No hace
muchos años, en el siglo pasado para ser más concretos, se reconocía a simple
vista la diferenciación de clases sociales. Hoy la cosa ya es más complicada,
pues a simple vista no es posible hacerlo, las apariencias se hicieron más
engañosas. Nada más ver caras manejando carros de alta gama o mansiones
habitadas por personajes que en nuestra época podían decretarse como venidas a
menos. Hoy las fisonomías no tienen distingo. Nada más ver las caras de los
honorables congresistas y dejan mucho qué desear, de lejos se les nota. Pero
paro con mi veneno, por el momento.
Y hoy me
hizo pensar qué es la tan cacareada clase media. Aparentemente definida según
una concepción política o por el monto de ingresos o por la capacidad de pago,
pero en últimas sigo sin saber qué lo es. La clase alta la ve uno por los
pedigrís sumados a la riqueza que tienen y la clase baja, la que está por
debajo de la media, por el pueblo paupérrimo, pero que aún sobrevive con todo y
a pesar de todo.
Sin saberlo
en conciencia, siempre me definí clase media porque podía obtener las cosas a
las que no podían acceder las clases inferiores pero que, de cualquier modo, me
impedía tener lo que tenían los que estaban por encima. Y lo obtenido no era
gracias al ingreso, propiamente dicho, sino por estar endeudado para
obtenerlas. En otras palabras, jodido pero contento, mientras se pudiera.
Hoy, aunque
me importa un comino establecerme en el círculo de clase media, no sé bien en
dónde definirme, porque simplemente no le encuentro razón de ser a la
distinción.
Y eso me
lleva a unas reflexiones que leyera de Héctor Abad:
Una de las paradojas más interesantes de la clase media (esto lo
observó Tocqueville) es que esta protesta más cuando progresa que cuando
regresa a formar parte de los pobres. La caída los hunde y deprime; el ascenso
los anima a pedir mucho más. Cuanto más avanza, más miedo tiene de caer, y
cuando el miedo supera a la ilusión, sale a la calle indignada a protestar.
Cuando cae sin remedio, prefiere hacerse a la sombra y lamerse sus heridas en
silencio y en un rincón.
(…) En la calle no está esa clase ya hoy minoritaria, el
proletariado. Los trabajadores de fábrica no pueden salir los martes y los
jueves a marchar, porque los echan. Los proletarios son más víctimas que
protagonistas de las marchas: si no hay transporte público, les toca caminar.
El proletario sufre para pagar el alquiler de la casita; el pequeño burgués,
por las cuotas de la hipoteca y, sobre todo, por el tamaño del apartamento. A
la calle van los que tienen tiempo y plata para el fiambre. Los jóvenes marchan
mientras los padres producen para el pan. Cuanto menos mal esté la clase media,
más gente habrá en la calle.
(…) En las marchas y paros
se pide todo. Es como una fiebre, el síntoma agudo de un malestar que no en
todos es igual. Como dice Albinati, a la clase media no la define lo que tiene,
sino lo que le falta. O, lo que es lo mismo, cada cual siente su propia
carencia: si no pasé a la universidad pública, pido la universidad abierta para
todos; si me endeudé para estudiar en una privada buena, mediocre o pésima,
pido la condonación de la deuda; si soy hija de un empleado en una empresa
minera, defiendo el derecho a la minería responsable; si mis padres son
empleados en una fábrica, exijo que no aumenten la edad de jubilación y
estabilidad laboral pase lo que pase en la fábrica; si se me murió un pariente
por mala atención médica, me concentro en el derecho a la salud. Curiosamente,
se reivindican derechos básicos (vida, agua, educación, salud, vivienda)
exhibiendo derechos suntuarios: protesto por la comida, pero estoy
perfectamente peluqueado en barbería chic y estreno tenis de marca, e incluso
cacerola, para la manifestación.
Bogotá, al ser la ciudad
colombiana con la clase media más numerosa y sólida, es también la ciudad que
concentra la protesta de los jóvenes pequeño burgueses. Ojalá sus protestas
alcancen alguna conquista válida y arranquen privilegios a la alta burguesía,
no solo para ellos, sino para el grueso de la población. Este diagnóstico que
propongo, y que es más bien una hipótesis que una tesis, no pretende ser una
crítica, sino sobre todo una explicación.(1)
Y concuerdo
con Abad, a la clase media no la define lo que tiene sino lo que envidia. Y en
mi caso, lo irónico es que los pobres me ven con desprecio y me dirán con
rabia: ese rico. Y los ricos me mirarán con desprecio y su mirada dirá todo.
Eso pasa por estar en la mitad del sánduiche.
Tomado de Facebook.
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(1) Héctor Abad Faciolince. La rebelión
de la pequeña burguesía. https://www.elespectador.com/opinion/la-rebelion-de-la-pequena-burguesia-columna-899321
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