viernes, 1 de diciembre de 2017

NUTRIÉNDONOS DE MITOS



Un mito (del griego μῦθος, mythos, «relato», «cuento») es un relato tradicional que se refiere a acontecimientos prodigiosos, protagonizados por seres sobrenaturales o extraordinarios, tales como dioses, semidioses, héroes, monstruos o personajes fantásticos, los cuales buscan dar una explicación a un hecho o un fenómeno.

La conversión de la palabra de su sentido original al que adquiere con el tiempo es notoria en algunas ocasiones. Por ejemplo mito. Siempre que se mencionaba en mi lejana juventud hacía referencia a los mitos griegos y latinos (gigantes y titanes, por ejemplo). Hoy, preguntar a alguien menos viejo que yo sobre tales mitos hace que la respuesta sea otra y si se les trata de explicar lo que eran gigantes y titanes, terminan mirándole a uno con cara de otro planeta.

Pero debemos acomodarnos al paso de los tiempos y hoy el mito ya es otra cosa. Y hago referencia, particularmente a dos posibilidades: una, la del mito en la ciencia (a pesar de ser propio de la historia), al cual llegué al ver un programa de la DW(1), en el que lo que creía, al menos yo, como una verdad era realmente una verdad no comprobada, por no decir una mentira o una verdad desmitificada.

Que la espinaca contiene puro hierro y es el alimento por excelencia que da fuerzas y se convirtió en sinónimo de Popeye (y de fuerza); que el vino es bueno para evitar las gripas y que la vitamina C ingerida cuando empieza también, después ya no; que leer con poca luz daña los ojos, (solo los fatiga); que el uso de celulares y tabletas en un avión lo afectan y pueden hacer que falle (parece que para nada, que es un mito que surgió como todos los demás, porque alguien lo dijo por decirlo sin soporte); que la música efecto Mozart resultó que es teoría de una moda sin sustento; que los bebés no deben llorar en exceso… (por el contrario, dicen que debe dejárseles llorar todo lo que quieran porque eso fortalece los pulmones). Y entre periodistas y mercadeo resultan culpables de muchos mitos.

El conocimiento es un proceso continuo. Lo que ayer tenía validez, hoy es probable que la ciencia lo rebata. Pero ¿cómo es posible que se perpetúen mitos hasta en la ciencia? ¿Por qué no se logran sustituir sin más viejos conocimientos por nuevos? Desde errores metodológicos hasta manipulación, todo es posible. Nuevos mitos surgen no solo a pesar de la ciencia, sino incluso gracias a ella.
Por ejemplo, la desintoxicación: un mito en pleno auge. La desintoxicación del cuerpo se basa en una concepción de médicos de comienzos del siglo XX. No obstante, los médicos modernos consideran que los tratamientos para eliminar las impurezas supuestamente acumuladas en el organismo es una tontería. ¿Por qué no logran los expertos investigadores destruir el mito de la desintoxicación que carece de toda base científica? La Dra. Lilian Krist, epidemióloga del hospital Charité de Berlín, manifiesta: «La gente quiere creer en algo. Hoy, las grandes promociones de dietas alimentarias y tendencias que marcan estilos de vida se han convertido para muchos en el sustituto de la religión.». Nuevos estudios suelen aportar más interrogantes que respuestas concluyentes. Los datos dan rienda suelta, por tanto, a la interpretación o incluso a malinterpretaciones intencionadas. Lo que sucede es que una información errónea almacenada alguna vez en nuestro cerebro difícilmente se borra. El psicólogo cognitivo Ullrich Ecker ha constatado en muchos experimentos realizados al respecto que en mitos ya instalados, en los que las personas creen desde generaciones, actúan grandes fuerzas inerciales. Hasta se puede identificar un efecto bumerán: cuánto más se intenta destruir un mito, tanto más firmemente se afianza en las personas.

Y eso refiriéndose a la ciencia. Qué podemos decir de los mitos urbanos? Nacidos igualmente porque fue dicho por alguien (importante, naturalmente y en lo posible hay que afirmar, no importa la verdad, que lo dijo un estudio de alguna universidad afamada y así se le da mayor credibilidad al chisme). En este momento, tal como me acontece últimamente, para citar un caso de mito urbano, se me han borrado y claro, a mayor esfuerzo de recordación, mayor olvido para traer al presente. En esto me disculparán. Aunque viéndolo bien, cualquier afirmación –positiva o negativa, que la hay- que se oiga en conversación ajena lleva a ser opinión multiplicada, así sea nacida del chisme y termina como un mito urbano que todo el mundo afirma con la seguridad más arraigada que auto de fe y sin el menor asomo de haber sido corroborada. Aunque hoy, casi todos los mitos urbanos que uno termina oyendo son meros chismes o resultados de éstos.

Antes se podía decir que los mitos pululaban en el pueblo, al ser ignorante y semianalfabeto en el mejor de los casos. Hoy ya es generalizado, tal vez debido también al exceso de información que tenemos que no da tiempo para la verificación sobre su realidad. Por eso cualquier chisme nacido en red social, multiplicado como locos desconocedores, terminan en realidades que no se ajustan ni siquiera al concepto de mito, en ninguna de sus variedades, salvo en la urbana, que esa, para ignorante es bastante consolidada y yo he caído unas cuantas veces y creo que seguiré cayendo, por bobo, por qué más sería?

Por eso hay que tener cuidado, el mito nace del chisme y de la desinformación. Curiosamente en un televenta en que caí, aparece un vendedor de ilusiones, una especie de curandero, creo que llanero, hablándole al pueblo con una seguridad y convencimiento sobre sus poderes y usando y abusando de términos que creo que ni conocía pero que le venían como anillo al dedo, para darle mayor seriedad a su propuesta de lavativas, amarres y demás y que le concedía un aire esotérico al usar términos como el karma, mantras, auras y demás revelaciones divinas. Y me preguntaba sobre esta publicidad, cómo en pleno siglo XXI se conseguía marrano como si estuviéramos en los inicios del siglo pasado? Pero para todo hay marrano y entre mitos, leyendas y chismes, hay para todos.


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