viernes, 30 de abril de 2021

REFLEXIONES AJENAS

 Un día gris no invita a nada diferente que a la reflexión, al desgano o a la indiferencia.  

 

Y así me imaginaba un reclusorio para ancianos, quienes ya previendo ver sus últimos años sobre esta tierra, tienen pensamientos disímiles, supongo que cargados ya de una eterna seguridad, el fin está próximo, ya no hay vuelta de hoja, ya está todo decidido, aunque sin saberse cuándo, cuándo Dios se apiadará y le llevará. Favor que se les hará a quienes así lo quieren, aunque lo irónico es que a quien mucho pide, poco llega, decía algún refrán citado en mis tiempos mozos. Viéndoles solo pude pensar en lo irónico de esas vidas, de modo que un día, sin previo aviso, la vejez lo(s) sorprendió solo(s) en su hogar1 

 

 

Y veo a alguno de ellos, libro en mano y sonrisa anhelosa, que reflexiona sobre lo leído, le veo a lo lejos, sé qué ha leído: Las tijeras que deciden cuando se corta el hilo de lo que nos mantiene vivos no hacen excepciones ni por amor, ni por odio, ni por ningún otro motivo. Se acabó lo que se daba, hasta luego cocodrilo, hasta aquí hemos llegado, que te vaya bonito, fin, adiós2.  Supongo que de allí su sonrisa. 

 

Cruzando pasillo veo a dos contertulios decir: 

 

  • Un trayecto peligroso. Decía él. 

  • El trayecto de la vida lo es mucho más y no por ello nos quedamos sentados sin vivirla.3  Respondió ella. 

  • ¿No decías que estabas triste? Replicó él. 

  • Estoy tristísima, pero no es motivo para dejar de divertirse.4 Sabiamente sentenció ella. 

 

Y eso me llevó a pensar que, a su edad, debería haber dado por descontada: la ilusión gobernaba la vida, era ella la que avanzaba a tientas hacia el futuro: uno tendía a pensar que lo que poseía hoy lo poseería también al día siguiente, pese a que ninguna divinidad lo había prometido. Por otro lado, era también cierto que sin ilusiones era difícil vivir y la única ventaja posible era ser conscientes de ello. Gozar de los sueños y estar preparados para las desilusiones, eso era lo que había que hacer…5  

 

Mientras pensaba en ello, al final del corredor divisé a un par de ancianos y mientras caminaba con paso pausado, atento a la posible conversación, alcancé a oírles:  

 

—¿Sabes? Es como si pudieran hacerse invisibles. 

—Hacerse invisibles no, parecer inofensivos. 

—¿A qué te refieres? —le preguntó  (...). 

—A que no parecen una amenaza. Se mezclan con el entorno. Parecen alguien tan común que nadie nota su presencia. Eso los hace invisibles, porque la gente no los recuerda6 

 

Entonces pensé si se referían a los demás, a los otros demás, entre ellos yo, seres invisibles, que nos hace inofensivos? O tal vez se estaban refiriendo a los de afuera, a aquellos a los que la vida aún no los había carcomido. Y fue allí donde recordé algo leído: No obstante le diré una cosa: sin dolor no hay redención. Uno puede liberarse únicamente si sabe que está atado. Tener conciencia de ello es el primer paso.7  

 

Mientras pasaba al corredor que dirigía a mi izquierda, de altos ventanales, iluminados aún por el esplendor del sol que ya se ocultaba, dando la tibieza del adiós y la seudo penumbra del día que ya se fue, alcancé a oír algunas risas, más bien risas acompasadas por la edad y tímidamente explícitas y oí a alguien que concluía socarronamente: 

 

  • ¡Mea claro, caga duro y pede fuerte; y no temas nunca a la muerte.8  

 

El comentario me hizo reír al unísono de los otros parlantes, al menos lo estaban tomando menos seriamente de lo que deberían hacerlo, pero siempre hay optimistas risueños, afortunadamente. Y parodiando a Da Vinci vino a mi cabeza aquella frase a la que aún no le había encontrado pleno valor: «Si estás solo serás todo tuyo, si estás acompañado por una sola persona serás medio tuyo»9 

 

Siguiendo mi camino, encuentro e n poltronas a un grupo de contertulias, de aquellas que viviendo hoy como si estuvieran aún en sus tiempos, disculpaban sus procederes de antaño como costumbres arrraigadas y de ellas, alcanzo a oír una última frase, tal vez dicha sobre alguna hija desobediente, tal vez un reproche llegado tarde: 

 

  • ... no has aprendido nada de cómo debe ser una madre. Sobre todo la lección más importante. No acertamos nunca, niña. Hagas lo que hagas, te equivocarás. Y cuando crezca, te echará la culpa de todos sus problemas y defectos. Así es. Así somos.10  

 

No faltaba en mi camino las viejas camanduleras, con algún anciano colado, que a las letanías le daban la voz grave. Esos eternos susurros de jaculatorias e invocaciones, último recurso al parecer necesario antes de ver el último cierre de ojos. Y naturalmente mi escéptico pensamiento recordaba aquello de Pequeños pecadores en serie, que limpiaban su alma con alguna plegaria antes de volver a mancharla siempre de la misma forma.11  

 

En algún rincón divisé a un anciano, bien vestido, vestido con las mejores galas de su época, supongo, pero peculiarmente bien vestido, con cierta elegancia, si se pudiera ver a través del tiempo y solo se me ocurrió pensar asombrado de que un hombre pudiera dedicar tres décadas de su vida a trabajar en la burocracia de la ciudad y dejar tan poca huella de su paso.12 

 

Aunque me sentí incómodo con el pensamiento, pues esa sería igualmente mi historia, me dije: Ya basta, te pareces a uno de esos viejos alelados que dicen siempre las mismas cosas.13 Y oí decir a mi alter ego algo así como que siempre le ha dicho que el prejuicio es la confirmación de la estupidez.14 

 

Reflexiones que me llevan a pensar que debo prometerme a cambiar de pensamientos, para no recaer en ella, pero La vida es corta, y por eso los juramentos eternos tienen un plazo aún más corto.15  

 

Mientras caminaba en automático y estaba con mis pensamientos alcancé a oír a un grupillo de conversadores de antaño, hablando de lo que siempre hablan los ancianos cuando ya no tienen tema, política, de ayer y de mañana, como si ese futuro les perteneciera, pontificando de lo divino y lo humano, viéndose que ya no tenían oportunidad de influir, como tampoco la tuvieron antaño, pero sintiéndose autorizados para opinar, aún a sabiendas de que su opinión además de infructuosa era inutil. Pero uno de ellos filosofaba con autoridad, al menos eso aparentaba, como al parecer fue toda su vida y lo que alcancé a oír era la conclusión: 

 

  • ... o es la fe más básica lo que me da problemas, porque aún creo en todo: en que Él vivió y murió para que nosotros pudiéramos ser mejores y todo —sea lo que sea ese todo— fuese mejor. Pero no con estos payasos al mando, estos necios que dejaron de pensar hace cien años (hoy me siento generoso y por eso he eliminado un cero de la cifra)16.   

 

Me veo saliendo ya, como fantasma invisible que recorrió los pasillos de un  ancianato sin ser visto, sin ser sentido, sin ser percibido en un día gris que lo único que dejó pasar fue ese sol triste de atardecer de día gris, en un gran edificio ya venido a menos, como sus ocupantes, pensando en cuándo me tocaría el turno y si los días serían igualmente grises como los que percibí, dándome cuenta que solo necesité de Cuatro minutos para resumir ochenta años.17  

 

Sus recuerdos se endulzaron con el tiempo y la distancia, y en su memoria su infancia en Caracas se convirtió en un período alegre. 18 




Tomado de Facebook

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(1) Estela Chocarro. ¡Qué ironía! El próximo funeral será el tuyo. 

(2) Juan Gómez-Jurado. El Madrid de Antonia Scott. 

(3) Paloma Sánchez-Garnica. El alma de las piedras. 

(4) Marco Vicchi. La fuerza del destino. 

(5) Marco Vicchi. La fuerza del destino. 

(6) Memoria total. David Baldacci 

(7) Maurizio de Giovanni  El otoño del comisario Ricciardi. 

(8) Estela Chocarro. ¡Qué ironía! El próximo funeral será el tuyo. 

(9) Marco Vicchi. La fuerza del destino. 

(10) Juan Gómez-Jurado. Loba Negra. 

(11) Maurizio de Giovanni. Los bastardos de Pizzofalcone. 

(12) Donna Leon. Pruebas falsas. 

(13) Marco Vicchi. El recién llegado. 

(14) Maurizio de Giovanni. Los bastardos de Pizzofalcone. 

(15) Jorge Molist. El retorno del cátaro. 

(16) Donna Leon. Las joyas del paraíso. 

(17) Estela Chocarro. ¡Qué ironía! El próximo funeral será el tuyo. 

(18) John Lynch. Simón Bolívar.