Pregunta impertinente llegada en momentos impenitentes y afortunadamente
intermitentes. Es pregunta de la que no era consciente. No sé por qué vino a mi
memoria esa pregunta. Y no me refiero a situaciones cotidianas, sino la que se
da en momentos que nos coje desprevenidos, sin previo aviso o habiéndolo,
cuando no estamos preparados para tener una respuesta o al menos una reacción
inmediata.
Supongo que la primera vez que, bajo esta perspectiva se me
presentó, debió ser cuando me dijeron que me iba al colegio por primera vez. Afortunadamente
en ese momento era totalmente inconsciente del valor que debía tener. Luego,
cuando terminé bachillerato, con cartón en mano, al parecer me pregunté: y
ahora qué? En su oportunidad no debió ser muy impertinente, porque la respuesta
la sabía: Para la universidad. Y siguieron pasando los años y una vez recibido
el título y con el cartón en la mano volvió a aparecer la pregunta: Y ahora
qué? Y sí, ahora qué? No tenía para dónde seguir, al no tener un trabajo,
siguiente escala en la evolución humana moderna. Es levantarse al otro día y no
tener para dónde ir, porque ya no hay a dónde ir, mientras no se tuviera a
dónde ir. Y la pregunta prevaleció hasta que conseguí empleo. Y la pregunta se
evaporó mientras caminaba por esa ruta laboral que me correspondió.
Y tal como se evaporó, en mi vida siguiente volvió a aparecer en
dos ocasiones más, en las que quedé desempleado. Al siguiente día de la
correspondiente notificación apareció la pregunta, sin vergüenza alguna, con ese
y ahora qué que le identificaba como imponderable, sabiendo lo angustioso que
era al no tener una respuesta inmediata, aunque el ambiente gritara a modo de
respuesta: pues nada! A ver cómo continúa su vida, afortunadamente con algo de
respiro, afortunadamente.
Y superados esos escollos, se volvió a evaporar esa incómoda
pregunta, pensé que para siempre, porque era difícil de planear su aparición,
aunque de todos modos era previsible. Y esa pregunta volvió a aparecer luego de
la muerte de mi papá, primero y luego, la de mi mamá. Luego de sus entierros se
evidenció la pregunta: Y ahora qué? En estos caso la respuesta era natural:
pues nada, seguir viviendo, no hay nada qué hacer.
Y siguieron pasando los años y a medida que pasaban se venía
aproximando la nueva pregunta, la que se espera con los años, la del retiro,
esperando la notificación de que se hizo acreedor a una pensión y una vez
notificado, al otro día llega inexorable la pregunta: y ahora qué? Es
levantarse al otro día y no tener para dónde ir, porque ya no hay a dónde ir,
mientras no se tuviera a dónde ir. Es ya un estado para el resto de los días y
en este caso, al no saber a dónde ir, es saber que debe quedarse, pues ya no
hay afugias para madrugar, correr al trabajo, calentar silla y salir corriendo
para volver a casa. Ya ese ajetreo queda atrás y se pregunta uno: y ahora qué?
Solo queda una respuesta: pues nada, seguir viviendo, no hay nada qué hacer.
Y uno espera que no vuelva a presentarse la pregunta, que haya
sido la última, pero el destino es el único que sabe qué nos espera, esperando
que no se vuelva a presentar esa inquieta pregunta, aunque seguirá ahí latente,
a la espera de su momento, cosa jodida, me digo. En vez de dejarnos vivir tranquilos.
Fazio, esperemos primero a que nos rompan la cabeza y después ya
lloraremos.
Tomado de Facebook
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