viernes, 29 de mayo de 2020

EN MANOS DE QUIÉN ESTAMOS?


      El Gobierno salió con un nuevo confinamiento, el cual, con bombos y platillos se calificó como Gobierno extiende aislamiento preventivo obligatorio hasta el próximo 1 de julio. Hasta aquí la normal estupidez gubernamental, de no saber hasta dónde administra su improvisación ni cuál el camino que le lleve a una claridad

            De una primera lectura de la noticia se deduce que aislamiento se trata de otro aislamiento rígido para prevenir, antes que lamentar. Pero pasado el susto de la lectura se encuentra que ese aislamiento que debería ser como cuarentena de guardar, es como la vigilia o el ayuno religioso, que está pero nadie la hace

            Y volver a leer la orden de no salir (regla general), pero que contiene 43 excepciones (que dejan a la regla general burlada). Me llamó la atención que el decreto tiene 24 páginas, de las cuales 14 son considerandos, que nadie lee, en primer lugar; en segundo, es un discurso hecho para llenar hojas, lo que llaman, darle sustancia, a lo que no necesita, me digo y si se me permite no usar eufemismo, es pura y legítima mierda (que el comercio al por menor cayó en un 4,8% y se estima que caiga al 2%; casi tres páginas para relacionar las muertes en el mundo, según la OMS, etc., etc.).

            Y se ve el grado de improvisación, viendo que a través de parágrafos se abren más huecos, es decir el exceso de parágrafos acrecienta la confusión. Era más sencillo decir quiénes no pueden salir (artículo 5º) y un inciso que dijera que el resto puede hacerlo, pues son siete los que no pueden contra 43 excepciones. Me decepciona el gobierno, sigo insistiendo, no tiene un líder con calzones y sus asesores son peores al jefe, qué podemos esperar.

            Sin embargo, al menos se ven algunas mentes más lúcidas(1) La alcaldesa de Bogotá, Claudia López, asegura que el decreto es confuso. Así lo dio a conocer en su cuenta de Twitter: "Confundir por evadir no ayuda. Abren centros comerciales, peluquerías, etc., y dicen que "extienden aislamiento". ¿Qué esperan? ¿Que abran y no vayan clientes? Seguir llamando cuarentena y aislamiento a cada vez mayor apertura y millones de personas en la calle confunde y no cuida." Naturalmente el gobierno se pronunció con una profundidad que no dejó lugar a dudas (nótese el sarcasmo en toda su intensidad): Frente a ello, el director del Departamento Administrativo de la Presidencia, Diego Molano, le respondió: "Alcaldesa @ClaudiaLopez las disposiciones son claras, el Gobierno del Presidente @IvanDuque continúa el aislamiento porque el contagio persiste, pasamos del aislamiento colectivo a uno individual", escribió en Twitter. Dios me libre de este genio! 

            Sigo entonces preguntándome, cuándo la excepción se convirtió en regla general y la generalidad murió entre excepciones?

Porque cuando a un idiota le pones un arma en la mano, sus idioteces suelen resultar mortales.(2)

Tomado de Facebook.
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(2) Roberto Martínez Guzmán. La suerte de los idiotas.

miércoles, 27 de mayo de 2020

ESPIONAJE


      Nos asombramos por noticias que hablan de espías, espionaje, inteligencia, contrainteligencia, sin darnos cuenta que aún con nuestro consentimiento tácito lo estamos autorizando, con las redes sociales, por ejemplo. Y expresamente, con las leyes que regulan esas entidades, porque existen, en el papel y en la realidad.

      Y sabiéndolo, pero evitando preguntarlo, todo país –para no mencionar monarquía, dictadura, república- tiene un sistema de espionaje, no solo para los de afuera a lo James Bond, sino al interior, para detectar el descontento, el afán de contrincantes en búsqueda de tumbar al que ganó o al que se ganó el poder. No sé por qué nos asombramos a estas alturas, todos tienen su CIA y su FBI, acaso es privativo de los gringos? Vemos tantas películas de espionaje que creemos que eso sólo pasa en Hollywood pero no en la trastienda de nuestras tierras.

      Todo gobierno –llámese como se llame y de la extrema que quiera- necesita contar con esos servicios para saber cuándo los van a tumbar o cuándo los invadirán. Qué sería Colombia sin la inteligencia militar –no en sentido literal- para saber de los insurgentes que hay por ahí, o el de la policía para detectar las mafias que igualmente rondan por ahí. Que tanto militares como policías sepan en dónde está cada cual, cuántos son y que andan haciendo y no hagan nada, es otra cosa. Estamos en la época de la tecnología. Desde el espacio se puede ver mear a cualquier guerrillero sin mayor esfuerzo y por las cámaras de vigilancia se pueden ver a los ladrones, se les oye en sus celulares y con todo, parece que hay una conveniencia de no acabarlos a todos y de una, lo cual es ya otro problema diferente, el de la falta de verraquera, el de tener cojones que es de lo que carecen los políticos que han de tomar la decisión, aunque si los tienen cuando de robar se trata y eso con miedito.

      O qué creen que eran los servicios del F2 y del DAS y de las entidades que ahora, hacen lo mismo pero con otros nombres? Hasta marina y fuerza aérea tienen, no sé si para espiar a las otras armas, para tener más fuerza, jerárquicamente debilitada de por sí. Y hasta el congreso tiene una comisión de inteligencia (si al menos la usaran, literal y con sarcasmo incluido).

      Y quienes tienen enemigos –que valgan la pena, no de los chichipatos como uno- también usan del espionaje y aún de los servicios que legalmente se han adoptado, todo es cuestión de palancas, de plata y de que sepan quién soy yo. Entonces, de qué nos escandalizamos? Será porque no somos objeto de espionaje, somos don nadies que no vale la pena investigar y por eso nos asombramos?

      Pues claro que al enemigo hay que espiarlo, para mantenerlo bajo control y contraespionarlo para que sepa que sabemos que estamos espiando, que nos están espiando, es parte del juego, como la diplomacia, un producto de 10% de medias verdades junto con 90% de mentiras administradas. Se imaginan a Uribe sin espías, a las Farc sin espías, a Petro sin espías –así sean de medio pelo-. Se imaginan un país que no espíe a los que supuestamente son malos, a los que no son tan malos pero que pretenden tumbar el orden, a los buenos con aspiraciones de malos, a los de aquí y a los de allá? Acaso creemos que estamos en un país de ángeles, gobernados por ángeles? Creo que ni aún en el cielo se libran del espionaje, pues Dios querrá saber en qué anda el Diablo y éste querrá correrle el trono a aquél.

      Hay males necesarios para mantener una estabilidad y el común de la gente, es mejor seguir haciéndonos los pendejos y sentirnos asombrados cuando falla la inteligencia, militar! De políticos y gobernantes, pues eso es lo que les falta.

Así es la historia —dijo—. De no haber sido los españoles habrían sido los ingleses o los franceses o los flamencos. Sólo era cuestión de tiempo. ¿Qué más da? Siempre hay alguien sometiendo a otro, o invadiendo a otro, o matando a otro. Todo se muda, se reescribe y se transforma según las conveniencias. Cada cual mira los acontecimientos desde su esquina, con el rostro vuelto hacia la pared para no ver lo que no quiere. Yo desciendo de Axayácatl y Moctezuma, mas también de españoles y, a través de estos supuestos cristianos viejos, seguramente de moros y de judíos. ¿Habría yo nacido de no haber acontecido guerras e invasiones desde hace miles de años? De cierto que no. Como le he dicho, doña Catalina, así es la historia y más nos vale aceptarla pues nosotros somos su consecuencia.(1)

Tomado de Facebook.
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(1) Matilde Asensi. La conjura de Cortés.

lunes, 25 de mayo de 2020

UNA MIRADA EN LA DISTANCIA


Carrera 30 con calle 72, unión de dos avenidas, aunque para ser más preciso, la avenida de Chile y la carrera 30, que no es la 30 actual que ahora se llama NQS, sino aquella 30 que nacía con arrogancia en la calle 68 y venía a convertirse en una simple calle llegando a la 73.
Grabada en mi memoria por haber sido la zona de confort de mi infancia y adolescencia. Y allí mirándola cerca de cincuenta años después, esa esquina, la nororiental, la eterna Gardenia. Panadería y cafetería se titulaba ella misma o se le agregaba lo de rancho y licores? Era el primer piso de uno de los primeros edificios de propiedad horizontal que había por el sector, creo que era de cuatro o cinco pisos de apartamentos. Conocí uno de ellos al habernos hecho pasajeros amigos de algún muchacho de nuestra edad que allí vivía. Sólo recuerdo que era, segundo o tercer piso, qué más da con el recuerdo, y cuya sala y comedor, por demás bastante iluminados, daban a la carrera 30. Mi fugaz recuerdo, de esa fugaz amistad, le tengo grabada en algún recóndito esquinero que mi memoria, porque para esa época de mi recuerdo estaba de moda la bodoquera. Ese pedazo de tubo de no más de treinta centímetros, al cual se le enrollaba un papel para hacer el bodoque. El mejor papel era el de la revista Selecciones, más fino que el de cuaderno o el periódico al que se acudía en últimas, en caso de necesidad. Tendría doce años? Mi memoria no es fiable y por eso los escollos escondidos los relleno con mi fértil imaginación, que nunca me ha abandonado.
Recuerdo un día en especial, era en la tarde hacia las tres o cuatro, cuando podíamos vagabundear por el barrio sin que mi mamá estuviera muy pendiente, bastaba con informar que salgo a la calle, ya vengo –sin definir hora ni lugar para evitarse los discursos consabidos-. Una tarde soleada, del mes de agosto o sería diciembre, aunque para este recuerdo da lo mismo, aunque si no estaba en el colegio la lógica me indica que estábamos de vacaciones. Y lo recuerdo porque no sé si estaré en falsedad del recuerdo o en mera fantasía de mi memoria, estábamos jugando con las bodoqueras. El bodoque de papel, recuerdo que era de Selecciones, pues con él había que hacer previamente los recortes bien hechos, con una regla y cuchilla, de esas de afeitar, y debía ser cortado directamente de la revista por la mitad verticalmente, era el tamaño preciso, pues para estos artes era importante la precisión, no propiamente descubierta por mí, sino aconsejada por aquellos que se supone que sabían. Y ese papel en particular se pegaba muy bien con la saliva con que se cerraba la labor de hacer un bodoque. Era todo un arte, pues si no se hacía con estilo, al soplarlo se desprendía y se quedaba atorado al tubo y había que hacer muchas mañas para poder sacarlo y volverlo a recargar. Los tubos tenían su sofisticación, los había de hierro, de cobre, y en los inicios del pvc, que vinieron a reemplazar a los otros, pero también los había de cartón, a los que por el abuso de la soplada y la saliva se iban deshaciendo.
El fugaz vecino, de cuyo nombre ni recuerdo, por lo que puede tildarse que fue un vecino que apareció tal como desapareció de mi memoria, estaba en la ventana de su apartamento junto con Jairo, mi hermano, si mal no recuerdo. Como podrán darse cuenta, mi memoria y mi recuerdo no se llevan bien. Decía que ellos estaban en las alturas de una ventana anónima lanzando bodoques y yo, en la calle, devolviendo sus favores. Pero el recuerdo con precisión fue el momento en que desde la calle atiné a lanzar un bodocazo y curiosamente, por aquello del peligro no previsto, el bodoque se incrustó en la fosa nasal, izquierda para más señas, creo que de Jairo. Qué puntería la mía, qué peligro que era yo y todo sin cálculo alguno, como casi todas las gracias que hacía que normalmente terminaba en algún estrago no previsto. El susto por el daño colateral fue grande y cuando bajaron, el desafortunado venía sangrando por la nariz. Y ahora mi mamá… fue lo primero que pensé, el accidentado era lo de menos. Hasta creo que bajó con el bodoque puesto en la nariz, ante la imposibilidad de sacarla del susto. No sé si fui yo el que terminó la cirugía, elemental, simplemente sacar el bodoque de la nariz. Creo que no pasó a mayores, la sangre se coaguló, se hizo la limpieza del caso –restregarse la nariz con la manga del saco- y supongo que no fui sapeado.
Lo curioso de las historias, cuando se inicia su narración es que uno no sabe qué caminos se van atravesando, desviándose y retomándose sin control. Y esa narrativa, como en este caso, aleja el motivo principal del cuento, aunque puede terminar siendo parte de la gracia del narrador. La Gardenia.
Decía que estaba ubicada en toda la esquina, por lo que tenía entrada por la carrera y por la calle, unos metros adelante, estaba la otra puerta. Puertas de metal corredizas, de arriba hacia abajo y viceversa, para cerrarse, por aquello de lo no dicho. Tres ventanas con iguales rejas, por la parte de la calle y una sola, por la carrera. Desde ésta se veía al panadero en sus labores diarias, sin las mayores rigideces de hoy, por lo que a veces uno podía ver al panadero limpiándose el sudor, rascándose la cabeza o el oído interior, mientras hacía su tarea de amasar. Pero eso sí, el pan era delicioso, especialmente el francés, desde cuando costaba como cinco centavos, luego veinte, cincuenta y hasta un peso. Pero me estoy desviando y para evitarlo, me concentraré en lo que veo desde una de las mesas, la más próxima a la puerta que daba a la 30.
Desde allí vienen mis recuerdos, me veo, a esta edad, ya viejo, como un espectador que ve desde la lejanía los recuerdos, viéndome a mí mismo, con esa diferencia de edad.
Decía que desde allí, saboreaba el exquisito olor de pan, en todas sus modalidades, pues cada pan traía su propio olor. Una cosa era el del francés, otra el del blandito y aún el del roscón, que desprendía su sabor dulzón, entre azúcar y bocadillo. Olores que se guardan en la memoria y hasta en el fondo del corazón.
Llegar a la Gardenia, escoger mesa y esperar a ser atendido por alguna de las meseras, donde se pedía tradicionalmente el tinto, el perico, un cafecito con pan y otros, la consabida gaseosa con roscón. Las mesas contra las ventanas, por lo que eran de tres puestos cada una, en mi memoria alcanzo a divisar seis mesas, tal vez cinco. Puedo ver en horas matutinas al señor que mientras se toma un tinto lee el periódico del día, tranquilamente, sin afanes, pausadamente. En la mesa contigua, algunos contertulios, de aquellos ruidosos que para mi edad eran los grandes, pero que no sobrepasaban los dieciocho o veinte años, que pasaban las horas pontificando a punta de Pielroja y tinto. Una más allá, dos contertulios silenciosos ante un tablero de ajedrez, mirando tablero y piezas en silenciosa concentración, ajenos al bullicio del rededor, con sus pocillos, cenicero, fósforos y pielrojas adornando la muda mesa, pero que dejaban ver la explosión de pensamientos y la tensión del juego, de acuerdo con la rapidez o dejadez de la jugada, previendo la próxima y la que viene, a la espera de la caza mayor, el rey y así deberían sentirse mientras jugaban.
Ver en la mesa más próxima a la salida de la 72 a los consabidos contertulios, aunque toda la clientela era siempre la consabida, y que correspondía a dos o tres choferes de troly, tomándose su tinto a la espera de que llegue un troly que los baje hasta el 12 de octubre, próxima y última parada. Treinta años después vine a saber que uno de ellos se llamaba Senén, habitual cliente con el cual me tropezaba cuando iba o venía del colegio en troly. Los recuerdos de esos buses tan particulares, en los que los gamines se colgaban de la parte en donde se enroscaban las cuerdas para viajar sin pago; o de las veces en que ciertos otros gamines, de esos a los que conocía como grandes, metían un palo de colombina en donde se enroscaban las cuerdas para que en algún movimiento de entrada y salida de cuerdas las trancaran e hicieran volar por los aires las aspas que conectaban el bus con las líneas eléctricas. Y ver a esos grandes mirando desde la calle el momento en que saltaba la tiranta y se cagaban, literalmente, de la risa viendo el resultado de su propia maldad. Automáticamente el troly frenaba, freno de mano, bajarse el chofer para volver a colocar la tiranta y cuando verificaban que el causante era el famoso palo de colombina, mirando a todos lados para putiar a los causantes de la desgracia y de la infeliz frenada.
La Gardenia era atendida directamente por su propietario, una persona muy particular. No era un tendero, era un señor a carta cabal, todos los días con vestido de paño, incluido el chaleco y el pañuelo en el bolsillito superior externo del lado izquierdo –detalle que es preciso precisar para estas nuevas generaciones- lo que le daba mayor elegancia. Un señor serio, muy decente, creo que excesivamente decente, por su presencia podía pasar por gerente de cualquier compañía, de la época. Había olvidado su nombre, don Marcos y el don previo era lo que le daba mayor elegancia cuando uno iba a la Gardenia. En la solapa izquierda, como todos los vestidos de paño de la época, había un ojal, para los escudos especialmente, cuando era meritorio llevarlos. En su caso, don Marcos tenía, si no me falla la memoria, una cruz, un crucifijo? Pero no por católico, pues con el tiempo supe que era protestante –como se definía a todo aquél que en esa época no era católico, apostólico y romano-. Aunque no notorio para mí, el llamarlos protestantes era un despectivo de la sociedad de la época, los hacía diferentes, semejantes a los gitanos que eventualmente aparecían en la Bogotá de la época. Sin embargo, por la decencia, la seriedad y el comportamiento de don Marcos era muy respetado en el barrio, aún por las viejas rezanderas que pululaban en aquellos tiempos. Era todo un señor, todo un personaje y de muy buena pinta, alto él, pues en medio de cuchicheos y sonrojas femeninos, las señoras católicas, decían que era muy buen mozo.
Que recuerde la Gardenia nunca se cerró, abría a las siete de la mañana y cerraba hacia las nueve de la noche, en jornada continua. Aunque para ser más preciso, en aquellas épocas era de obligatorio cerramiento el veinticinco de diciembre, el primero de enero, el viernes santo. Y un día muy particular, algún día diferente a ellos, estuvo cerrado. Supe que fue por causa de una muerte, de algún allegado de don Marcos, pero nunca supe con certeza quién fue.
Desde mi distancia me veo entrando a la Gardenia, por la puerta que daba a la calle, que era la más cercana para el ingreso cuando venía de la casa. La atención estaba a cargo de dos muchachas y de don Marcos que hacía de cajero obligatorio. Si iba en la mañana temprano, era para comprar pan francés para el desayuno, creo que hasta las ocho salía ese pan. Luego hacía entrada el pan blandito y el resto de modalidades, aunque el roscón era propio después de la una de la tarde. En la tarde se compraba el pan blandito para las onces. Como decía, me veo entrar a la Gardenia y de acuerdo con la edad, uno tenía que empinarse para hacer el pedido: Por favor, diez pesos de pan? Con la ñapa, no se le olvide. La ñapa, el bendaje –que supongo se escribe con be larga, para no confundirlo con el de la ve corta o como con precisión nos hacía repetir mi papá, la uve- era obligatorio pedirlo pues correspondía al pan adicional que le daban gratuitamente con la compra, y en mi caso, con mayor razón, porque el que iba a comprar el pan se quedaba con la ñapa, era regla establecida en la casa y la forma en que mi mamá nos chantajeaba para que fuéramos por el mandado. Es curioso, caigo en la cuenta, de cómo hubo palabras que nos identificaron en su día y que hoy sólo los contemporáneos podemos reconocerlas porque se perdieron en el tiempo. Ñapa, bendaje, mandado. Las bolsas del pan siempre de papel, para aquella época, costumbre que hoy por hoy se ha vuelto a reimponer.
Tomo la bolsa del pan y me veo atravesar la 72, buscando la ñapa para írmela comiendo antes de llegar a la casa para que mi mamá no reclamara el fruto del chantaje y para que los otros no velaran el producto de mi diligencia.
Otro grato recuerdo era que el sol iluminaba los ventanales, en los días en que no estaba lluvioso y hacía más caluroso el estar dentro, aumentado por los vapores de los hornos de la panadería que se encontraba escondida detrás de los estantes llenos de licores y botellas, así como de enlatados diferentes. Cerca de la puerta que daba a la calle 72 estaba la caja registradora, a su izquierda los estantes exhibidores del pan y a la derecha la gran nevera que exhibía lácteos, quesos y los kumis de botellita. Detrás de la caja había una puerta, sin puerta, que daba acceso a la zona de panadería. Allí sólo se alcanzaban a divisar un horno y los bultos de harina con que se hacía el pan. Cuando el panadero se dejaba ver se le veía embadurnado de pies a cabeza de harina, pasando bultos, rascándose la cabeza, estirándose para una nueva jornada. No sé si dormía allá, pero creo que su labor empezaba poco antes de las cinco de la mañana para tener listo el pan francés nada más se abría el negocio. Alguna vez conocí el nombre del panadero, con seguridad el nombre de las señoras que atendían, pero todos ellos pasaron al olvido de mi propio olvido. Como fantasmas pasan por mi mente sus siluetas sin poder llegar a precisarlas, tal vez como recuerdos ya olvidados.
Escándalos dentro del negocio nunca se vieron, porque al primer conato, don Marcos los expulsaba sin fórmula de juicio, por lo que las eventuales peleas se solucionaban ya en la calle. Las caras habituales eran muy conocidas por mí. Unos, los choferes –aunque debo aclarar que los de troly estaban bien trajeados, porque debían portar su uniforme-; otros, los vecinos, los señores que se sentaban a leer prensa o a pontificar sobre política con sus amigotes; otros más, los grandes, que Alberto llamaría malandros, que eran sus amigos y que por ser hermanos de él, supongo que nos soportaban, en la distancia. Las señoras, que eran muy pocas, pues esas labores las delegaban en las muchachas de servicio o en su defecto, por los hijos, de allí que éramos muchos los chinos que íbamos a comprar el pan, nunca a sentarnos en las mesas a tomar tinto. Cosa que creo nunca hice, porque si de casualidad tomaba gaseosa, eso se hacía de pie, en algún rinconcito, pues parece que no era costumbre de la época que uno se sentara en las mesas que eran de los mayores, además, recuerdo que cuando se iba a tomar gaseosa no lo hacíamos en la Gardenia sino en las demás tiendas, no recuerdo por qué, pero pareciera costumbre que denotaba jerarquías.
Desde esa imaginaria mesa, ya entrado en años, me siento allí a recordar lo que fue la Gardenia, sentándome en ella, por primera vez, tomándome un tinto que nunca disfruté allí en mi adolescencia.
Prefiero ese recuerdo, pues hace cosa de como un año rondé por esas calles inolvidables y desde la esquina de la que fuera mi casa miré hacia la Gardenia y fue triste no ver lo que allí estuvo alguna vez y lo deprimente que era, un choque del recuerdo del que no pude reponerme.
La Gardenia era don Marcos y él, su propio negocio, tal como él.


Óleo sobre papel. JHB (€D.R.A.)

viernes, 22 de mayo de 2020

UN CUENTO CHINO



            Fue hace como veinte años, ya no lo recuerdo bien, aunque el recuerdo aún siendo borroso es recuerdo, así falsee parte de la historia.

            En el mundo nunca se había presentado algo semejante. Hablo en el mundo mío, porque pandemias las hubo, la llamada gripa española que duró dos años -1918-1920-, según averigüé en el internet de mi época. Mató a cerca de cincuenta millones de personas en todo el mundo. No me tocó, a mis padres al parecer tampoco. Por eso solo la cito como referencia. Antes, guardadas proporciones del poco avance tecnológico, estaba la peste negra, la viruela, pero de épocas bien pretéritas, que si bien sucedieron ya quedaron en el olvido, como todo lo malo después de que pasa. Hubo otra, pero que nunca fue declarada como pandemia, debido a que el contagio solo era de intercambios sexuales, la del sida, pues tuvo más de treinta y cinco de millones infectados y ni idea de cuántos muertos, como que se cansaron de contarlos.

            Quién se iba a imaginar que a comienzos del siglo XXI, cuando los avances, en toda materia, eran tan adelantados; cuando ya se podían hacer cirugías desde la distancia, se hablaba de medicina no invasiva que lograba entrar al cuerpo humano sin dejar si quiera rastros, se había rastreado el genoma humano, la microcirugía era posible. Y todo lo dicho sólo en el campo de la salud.

            Eso me lleva a recordar que en análisis de riesgos, de mi época, no se podía prever, para no recaer en el pesimismo más absoluto y no ser mal mirado, evaluar el eventual cierre de la entidad. Hoy, creo que como cuatro en las que trabajé desaparecieron hace mucho. En esa medida recuerdo que cuando hacía uno preguntas sobre posibilidades de ocurrencia del hecho generador –como se llamaba-, la respuesta era que sería imposible que ocurriera, como cuando uno señalaba la posibilidad de que, por cualquier razón, los satélites se apagaran, o que hubiera cortes de luz por demasiado tiempo o que, ya entrados los años de los computadores, un virus atacara a todo un país, por no decir al mundo. Eran preguntas que se consideraban desobligantes e imposibles de ocurrencia. Por eso nunca se tenían planes –protocolos lo llaman ahora- para tales eventualidades y teniéndolos, estaban archivados en el cuarto del olvido.

            Y por allá en los años veintes de este siglo ocurrió lo que era un imposible que pudiera acontecer. Una virus apareció en la China, pero como quedaba bien lejos, nadie le paró bolas. Hasta que creció, pero gobiernos y OMS dijeron que eran puros cuentos chinos, que no había motivo para el pánico. Nadie se atrevía a hablar de pandemia, no sé si por miedo o porque conocían a los seres humanos.

            Se fue extendiendo, poco a poco, pero ya más de uno empezó a preocuparse, pero lo curioso es que nadie lo veía como que pudiera afectar a toda la humanidad, de cualquier manera. Todos confiados en la ciencia, tan adelantada, muchos decían que ya no estábamos en la edad media o a principios del siglo XX, donde todo podía pasar, por el atraso que tenía la humanidad, pero en el 2020? Hasta hubo muchos gobernantes que se burlaron de la situación, aunque con el tiempo les tocó comerse sus propias palabras, lástima que el virus no los atacó, aunque de todos modos le hubiera sucedido cualquier otro inepto. Tanto que el presidente gringo de esa época, un loco llamado Trumph dijo que eso se curaba inyectándose con blanqueador a base de cloro y muchos se lo creyeron, hubo como cien intoxicados, para que vean la clase de dirigentes que teníamos y la mano de estúpidos que les creían.

            Y comiéndose sus propias palabras y las de los genios que los asesoraban, les tocó ir viendo que el enano se crecía y que a las buenas o a las malas les tocaba tomar medidas. Demostraron su propia ineptitud en la medida de su propia indecisión.

            Y dada la estupidez de los gobernados, la cuarentena (que significaba en sus inicios cuarenta días encerrados) era de diez días, pero viendo lo incontrolada que era y para evitar el qué dirán, la decretaban de a poquitos, desconociendo que cuarentena era cuarenta, inicialmente. El principio de todo gobernante es el uso del eufemismo, así dicen, pero no dicen y quedan medianamente blindados a habladurías, a investigaciones.

            Y pasaban los días y curiosamente todos se acostumbraban, naturalmente estaban los vivos que se pasaban por la faja las restricciones, los que pensaban en largas vacaciones -para darse ánimos-, los que de mala gana, sin dejar de refunfuñar, las atendían. Hubo de todo.

            Y el común denominador de los gobiernos: la improvisación, ni siquiera se aprendía de los errores que otros cometían, porque todo estaba sujeto a interpretaciones, no las más científicas pero sí las más a conveniencia, de ellos.

            Y pasó y los años también y como toda historia, especialmente la contada por los viejos, hizo que los hechos se evaporaran y todas las promesas que hicieran los confinados se olvidaran, aún a sabiendas de que la historia podía repetirse, pues la estupidez tanto de gobernantes como de gobernados seguía siendo la misma, como en los inicios de la humanidad pensante.

            Y hoy, cuando echo el cuento de lo que aconteció en tan pretéritos años, mis oyentes siguen pensando que todo fue un cuento chino, como cuando en mi juventud le contaba a los jóvenes de su momento, que viví cuando para bajarse del bus era necesario anunciar la parada jalando una pita que conectaba la puerta trasera con un timbre en la parte delantera del bus y también pensaban que todo era un cuento chino de mi imaginación.

… pero no duraban mucho. Del mismo modo que ninguna vida duraba mucho. Sólo los dioses vivían eternamente, e incluso ellos podían ser olvidados.(1)


Tomado de Facebook.
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(1) Colleen McCullough. El Caballo de César.

lunes, 18 de mayo de 2020

YA VAMOS PARA CINCUENTENA?


            Cómo pasa el tiempo y ya el tiempo se evapora a mi vista, no sé si es martes o domingo, lunes o jueves, si es abril o junio, da lo mismo, porque ahora todo da lo mismo a pesar de que no es lo mismo.

            Con todo he llegado a mis conclusiones luego de este largo encierro, que aún parece que perdurará por unos meses más.

            He leído y oído tantas opiniones, tantas versiones, que ya decidí no creerle a nadie, por muchos títulos y pedigrís tenga quien los diga, parecieran que todos son abogados, todos opinan con o sin razón, todos la tienen, ninguno la tiene. Tanto que es difícil comparar NY con Pitalito, con Suecia que tiene no sé cuantos kilómetros cuadrados por habitante que comparativamente con NY o Hong Kong no son comparables, ni con ciudad de Méjico ni Bogotá.

            Otro factor es la ignorancia e improvisación de quienes nos gobiernan, demostraron incompetencia para gobernar mientras otros aprovecharon para hacer negocio.

            Y el otro factor adicional, la gente. Una ignorante y otra que se las da de avispados, porque para eso sí no hay prójimo. Predeciblemente impredecible.

            Con todos estos elementos hay un caldo de cultivo interesante para la anarquía.

            La solución? Ninguna o un buen dictador ilustrado, que no lo hay en este mundo, pues tanto Putin como Trumph son lo uno pero les falta lo otro. Es decir, solución colectiva no la hay.

            Aunque puede haberla en cuanto hubiera conciencia de la responsabilidad de uno mismo, de tomar al menos las más mínimas medidas de protección, para no contagiarse, para no contagiar. Tener distancia social. No salir por salir, aunque a mi edad necesito de la vitamina D del sol, por salud y para ver el cielo, por salud mental. Salidas cortas y lejos de la plebe. Uno no soluciona el mundo, pero al menos razonablemente soluciona su mundo, que en últimas es lo importante.

            Y superar el miedo. Que si tenemos que ir al médico rutinariamente, pues vamos; que si nos toca ir a un lugar obligatoriamente, pues vamos, con las medidas de prevención necesarias. Que nos podemos contagiar? Sí, pero aún estando en la casa podemos contagiarnos, al tocar cualquier bobada no prevista. El peligro está a la vuelta de la esquina, nadie está exento y por ello todo se reduce a la precaución y no al miedo. Hemos de morir, todos lo sabemos, pero no sabemos cuándo ni cómo, y mientras llega sigamos viviendo saludablemente, sin temor y con una sonrisa. Con eso basta.

Admito que la frasecita sobre los sueños no está nada mal, pero frases como ésa sólo son verdaderas en los libros: en la vida, son falsas. La vida es endemoniadamente más complicada, créame.(1)

Tomado de Google. ER-1tnXW4AAMyZi


[1] Alessandro Baricco. Esta historia.

viernes, 15 de mayo de 2020

PAPAYASOS


            En un país en donde todos se sienten abogados y en donde los abogados están para ser intérpretes autorizados de la ley –o al menos ellos se lo creen-, sigo sin entender las medidas tomadas por los gobiernos, especialmente de los gobernados por ineptos, como el que nos tocó, por mayoría.

            No me cabe en la cabeza la prohibición de salir, como regla general, que tenga tantas excepciones, como el estatuto tributario. Por curiosidad me puse a leer el listado de excepciones, en un país en donde las excepciones son la regla general, por lo general.

            El titular del periódico (1) dice: ¡Ojo! Solo en estos casos puede salir de casa hasta el 25 de mayo y son 46 excepciones. -Inicialmente nótese la palabra Solo, ya que dice mucho, para el buen entendedor-. Naturalmente las menciona sin precisiones, ni mayores definiciones, por  lo que un elefante se puede colar por cualquiera de ellas. Basta con una, dado el ingenio de cuya fama gozamos los colombianos, que dice que se puede salir en caso de fuerza mayor o caso fortuito. Por ese hueco cabe todo y vale todo. Hasta el viejo argumento de que es para mi abuelita. Es decir, ya todo el mundo puede salir, menor los viejitos mayores de 70 y los menores de 6 años, salvo en caso de fuerza mayor o caso fortuito, me digo con ironía, solo en estos casos...

            Y luego otro titular (2): Cómo evitar el contagio al usar transporte público. Cuyo titular dice mucho pero cuyo contenido no dice mayor cosa (como el titular del mismo periódico que dice: El barco que hizo fiesta sexual y contagió de covid-19 a San Andrés (3), que en ningún lugar habla de la fiesta sexual, que era el morbo que lleva al lector a leerlo, como en mi caso). Decía sobre el primer titular, cómo evitar el contagio y trae un diagrama moderno (scribb) del que uno solo puede concluir que cuando llegue al destino lávese las manos, pero no dice en concreto cómo evitarlo. Así semos, me digo, pues así descubrieron que el agua moja. Entre paréntesis, desde la cuarentena he visto que muchos artículos de prensa dicen una cosa y el contenido es otro, no sé si es solo apreciación mía, pero parece que todos los actuales periodistas y periódicos y noticieros se volvieron amarillistas y de allí que cada día al periodismo lo tenga catalogado de una ralea de la peor familia. Lástima que los grandes periodistas ya se murieron o están pensionados. Cierro paréntesis, con todo y mi mala leche.

            Eso me lleva al último punto. Otro artículo que dice: ‘No importa lo que hagamos, todos nos contagiaremos’: epidemiólogo. Esas fueron las palabras del sueco Johan Giesecke, quien criticó medidas como la cuarentena< (4). Parece que puede tener razón y agrega: Giesecke afirma que los políticos deben mostrar fortaleza y acción y es por esta razón que han tomado medidas tan estrictas, sin embargo, manifiesta,  lo único comprobado científicamente que funciona es lavarse mucho las manos y mantener una distancia social adecuada. La estrategia que se debe llevar a cabo, según el experto, consiste en dejar que la gente joven este afuera y se mezcle, mientras que los mayores de 50 o 60 años y con condiciones médicas preexistentes se deben queden dentro de sus casas. Esto debido a que “se necesita generar la llamada 'inmunidad de rebaño' (…) Así se puede obtener bastante rápido la inmunidad en el país”. Y creo que no le falta razón, de todos modos todos debemos morir, pensamiento que se me atraviesa mientras me organizo mentalmente.

 

            Pues sí, la posibilidad de contagio es enorme (puede estar en la moneda que recibimos, en la bolsa que nos dan o en la puerta que nos toca abrir), como grande es la posibilidad de que estemos contagiados sin saberlo y sin poderlo corroborar (hasta que nos hagan la autopsia, dirá alguien, con razón), como también es posible que seamos los portadores que estemos contagiando, sin saberlo, pero que estemos haciendo un favor a la humanidad siendo parte del rebaño que inmuniza!

 

He observado que cuando las personas se tienen simpatía son incapaces de actuar como debieran. Por ejemplo, posponen decirse cuatro verdades por miedo, al parecer, a que éstas causen heridas. El amor y el odio permiten decirse las cuatro verdades.(5)

miércoles, 13 de mayo de 2020

SI PUDIÉRAMOS ESCOGER


            Si pudiéramos escoger, no lo dudaríamos, las pruebas del coronavirus serían para nosotros; las ayudas, para nosotros; los permisos de salida, para nosotros; los primeros que pudieran salir libremente, seríamos nosotros, sin duda alguna.

            No lo dudaríamos, lo tenemos grabados en nuestro ADN, en que siempre somos nosotros los primeros, pero eso sí, si nos conviene.

            Si no nos conviene nunca seremos los primeros, seremos los segundones o los últimos, mejor.

            Ese es el pensamiento que tenemos cuando nos hemos de enfrentar a la colectividad, al conglomerado, al prójimo y naturalmente cuando se trata de ellos o de nosotros. Porque si el pensamiento de ellos se acomoda al nuestro, como buen rebaño, allí estaremos, ya que no podemos estar solo nosotros.

            Tal vez por eso nos ha cogido tan mal el coronavirus, porque lo primero hemos de ser nosotros –sin eufemismo así debe ser-, pero cuando la desgracia es colectiva, pensando en nosotros debemos pensar en los ellos, en los otros, pues si los otros caen, las posibilidades de que caigamos nosotros son grandes.

            En estas circunstancias todos deberíamos pensar igual. Primero nosotros, es decir, que todos tuvieran la misma conciencia de que si cada cual, pensando como el nosotros, actuara bajo la misma premisa, las cosas podrían ser diferentes. Pero la realidad es otra, el podríamos se conjuga desde el punto de vista del verbo podrir, no del poder –como verbo, no como sustantivo-. Hay tanto inadaptado, hay tanto inepto que en vez de poder pensar en cómo no contagiarme, piensa que el problema es de los demás, pues ahí sí el nosotros es personal; el problema, de los demás.

            Si pudiera elegir, otro gallo cantaría. Obvio.

La memoria es flaca cuando no interesa recordar lo que no se desea.(1)


Tomado de Google.
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[1] Corral, José Luis & Pinero Sáenz, Antonio - El trono maldito.

lunes, 11 de mayo de 2020

INQUIETUDES


            Hay noticias que lo dejan a uno pensando. Leí que el cuarenta por ciento de los muertos murieron sin saber que el culpable era el coronavirus, sólo lo supieron cuando les hicieron la autopsia.

            Para hacerse la prueba particularmente cuesta doscientos cincuenta mil pesos en Bogotá, se demora dos días y no hay seguridad de que se tenga o no, pues hay que repetirla –según he deducido-. Y el titular de prensa dice: Conozca dónde y cómo puede hacerse la prueba del covid-19 en su ciudad(1). Eso dice el titular, pero el noventa por ciento del artículo es blablablá y termina mencionando un solo laboratorio que lo hace en Bogotá.

            Lo que me queda claro es que a quienes están en la rosca se la pueden hacer todos los días o preguntemos en la Presidencia, para salir de la duda de qué tan cierta es la afirmación. O hagan el intento y pregunten en las líneas habilitadas si pueden hacerle la prueba y me cuentan.

            Conocí de primera mano, por tanto no es chisme, de alguien de tercera edad que llamó por una fiebre alta, producida por una enfermedad que tiene de hace varios años, es decir con sintomatología bien conocida, no por coronavirus. Llegó una ambulancia con, al parecer, todo el protocolo del virus. No le tomaron signos vitales, no escucharon sintomatología, no preguntaron por enfermedades anteriores, simplemente para la camilla y nos vamos. A dónde? A Chía. Por qué allá? A dónde de Chía? Sin respuesta por parte de los responsables. Sin acompañante, se va. Agregaron. Pero por qué no le hacen la prueba del virus? Sin respuesta. Al menos precisen a dónde lo llevan. Más mutismo. Nos lo llevamos y punto. La familia no permitió su salida ante tanta vaguedad. Creo que hizo bien. Acaso Bogotá no tiene la capacidad instalada suficiente? Dicen que solo se ha ocupado el treinta y pico por ciento, por qué a Chía? A la ambulancia le pagan más si lo llevan allá? Me pregunto yo. Acaso pagan más si se trata de traslado por virus? Me sigo preguntando. Lo mínimo que debían decir era al sitio exacto a dónde lo llevarían? Siendo un anciano enfermo no debería tener un acompañante, por lo menos para firmar papeles? Una atención bastante dudosa, por decisiones de unos camilleros? O los llevan a Chía para que allí mueran y luego de la autopsia confirmar si fue o no por el virus? En este país de desconfiados es mejor desconfiar, uno nunca sabe. Efectivamente la fiebre no era de coronavirus sino de la enfermedad padecida, aunque tampoco le hicieron la prueba.

            Lo que me llama la atención es que en el gobierno ya tienen todos los protocolos, para todo; tienen previsto, al parecer, todo. Pero por los comentarios que uno escucha pareciera que la realidad es otra, en la práctica los protocolos son solo documentos, que en el papel aguanta todo, siempre ha sido así. Para ellos las pruebas contra el virus están a su alcance, -y esos no es ni siquiera el uno por ciento del total de población-, mientras que para el resto, a pesar de la ciencia, échese la bendición y cómase unos cuantos rosarios, no hay de otra.

            Y cuando todo pase, al menos yo, si no me he muerto, nunca sabré si tuve el virus, si soy o fui portador, ni menos aquellos que me rodean; solo sabré, a título de historia, que fui parte de un coronavirus catalogado como pandemia, pero del que nunca supe la verdad de qué, cómo, ni cuándo, pues fueron muchos los cuentos que oí, muchos chismes que compartí, muchas verdades dichas a medias, falsedades que pasaron por verdades y una sonrisa maliciosa que me permitirá pontificar dentro de algunos años, si no he muerto antes.

No daba consejos, porque según su experiencia era una pérdida de tiempo, cada uno comete sus propios errores y aprende de ellos(2). O no aprende, agrego yo.

Tomado de Facebook.
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(2) Isabel Allende. La isla bajo el mar.