Todo este
problema de violencia que se ha generado en el país a raíz del paro nacional y
todas las consecuencias que se han venido presentando me han llevado a una
contradicción mental y por partes me explicaré.
De una parte
están los actos que se suceden con las marchas que han terminado en violencia
no deseable. Las marchas deben generar al gobierno la reflexión de que hay un
descontento. Naturalmente en los últimos cincuenta años cada vez que hay
gobierno nuevo hay manifestaciones, porque sí o porque no. Sinceramente no he
entendido cuáles son las motivaciones concretas. Que están dadas por la
inconformidad de los maestros, de los jueces, de los empleados, de los
pensionados, de los transportadores, de los estudiantes y de toda agremiación
que pueda protestar, todas las cuales se pueden originar en un punto preciso
pero que a lo largo de ellas se van desvirtuando y terminan con protestas sin
un objetivo claro, éste se diluye a medida que se van pegando inconformidades. Pero
cuál es el motivo exacto de la protesta? Es lo que me vengo preguntando porque
el discurso termina siendo etéreo, impreciso e inimaginable. Porque les pagan
poco, porque trabajan mucho, porque no se ven resultados, no son precisamente
los argumentos expuestos. Basta con preguntar a los manifestantes qué es lo que
quieren y terminan en babosadas como aquella de que es apoyo a la madre tierra,
a los derechos humanos (¡!) de los animales, del querer que sean gobernados por
jóvenes (como si el experimento no se hubiera realizado y aún con el actual, el
más joven, según tengo entendido). Y desde que conozco las manifestaciones
siempre han sido excusas a una protesta que no tiene un objetivo preciso. Por
ejemplo, nunca he visto una en que se pida una mejor calidad de educación o
contra algún abusivo impuesto –el 4 por mil, antes 2 por mil, por ejemplo-, o
porque requieren condiciones más dignas, a pesar de que estas explicaciones
también vienen a ser imprecisas, pero bueno, una buena excusa sería por una paz
duradera, por el exterminio de la guerrilla o del hampa, o que las utilidades
de las empresas sean repartidas en un porcentaje entre sus empleados, o qué se
yo. En conclusión, los objetivos de las marchas se desvirtúan con tantos
actores, con tantos intereses que impiden precisar qué es lo que quieren los
marchantes.
Y eso me lleva
a los desmadres en que terminan las manifestaciones. Siempre acaban en lo que
no deben terminar, en violencia, producto del vandalismo, el destrozo, la
pedrea, el embadurnamiento de paredes, el grito del uno contra el otro y los
ánimos caldeados, como si oyeran el grito veintejuliero aquél de que si perdéis estos momentos de efervescencia y
calor, que enardece el ánimo. Quienes pagan los destrozos? Los comerciantes
que nada qué ver. Los contribuyentes con impuestos adicionales por la
destrucción que originaron los inconformes vándalos. Y discordia entre ellos,
que esos vándalos son guerrilleros urbanos; que no, que son policías
disfrazados; que tampoco, que son muchachitos que nunca habían sentido el peso
de tener una piedra en la mano. Vaya uno a saber si es una mescolanza de todos
los anteriores.
Y entonces eso
me lleva al gobierno. El uso de la fuerza, apenas connatural dentro de las
potestades gubernamentales, para el mantenimiento del orden y la seguridad,
fuerza que se usa a través de policía y ejército, empleados del estado que
están precisamente establecidos para esos efectos y, por ende, cuando se usa la
fuerza para restablecer el orden es simple acatamiento de las labores para las
cuales fueron contratados. Es apenas natural, si se quiere, del desarrollo de
la democracia. Sabemos que esa es la función de la fuerza armada, pues si no
hubiera lo uno no existiría la otra, pero no estamos en un país de ángeles como
para no tenerlos. Si pensara como gobierno, es apenas natural que necesite de
esa fuerza coercitiva para llevar las mejores riendas del país, para
asegurarles a todos el orden y la seguridad tan cacareada en la democracia. Y
es más, existen otras fuerzas invisibles, de todos conocidas pero evitadas en
el pensamiento. Son las fuerzas de inteligencia, del espionaje necesarias tanto
dentro como fuera del país, fuerzas ocultas que mantienen la supuesta
integridad de un país cualquiera, porque enemigos se tienen dentro y fuera de
la casa, eso es indudable y necesario, si uno piensa como gobierno que les
necesita para tratar de mantenerse en el poder.
Todo esto me
lleva a concluir algo que vi en Facebook, escrito por Yokoi Kenji (ese que parece
japonés pero que es colombiano), quien sabiamente señala:
SON NUESTROS. La cuestión en Colombia es que no queremos entender que todos
son nuestros hijos. No son los hijos de extraños ni de otra especie, son
nuestros hijos. Son
nuestros policías legales y nuestros protestantes legales, es nuestro grupo
antidisturbios y nuestros grupo de jóvenes revoltosos, son nuestros heridos,
nuestras víctimas y finalmente será siempre nuestro llanto. El vándalo y el
abusador del estado son inaceptables, pero son nuestros vándalos y nuestros
abusadores, así como el hijo terrible y desobediente sigue siendo igual nuestro
hijo.
Es nuestra corrupción, nuestro
terrorismo, nuestra violencia, nuestra riqueza y nuestra pobreza. Es nuestra
desigualdad y la gente indiferente a todo esto, es nuestra gente también.
No se puede pluralizar y apropiar solo cuando nos conviene, cuando el gol es
nuestro, debemos asumir nuestra virtudes y nuestra barbarie. Se evidencia
nuestra ignorancia cuando nuestra selección gana y la aplaudimos pero luego
amenazamos por redes al jugador que comete un autogol...
Por fin llegué al punto:
Es nuestra derecha extrema y
nuestra izquierda extrema, intentar borrar alguna de las dos por medio de actos
sangrientos es tan absurdo como querer quitarme el brazo izquierdo porque yo
soy diestro o arrancarme el brazo derecho porque zurdo. Así no se lidia con las
diferencias de un hijo, el verdadero enemigo es la violencia, la cual nos
aconseja que miremos a nuestros hermanos como si fueran extraños. Hijos somos
todos de la misma bendita patria que nos parió sobre esta tierra Colombiana.
Tomado de Google.
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