En realidad
llevaba varios días en que no importaba cuánto tiempo rezara, ni cuánta fuera
su desesperación: Dios no estaba y le había dejado a solas con su conciencia
vagando de un lugar a otro.(1)
Este mundo está lleno de anónimos y no me
refiero a nosotros, sino a aquellos que por circunstancias de la vida dejan
aflorar lo mejor que puede tener la humanidad, es decir, aquellos que son
humanidad, viven humanidad y sufren también la humanidad.
Todas aquellas personas que de alguna manera
uno diría que hacen patria donde el estado no es capaz de llegar, en veredas o
ciudades, generalmente en lugares apartados, en sitios anónimos como ellos
mismos. Y se las arreglan solos, con su propio esfuerzo, con su propia fe o
fuerza de voluntad, hacen hasta donde es posible hacer.
Son incógnitos que de esa misma manera viven,
sin alharaca, sin pretensión. Nacieron para servir y dentro de su anonimato es
lo que hacen, sin querer ni buscar reconocimiento. A algunos se les aparece la
virgen y logran mucho, más que cuando eran anónimos; el resto, sobreviven por
ellos mismos.
A esos anónimos debería hacérseles el homenaje
anónimo. Y hablo de aquellos que recogen animales abandonados, sin ninguna
pretensión, como dije, simplemente por el sufrimiento que ven en ellos, en su
miseria y tratan de hacerles ver que hay una vida un poco mejor a la que les
tocó vivir hasta ese momento. Otros, aquellos que dan una parte para mejorar
las condiciones de lo que llamamos menos favorecidos, ancianos, niños, enfermos
abandonados a su suerte.
Pensando en el abandono, visto desde la lejanía
de mi comodidad, debe ser muy berraco que la vida ya lo haya castigado a uno
con la miseria y no tener opción, ni siquiera tener opción de vida, como es
debido.
Naturalmente como todo lo humano, existe la
contrapartida de aquellos que explotan la situación y de aquellos otros que
escudados en la compasión hacen el negocio correspondiente. Todos éstos,
siguiendo las leyes divinas o universales, si las hay, espero obtengan su
contrapartida, por miserables, por ser representantes de la miseria humana.
Pero bueno, dejemos a esos a un lado, antes de
que se derrame toda mi mala leche.
Un ejemplo de anónimo, en lejanas tierras,
también olvidadas por Dios, que no solo existen en esta tierra que llamamos
patria, vi un documental de la DW (2) de un tibetano que recoge niños, les educa y les da cariño. Conmueve el alma,
simplemente hace sentir que no siendo uno, al menos hay alguien que sin interés
hace un algo por otro, hace que la vida miserable de otro sea menos miserable,
dándoles una gota de esperanza, a eso se limita el todo, pareciera que es
suficiente, al menos es algo.
Tantos anónimos que ponen su grano de arena en
su paso por este mundo y yo, desde mi comodidad me conduelo, pensando en que en
cada rincón de esta tierra, hay alguien más berraco que yo que pone su grano de
arena y anima al menos a alguien, así sea un animal, un niño, un anciano, un
enfermo que necesita una mano extendida.
Y me sigo diciendo desde mi comodidad, repito,
este mundo es demasiado injusto y Dios, demasiado sordo?
No quería
esperar, sentía la necesidad de escribir esa historia, de comprender por qué Él
había decidido complicarse creando el mundo, porque, por más que le daba
vueltas, no entendía para qué lo hizo, salvo que se aburriera y quisiera jugar
con los hombres lo mismo que sus hermanas jugaban con sus cuentas y muñecas.(3)
Óleo sobre papel. JHB (D.R.A.)
(1) Julia Navarro. La biblia de barro.
(2) http://www.dw.com/es/tashi-y-el-monje/av-41509417. Tashi y el monje. En lo
alto de las montañas del Himalaya indio, un monje budista lucha por
facilitarles una mejor vida a los huérfanos y a los niños carenciados. Lobsang
Phuntsok fundó un orfanato con el poético nombre de "Jardín del amor y la
compasión". La última en ingresar es Tashi, de cinco años. Tashi está
traumatizada y rehúye el contacto con otras personas.
(3) Julia Navarro. La biblia de barro.
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