- Me estás oyendo? Dijo ella.
Hubiera querido ser un pájaro y verme
volar por la infinidad de los cielos, como Juan Salvador Gaviota, entregado a la paz, los vientos, el
sol, la distancia, la soledad, la libertad.
Recuerdo estar en kínder, mi puesto
daba contra el ventanal y desde allí podía ver cómo iniciaba la montaña
cubierta de eucaliptos y frondosa naturaleza, toda ella ajena a la mano del
hombre, mientras la profesora estaba recitando su letanía, a la que no le ponía
atención, por estar soñando. Soñando con ser ese pájaro que se posa en alguno
de esos grandes eucaliptos, rodeado de naturaleza, mientras en la distancia veo
cómo unos niños, sentados en pupitres prestan atención a su profesora o eso
aparentan.
Posado en una rama, buscando otra con
mejor vista, pasando de rama en rama, despegando hacia los cielos y retornando
a ese comienzo de bosque, húmedo, apenas iluminado por el sol, al ser las
primeras horas de la mañana. La libertad de movimiento, no atado a un pupitre;
la libertad de decisión, volar a cualquier lado, sin importar que la eme con la
a es ma.
Ensimismado imaginando el vuelo entre
las nubes, flotando con los vientos y sintiendo ese primer calor matinal que
envuelve como un cariñoso abrazo, gozando el momento, disfrutando el panorama,
la libertad plena, ensimismado en mí mismo, sin importar lo que nos rodea,
porque todo lo que nos rodea es plenitud, sentida en su máxima expresión… Hernández,
sigue con nosotros? Recuerdo haber oído. Y el automático respondiendo, sí,
señorita, es lo que me devuelve a esta otra realidad.
… tás oyendo? Decía ella.
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