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Desde el
26 de marzo de 2013, Colombia empezó oficialmente el proceso de ingreso a la
OCDE, lo que implica que para ser aceptados como miembros debemos ajustar
estructuralmente el país según las “recomendaciones” de la organización.
Siguiendo nuestra tradición irreflexiblemente imitativa, nuestro característico
cortoplacismo, nuestro facilismo, nuestra acendrada e inextirpable idea según
la cual debemos buscar soluciones en otros y no en nosotros mismos, sin tomar
en cuenta ni causas ni consecuencias y esperando a que otros nos resuelvan
nuestros propios problemas, nuestros dirigentes —la última generación que aún
preserva una mentalidad decimonónica, apocada y cegada frente al oropel
extranjero— volvieron a caer en el deslumbramiento y en el hechizo del vendedor
de espejos.(1)
Sigo pensando en el limitado provincialismo
colombiano, aunque hay que aclarar que es el mismo latinoamericano, el mismo
occidental, por no extenderlo a todo el mundo. Queremos estar en todos lados,
sin invitación y solo por el prurito de estar ahí. Entonces nos sometemos a
todas las recomendaciones que nos
imponen, si queremos estar en ese club. La historia, si es que sirve para algo
pues estoy pensando que hasta ahora solo sirve para recordar nuestra estupidez,
lo viene repitiendo, una y otra vez. Que el FMI recomendó sin saber que ésto es Colombia; que el Banco Mundial dice y si no se le hace caso no hay
platica; que el BID, que la ONU y el resto de siglas nos imponen, digo,
sugieren tal y cual solución, aún a sabiendas que la solución no era esa y que
en otros países fue un caos no reconocido abiertamente. Pero seguimos como
borregos copiando todo y que el sistema pensional chileno es lo mejor y lo
copiamos, allá ya está a punto de quebrar y aquí aún, a pesar de la evidencia
de los cotizantes defraudados, se insiste en que es mejor acabar la prima
media. Y eso sin mencionar el sistema de salud, de educación, aunque el de la
corrupción si dio resultados, al menos para unos, para los que no han cogido. Y
me pregunto, el experimento no puede hacerse sin necesidad de la copia foránea?
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Hoy en día, el legado de
esa juventud que rompió con todos los esquemas sigue vigente, pero las
fotografías de hoy (que en un futuro ya no serán ninguna reliquia guardada en
un cajón) denotan una diversificación de este grupo social, que si bien es más
libre que nunca, también propende al aislamiento, a la dificultad y al
escurridizo advenimiento de una nueva etapa de nuestra historia. Hoy en día las
fotografías, que se conservan en formatos digitales, que pululan de a millones
en redes sociales, páginas de internet y otros medios de comunicación, nos
hablan de la forma en la que la juventud se ve y se condena irreprochablemente.
Los momentos retratados, usualmente, son insignificantes, repetibles,
alarmantemente cotidianos, como si no hubiera tiempo o recuerdos que conservar.
Las fotografías ya no existen para que algún historiador pequeño, en unas
cuantas décadas, vaya a buscarlas en los escaparates ocultos de la casa, sino
para exhibir, para mostrar lo grandiosa que es nuestra vida a cada momento, a
cada instante que se escapa de nuestras manos para caer pronto olvidado en los
abismos digitales del tiempo.(2)
Con este
artículo me pregunto: será que la humanidad tendrá futuro? Aunque algo me hace
preguntar: será que esa misma pregunta se hicieron nuestros ancestros? Y
estuvimos a la altura?
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Y para completar:
Años atrás decíamos: nadie es tan feo como en la cédula. Que
levante la mano quien no se avergüence de aquella foto en holograma que lo
muestra a uno como un criminal malencarado o un bobo de ocasión. Mostrar la
cédula como forma de tortura. Pero las cosas han cambiado.
Ya no es necesario ocultar la identificación para
mantener la autoestima en niveles aceptables. Ahora solo falta inventar una
vida paralela. El economista Seth Stephens-Davodowitz, autor del libro “Todos
mienten: Big data, New data y lo que Internet puede decirnos acerca de quienes
somos realmente”, escribió una columna en el New York Times titulada Que las
vidas perfectas de Facebook no te depriman. Empezaba con la máxima más
importante de nuestro tiempo: las redes sociales nos están deprimiendo. Luego
explicaba lo que todos sabemos pero convenientemente ignoramos; a saber, los
otros no pueden ser tan exitosos, ricos, atractivos, relajados, intelectuales o
felices como parecen serlo en Facebook. Sin embargo, no podemos evitar comparar
nuestra vida interior con las vidas maquilladas, muy maquilladas, de nuestros
amigos. Dicho sea de paso, ¿amigos?, ¿cuántos amigos tiene uno realmente?,
¿tantos como en Facebook? (…) En Facebook empezó contándose una vida de
ensueño, de libro de fantasía en el que todo era perfecto. Y hemos derivado en
una narración patética de cada miseria que nos pasa en la vida. Ya no es suficiente
mostrarnos siempre felices, perfectos y tranquilos, ahora hay que generar
lástima y pesar. No me sorprendería si, con tal de generar reacciones sobre
nuestras vidas, también estemos inventando dramas y exagerando tristezas.
Contar para darse lástima. Buscar “me gusta” para quererse.(3)
No teníamos
en nuestra época ni remota idea de la posibilidad que pudieran existir las
redes sociales y entonces la pregunta se trastocó, cómo hicimos para sobrevivir
con lo feos que éramos, aún a pesar de la foto de la cédula? Y nuestras vidas
pasaban desapercibidas, tal vez porque las cosas feas no se compartían,
comíamos callados y el deseo de la aceptación social no hacía tan evidente como
el deseo de actual de encontrar aceptación a través de la lástima y pesar, me digo para mis adentros.
Óleo sobre papel. JHB (D.R.A.)
(1) Julián López de Mesa Samudio. El lado oscuro de la
OCDE (I).
http://www.elespectador.com/opinion/el-lado-oscuro-de-la-ocde-i-columna-705026
(2) Valentina Coccia. Breve historia fotográfica
de la juventud.
http://www.elespectador.com/opinion/breve-historia-fotografica-de-la-juventud-columna-696544
(3) Jorge Eduardo Espinosa. Facebook, Wikis
y la miseria. http://www.elespectador.com/opinion/facebook-wikis-y-la-miseria-columna-696873
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