miércoles, 30 de diciembre de 2020

PROMESAS

             Ya fin de año y las promesas connaturales para la fecha, sabiendo sinceramente que no se van a cumplir, que teniendo la intención el final casi siempre no es el esperado y que, como sea, es ya una tradición impuesta por la costumbre, nada más.

 

            Y eso me llevó a pensar en una frase oída por ahí: Cuál es tu objetivo en la vida. Y me vinieron muchas preguntas filosóficas como De dónde vienes, para dónde vas? Qué esperas de la vida? Qué vas a ser dentro de diez años? Visualízate. Y así puedo llenar páginas con frases populares, ajenas y, que si se me permite, carentes de objetividad y razón, al menos lógica. Los siquiatras pensarán otra cosa, pero allá ellos.

 

            Esas preguntas siempre me han incomodado, en cuanto me las haga un prójimo y más cuando se trataban de test para ingreso a la vida laboral. Además así vistas, son preguntas traicioneras, que dejadas en la libertad de la interpretación lo dejan a uno como un pesimista horrible o como un egocéntrico indeseado. En cualquier caso uno pierde.

 

            Todas preguntas filosóficas que los demás esperan que uno conteste como si fuera un profundo filósofo.

 

            Es cierto que cuando era yo quien las hacía en viva voz, quienes me conocían ya tenían la respuesta (adecuada?) a flor de labio: Deje sus maricadas. Otra vez con sus güevonadas? Eso cuando me daba por las dudas existencialistas, al no encontrar razón para una vivencia, porque creía que había algo más y necesitaba encontrar respuestas. Ya dejé la güevonada, naturalmente, ya filosofo para mí mismo, así evito el rubor social.

 

            Si de joven no sabía cuál era el objetivo de mi vida, hoy mucho menos. Si antes no sabía qué esperar de la vida, hoy sesenta años después, mucho menos. Ni siquiera me puedo visualizar en un ataúd, que es el destino que ya me espera (y lo digo sin rechazo ni rencor, así es la vida).

 

            Y qué decir de la otra frase vergonzante: qué esperas de la vida. Ahí sí uno se puede ruborizar con toda franqueza: NPI se decía cuando uno no quería pasar por mal hablado y que naturalmente traducía: ni puta idea! Y hoy, sesenta y pico de años después el NPI es mi RIP (ahora que las siglas están tan de moda) y sigo sin tener ni la más mínima puta idea.

 

            Hoy, sin rubor ni vergüenza puedo afirmar ante tales preguntas (qué espera de la vida, cómo te visualizas dentro de diez años, cuál es el objetivo de su vida, de dónde vienes y para dónde vas, por qué estamos aquí, Dios tiene muchas cosas buenas para ti, viniste a este mundo por algo, para hacer cosas importantes… y no sigo con ellas), digo que ante tales preguntas y muchas más, hoy ya me tienen sin cuidado al encontrar que no hay respuestas, si las hay, son respuestas ajenas, producto de la historia ajena. No cambié el mundo, ni nunca pude hacerlo; no hice cosas importantes, aunque tampoco pretendí hacerlas y por todo ello, encontré que resulta desgastante ponerse a pensar en maricadas, de allí que algunas de mis amistades podían tener razón cuando me lo recalcaban. Y eso que mi NPI mayor es no saber qué pasa después de que muera.

 

            Por eso, por experiencia de vida, veo que no vale la pena ponerse a pensar en maricadas filosóficas, porque no hay respuestas verdaderas y que lo único que queda es que a uno le toca vivir la vida que tiene y disfrutar el cada día, pues la incertidumbre es mayor cada día que pasa.

       

        Y por todo eso, no más promesas, brindar simplemente por el día que se está viviendo, es lo único que se puede hacer y se goza más, si no se piensa en maricadas (como solía hacerlo).

 

¿Cómo puede alguien vivir toda la vida en un mismo lugar sin dejar ningún rastro? No puede ser: es imposible.[1]

 

Tomado de Google

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[1] Donna Leon. El huevo de oro.

lunes, 28 de diciembre de 2020

HASTA DÓNDE PODEMOS LLEGAR?

            Empecé a ver una serie checa en donde la hija de un policía mata, aparentemente en defensa propia, a un honorable juez que la quería violar y el papá hace lo posible por deshacerse del cadáver y exculpar a la hija. Luego veo un titular de prensa[1] que anuncia de un pasajero que le pegó un tiro a un taxista por cobro abusivo, supongo. Y recordé todos los desafueros que han sido noticia, mas las series policiacas vistas y hasta los crímenes perfectos.

 

            Entonces me pregunté hasta dónde es capaz uno de llegar, sea en un acto de violencia, de extrema ira, de legítima defensa, de protección o de simple deseo. En mi caso, me he visto en casos de extrema piedra, en los cuales me hubiera gustado patear y hasta destrozar a ese otro, motivo de ira. En otros, me he limitado a pensar o a enviar literalmente a la mierda a ese otro, motivo de mi ira. Supongo que en algún otro caso me hubiera gustado descuartizar a ese prójimo, motivo de mi ira.

 

            Hoy me pregunto qué me impidió  patear o matar a ese otro, que –según mi versión- fue objeto del deseo. Y no me he podido contestar. Naturalmente llegaron a mi cabeza las excusas pertinentes. Aquello de la moral enseñada, de los principios, del respeto y todo eso, pero ninguna de ellas me satisface, porque realmente me gustaría saber qué impidió que algo así sucediera. Miedo. Oigo que un susurro en mi cabeza lo dice. Miedo? Sería el miedo lo que impidió que actuara de alguna de esas maneras? Supongo que esa puede ser la verdadera respuesta o por lo menos la más aproximada… (cobardía) escucho nuevamente en susurro. Puede ser. Pero son misterios que me tocarán resolver si algún día llego a manos de un siquiatra.

 

            De lo que sí estoy seguro es el placer que se desprende, ante una lucha perdida, de poder gritar a pulmón herido un hijodeputaaaaa! viendo como se aleja el objeto motivo de ira. Dicen que la ira es mala consejera, así es, pero la ceguera que produce es directamente proporcional al placer de la adrenalina que se produce y que le deja a uno la sensación de haber vencido.

 

            Pero sigo preguntándome qué le impide a uno matar al prójimo? (cuando se lo merece, claro está!) –sarcástico, que estoy-.

 

… y, como muchos de los naturales de esa isla, parecía convencido de que la grosería es tan esencial para el habla como lo es el aire para la respiración[2].


Tomado de Google
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[1] https://www.elespectador.com/noticias/bogota/por-el-cobro-de-la-carrera-pasajero-le-disparo-a-un-taxista-en-bogota/

[2] Donna Leon. Amigos en las altas esferas

miércoles, 23 de diciembre de 2020

OTRO 24 DE DICIEMBRE

             Este es muy particular. Casi un año en encierro, unas festividades decembrinas que ni siquiera se han notado, novenas que ya no se ven, ventanas festivas que se han ido evaporando, sensación de diciembre evaporada.

 

            En mi caso son 65 diciembres, entrado en lo que ya llaman seriamente el adulto mayor, ahora difamado con aquello de estar ya en población vulnerable.

 

            Me pregunto cuándo pasaron. Fue imperceptible el paso, silencioso, sin hacerse notar, solo delatables por la multitud de canas y de arrugas. Me pregunto cuándo empecé a caminar más lentamente, a agacharme a recoger algo en tres tiempos, a cansarme más rápidamente, a volverme crítico como aquellos viejitos que en mi juventud veía tan criticones. Sin mencionar, claro está, la necesidad del pastillaje de viejitos, es decir las pepas del colesterol, de triglicéridos, para las agrieras, para el corazón, con sus sagradas horas de medicación.

 

            Cuándo pasaron esos años? Porque pasaron sin avisarme, sin prepararme para ese mañana que ya es hoy y de ese ayer juvenil ya no tengo recuerdos frescos, todos están amañados y acomodados, tal vez para… qué voy a saber yo, porqué se disfrazaron lo que debía mantenerse como recuerdo puro. Son muchos años, lo sé. Ya transité en cada época lo que debía caminar, bien o mal, pero son mis pasos, hoy distorsionados con el ayer, lo reconozco. Sólo las fotos, de seres hoy irreconocibles, son los auténticos testigos de cada paso dado, nadie más, porque aún los que en algún momento me conocieron sólo tienen un recuerdo borroso de lo que fui en ese momento.

 

            Pensamientos deprimentes? No, solo recuerdos surgidos por la edad, porque, como sea, la vida me ha tratado muy bien, en eso estoy agradecido. Son meros momentos de reflexión. Para recordarme, tal vez, dentro de diez años que pasaron esos años, lentamente y tampoco me di cuenta de su paso.

 

            A esta edad ya no hay lugar a lamentaciones, por eso dejo de escribir cartas al Niño Dios porque es poco lo que podría pedir, mucho por agradecer y los cielos solo están para los pedidos, solo a ellos se acude en esos momentos, espero que no sea mi caso, pues en tal situación, bastaría con decir que ya cumplí, que es hora.

 

            Como sea, del hiperactivo de ayer, poco queda; para ese atravesado que fui, quién sabe cuánto quede; del iluso juvenil, la vida me enseñó a aceptar lo que va viniendo. Y no crean que está escribiendo un depresivo, nada de eso, la idea no era esa, solo quería plasmar una vida, corriente, como la de cualquiera, pasando desapercibida, silenciosa, sin hacerse notar, pero reflejada en el espejo, el cual, en cualquier caso, no miente, así se quiera ocultar ante unos ojos reflejados.

 

            Ya veremos lo que nos depara el mañana, siempre que se cierre este ciclo de encierro, que según veo, nos tomará un año más, espero que seamos libres en la próxima navidad.

—Supongo que porque me gusta el pasado —dijo—. Leer sobre otros tiempos nos enseña que, en realidad, a pesar de que han pasado siglos desde entonces, no hemos cambiado tanto. [1]

Foto JHB (D.R.A.)


[1] Donna Leon. Muerte entre líneas.

viernes, 18 de diciembre de 2020

TIENES UN PROBLEMA

             Así titula un artículo Adolfo Zableh[1], al hablar sobre los fanáticos provida, pero que a la larga se aplica a todos los fanáticos que defienden una causa (generalmente sin profundidad ni conocimiento sino por el defender por defender, sea religiosa, política, social o de lo que se les ocurra y hasta puede predicarse del fanático que pelea contra el fanatismo).

             En efecto, se tiene un problema y es mental, contagioso y sin razón. Se sigue la causa o a la persona que lo impulsa porque sí, porque les gustó la retórica, porque simplemente llevan la contraria.

             Y es allí donde se cierran a la banda, donde no permiten ninguna opinión que les sea contraria o que insinúe otros caminos. Y eso pasa porque a la larga no les importa la vida, lo que les importa es tener el control, imponer sus reglas y que nada ni nadie se salga de ellas, solo eso puede darles paz mental. Ven que alguien vive o ama diferente, y se vuelven locos y toman el hecho como una ofensa personal. Lo vital no es que los demás florezcan y progresen, sino que sus estándares no los incomoden, porque para ellos la idea de cuidar a la gente no es educarla, darle las herramientas para que sea autosuficiente y asistirla solo en casos en los cuales necesite ayuda, sino meterse en todo lo que hace y darle lecciones sobre cómo debe asumir su existencia. Señala el articulista.

             Y, encima, hablan por todos, declarando olímpicamente que Colombia es así, porque para generalizar sí que somos buenos, es argumento que se usa precisamente para no sentirnos solos y no solo los fanáticos, también nosotros los demás, porque no hay mejor argumento que hablar de todos, sin serlo; es el mismo argumento que esgrimimos cuando no tenemos argumento y señalamos que así lo dice un estudio de Harvard, porque es la que mueve el mundo, con su verdad (vaya a saber uno realmente cuándo la tiene, pero el argumento convence).

             El fanatismo, en cualquier vertiente en realidad es gasolina pura si se sabe manejar.

 

… ansioso por enfrascarse en un libro que no contuviera ni un ápice de sentimentalismo —sólo auténtica miseria humana—.[2]

 

 


Tomado de Google

https://memegenerator.net/instance/54285044



[1] https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/adolfo-zableh-duran/tienes-un-problema-adolfo-zableh-duran-542560. Todas las citas son de este artículo.

[2] Donna Leon. La palabra se hizo carne.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

MI VIDA DEBERÍA SER DIFERENTE?

              Leyendo a Adolfo Zableh[1], él formulaba la pregunta que me hago en forma afirmativa (es decir, no formulaba un interrogante sino que afirmaba, debo aclarar), lo que da a una misma frase, diferente significación y todo por una simple interrogación. En mi caso, un interrogante que siempre me ha acompañado, el eterno que hubiera pasado si

 

            Naturalmente la pregunta se va desvaneciendo con el paso de los años, cuando éstos se van desgastando, cuando es la edad la que va avanzando, inexorable, fatídica. Y va perdiendo sustancia, tal vez ante la certeza de que ya no es posible dar vuelta a la hoja o precisamente porque la hoja dio vuelta, sin darnos cuenta, sin tenernos en cuenta.

 

            Aunque la pregunta también puede tener dos significantes contrarios, el del ayer o el del mañana (el de hoy no, porque estamos acostumbrados a que las decisiones difíciles se dejan para mañana, al estar apoltronados evadiendo el tema, unos lo llaman procrastinar, otros pereza).

 

            Es así como el del ayer, mi vida debió ser diferente, ya no tiene vuelta de hoja, porque lo que ya pasó es lo que soy hoy, bien o mal, aunque en mi caso más bien que mal, me ha traído hasta acá próximo a convertirme en mayor adulto (o viejo si lo prefieren para mayor precisión, así contradiga el eterno dicho de mi mamá, de que la juventud se lleva en el alma o, para otros, que vieja es la cédula).

 

            Y la otra, mi vida debería ser diferente, con dejo de suficiencia, de anhelo del mañana, es otra cosa. Si ayer no fui capaz de cambiar mi vida, ahora, diría cualquiera, con qué ganas? La edad, es cierto, lleva a cambios de estilo de vida, cuando la despreocupación del pensionado se centra en hacer pequeños cambios de vida, para mejorarla, si es posible. Pero con todo, el cerebro, esa loca de la casa hace su tarea y desvía con mayor razón las decisiones, las evita o las reformula con su pesimismo habitual. Como decía el articulista mencionado: Mi cerebro es una cosa retorcida que lo único que hace es perjudicarme, como si en vez de mi motor fuera mi freno. Y tal vez por ello Me la he pasado sentado a la espera de que las cosas pasen solas.

 

 

Ya sea por la puerta grande o por la de salida de emergencia, mi vida se acerca a su fin y no hago nada por mejorarla, cada momento de ella es una oportunidad perdida.[2]

De Google

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[1] Adolfo Zableh Durán. Por un pollo asado. https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/adolfo-zableh-duran/por-un-pollo-asado-columna-de-adolfo-zableh-duran-545007

[2] Las citas son del mismo articulista citado inicialmente.

lunes, 14 de diciembre de 2020

NO HAY DERECHO

             A pesar de la evolución de los tiempos y con ellos la del derecho, parece que vamos en sentido contrario, como si la idea fuera llegar a la era de bárbaras naciones, en que se impone el que tenga el mayor garrote o el más tramposo, a eso se reduce la justicia actual y así mismo el derecho.

             Hubo una época, no de muy lejana recordación en que las decisiones se cumplían, a pesar de todo; hubo un tiempo en que los recursos eran claros, por aquello del derecho al pataleo. Pero agotadas todas las instancias, bien o mal, el que perdía, perdía y el que ganaba refregaba la sentencia al perdedor. Pero era claro y se cumplía.

             Hoy. Hoy ya no le encuentro razón de ser a todo este despelote, a pesar de que al evaluar riesgos, hay uno que es riesgo país que va acompasado con el riesgo jurídico. Es decir, tener la certeza de que lo que se pactaba se cumplía –pacta sunt servanda, según se decía o, en otras palabras, lo pactado se cumplía o, en términos menos académicos, la palabra valía-. Hoy, lo pactado, firmado, sellado y con bendición apostólica está sujeto a toda interpretación, mala interpretación y hasta mico encerrado, a pesar de que se piense que quedó suficientemente claro para que impida la leguleyada de último momento.

             Existía el recurso de pataleo o de reposición –aunque es cierto que desde tiempos inmemoriales se sabía que quien decidía en tal instancia no revocaba su propia decisión, al no querer reconocer su propio error-. Seguía el de apelación que buscaba que el de arriba –no Dios, que también se equivoca-, sino el superior, al que se le hacía notar en pocas palabras las burradas del inferior, si las había-. Luego se inventaron otros recursos –que decían que eran pero que no eran propiamente recursos, cosa que nunca entendí- pero que tenían los mismos fines. Ya con eso y agotado todo trámite quedaba resuelto el asunto –sin desconocer naturalmente que en todos los tiempos la justicia no es tan ciega como lo dicen-.

             Hoy, al nacer la tutela, se duplicaron y hasta triplicaron los recursos por esa vía –lo que no tiene sentido, salvo burradas judiciales evidentes-, con lo cual se abrió la puerta a demandar porque sí, porque no; a contrademandar; a no acatar la sentencia porque no me conviene o solo por joder al vecino que me demandó. Y así hasta la eternidad.

             Y para completar ese tétrico panorama, se inventaron las instancias internacionales, abiertas para cuando no se ha ganado por ningún lado en el territorio patrio, o porque los jueces no los quieren, o cuando se sienten perseguidos por cualquier fantasma de odio –como el caso de Petro-, o simplemente para demostrar que en el país no hay justicia –lo cual es hasta cierto punto cierto, por la podredumbre que hay que deslizar para obtener lo que es de uno. Me recuerda a Ulpiano que definió en palabras sencillas lo que debería ser el derecho: dar a cada cual lo que es suyo. Así de simple es, era y será si no se hubiera corrompido, con el paso de los siglos, el que administra justicia.

             Y todo lo anterior me vino a cuento por un artículo de El Tiempo[1] que tuvo esa curiosidad en algunos asuntos puntuales y por encima mencionó nueve organismos internacionales, sin contar ONG y otros asuntos que, en virtud de tratados, parece que podríamos quintuplicar o centuplicar el panorama, lo que le permitió concluir Total, nos la pasamos siendo estudiados, evaluados, examinados, medidos, en una palabra, vigilados, por entidades internacionales de toda raigambre, equilibrados los menos, e ideologizados y hasta sesgados los más.

             Para no alargar el cuento, el derecho va involucionando, en vez de ir perfeccionándose, sin aprender de los juristas griegos y romanos –hablando de hace más de dos mil años- ni de los grandes pensadores del derecho que se dieron en los dos últimos siglos, para concluir que hoy, la palabra no vale nada y que cualquier definición del derecho es solo eso, como juramento de bandera, escrita pero sin valor, porque el valor agregado está dado por los jueces –hoy operadores judiciales (estupideces que se inventan)- que no son precisamente los más honorables, por abogados especializados y hasta doctorados en leguleyadas, gente viva contra el pobre hombre que puede tener el derecho pero que se ve vencido por el sistema.

             Por eso no confío en la justicia, prefiero perder de antemano que morir en el intento de demostrar cualquiera de mis derechos.

             He dicho! 

Ya sabe que a la gente no le gusta relacionarse con nosotros.

Hizo una pausa con la mirada perdida detrás del commissario, como si observase algo escrito en la pared.

—Bueno, no sólo con nosotros; con el Estado en general —continuó ella con vacilación, como si necesitase decirlo en voz alta para comprenderlo—. Se ha incumplido el contrato entre nosotros y el Estado, se ha roto. Pero nadie quiere anunciarlo públicamente. Sabemos que no continúa vigente, y ellos saben que nosotros lo sabemos. Pero no les importa lo que queramos, no les interesa lo que nos pase ni lo que queramos. —Entonces lo miró, se encogió de hombros y sonrió—. Y no podemos hacer nada[2].

Tomado de Google 

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[1] María Isabel Rueda. Vigilados! https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/maria-isabel-rueda/vigilados-columna-de-maria-isabel-rueda-554475

[2] Donna Leon. La tentación del perdón.

viernes, 11 de diciembre de 2020

EN DÓNDE QUEDARON LOS DOMINGOS

             En un domingo me asaltó la pregunta. En dónde está el domingo ahora que estamos en pandemia?

 

            Porque el domingo era domingo, no se necesitaba saber que era domingo, porque ese día tenía su personalidad propia. Era domingo, simplemente lo era y todos lo sabían, hasta la naturaleza expresaba que era ese día especial, siempre de descanso, sin importar que fuera soleado o amaneciera grisoso. Era tal vez el único día que tenía personalidad propia y única. Y hasta se celebraba con las mejores pintas. Eran otras épocas.

 

            En el aire se respiraba el domingo. El de antaño. Poco importaba que fuera el de la niñez, el de la juventud, el de la adultez o el de hoy, de la mayor adultez. Siempre tuvo su personalidad, una muy particular, difícil de definir, de describir, solo se sentía y su presencia no requería que le recordaran que era domingo.

 

            Y a pesar de la personalidad del viernes, del lunes o del sábado, el domingo tenía su propia personalidad que, de alguna manera, abrazaba el espíritu y cobijaba el ser de todo aquél que le rodeaba y que le recordaba. Ese día se hacían cosas que solo se hacían en domingo, por eso tenía su propia personalidad. Aunque al ir terminando el domingo la magia de domingo se iba evaporando, al ir desvaneciéndose entraba la angustia del lunes, otro día particular pero que se confundía con el martes o el miércoles, o cualquier otro. Por eso el domingo era tan especial. Tenía hasta su vestuario propio, el propio de domingo.

 

            Pero hoy, con el encierro de pandemia, el domingo fue perdiendo su personalidad, se fue evaporando para quedar solo en el recuerdo y se convirtió en uno más de la semana, al pasar los días y los días de pandemia, donde ya no se distinguen los días, pues todos ellos van pareciéndose a los demás, como cualquier día de la semana, en medio de la indiferencia, pueden ser todos lunes, miércoles y ahora, domingos, y ya el domingo no sabe a domingo, se despersonalizó y el encanto se esfumó.

 

            El viejo domingo solo quedó en el recuerdo. Será que en el futuro vuelva a adquirir su personalidad?

 

Las personas continuaban siendo las mismas, pero empezaban a desaparecer.[1]

Tomado de Google
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[1] Donna Leon. En el nombre del hijo.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

PÓLVORA

             Un ejemplo más de lo que es tener tantas leyes que prohíben pero que no se cumplen. Naturalmente no las cumplen los irresponsables, los que se sienten superiores a las leyes, lo que es lamentable. Pero lo que es más lamentable es que ni la policía ni el resto de autoridades tampoco la hacen cumplir, a pesar de la evidencia de que se está irrespetando la ley (a pesar de la sordera natural de la policía y de la autoridad). Siendo así, para qué carajos hicieron de la prohibición de la pólvora una ley? Y después todos ellos se quejan de los quemados, sabiendo que para evitarlos bastaba con hacer cumplir la ley, darles un escarmiento y santo remedio. Simplemente aplicar la ley.

 

            Entonces sigo preguntándome, para qué carajos la ley si no es para cumplirla y hacerla cumplir? En el inicio de las fiestas decembrinas –en la noche del 7 de diciembre- hubo pólvora como si fuera el juicio final o el 31 de diciembre y fue hasta altas horas de la noche.

 

            Pero sordos ante la prohibición, de los tarados que la usan y sordos los policías (porque solo tienen oídos cuando les conviene o cuando los gritan). Qué más se puede esperar de este país de leyes?

 

            Si yo hubiera sido litigante de los malos que piensan que ante todo está defender(se) al estilo de Abelardito, de Granados o Lombanas (o más malo de lo que mis pensamientos pueden), se me ocurrió que estando dentro de la ley uno puede defenderse en caso de que la queja moleste a la policía. Se me ocurrió que en noche de pólvora, todos aquellos que mandan cadenitas de bendiciones, saturaran las redes de la policía, de la alcaldía, llamaran al unísono a los teléfonos de urgencias denunciando la pólvora, una y otra vez, hasta que al menos se agotaran de recibir tanta llamada, para ellos molestia. Por experiencia tales llamadas no hacen efecto y la policía termina amenazándolo a uno, pero no pueden, porque uno obra como buen ciudadano, que al conocer una ilicitud la denuncia y eso es ser buen ciudadano y ellos, como buena autoridad que deberían ser, deberían atender el llamado y evitar la pólvora. (Aunque sé que en este país todo es posible o imposible, según se vea).

 

            Como ven, mi mala leche sale automáticamente (me digo que afortunadamente no fui abogado litigante, porque de haberlo sido estaría a la altura de los citados o un poco más allá, porque basta con que se me vuele y soy más malo que Caín). Y como los citados, me ocultaré en el derecho de los buenos ciudadanos, preocupados por que se cumplan las leyes (¡?).

 

            Solo si la policía cumpliera con su deber (que es mucho pedir en estos tiempos) y clavara unos cuantos (a los que me gustaría ver quemados), ofrecieran recompensa (que por la plata baila el perro), otro gallo cantaría pero supongo que estaríamos en el Edén y eso es mucho pedir (para la policía de este país).

 

            Fue un simple sueño que tuve (y supongo que por la incitación propuesta no me pueden clavar por soñar, o sí?). Pero nadie sabe la tortura que sufren los animales cuando están sometidos a ese estrés.

—Que los inocentes estén protegidos. Eso es lo que las leyes deben hacer.[1]

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[1] Donna Leon. La tentación del perdón.

(2) Tomada de https://www.elespectador.com/noticias/actualidad/las-mascotas-tambien-son-victimas-de-la-polvora/?fbclid=IwAR3bLazR5DhxbLlU4sbyRCG6d1t9nYJD3IjMAbAdzwBwC_G3fZXbFR7Jv30