En un domingo me asaltó la pregunta. En dónde está el domingo ahora que estamos en pandemia?
Porque
el domingo era domingo, no se necesitaba saber que era domingo, porque ese día
tenía su personalidad propia. Era domingo, simplemente lo era y todos lo
sabían, hasta la naturaleza expresaba que era ese día especial, siempre de
descanso, sin importar que fuera soleado o amaneciera grisoso. Era tal vez el
único día que tenía personalidad propia y única. Y hasta se celebraba con las
mejores pintas. Eran otras épocas.
En el
aire se respiraba el domingo. El de antaño. Poco importaba que fuera el de la
niñez, el de la juventud, el de la adultez o el de hoy, de la mayor adultez.
Siempre tuvo su personalidad, una muy particular, difícil de definir, de
describir, solo se sentía y su presencia no requería que le recordaran que era
domingo.
Y a
pesar de la personalidad del viernes, del lunes o del sábado, el domingo tenía
su propia personalidad que, de alguna manera, abrazaba el espíritu y cobijaba
el ser de todo aquél que le rodeaba y que le recordaba. Ese día se hacían cosas
que solo se hacían en domingo, por eso tenía su propia personalidad. Aunque al
ir terminando el domingo la magia de domingo se iba evaporando, al ir
desvaneciéndose entraba la angustia del lunes, otro día particular pero que se
confundía con el martes o el miércoles, o cualquier otro. Por eso el domingo
era tan especial. Tenía hasta su vestuario propio, el propio de domingo.
Pero
hoy, con el encierro de pandemia, el domingo fue perdiendo su personalidad, se
fue evaporando para quedar solo en el recuerdo y se convirtió en uno más de la
semana, al pasar los días y los días de pandemia, donde ya no se distinguen los
días, pues todos ellos van pareciéndose a los demás, como cualquier día de la
semana, en medio de la indiferencia, pueden ser todos lunes, miércoles y ahora,
domingos, y ya el domingo no sabe a domingo, se despersonalizó y el encanto se
esfumó.
El
viejo domingo solo quedó en el recuerdo. Será que en el futuro vuelva a
adquirir su personalidad?
Las personas continuaban siendo las mismas,
pero empezaban a desaparecer.[1]
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