El exceso de posibilidades de elección -no política, claro está- genera una mayor inconformidad -o disconformidad, se dirá hoy- y tal vez, sin darnos cuenta, aumenta el aburrimiento, por no decir tiempo perdido.
Me refiero, para el caso, la
televisión. No sé cuántos canales disponibles tengo -entre sesenta y cien- y habitualmente
siempre elijo los mismos, entre dos y cinco. Además de esos, tengo Netflix, con
no sé cuántas películas, documentales y series disponibles. Y llega el momento
en que uno se aburre, por no saber qué ver, de tanto que ha visto. Y se pasa
uno a Amazon, con no sé cuántas películas, documentales y series disponibles y
llega el momento en que aburre. Entonces me paso a Disney con no sé cuántas
películas, documentales y series disponibles y llega el momento en que también
me aburren, no encuentro algo que me gustaría ver.
Y sumando todas las posibilidades
que tengo, miles de opciones, llega el momento en que no encuentro nada interesante
para ver, a la espera de que alguien recomiende algo bueno, algunas novedad,
con la esperanza de no tener que estar diciendo: esta ya la vi, esta también,
esta parece aburrida, ya la vi, ya la vi.
Y mientras uno se decide, por un
canal, por un proveedor, por una serie, por una película, por un documental, el
tiempo ha pasado y por andar zapeando hubiera sido más productivo y menos
depresivo, haberse echado un sueño y soñar que no hay nada qué ver, nada de
nada. Son los momento improductivos que mejor se hubieran aprovechado para… pues
sí, para dormir. (Aplica a redes sociales y a muchas otras cosas que el tiempo
moderno nos hace perder el tiempo, pudiendo haberse echado mejor un buen sueño).
Esa es nuestra actual modernidad. Seres llenos de inconformidad, teniéndolo todo.
… comprendía que era inútil, que nosotros, pobres
mortales, no podemos resistirnos al influjo de Satanás, y que cuando el demonio
de la pereza nos visita no hay escapatoria.[1]
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