miércoles, 16 de febrero de 2022

PENSAMIENTOS DESDE LA SOLEDAD, LA AJENA SOLEDAD...

 

Nos dijeron que internet era una revolución indispensable. Pero nadie previó lo que iba a costarnos… Ante todo, no es tan libre como quieren hacernos creer: si no, ¿por qué usaríamos todos el mismo motor de búsqueda? Quieren que tengamos las mismas informaciones, han uniformado nuestro pensamiento sin que nos demos cuenta… Y además internet ni siquiera es ecuánime: es tiránico. Y no es cierto que repare las injusticias sociales; al contrario, no olvida ni perdona. Si escribo algo sobre ti, nadie podrá borrarlo. Aunque sea una mentira, permanecerá allí para siempre. Cualquiera puede utilizar la web como un arma y, lo que es peor, sabe que quedará impune… La gente ha volcado su rabia en la red y nosotros se lo hemos permitido, ha sido como esconder la suciedad debajo de la alfombra. Pero, por muy vasto que nos parezca, internet no es capaz de contener nuestro peor lado. Antes o después, todo ese odio buscará una vía de escape… Vivimos en la ilusión de poderlo controlar todo solo porque podemos ir de compras desde el sofá con una mierda de smartphone. Pero bastaría una erupción solar más potente que las demás para colapsar en pocos minutos los aparatos electrónicos del mundo. Se tardarían años en reparar los daños y, mientras tanto, nos precipitaríamos en una profunda Edad Media…
El análisis era impecable, pensó Mila. Pero lo más desconcertante era que esas verdades estaban delante de los ojos de todo el mundo y, sin embargo, nadie parecía darse cuenta del riesgo real.

(…)

No hacía falta tener un alter ego en un maldito mundo virtual. Llevamos una doble vida también sin internet. Porque una parte de nosotros, la más profunda e inalcanzable, tiene vida propia. Con ella odiamos en secreto, envidiamos a escondidas a los demás deseándoles todos los males, manipulamos, mentimos. La usamos para aplastar a los débiles. La alimentamos con las peores perversiones, permitiéndole hacer todo lo que quiere dentro de nosotros. Y al final le echamos la culpa por lo que somos. [1]

 

            Verdades que se encuentran ante nuestros ojos, es cierto, pero que preferimos hacer a un lado, con las preocupaciones que se tienen, para qué buscarse más, si, con todo, vivimos en un mundo de soledad, a pesar de tener toda la tecnología.

 

Tuvo un momento de desánimo.
¿Llegaría a comprender lo más mínimo de su forma de pensar, de su forma de actuar?
Se alejó con una pregunta en la cabeza. ¿Cómo era posible que, en la era de la comunicación global, en la era en que todas las fronteras culturales, lingüísticas, geográficas y económicas se habían borrado de la faz de la tierra, aquel espacio inmenso hubiera creado una multitud de soledades, una infinidad de soledades comunicadas entre sí, cierto, pero siempre en absoluta soledad?[2]

 

            Pero nos convencemos de que tenemos mucho roce social (a través de una pantalla), muchos amigos que, a la larga, son meros conocidos y en otros, ni eso, porque es necesario ser alguien en las redes, no importa cómo. De alguna hay que trascender, a pesar de que

 

La gente va a trabajar, coge el metro, paga sus impuestos. Nadie sospecha nada. ¿Por qué iba a hacerlo? Sigue haciendo lo que hace siempre basándose en una sencillísima constatación: si hoy es igual que ayer, ¿por qué mañana tendría que cambiar? Ese era un poco el sentido del discurso.[3]

 

                ¿Qué más puedo decir, si ya todo el mundo lo sabe? pero parece que ya es intrascendente, es repetir la repetidera, hasta que algo más novedoso nos haga reaccionar, o sigamos con la conformidad de lo que no podemos cambiar.

 

A la gente no le gusta hablar, pero, sin duda, le gusta que la escuchen.[4]

Tomado de Facebook
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[1] Donato Carrisi. El juego del susurrador.

[2] La red de protección. Andrea Camilleri.

[3] Donato Carrisi. La hipótesis del mal.

[4] Donato Carrisi. La hipótesis del mal.

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