viernes, 25 de febrero de 2022

JUEGOS DE PODER

             Miraba a Putin, que siempre me ha llamado la atención. Es un tipo que se sabe camuflar, pero que en medio de su sonrisita bonachona, aparentemente, oculta a una persona criada con la KGB, hoy extinta pero no tanto.

             Se la sabe jugar. Con el Trumph lo intentó, a sabiendas que el gringo era un fantoche cobarde, pero loco y por eso no se animó mucho en las amenazas, porque no hay cosa más peligrosa que un cobarde loco. Y ahora lo intentó con el Biden, cobarde, también, pero no loco, por lo que, a pesar de tanta amenaza, se sintió el Putin con más fuerza, porque no hay peor cosa que cobardes que pretenden solucionar todo con la diplomacia (definida de tiempos atrás, como el arte de conseguir una cosa acudiendo a la mentira, sabiendo que ninguna de las partes dirá la verdad, se camuflarán en la mentira, aparentando sorpresa).

             Eso me llevó a pensar en mis tiempos lejanos de juventud, cuando las cosas se arreglaban a trompadas, a la salida del colegio. Se reunían los contrincantes y siempre empezaban, salvo algún loco atravesado que omitía el paso, gritándose mutuamente: dele usted primero a lo que el otro contestaba: no, usted primero. Y los primeros minutos de la contiendan se resolvían en tablas ante la imposibilidad de que alguno se atreviera a atacar al otro, como respuesta a la invitación. Y si el primero que se atrevía aceptaba la invitación, era el que ganaba, porque el otro quedaba aturdido al verse limitado al no haber sido el primer atacante. Hoy sigue lo mismo. Putin cumplió con todas las fases, intento de amenaza, retiro, amenaza y golpe a Ucrania, con excusas diplomáticas de que apoyaba a los segregacionistas atacados por un estado que les impide ejercer sus derechos. Y los demás aliados de la OTAN y de la órbita gringa con sus apoyos incondicionales a los gringos, que no hicieron nada ante el ataque, salvo amenazar con bloqueos, como si hubieran logrado con los bloqueos que durante más de cincuenta años han tenido con Cuba. Francia, Alemania, Bélgica, Unión Europea, con sus decisiones tibias de dele usted primero, a pesar de que ya el Putin les dio primero (nada más triste que ver las reuniones de Macron con Putin, este supo mantener la escenografía para dejar ver al francés como… no sé cómo, pero así lo dejó ver). Todos escudados en palabras y promesas fallidas, porque no tienen un líder con calzones. Y por su parte, los aliados de los rusos, China y Corea del Norte, aplaudiendo a Putin, porque si Putin logra obtener la victoria, ellos se sentirán respaldados para hacer lo suyo en el oriente. Aunque estos también tienen líderes al menos con más calzones que los occidentales. (Y no digo nada de los aliados de por estos lares, el Duque con palabras propias de la diplomacia rastrera y en Venezuela el Diosdado -vaya nombrecito!- con la verborrea propia de la izquierda recalcitrante.)

             Son solo pensamientos de un ignorante al que le gustaría conocer el perfil siquiátrico[1] de todos esos que se llaman líderes. Todos aparentan lo que no son, ocultan lo que realmente son y Dios nos libre de lo que el futuro depara.

 

Hipatia fomentaba la amistad entre todos ellos. Pero, por desgracia, comenzaba una de esas épocas en las que los moderados, los que prefieren la reflexión pausada, los conciliadores —aquellos a quienes los exaltados llaman tibios— son un blanco fácil, lejos de la protección de las filas cerradas.[2]

miércoles, 23 de febrero de 2022

PROTAGONISTAS INVISIBLES

             Algo me hizo recordar que somos protagonistas de la historia. Invisibles sí, pero de alguna manera participantes, generalmente indiferentes.

             La época de la guerrilla, la toma del Palacio de Justicia, bomba en el edificio del DAS, atentados por aquí y por allí, cercanos a los sitios que frecuentaba laboralmente. Luego la época de los narcos, en que cualquier moto pasaba al lado echando bala. Entierro de Galán. El asesinato de José Raquel Mercado (ya nadie le recuerda).

             Y anteriormente, la venida de Kennedy por allá en 1962. La de Pablo VI por allá en el 68.

             Todos hechos históricos que de cualquier manera fui testigo, cercano o un poco más alejado. Como la del paso de una Bogotá pueblerina a la gran ciudad que ahora es, con el nacimiento de los múltiples edificios que hoy nos rodean que ya superan los cincuenta años de construidos. Pasar de un aeropuerto en Techo a Eldorado, ya hoy moderno. La ciudad creció sin darme cuenta, como, sin darme cuenta, pasé de la vieja máquina de escribir a la eléctrica al ahora computador.

             Y así podría escribir sobre el testimonio que podría dar de todo lo que durante mi vida he visto, he oído, por ser testigo inmediato o no tan inmediato, pero al fin de cuentas testigo y solo hablo del testimonio de la historia que me rodeó durante los últimos sesenta años y nunca sentí que pude ser un testigo de ello, pues hasta ya los recuerdos de mi propia vida, de la que he sido testigo, inmediato, se han ido esfumando, sin saber que la historia pasó a mi lado y no me di cuenta.

             Y hoy, todos esos cambios generados, todos esos hechos ocurridos, se han evaporado y ni recuerdo fiel queda. Un lugar en que había puro potrero se convirtió en un barrio y el tiempo barrió con todos esos lugares y hoy solo se ve el progreso, si se puede llamar así, altos edificios, grande avenidas que ocupan el lugar de lo que alguna vez tuvo la posibilidad de un recuento histórico, que hizo que desaparecieran lo que eran, como si nunca hubieran existido. Y todo pasó bajo mis propias narices y no me di cuenta. 

EN TODOS LADOS

HAY CALLES,

QUE ESPERAN

VERTE PASAR.

HAY UNAS QUE NO CESAN

DE PREGUNTAR.

HAY OTRAS QUE SOLO

TIENEN RESPUESTAS,

QUE NO QUIERES ESCUCHAR.

CALLES A LAS QUE ES

TAN FÁCIL NO AMAR!

PERO HAY OTRAS CALLES QUE

SABEN CALLAR Y QUE

TOMAN PARA SÍ

TU SOLEDAD.

CALLES, PARA QUE CALLES

CALLES DONDE ES GRATO

REGRESAR![1]



[1] Ángela Botero.

Foto JHB (D.R.A.)

lunes, 21 de febrero de 2022

UNA HOJA EN BLANCO

                 El ejercicio lo he hecho, en muchos casos para escribir en este blog, cuando no tengo tema y me propongo escribir, sandeces y pendejadas, de las que se me ocurren (como la de ahora).

                 Pero el punto es que resulta un reto para cualquiera ponerse en la tarea de tener frente a sí una hoja en blanco y un lápiz (léase teclado, si se quiere) y decidirse a escribir algo sobre ese papel (léase pantalla más teclado, si se quiere), es como si la mente se bloqueara automáticamente y solo surge la pregunta: pero sobre qué escribo?

                 Y el reto se hace más difícil si la tarea es escribir sobre ese blanco (papel o pantalla, como se quiera) y que digan: escriba algo sobre usted, o defínase, o descríbase (últimas que al ser oídas resultan hasta ofensivas). Y la mente se pone en blanco y solo surge una pregunta: Y qué puedo escribir sobre mí?

                 Pero si es imposición, la mente se bloquea aún más, pues el pensamiento resultante, se quiera o no, se exprese o se oculte, es qué quieren oír sobre mí. Qué quieren saber sobre mí (omitiendo el pensamiento de que qué quieren que escriba un anónimo intrascendente como yo?). Y al verse sometido a escrutinio, los mecanismos de defensa solo llevarán a escribir, forzados, todo aquello que los sicólogos dicen son fortalezas y se escribirá alguna que otra cosa que los sicólogos llaman debilidades, para no parecer pretencioso, porque nadie está dispuesto a dejarse ver como se es por ese escrutinio que le saca del cómodo anonimato en que se vive.

                 Así es, para qué nos decimos mentiras, pues en últimas ni uno mismo tiene conversa para mantener con uno mismo y menos para decirse las verdades que no quiere oír.

                 Por eso, no hay peor ejercicio que le pueden poner a uno a hacer que escribir en una hoja en blanco para que hable sobre sí mismo y además uno lo siente ofensivo, pues con qué derecho se meten en los misterios de la mente de un anónimo intrascendente.

                 Ahí les dejo esa incómoda pregunta.

¿Sería posible que en la vida nunca se pudiera terminar de decir mentiras?[1]

Tomado de Facebook
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[1] El campo del alfarero. Andrea Camillieri.

viernes, 18 de febrero de 2022

FOTOGRAFÍAS

 Una retrospectiva de recuerdos felices. «Porque —hasta parecía una tontería pensarlo— la gente no saca fotos de los malos momentos. Y si lo hiciera, seguro que no las guardaría», reflexionó el hombre.[1]

 

Eso pensé yo, luego de leerlo, aunque parece una tontería pensarlo y recordé todos los álbumes familiares, propios y ajenos, que solo contienen fotografías de momentos alegres, de momentos de familia o amistad, de reuniones en confianza, aún de las de oficina, siempre compartiendo, recordando, festejando.

 

Recuerdo que en una época bien lejana se acostumbraba, en un velorio, tener recuerdos del difunto en su última morada. Fotos que se tomaban en la sala de la casa que era el lugar común para velar al amortajado y de los momentos en la carroza fúnebre y en el mausoleo. Esa costumbre la solían tener de nuestros abuelos para atrás, aunque con el tiempo, no sé si por lo macabras que podían resultar, se fueron desvaneciendo hasta que ya hace bastantes años la costumbre se desechó.

 

Y las fotografías solo reflejan buenos momentos, los malos momentos parecen que están vetados. Estos comentarios aplican a selfies, pues nadie se toma una foto de sus momentos depresivos, tristes, acongojados, esos momentos no se pueden publicar en las redes, pues qué dirá la gente, Dios mío.

 

Parece una tontería  pensarlo, pero ahora solo mostramos una sola cara de nuestra vida, supongo que la que produce envidia, pero así somos.

 

Alguien que se pone a hablar de repente en sueños sólo puede decir cosas ciertas, la verdad que alberga en su interior; no recordaba haber leído que en sueños se pudieran decir mentiras, o una cosa por otra, porque mientras uno duerme está desprovisto de defensas, desarmado, es inocente como un niño.
Era de vital importancia no perderse las palabras de Livia, y por dos motivos. Uno de carácter general, dado que un hombre puede vivir cien años con una mujer, dormir a su lado, tener hijos con ella, respirar el mismo aire, creer que la conoce a la perfección, y al final comprender que nunca ha sabido cómo es realmente. El otro motivo era de carácter particular, circunstancial.[2]

Tomado de Facebook
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[1] Donato Carrisi. La chica en la niebla.

[2] La sonrisa de Angelica. Andrea Camilleri.

miércoles, 16 de febrero de 2022

PENSAMIENTOS DESDE LA SOLEDAD, LA AJENA SOLEDAD...

 

Nos dijeron que internet era una revolución indispensable. Pero nadie previó lo que iba a costarnos… Ante todo, no es tan libre como quieren hacernos creer: si no, ¿por qué usaríamos todos el mismo motor de búsqueda? Quieren que tengamos las mismas informaciones, han uniformado nuestro pensamiento sin que nos demos cuenta… Y además internet ni siquiera es ecuánime: es tiránico. Y no es cierto que repare las injusticias sociales; al contrario, no olvida ni perdona. Si escribo algo sobre ti, nadie podrá borrarlo. Aunque sea una mentira, permanecerá allí para siempre. Cualquiera puede utilizar la web como un arma y, lo que es peor, sabe que quedará impune… La gente ha volcado su rabia en la red y nosotros se lo hemos permitido, ha sido como esconder la suciedad debajo de la alfombra. Pero, por muy vasto que nos parezca, internet no es capaz de contener nuestro peor lado. Antes o después, todo ese odio buscará una vía de escape… Vivimos en la ilusión de poderlo controlar todo solo porque podemos ir de compras desde el sofá con una mierda de smartphone. Pero bastaría una erupción solar más potente que las demás para colapsar en pocos minutos los aparatos electrónicos del mundo. Se tardarían años en reparar los daños y, mientras tanto, nos precipitaríamos en una profunda Edad Media…
El análisis era impecable, pensó Mila. Pero lo más desconcertante era que esas verdades estaban delante de los ojos de todo el mundo y, sin embargo, nadie parecía darse cuenta del riesgo real.

(…)

No hacía falta tener un alter ego en un maldito mundo virtual. Llevamos una doble vida también sin internet. Porque una parte de nosotros, la más profunda e inalcanzable, tiene vida propia. Con ella odiamos en secreto, envidiamos a escondidas a los demás deseándoles todos los males, manipulamos, mentimos. La usamos para aplastar a los débiles. La alimentamos con las peores perversiones, permitiéndole hacer todo lo que quiere dentro de nosotros. Y al final le echamos la culpa por lo que somos. [1]

 

            Verdades que se encuentran ante nuestros ojos, es cierto, pero que preferimos hacer a un lado, con las preocupaciones que se tienen, para qué buscarse más, si, con todo, vivimos en un mundo de soledad, a pesar de tener toda la tecnología.

 

Tuvo un momento de desánimo.
¿Llegaría a comprender lo más mínimo de su forma de pensar, de su forma de actuar?
Se alejó con una pregunta en la cabeza. ¿Cómo era posible que, en la era de la comunicación global, en la era en que todas las fronteras culturales, lingüísticas, geográficas y económicas se habían borrado de la faz de la tierra, aquel espacio inmenso hubiera creado una multitud de soledades, una infinidad de soledades comunicadas entre sí, cierto, pero siempre en absoluta soledad?[2]

 

            Pero nos convencemos de que tenemos mucho roce social (a través de una pantalla), muchos amigos que, a la larga, son meros conocidos y en otros, ni eso, porque es necesario ser alguien en las redes, no importa cómo. De alguna hay que trascender, a pesar de que

 

La gente va a trabajar, coge el metro, paga sus impuestos. Nadie sospecha nada. ¿Por qué iba a hacerlo? Sigue haciendo lo que hace siempre basándose en una sencillísima constatación: si hoy es igual que ayer, ¿por qué mañana tendría que cambiar? Ese era un poco el sentido del discurso.[3]

 

                ¿Qué más puedo decir, si ya todo el mundo lo sabe? pero parece que ya es intrascendente, es repetir la repetidera, hasta que algo más novedoso nos haga reaccionar, o sigamos con la conformidad de lo que no podemos cambiar.

 

A la gente no le gusta hablar, pero, sin duda, le gusta que la escuchen.[4]

Tomado de Facebook
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[1] Donato Carrisi. El juego del susurrador.

[2] La red de protección. Andrea Camilleri.

[3] Donato Carrisi. La hipótesis del mal.

[4] Donato Carrisi. La hipótesis del mal.

lunes, 14 de febrero de 2022

UNA LECTURA

Para juzgar somos unos hachas y más cuando se trata de juzgar el bien o el mal (ajenos), una buena o una mala acción (ajenos), lo que lleva a concluir que no somos del todo malos, pero tampoco del todo buenos. Y el ejemplo ilustrativo lo encontré en una lectura:

 Existe un principio antropológico relacionado con este tema.

Le señaló la ilustración de una leona abalanzándose sobre unos cachorros de cebra. El dibujo era en blanco y negro, pero aun así era muy realista.
—¿Qué te inspira esta imagen?
—No sé —dijo Mila—. Consternación, y también un sentimiento de injusticia.
—Bien —convino Berish con brusquedad. Entonces volvió la página.
Una segunda figura representaba a la misma leona alimentando a sus propios cachorros con la carne de las cebras.
—¿Qué sientes ahora?
La policía reflexionó un momento.
—Me parece que hay una justificación.
—Esa es la cuestión. La leona que mata a crías de cebra para alimentar a sus cachorros ¿es buena o mala? Claro, la cebra sufrirá por la muerte de sus pequeños, pero la única alternativa es que la leona vea morir a los suyos por culpa del hambre. Las categorías de bien y mal se confunden porque no existen leones vegetarianos, ¿no es así? En el mundo animal, cuando la decisión es obligada, no se puede emitir un juicio. ¿Y con los seres humanos?
—Nosotros estamos más evolucionados. Debería ser más simple escoger entre el bien y el mal.
—La respuesta, en realidad, está en otra pregunta. Si existiera un solo hombre en la tierra, ¿sería bueno o malvado?
—Ni una cosa ni la otra… o tal vez las dos.
—Exacto —dijo Berish—. Las dos fuerzas no son en absoluto una dicotomía, dos opuestos necesarios por los que sin el mal no existiría el bien y viceversa. El bien y el mal a veces son el resultado de una convención, pero sobre todo no existen de manera absoluta. La hipótesis del mal, de hecho, dice: «El bien de algunos coincide siempre con el mal de otros, pero es válido también lo contrario».
—Es algo parecido a afirmar que haciendo el mal también se puede hacer el bien, y que para hacer el bien a veces es necesario hacer el mal. (1)

 Sí, bien lo sé, se trata de una exculpación justificante, para sentir que no somos tan malos, pero en el fondo sabemos que no somos tan buenos como nos creemos.

                                                                                            ¿El sentido del desafío era que tenía que buscar un signo sobrenatural? Pero se repitió que los penitenciarios no estaban interesados en la existencia del demonio, es más, eran los únicos de la Iglesia que dudaban de su existencia. Siempre lo habían considerado un cómodo pretexto inventado por los seres humanos para esquivar la responsabilidad de sus propias culpas y para absolver los defectos de su naturaleza. (2)

Tomada de Facebook

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__________________________

(1l)  La hipótesis del mal. Donato Carrisi.

(2)  El tribunal de las almas.  Donato Carrisi.

miércoles, 9 de febrero de 2022

¿Y DESPUÉS DE MORIR?

             Naturalmente la pregunta me surge por una serie que vi en que relatan la vida después de la muerte, en ese paraíso que refleja el mundo ideal ('Forever': El peso asfixiante de ser felices para siempre).

 

            Es por eso que me preguntaba si cuando uno se muere y hay un cielo en el más allá, suponiendo la existencia de un más allá, cómo será la cosa. Cómo deberá uno comportarse, para no ser expulsado, a sabiendas que uno siempre la embarra en algo. Qué tendrá que hacer, habrá unas instrucciones de comportamiento, un manual qué seguir, o será la misma vaina que cuando llegamos acá, sin manual de instrucciones, sin vida emotiva, una rutina entre colegio y casa, trabajo y casa.

 

O será un ciclo diferente, en un espacio diferente. Cómo será la vaina, me pregunto.

 

            Y si, en último caso, es igual de rutinaria y de aburrida a la de acá, me llevaría a pensar que ahí sí que estaríamos jodidos.

 

            O será que allá llega un momento en que es necesario volver a morir para volver a vivir otra vez?

 

            Es una mera pregunta que me hacía.

 

Nos enseñan a contar los segundos, los minutos, las horas, los días, los años…, pero nadie nos explica el valor de un instante.[1]

Tomado de Facebook
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[1] Donato Carrisi. La hipótesis del mal.

lunes, 7 de febrero de 2022

LA OLLA A PRESIÓN


Todos hemos sentido, al menos una vez en la vida, el deseo de desaparecer.
En un momento concreto de desánimo, nos habrá parecido que la solución era ir a la estación y subir a un tren cualquiera, tal vez huir sólo unas pocas horas, un soleado martes de invierno por la mañana. Si lo hemos hecho, no lo contaremos nunca. Pero siempre guardaremos la sensación liberadora de apagar el móvil y olvidarnos de internet, desvinculándonos así de la correa de la tecnología para dejarnos transportar por el destino[1].

             No lo sé, pero lo supongo. Alguna vez, por presión con alguien, con todos, con uno mismo o con nadie, llega un momento en que se siente el deseo de mandar todo al carajo y poder ser uno mismo. Sin responsabilidades propias, sin responsabilidades cargadas por imposición o por metido, ser libre, cual Juan Salvador Gaviota, mandar todo al carajo y sentirse libre, de todo, de nada, simplemente sentirse libre. Es un decir, pues, creo, uno no es capaz de hacerlo.

             Y entonces, se opta por continuar con la vida, con una olla a presión a cuestas, dejándose llenar de vapores, acumulando y acumulando, sensaciones, situaciones, problemas, angustias y controlando que no se explote, pues todo se puede ir al carajo, pero no como uno desearía, es la ley del aguante, pues curiosamente ese ir acumulando los vapores de esa olla a presión nunca contienen las sensaciones bellas, de felicidad. Cosa curiosa.

             Y entonces… uno esperando la explosión dentro de una implosión y estando a punto de generarse lo peor que puede pasar, nada, no pasa nada, la rutina se impone y la vida sigue igual, para eso está la válvula que libera el aire acumulado, el que evita que se dé la explosión, ante la imposibilidad de mandar al carajo todo y encontrar una posibilidad de un mundo para uno, solo para uno, aquel que nunca logrará por la incapacidad de poder mandar el mundo al carajo, de una vez.

             Era un solo pensamiento, supongo. 

«La vida es sólo una larga serie de primeras veces».[2]

Tomado de Google



[1] Donato Carrisi. La hipótesis del mal.

[2] El cazador de la oscuridad. Donato Carrisi.

viernes, 4 de febrero de 2022

TIEMPOS MODERNOS

             El exceso de posibilidades de elección -no política, claro está- genera una mayor inconformidad -o disconformidad, se dirá hoy- y tal vez, sin darnos cuenta, aumenta el aburrimiento, por no decir tiempo perdido.

 

            Me refiero, para el caso, la televisión. No sé cuántos canales disponibles tengo -entre sesenta y cien- y habitualmente siempre elijo los mismos, entre dos y cinco. Además de esos, tengo Netflix, con no sé cuántas películas, documentales y series disponibles. Y llega el momento en que uno se aburre, por no saber qué ver, de tanto que ha visto. Y se pasa uno a Amazon, con no sé cuántas películas, documentales y series disponibles y llega el momento en que aburre. Entonces me paso a Disney con no sé cuántas películas, documentales y series disponibles y llega el momento en que también me aburren, no encuentro algo que me gustaría ver.

 

            Y sumando todas las posibilidades que tengo, miles de opciones, llega el momento en que no encuentro nada interesante para ver, a la espera de que alguien recomiende algo bueno, algunas novedad, con la esperanza de no tener que estar diciendo: esta ya la vi, esta también, esta parece aburrida, ya la vi, ya la vi.

 

            Y mientras uno se decide, por un canal, por un proveedor, por una serie, por una película, por un documental, el tiempo ha pasado y por andar zapeando hubiera sido más productivo y menos depresivo, haberse echado un sueño y soñar que no hay nada qué ver, nada de nada. Son los momento improductivos que mejor se hubieran aprovechado para… pues sí, para dormir. (Aplica a redes sociales y a muchas otras cosas que el tiempo moderno nos hace perder el tiempo, pudiendo haberse echado mejor un buen sueño).

 

            Esa es nuestra actual modernidad. Seres llenos de inconformidad, teniéndolo todo.

 

… comprendía que era inútil, que nosotros, pobres mortales, no podemos resistirnos al influjo de Satanás, y que cuando el demonio de la pereza nos visita no hay escapatoria.[1]

Tomado de Google
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[1] Donna Leon. Sobre los libros.

miércoles, 2 de febrero de 2022

¿Y AHORA QUÉ?

     Pregunta impertinente llegada en momentos impenitentes y afortunadamente intermitentes. Es pregunta de la que no era consciente. No sé por qué vino a mi memoria esa pregunta. Y no me refiero a situaciones cotidianas, sino la que se da en momentos que nos coje desprevenidos, sin previo aviso o habiéndolo, cuando no estamos preparados para tener una respuesta o al menos una reacción inmediata.

 Supongo que la primera vez que, bajo esta perspectiva se me presentó, debió ser cuando me dijeron que me iba al colegio por primera vez. Afortunadamente en ese momento era totalmente inconsciente del valor que debía tener. Luego, cuando terminé bachillerato, con cartón en mano, al parecer me pregunté: y ahora qué? En su oportunidad no debió ser muy impertinente, porque la respuesta la sabía: Para la universidad. Y siguieron pasando los años y una vez recibido el título y con el cartón en la mano volvió a aparecer la pregunta: Y ahora qué? Y sí, ahora qué? No tenía para dónde seguir, al no tener un trabajo, siguiente escala en la evolución humana moderna. Es levantarse al otro día y no tener para dónde ir, porque ya no hay a dónde ir, mientras no se tuviera a dónde ir. Y la pregunta prevaleció hasta que conseguí empleo. Y la pregunta se evaporó mientras caminaba por esa ruta laboral que me correspondió.

 Y tal como se evaporó, en mi vida siguiente volvió a aparecer en dos ocasiones más, en las que quedé desempleado. Al siguiente día de la correspondiente notificación apareció la pregunta, sin vergüenza alguna, con ese y ahora qué que le identificaba como imponderable, sabiendo lo angustioso que era al no tener una respuesta inmediata, aunque el ambiente gritara a modo de respuesta: pues nada! A ver cómo continúa su vida, afortunadamente con algo de respiro, afortunadamente.

 

Y superados esos escollos, se volvió a evaporar esa incómoda pregunta, pensé que para siempre, porque era difícil de planear su aparición, aunque de todos modos era previsible. Y esa pregunta volvió a aparecer luego de la muerte de mi papá, primero y luego, la de mi mamá. Luego de sus entierros se evidenció la pregunta: Y ahora qué? En estos caso la respuesta era natural: pues nada, seguir viviendo, no hay nada qué hacer.

 Y siguieron pasando los años y a medida que pasaban se venía aproximando la nueva pregunta, la que se espera con los años, la del retiro, esperando la notificación de que se hizo acreedor a una pensión y una vez notificado, al otro día llega inexorable la pregunta: y ahora qué? Es levantarse al otro día y no tener para dónde ir, porque ya no hay a dónde ir, mientras no se tuviera a dónde ir. Es ya un estado para el resto de los días y en este caso, al no saber a dónde ir, es saber que debe quedarse, pues ya no hay afugias para madrugar, correr al trabajo, calentar silla y salir corriendo para volver a casa. Ya ese ajetreo queda atrás y se pregunta uno: y ahora qué? Solo queda una respuesta: pues nada, seguir viviendo, no hay nada qué hacer.

 Y uno espera que no vuelva a presentarse la pregunta, que haya sido la última, pero el destino es el único que sabe qué nos espera, esperando que no se vuelva a presentar esa inquieta pregunta, aunque seguirá ahí latente, a la espera de su momento, cosa jodida, me digo. En vez de dejarnos vivir tranquilos.

Fazio, esperemos primero a que nos rompan la cabeza y después ya lloraremos[1].


Tomado de Facebook
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[1] Ardores de agosto. Andrea Camilleri.