Fue
hace como veinte años, ya no lo recuerdo bien, aunque el recuerdo aún siendo
borroso es recuerdo, así falsee parte de la historia.
En
el mundo nunca se había presentado algo semejante. Hablo en el mundo mío,
porque pandemias las hubo, la llamada gripa española que duró dos años
-1918-1920-, según averigüé en el internet de mi época. Mató a cerca de
cincuenta millones de personas en todo el mundo. No me tocó, a mis padres al
parecer tampoco. Por eso solo la cito como referencia. Antes, guardadas
proporciones del poco avance tecnológico, estaba la peste negra, la viruela,
pero de épocas bien pretéritas, que si bien sucedieron ya quedaron en el
olvido, como todo lo malo después de que pasa. Hubo otra, pero que nunca fue
declarada como pandemia, debido a que el contagio solo era de intercambios
sexuales, la del sida, pues tuvo más de treinta y cinco de millones infectados
y ni idea de cuántos muertos, como que se cansaron de contarlos.
Quién
se iba a imaginar que a comienzos del siglo XXI, cuando los avances, en toda
materia, eran tan adelantados; cuando ya se podían hacer cirugías desde la
distancia, se hablaba de medicina no invasiva que lograba entrar al cuerpo
humano sin dejar si quiera rastros, se había rastreado el genoma humano, la
microcirugía era posible. Y todo lo dicho sólo en el campo de la salud.
Eso
me lleva a recordar que en análisis de riesgos, de mi época, no se podía
prever, para no recaer en el pesimismo más absoluto y no ser mal mirado,
evaluar el eventual cierre de la entidad. Hoy, creo que como cuatro en las que
trabajé desaparecieron hace mucho. En esa medida recuerdo que cuando hacía uno
preguntas sobre posibilidades de ocurrencia del hecho generador –como se
llamaba-, la respuesta era que sería imposible que ocurriera, como cuando uno
señalaba la posibilidad de que, por cualquier razón, los satélites se apagaran,
o que hubiera cortes de luz por demasiado tiempo o que, ya entrados los años de
los computadores, un virus atacara a todo un país, por no decir al mundo. Eran
preguntas que se consideraban desobligantes e imposibles de ocurrencia. Por eso
nunca se tenían planes –protocolos lo llaman ahora- para tales eventualidades y
teniéndolos, estaban archivados en el cuarto del olvido.
Y
por allá en los años veintes de este siglo ocurrió lo que era un imposible que
pudiera acontecer. Una virus apareció en la China, pero como quedaba bien
lejos, nadie le paró bolas. Hasta que creció, pero gobiernos y OMS dijeron que
eran puros cuentos chinos, que no había motivo para el pánico. Nadie se atrevía
a hablar de pandemia, no sé si por miedo o porque conocían a los seres humanos.
Se
fue extendiendo, poco a poco, pero ya más de uno empezó a preocuparse, pero lo
curioso es que nadie lo veía como que pudiera afectar a toda la humanidad, de
cualquier manera. Todos confiados en la ciencia, tan adelantada, muchos decían
que ya no estábamos en la edad media o a principios del siglo XX, donde todo
podía pasar, por el atraso que tenía la humanidad, pero en el 2020? Hasta hubo
muchos gobernantes que se burlaron de la situación, aunque con el tiempo les
tocó comerse sus propias palabras, lástima que el virus no los atacó, aunque de
todos modos le hubiera sucedido cualquier otro inepto. Tanto que el presidente
gringo de esa época, un loco llamado Trumph dijo que eso se curaba inyectándose
con blanqueador a base de cloro y muchos se lo creyeron, hubo como cien
intoxicados, para que vean la clase de dirigentes que teníamos y la mano de
estúpidos que les creían.
Y
comiéndose sus propias palabras y las de los genios que los asesoraban, les
tocó ir viendo que el enano se crecía y que a las buenas o a las malas les
tocaba tomar medidas. Demostraron su propia ineptitud en la medida de su propia
indecisión.
Y
dada la estupidez de los gobernados, la cuarentena (que significaba en sus
inicios cuarenta días encerrados) era de diez días, pero viendo lo incontrolada
que era y para evitar el qué dirán, la decretaban de a poquitos, desconociendo
que cuarentena era cuarenta, inicialmente. El principio de todo gobernante es
el uso del eufemismo, así dicen, pero no dicen y quedan medianamente blindados
a habladurías, a investigaciones.
Y
pasaban los días y curiosamente todos se acostumbraban, naturalmente estaban
los vivos que se pasaban por la faja las restricciones, los que pensaban en
largas vacaciones -para darse ánimos-, los que de mala gana, sin dejar de
refunfuñar, las atendían. Hubo de todo.
Y
el común denominador de los gobiernos: la improvisación, ni siquiera se
aprendía de los errores que otros cometían, porque todo estaba sujeto a
interpretaciones, no las más científicas pero sí las más a conveniencia, de
ellos.
Y
pasó y los años también y como toda historia, especialmente la contada por los
viejos, hizo que los hechos se evaporaran y todas las promesas que hicieran los
confinados se olvidaran, aún a sabiendas de que la historia podía repetirse,
pues la estupidez tanto de gobernantes como de gobernados seguía siendo la
misma, como en los inicios de la humanidad pensante.
Y
hoy, cuando echo el cuento de lo que aconteció en tan pretéritos años, mis
oyentes siguen pensando que todo fue un cuento chino, como cuando en mi
juventud le contaba a los jóvenes de su momento, que viví cuando para bajarse
del bus era necesario anunciar la parada jalando una pita que conectaba la
puerta trasera con un timbre en la parte delantera del bus y también pensaban
que todo era un cuento chino de mi imaginación.
… pero no duraban mucho. Del mismo modo que ninguna vida duraba mucho. Sólo
los dioses vivían eternamente, e incluso ellos podían ser olvidados.(1)
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