Naturalmente
la pregunta se va desvaneciendo con el paso de los años, cuando éstos se van
desgastando, cuando es la edad la que va avanzando, inexorable, fatídica. Y va
perdiendo sustancia, tal vez ante la certeza de que ya no es posible dar vuelta
a la hoja o precisamente porque la hoja dio vuelta, sin darnos cuenta, sin tenernos
en cuenta.
Aunque
la pregunta también puede tener dos significantes contrarios, el del ayer o el
del mañana (el de hoy no, porque estamos acostumbrados a que las decisiones
difíciles se dejan para mañana, al estar apoltronados evadiendo el tema, unos
lo llaman procrastinar, otros pereza).
Es
así como el del ayer, mi vida debió ser
diferente, ya no tiene vuelta de hoja, porque lo que ya pasó es lo que soy
hoy, bien o mal, aunque en mi caso más bien que mal, me ha traído hasta acá
próximo a convertirme en mayor adulto (o viejo si lo prefieren para mayor
precisión, así contradiga el eterno dicho de mi mamá, de que la juventud se
lleva en el alma o, para otros, que vieja es la cédula).
Y la otra, mi vida debería ser diferente, con dejo de suficiencia, de anhelo del mañana, es otra cosa. Si ayer no fui capaz de cambiar mi vida, ahora, diría cualquiera, con qué ganas? La edad, es cierto, lleva a cambios de estilo de vida, cuando la despreocupación del pensionado se centra en hacer pequeños cambios de vida, para mejorarla, si es posible. Pero con todo, el cerebro, esa loca de la casa hace su tarea y desvía con mayor razón las decisiones, las evita o las reformula con su pesimismo habitual. Como decía el articulista mencionado: Mi cerebro es una cosa retorcida que lo único que hace es perjudicarme, como si en vez de mi motor fuera mi freno. Y tal vez por ello Me la he pasado sentado a la espera de que las cosas pasen solas.
Ya sea por la puerta grande o
por la de salida de emergencia, mi vida se acerca a su fin y no hago nada por
mejorarla, cada momento de ella es una oportunidad perdida.[2]
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