a miles de empleados a quienes llama “contratistas” para no pagarles lo que la ley ordena por derecho a los trabajadores. No es extraño que quienes deciden hacer las cosas correctas tengan todo tipo de problemas: “No sea bobo pague el billetico y eso le sale”; “No sea bobo llame a su amigo”; “No sea bobo todo el mundo lo hace”. Me entenderán quienes hayan intentado hacer las cosas bien y sin buscar el atajo: a veces en Colombia es más fácil el camino torcido que el camino recto. Creo que es tiempo de mirar distinto a esos “bobos” que pueden salvarnos; tiempo de que se hagan más visibles ellos que los pillos.

Lo que es cierto es que no puedo cambiar el mundo, menos este país, en que soy un invisible, pero seguiré haciendo las cosas con decencia, como me enseñó mi papá, mientras se pueda, tampoco soy mártir, esa época ya pasó.

No todos son malos. Leí en algún lado y agrego: pero tampoco todos son buenos!



Foto: JHB (D.R.A.)


[1] Ramón Alonso Peña. La nariz de Darwin y otras historias de la neurociencia.
[2] Julián López de Mesa S. http://www.elespectador.com/opinion/corruptos-somos-todos
[3] Cristina de la Torre. http://www.elespectador.com/opinion/no-combatir-corrupcion-destruirla
[4] Santiago Gamboa. http://www.elespectador.com/opinion/somos-de-verdad-tan-corruptos
[5] Yolanda Ruíz. http://www.elespectador.com/opinion/el-vivo-y-el-bobo