miércoles, 27 de julio de 2022

COSAS DE LA DEMOCRACIA


Son cosas de la democracia, pensó, pero ya se sabe que demasiada democracia acaba con la democracia.[1] Y cuando tienes que elegir entre dos males no existe verdadera libertad.[2]

Seguía pensando que porque conocía el problema bien, y después de un diluvio de conferencias, cursillos y seminarios, había llegado a la conclusión más feliz del mundo, que es la de que no hay que hacer nada porque cualquier solución es mala.[3]

Era el precio de la democracia, recordaba que había leído sobre las dictaduras romanas: Sila puede hacer lo que se le antoje —replicó César—. Le han nombrado dictador, que es mejor que ser rey porque sus edictos tienen fuerza de ley y no está atado por la lex Cecilia Didia de los diecisiete días que deben transcurrir entre la promulgación y la ratificación, ni tiene que presentarlas al Senado ni a las asambleas. Y no se le puede pedir explicaciones por nada de lo que haga, ni por nada de lo que haya hecho antes. Ahora que te advierto —añadió pensativo—, que si Roma no se conduce con mano firme está acabada. Así que espero que todo le salga bien y que tenga la visión y el valor para hacer lo que sea preciso.[4] No era un mal sistema, para arreglar un problema mayor, soluciones mayores, no pañitos tibios como los de hoy, que se toman pensando en el qué dirán, en que si la imagen se les viene abajo si hacen lo que realmente deben hacer, siempre pensando en la popularidad, no en lo que realmente debía hacerse. Recordaba otras épocas, pocas pero que sucedieron, hubo cambios, sutiles pero algo lograron, aunque estaba claro, eso no había necesidad de estudiarlo en los libros, que La riqueza de unos cuantos sólo se podía generar con la pobreza de muchos.[5] Además sabía también que El esclavo carece de incentivos, le conviene trabajar lento y mal, ya que su esfuerzo sólo beneficia al amo, pero la gente libre trabaja para ahorrar y progresar, ése es su incentivo. [6] Y también, se lo habían repetido hasta la saciedad que por cada trabajo que existe en el mundo, por insatisfactorio que sea, también existe siempre una persona que lo realiza. Si no, el mundo no podría seguir funcionando.[7]

Se dijo entonces; Quizá porque cuanto más me acerco a la muerte más me anima despellejar de mis recuerdos todo lo banal, y una fecha —a pesar de lo que opinen los historiadores— no es más que otro día en el calendario. Pero no añoremos el futuro. «No hay peor nostalgia que añorar lo que no ha pasado», dice la canción esa que tanto tarareaba.[8] Es más, sabía que La muerte no lo indignaba, y la de los inocentes no le suscitaba ninguna compasión. Simplemente formaba parte de las cosas. No era un hipócrita. La verdad es que, ante la muerte de los demás, lloramos por nosotros mismos. No es un sentimiento noble, es miedo, porque un día correremos la misma suerte.[9]

Y en medio de la desolación de sus pensamientos, solo pudo concluir: Un hombre muerto terminaba por ser un hombre que jamás había existido.[10] No es hora de hipocresías, las cosas deberían ser como son, no como las retocamos.

Permaneció un buen rato bajo la ducha, y se permitió el lujo de afeitarse allí sin reparar en el consumo de agua, en la energía invertida para calentarla, ni siquiera en el hecho de que utilizaba una cuchilla desechable. Estaba harto de cuidar del planeta: que se cuidara él sólo por una vez.[11]

Tomado de Facebook
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[1] Méndez. Francisco González Ledesma.

[2] La dama de Cachemira. Francisco González Ledesma.

[3] Una novela de barrio. Francisco González Ledesma.

[4] Colleen McCullough - Favoritos de la Fortuna

[5] Marco Vicchi. La fuerza del destino.

[6] Isabel Allende. La isla bajo el mar.

[7] Cornell Woolrich. Hacia la noche.

[8] Líbranos del bien. Sánchez Baute

[9] El cazador de la oscuridad. Donato Carrisi.

[10] Cortafuegos. Henning Mankell.

[11] Donna Leon. La palabra se hizo carne.

lunes, 25 de julio de 2022

PENSAMIENTOS DE VIEJOS


(…) tenía unos ojos quietos donde se habían ahogado muchas ilusiones.[1] Eso pensaba, las ilusiones de la juventud, sabiendo que Tengo todo el tiempo del mundo a mi disposición. Hacerse viejo es solitario. Una espera desolada de lo inevitable.[2] A pesar de saber que no saldré vivo de este mundo, por ahora lo mejor es deslizar esos temas al desván de la memoria, ese limbo en el cerebro donde se pierden las palabras esperando redención.[3] Puesto que no tengo hoy, los recuerdos de ayer son lo único que tal vez me dé fuerzas para llegar hasta mañana. Y perdone tanta leche literaria.[4]

 

Seguía pensando, como solo lo podemos hacer los viejos, cuando ya no es mucho lo que se puede esperar del mañana. El comedor estaba medio vacío y tuve tiempo de pensar en todo lo que me había pasado en los últimos veinte años. No me gustaba pensar en esas cosas, porque no se saca nada en claro cuando se remueve la memoria.[5]

 

                Sin embargo no podía dejar de pensarlo, pues la virtud de los viejos (o la desgracia, según se vea) es que el futuro lo tienen claro, al menos saben que el final se acerca, mañana o pasado, intuíamos que un problema no existe de verdad hasta que se lo nombra y que, mientras no se lo nombra, sólo es un problema fantasmal, un falso problema…[6] 

 

A veces he pensado lo mismo. Cuando no se tenían esas preocupaciones. Pero me temo que esa época ya pasó. El mundo en el que vivimos se está ampliando y a la vez se torna caótico.[7] Y eso es lo que nos pasa muchas veces a las personas. Que al principio somos de una manera, pero luego nos convertimos en otra. Que llevamos el mismo nombre y tenemos la misma cara, pero en realidad no somos los mismos.[8] Aunque también es cierto que La muerte no depende de nosotros. Siempre está en manos del Destino, y contra eso no se puede hacer nada.[9] Y hablando de destino «El destino es más exacto que mil citas», reza un viejo proverbio tuareg.[10]  además sabes que tengo derecho a morir. Nadie me pidió permiso para traerme al mundo. Nadie puede prohibirme que salga de él.[11] Pensamientos que a ratos pienso que son contradictorios, como es de contradictoria nuestra vida, así no queramos aceptarla.

 

 

Sabe qué pienso a veces? Que nuestra felicidad es tan complicada que a la hora de la verdad nos pasamos la vida disfrutando la felicidad de los otros. Por ejemplo, el hombre que sólo vive para la alegría de su equipo cuando marca un gol. O para el triunfo de su ídolo en una película. O la de su líder político, con la calle llena de banderas que a la hora de la verdad sólo quedarán para el recuerdo de las fotos. Y también la de la mujer que ayer se extasió viendo la cantidad de baños que tenía la casa de Isabel Preysler, y hoy se extasía al enterarse de que miss Universo se ha casado con el amor de toda su vida. Eso. Resulta que los desgraciados vivimos la felicidad de los otros, porque es nuestro derecho.[12]

 

También hay que reconocer que A veces su memoria se perdía, a veces tenía la sensación de no haber hecho nada, porque la vida era una broma, porque todo se convertía inmediatamente en pasado y porque él, después de todo, no era más que un pedazo de sombra en un pedazo de calle, donde pronto no quedaría nada.[13] Todo eso me preocupaba a veces, porque tenía tantas ganas de ser alguien…, me hubiera gustado tanto ser especial… [14]

 

Claro que (…) padecía cada vez con más fuerza la incurable enfermedad de los nostálgicos, que siguen viendo las ciudades, los precios, las calles y hasta las mujeres —detalle peligrosísimo— no por lo que son, sino por lo que han sido.[15] Nostálgicos del siglo pasado, mi siglo, cuando en los ochenta ya comenzaba a vislumbrase mi vida de adulto, un título, una familia, un carro, un apartamento, un trabajo. Claro que le estaban hablando del año ochenta del siglo anterior (qué extraño queda hablar del «siglo anterior» cuando uno lo ha vivido).[16] Pero Usted me dirá que eso no es normal, porque hasta la gente más miserable, la que apenas puede comer, se gasta lo que no tiene en un televisor de gran tamaño, porque es mejor ver la vida de los otros que ver tu propia vida.[17]

 

Tú y yo pertenecemos a un mundo en el que sólo somos dos cosas: consumidores de algo e instrumentos de algo. No somos útiles como seres humanos, y a veces pienso que no somos seres humanos: sólo consumimos lo que fabrican otros y fabricamos lo que otros consumirán.[18] A usted todo esto le revienta porque no puede hacerlo. A los que les revienta lo critican porque no pueden pagarlo, y por tanto no pueden hacerlo.[19]

 

Sólo he querido decirte que mucha gente murió en este barrio mientras pensaba lo que tú estás pensando ahora. Murió pensando en un mundo mejor, sin darse cuenta de que ese mundo no existe. Pero el mercado sí existe. Sólo he intentado decirte una cosa, y es que no vamos a cambiar el mundo, sino que debemos trabajar en él.[20] Y es más, cuando se preparaba la Constitución esa tan bonita, tan llena de poesías y de mentiras, como todas las constituciones. De modo que vamos a ver: es historia. Y la historia no asusta a nadie. Por lo tanto escúcheme, que eso no hace daño.[21] Tan no hace daño que en esa constitución nos prometieron la felicidad, como si se pudiera decretar, pero ya ve, el papel aguanta todo, hasta las promesas infundadas que sabemos de antemano que son falsas, pero aún así esperamos que sean ciertas. Debemos recordar que No todas las cosas que están escritas tienen por qué ser ciertas, ni siquiera las que están escritas en las lápidas. [22]

 

Ya los sé, yo me he convertido en el símbolo del tiempo que pasa y de una juventud que ya se ha ido.[23] Pero eso sí, «No me arrepiento de nada puesto que carece de sentido arrepentirse».[24]

Tomado de Google
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[1] Peores maneras de morir. Francisco González Ledesma.

[2] La falsa pista. Henning Mankell.

[3] Líbranos del bien. Alonso Sánchez Baute

[4] Ricardo González Ledesma. Expediente Barcelona.

[5] Es inútil y pernicioso. Regalo de casa. Juan Madrid.

[6] Juan Madrid. Independencia.

[7] La falsa pista. Henning Mankell.

[8] Independencia. Juan Madrid.

[9] Méndez. Francisco González Ledesma.

[10] Líbranos del bien. Alonso Sánchez Baute

[11] Una novela de barrio. Francisco González Ledesma.

[12] Méndez. Francisco González Ledesma.

[13] Peores maneras de morir. Francisco González Ledesma.

[14] La muerte del padre. Karl Ove Knausgård

[15] La dama de Cachemira. Francisco González Ledesma.

[16] Una novela de barrio. Francisco González Ledesma.

[17] Méndez. Francisco González Ledesma.

[18] Una novela de barrio. Francisco González Ledesma.

[19] No hay que morir dos veces. Francisco González Ledesma.

[20] Una novela de barrio. Francisco González Ledesma.

[21] Una novela de barrio. Francisco González Ledesma.

[22] Peores maneras de morir. Francisco González Ledesma.

[23] La dama de Cachemira. Francisco González Ledesma.

[24] La quinta mujer. Henning Mankell.

miércoles, 20 de julio de 2022

¿SERÁ?

—Verá, Toni, ¿no se ha dado cuenta de que nadie escucha a nadie? ¿De que todos hablamos a la vez? Los hombres sólo quieren dos cosas —dijo—. Dos cosas principales. Por ellas mentimos, fornicamos, matamos, trabajamos, nos enfadamos, estamos tristes, invitamos a la gente… Una de ellas es ser felices, eso es lo que queremos por encima de todo. Ser felices. La otra es que nos reconozcan entre la muchedumbre.
Era demasiado lo que estaba pagando por dos dedos de ginebra.
—No entiendo mucho de esas cosas.
—Nadie escucha a nadie, Toni. Gritamos hasta desgañitamos pero es inútil, nadie entiende y nadie escucha. Por eso hay tanto ruido en todas partes y por eso la música es tan estridente. Es como si nos hablásemos de espaldas.
Y esto en la época de la comunicación y de la información, de la introspección. Nunca se ha sabido tanto sobre el ser humano y nunca hemos estado tan separados los unos de los otros.[1] 

             Nadie escucha a nadie actualmente. Claro que hablamos, decimos, nos manifestamos, pero el otro anda pensando en otra cosa, mientras nos responden con el consabido ajá, que no comunica aunque pareciera hacerlo.

 

Y si se trata de la consabida cantaleta con mayor razón, ponemos cara de estar atentos, de compartir el tema mientras pensamos en nuestras propias preocupaciones y basta un movimiento de cabeza de asentimiento o de negación, un ajá esporádico y estamos compartiendo, aunque pasivamente. Hay tantas formas de hacernos los pendejos para que crean que somos suficientes oyentes, muy complacientes.

 Y más cuando un emoticon en una conversación de whatsup dice lo que dice, aunque diga lo que no quiere decir, pero al decirlo, no expresa lo que se quiere expresar, aunque exprese lo que no se siente, dado que el whatsup es tan frío e impersonal que vale todo pretendiendo lo que no se es, tratando de ocultar lo que se es. Es decir, ya no nos escuchamos, al no vernos a la cara y aún viéndonos ya nadie escucha a nadie.

 Y por si algo no queda claro, si se trata de alguna relación, alguien más me puede ayudar, sobre algo que no quiero pronunciar:

 Pero sí le diré que en nuestro entorno todo fue cambiando. Primero los vecinos: ya no venían a nuestra casa a hablar o echar una partidita, porque ver el programa del domingo valía más que ver nuestro comedor o nuestra cara. Segundo, mi mujer: se dio cuenta de que yo no le enseñaba nada del mundo, y la televisión sí. La pequeñez de nuestra vida se le fue metiendo dentro, y entonces se dio cuenta, repito, de que el televisor nuevo le permitía vivir, como si fueran suyas, otras vidas más grandes.

Por lo tanto perdió el gusto de hablar conmigo, pero le juro, señor Méndez, que yo no perdí nunca el gusto de hablar con ella. Mi mujer era la persona que yo había elegido para compartir mi vida, y nunca entendí por qué tenía que compartirla con un cacharro comprado a plazos, y menos con las presuntas sesiones de cama de un director general con un diplomático. Pero la cosa era imparable y se ve que ya no tenía remedio: durante las comidas y las cenas ya no hablamos. Era el televisor el que hablaba por nosotros.
Me di cuenta de que el televisor —que tenía que haber unido a las familias en un diván, frente a la pantalla— las dispersaba. En la mesa familiar se resolvían antes los problemas de la casa, pero ahora en la mesa no se hablaba, lo cual tal vez signifique —yo soy un poco tonto en eso— que las familias ya no tienen problemas. Otro motivo de dispersión era que a nadie le gustaban los mismos programas, de tal modo que cada persona necesitaba un televisor distinto. A tantas habitaciones, tantos televisores para unas personas que cada vez se conocían más de lejos.
En mi casa pasó lo mismo que en todas las otras. No podíamos tener apenas nada, pero en cambio teníamos un televisor de los más grandotes, lleno de mandos a distancia, antirreflejos, pantallas panorámicas y estereofonías, de modo que por poco no nos lo sirven con mueble bar, microondas y bidé. El instalador nos dijo que eso era sólo el principio, que pronto podríamos captar imágenes por medio de unos satélites instalados en Marte.
Entonces empezaron mis desgracias, inspector Méndez, y lo que quedaba de mi vida se llenó de negros presagios. Un día me di cuenta de que ni mi mujer ni yo hablábamos ya en el comedor, que ella no sabía lo que me pasaba ni yo sabía lo que le pasaba a ella. Nuestras comidas llegaron a estar atravesadas por impenetrables silencios: sólo el tío o la tía de la pantalla hablaban, sólo ellos eran nuestro pensamiento, nuestra alma, el centro de nuestro mundo. Mi mujer decía a veces: «Es que así nuestro mundo se ensancha». Tal vez sí, pero ya no era nuestro.
Incluso llegué a intuir que a ella le molestaba mi presencia en la mesa, porque la distraía con mis observaciones. «Me han dicho hoy en el trabajo que…». «Por favor, cállate», contestaba con cortesía, pero con firmeza. Más tarde la firmeza se mantuvo, pero la cortesía ya no: «Y a mí qué me importa lo que te digan en el jodido trabajo, si no vas a cambiar nada. ¡Cállate!».
En estos casos ya sabe usted que lo mejor es no discutir, aunque el hecho de que no discutas no significa que no pienses. Me vino a la cabeza que si mi mujer y yo no teníamos temas comunes para hablar, ello se debía a que éramos pobres sin grandes perspectivas. 

Sé lo que está diciendo. Nadie escucha a nadie. Pero a lo mejor es que nadie tiene nada que decir y hablamos para hacer ruido, para saber que estamos vivos.[2] 

Tomado de Facebook
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[1] Mujeres & Mujeres. Juan Madrid

[2] Ibid.

lunes, 18 de julio de 2022

ACEPTACIÓN

                 Últimamente me ha dado por buscar en la real academia el significado de las palabras que de alguna manera doy por sentadas pero que el prurito me dice que verifique primero. Una de ellas fue la palabra que me sirve de título. Si digo aceptación todo el mundo me entenderá y no requiere que me ponga a explicar nada. Sin embargo, podría preguntar qué es la aceptación. Acepto el impuesto, acepto el trabajo, acepto mi vida?

 

                Eso me lleva a la real academia que me definió la palabra como acto y acción de aceptar, es decir, no me dijo nada -de lo que yo quería- y me llevó a su original aceptar que señala que es Recibir voluntariamente o sin oposición lo que se da, ofrece o encarga, lo cual no colmó mis expectativas. Y para colmo, más adelante, en la 4ª acepción dice que es Asumir resignadamente un sacrificio, molestia o privación. Como dije en otra oportunidad, las palabras pueden tener diferentes significados y entre ellos, discordias que llevan a discusión, pero como sea, hasta el momento nada me llevó a colmar mis expectativas al respecto.

 

                Sin embargo, el doctor Google siempre sale en mi ayuda y me encontré de primerazo un artículo[1] que sí vino a decir lo que quería oír -advierto que no sé si sea verdad o no, pues internet contiene de todo, como nos han advertido, pero que preferimos hacer caso omiso, de acuerdo con la circunstancia.-

 

                Dice el artículo: Carl G. Jung dijo: ”Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”. ¿Por qué, a veces, nos cuesta tanto aceptar la realidad? ¿Por qué seguimos dándole vueltas a aquello que escapa a nuestro control? La aceptación, al contrario de lo que pueda pensarse, no tiene por qué representar renuncia, abandono o resignación, puede expresar fortaleza personal: la flexibilidad y capacidad de adaptarnos a una realidad que no podemos controlar a nuestro antojo. La aceptación es una herramienta esencial para nuestro desarrollo personal. Aceptar la realidad, aquello que no podemos cambiar, no es una actitud estática, es una decisión activa. Decidimos adaptarnos a las circunstancias adversas, en vez de quejarnos o regodearnos en la frustración, el enfado o la rumiación. Adaptarnos a la realidad mejora nuestro bienestar emocional. Al aceptar la adversidad, aprendemos de ella y también de nosotros, descubrimos nuestros recursos, los mejoramos, nos transformamos, en definitiva, nos hacemos personas más resilientes con una mayor capacidad de autorregulación emocional.

 

                A esto me quería referir, en la aceptación con ese significado. Nos enervamos, nos emberracamos, nos emputamos, nos sulfuramos cuando hablamos de política, religión, de inclinaciones sexuales[2] y de otros temas -sin ser expertos en ello, ni en estar mínimamente informados, lo que es peor-, pero casi nunca recurrimos a la aceptación, preferimos gritar -sin argumentos, pero con groserías, eso me ha pasado, cuando me he visto perdido, aunque la edad me ha moderado un poco-.

 

                Hay cosas en que tenemos la alternativa de aceptar, las consecuencias son nuestras, exclusivamente nuestras. Pero otras, las más, son situaciones que no queremos pero que se dan y que respecto de ellas no hay otra cosa diferente a aceptarlas, tal como están, porque son una realidad, ajena a nosotros, y no podemos hacer cosa diferente a aceptarlas o a volvernos criticones cansones. Lo digo, por ejemplo, a la elección presidencial pasada. Sí, Petro ganó, no me gustó para nada, me echo bendiciones pensando en el futuro de ese dictadorzuelo y el de este país, pero no puedo hacer absolutamente nada, ganó, para mi desgracia, pero ganó escudado en la democracia que me ha acompañado a lo largo de la vida. Entonces, ante la imposibilidad de hacer algo, es decir nada, lo único que me queda es la aceptación, si quiero estar mentalmente tranquilo. Claro que puedo despotricar, insultarlo, denigrar y todo lo que se les ocurra, pero qué gano con ello? Un desgaste innecesario que no soluciona nada del problema, pero que me crea un problema mental.

 

De esa aceptación era de la que quería escribir y que Dios nos coja confesados, no hay de otra.

 

Y quedando sin palabras, vino a mí el recuerdo de San Francisco, con su hermoso poema:

 

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz:

donde haya odio, ponga yo amor,

donde haya ofensa, ponga yo perdón,

donde haya discordia, ponga yo unión,

donde haya error, ponga yo verdad,

donde haya duda, ponga yo la fe,

donde haya desesperación, ponga yo esperanza,

donde haya tinieblas, ponga yo luz,

donde haya tristeza, ponga yo alegría.

 

Oh Maestro, que no busque yo tanto

ser consolado como consolar,

ser comprendido como comprender,

ser amado como amar.

Porque dando se recibe,

olvidando se encuentra,

perdonando se es perdonado,

y muriendo se resucita a la vida eterna.

Tomado de Google



[1] https://www.areahumana.es/aceptacion-aceptar-la-realidad/

[2] Excepto tratándose de abusivos, pedófilos y demás, aclaro respecto de los cuales pienso que con un balazo en las güevas se soluciona el problema, advirtiendo que después de ese balazo el otro debe ir directo a la cabeza, allí sí no tengo aceptación alguna.