lunes, 13 de febrero de 2017

LLEGÓ LA HORA



-  Llegó la hora, oí decir de una manera suave.

Por mi cuerpo corrió la extraña sensación de no saber si estaba o no soñando. La piel se me puso de gallina, me crispé desde la coronilla y un corrientazo indescriptible surgió a lo largo de mi sistema nervioso central. Sin embargo, no sentí miedo. Solo el estupor de una frase irreverente, de aquellas que uno nunca quisiera oír. Pero así fue.

-  Y no me esperará en Samarcanda? Me atreví a decir con sorna, tal vez con ironía, tratando de evadir la realidad de la situación, tratando de hacer un chiste insulso y sonó naturalmente como un chiste malo.

Su mirada lo dijo todo. No era de impaciencia ni de disgusto, mucho menos señaladora de la impertinencia en la que caí, por ser tan impertinente mi comentario precisamente en ese momento. Simplemente fue una mirada indiferente, de esa que se pone a comentarios hechos por un niño que no sabe lo que dice. Sí de esas!

-  No hay necesidad, Samarcanda es este momento. - Me dijo, con esa suave voz que deben tener los portadores de noticias. Simplemente son notificadores, objetivos, sin ninguna subjetividad adicional, sin la proclividad que tenemos los humanos para adornar toda situación, para subjetivizar toda actuación. Era Azrael[1], viejo conocido.

Entendía el significado de esas palabras. No era tan trágico, no hubo mayores temores y por eso me permití proponerle sentarnos a cavilar. Y aceptó. En el fondo se oía una canción que decía: Llanto de luna en la noche sin besos/de mi decepción/Sombras de penas, silencios de olvidos/que tiene mi hoy, curiosa alusión.

  Inicialmente no supe cómo comportarme, cómo empezar, qué decir ni de qué hablar. Me parecía impertinente preguntar por qué yo, pues sabía, siempre lo he sabido, que en cualquier momento era mi turno y no había que ser tan trágico, pensando en que siempre me he repetido: todos los días son buenos para morir, no recuerdo en dónde lo leí, pero la frase siempre me gustó y me la repetía mucho, para mí mismo, para mi intimidad, porque alguna vez me atreví a exteriorizarla y no me fue bien, la gente normalmente no entiende de ésto, lo rotulan de amargado, de pesimista, de… tantas cosas, que es mejor no exteriorizar, como es mejor no decir de viva voz muchas cosas que la gente prefiere no oír. A la gente le encantan los eufemismos.

El lugar se prestaba para el silencio, para la elocuencia del silencio, era como si las palabras sobraran, todo se entendía, nada se necesitaba.  Sin embargo, para los efectos de este relato, deben exteriorizarse.

Como decía, las sensaciones no eran desagradables como podría imaginarse por la situación, el entramado que podía rodear la escena era intrascendente, como lo eran todas las cosas que en otra circunstancia resultan tan importantes, a pesar de ser tan importante el tema que venía aparejado con Azrael.

-  Ya cumplió? -Se limitó a preguntarme, directamente sin circunloquios.

-  Creo que ya cumplí. -Le respondí, sin agregar nada más.

-  Algo lo detiene? -Me inquirió.

-  Creo que nada, le respondí, luego de hacer una evaluación de todos estos años de vida. 

Pensé que lo hecho, hecho estaba. Ni la pregunta ni la respuesta implicaban en este caso impertinencias, la subjetividad era propia del ser humano que carecía de esa conciencia, es decir que no era que no amara o que no fuera amado, sino que no estaba esclavizado a esos sentimientos porque sabía que, en cualquier circunstancia y llegado el momento, resultaba intrascendente para los cielos el saberse amado o el estar amando. Había entendido el poema de Neruda, en aquel corto verso que decía sabiamente y mal entendido generalmente: Para que nada nos una, que nada nos ate. Por este lado, ya estaba listo, lo estaba desde hace algún tiempo, lo sabía porque ya lo había pensado e independientemente de querer y ser querido, uno debe saber cuándo ha cumplido.

-  Algo lo ata? -Dijo.

No era que volviera con insistencia a la pregunta anterior. Era otra la que hacía y así lo entendí.

-  Creo que no. -Respondí. No hice plata, por lo tanto plata no he de dejar. No tengo mayores bienes, por lo que lo poco que deje ya tendrá su destinatario. No me he apegado a mayores cosas, materiales, claro está, salvo mis escritos, mis fotos, mis insulsidades, diría cualquiera y todas ellas sé que se evaporarán cuando no esté, porque he sido el único que las ha consentido, por ser parte de mí y que las cuido, porque son mías. Una vez me vaya, poco importa qué pase con ellas, porque son insulsas para los demás. 

-  Pendientes? –Insistió.

En el momento no supe responder de inmediato, a sabiendas que el tiempo era intrascendente, poco importaba y tampoco teníamos afán, ninguno de los dos. Traté de recapitular mi vida, procurando entrar en aquellos vacíos ignorados, de buena o mala fe, de recordar lo que eventualmente debía recordarse, de lo olvidado, de lo enterrado.

-  Creo que no, respondí, pero agregué: Que me acuerde no, de pronto quedaron algunos pendientes que ya no se pueden cancelar, que ya es tarde de reparar o de inquirir, pero creo que intrascendentes, si se me permite la expresión.

-  Siendo así, me respondió, por hoy no tenemos más de qué hablar. Trate de limpiar esos pendientes, solo venía a decírselo, por si le interesaba saberlo, ya tendremos otra ocasión para continuar.

No se dijo más, no había más qué hablar. Todo quedaba claro.

No sabía todavía que la muerte se aparta de los que la llaman[2].











[1] Azrael (en árabe عزرائيل) es uno de los nombres que recibe el ángel de la muerte entre los judíos y musulmanes. Tiene por misión recibir las almas de los muertos y conducirlas para ser juzgadas. Wikipedia. Azrael es el Arcángel de la Muerte. A él se le atribuye el rol de separar el alma del cuerpo al momento de la muerte, así como también la capacidad de ayudarnos a superar nuestro temor a la muerte en virtud de una mayor comprensión de la misma. Según cuenta una historia, este noble arcángel se autoexilió del Cielo para cumplir su misión. … En cuanto a su aspecto, por lo general Azrael es representado con una espada o una guadaña en virtud de su asociación con la clásica personificación de la muerte en forma de esqueleto vestido de negro. La vestimenta de Azrael suele ser una larga sotana o túnica negra con una capucha, lo cual no es fortuito pues el negro ha sido el color arquetípico de la muerte en distintos tiempos y culturas, tanto de Occidente como de Oriente. http://www.demonologia.net/azrael-el-arcangel-de-la-muerte/
[2] Oriana Fallaci. Un hombre.

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