- Por qué no cerraste la puerta del armario? Preguntó ella, levantando el ceño, como solía hacerlo cuando le molestaba algo de él.
Como siempre, ante situaciones
semejantes, durante un corto tiempo, en silencio, se preguntaba él, durante el
tiempo de un suspiro, cómo podría afectar la vida de alguien que la puerta
estuviera o no cerrada? Aunque sabía que a él sí le afectaba, pues el
comentario siempre venía. A su memoria le llegó el reclamo del día anterior:
por qué no metes bien la silla del comedor cuando acabas? Igualmente
recordó que decidió hacerse loco ante tan comentario, que no era pregunta y se
limitó a acercar más la silla a la mesa, hasta donde era posible. Tema zanjado.
Pero también había pensado en la importancia para la vida de alguien que la
silla estuviera centímetro más, centímetro menos alineada a la mesa del
comedor? Si no era obstáculo, qué importancia tenía. Para ella sí la había, de eso estaba seguro.
Y días antes le había reprochado por
no haber bajado la tapa del inodoro, recordó y el asunto lo zanjó bajándola,
sin decir más.
Mientras pasaba el tiempo, esos
segundos que pasan mientras a uno se le ilumina la mejor respuesta, él pensaba
en la importancia de cerrar una puerta, acercar una silla o bajar una tapa de
inodoro, nimiedades que ni iban ni venían, pendejadas que no afectarían si no
se hicieran, que no cambiarían ni afectarían al mundo, aunque a ella sí y en aras
de la paz mundial, replicó:
-
Se me olvidó, mi corazón.
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