Querido Niño
Dios:
Así comenzaban las cartas que antaño, cuando
perduraba la inocencia, dirigíamos anualmente al hijo del Creador, naturalmente
con el interés propio que nos inculcaron. Alabar nuestras buenas obras –si no
las había, al menos darle un brochazo de favorabilidad, porque siempre recuerdo
que detrás de toda buena obra, siempre
hay un interés mezquino-.
Lo curioso es que la carta iba de niño a niño,
ahora que lo veo, pareciera que la bondad humana es más aceptada y menos
contaminada, hasta que…
Y si se ve bien, era un resumen de lo bueno que
nos habíamos portado a lo largo de ese año, es decir, un balance de vida,
aunque siendo niños, la verdad es que ese balance no se hacía respecto de un
año sino del mes anterior o aún, en muchos casos, de la semana inmediatamente
pasada a la fecha de la carta; el niño no se educó para considerar mucho tiempo
(por eso será que somos cortoplacistas? Me pregunto ahora). Desde esa edad no
supimos hacer evaluaciones largas y duraderas y menos de nosotros mismos,
porque desde siempre hemos tenido la capacidad de exculparnos cuando no
queremos asumir responsabilidad, manifestar lo únicamente favorable para de esa
manera hacernos acreedores a buenos regalos, por lo buenos que fuimos…
Y el interés mezquino, blanquear las paredes
para mostrar lo mejor de uno y así obtener esa contraprestación esperada, tal
vez no merecida, pero obligada, porque como balance no creo que el debe y el haber hubieran estado tan
balanceado, pero así fueron las cosas.
Pero dejando de lado tanta palabrería –de mi
parte, aclaro-, la carta del Niño Dios como ejercicio de vida es bueno. Evaluar
–con mayor objetividad, si se puede y si se quiere también- todo ese año
recorrido, poder hacer el balance de vida, como dije, anotando el haber, descontando el deber y evaluando si hubo ganancia o
al menos no todo fue pérdida. Y anoto que no hablo de plata, ni de finanzas, ni
de ingresos económicos, ni nada de eso.
Hablo simplemente de evaluación de vida, en
forma debida, de cómo nos fue simplemente ese año, dentro de nosotros mismos
–sin involucrar plata, como dije, ni familia, ni sociedad, ni nada de eso,
simplemente cómo me fue a mí-.
Por eso, la carta al Niño Dios no es una
niñería, es una experiencia que cada cual debería hacer, en el silencio de su
propia soledad, donde el rubor no se notará, ni la vergüenza hará visible
presencia.
Ah! y no pedir, solo agradecer, así se le quita
la mezquindad del balance.
A Dios gracias, este año fue un buen año! Me
merezco el regalo, de vida!
Óleo con espátula en papel. JHB (D.R.A.)
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