(…) tenía unos
ojos quietos donde se habían ahogado muchas ilusiones.[1]
Eso
pensaba, las ilusiones de la juventud, sabiendo que Tengo todo el tiempo del
mundo a mi disposición. Hacerse viejo es solitario. Una espera desolada de lo
inevitable.[2]
A pesar de saber que no saldré vivo de este mundo, por ahora lo mejor es
deslizar esos temas al desván de la memoria, ese limbo en el cerebro donde se
pierden las palabras esperando redención.[3]
Puesto que no tengo hoy, los recuerdos de ayer son lo único que tal vez me dé
fuerzas para llegar hasta mañana. Y perdone tanta leche literaria.[4]
Seguía pensando,
como solo lo podemos hacer los viejos, cuando ya no es mucho lo que se puede
esperar del mañana. El comedor estaba medio vacío y tuve tiempo de pensar en
todo lo que me había pasado en los últimos veinte años. No me gustaba pensar en
esas cosas, porque no se saca nada en claro cuando se remueve la memoria.[5]
Sin
embargo no podía dejar de pensarlo, pues la virtud de los viejos (o la
desgracia, según se vea) es que el futuro lo tienen claro, al menos saben que
el final se acerca, mañana o pasado, intuíamos que un problema no existe de verdad hasta que se lo nombra y
que, mientras no se lo nombra, sólo es un problema fantasmal, un falso
problema…[6]
A veces he pensado lo mismo. Cuando no se
tenían esas preocupaciones. Pero me temo que esa época ya pasó. El mundo en
el que vivimos se está ampliando y a la vez se torna caótico.[7]
Y eso es lo que nos pasa muchas veces a las personas. Que al principio somos de
una manera, pero luego nos convertimos en otra. Que llevamos el mismo nombre y
tenemos la misma cara, pero en realidad no somos los mismos.[8] Aunque
también es cierto que La muerte no depende de nosotros. Siempre está en
manos del Destino, y contra eso no se puede hacer nada.[9]
Y hablando de destino «El destino es más exacto que mil citas», reza un
viejo proverbio tuareg.[10] además sabes que tengo derecho a morir. Nadie
me pidió permiso para traerme al mundo. Nadie puede prohibirme que salga de él.[11]
Pensamientos que a ratos pienso que son contradictorios, como es de
contradictoria nuestra vida, así no queramos aceptarla.
Sabe qué pienso a veces? Que nuestra felicidad
es tan complicada que a la hora de la verdad nos pasamos la vida disfrutando la
felicidad de los otros. Por ejemplo, el hombre que sólo vive para la alegría de
su equipo cuando marca un gol. O para el triunfo de su ídolo en una película. O
la de su líder político, con la calle llena de banderas que a la hora de la
verdad sólo quedarán para el recuerdo de las fotos. Y también la de la mujer
que ayer se extasió viendo la cantidad de baños que tenía la casa de Isabel
Preysler, y hoy se extasía al enterarse de que miss Universo se ha casado con
el amor de toda su vida. Eso. Resulta que los desgraciados vivimos la felicidad
de los otros, porque es nuestro derecho.[12]
También hay que reconocer que A veces su
memoria se perdía, a veces tenía la sensación de no haber hecho nada, porque la
vida era una broma, porque todo se convertía inmediatamente en pasado y porque
él, después de todo, no era más que un pedazo de sombra en un pedazo de calle,
donde pronto no quedaría nada.[13]
Todo eso me preocupaba a veces, porque tenía tantas ganas de ser alguien…, me
hubiera gustado tanto ser especial… [14]
Claro que (…) padecía cada vez con más fuerza
la incurable enfermedad de los nostálgicos, que siguen viendo las ciudades, los
precios, las calles y hasta las mujeres —detalle peligrosísimo— no por lo que
son, sino por lo que han sido.[15]
Nostálgicos
del siglo pasado, mi siglo, cuando en los ochenta ya comenzaba a vislumbrase mi
vida de adulto, un título, una familia, un carro, un apartamento, un trabajo. Claro
que le estaban hablando del año ochenta del siglo anterior (qué extraño queda
hablar del «siglo anterior» cuando uno lo ha vivido).[16]
Pero Usted me dirá que eso no es normal, porque hasta la gente más
miserable, la que apenas puede comer, se gasta lo que no tiene en un televisor
de gran tamaño, porque es mejor ver la vida de los otros que ver tu propia
vida.[17]
Tú y yo pertenecemos a un mundo en el que sólo
somos dos cosas: consumidores de algo e instrumentos de algo. No somos útiles
como seres humanos, y a veces pienso que no somos seres humanos: sólo
consumimos lo que fabrican otros y fabricamos lo que otros consumirán.[18]
A usted todo esto le revienta porque no puede hacerlo. A los que les revienta
lo critican porque no pueden pagarlo, y por tanto no pueden hacerlo.[19]
Sólo he querido decirte que mucha gente murió en este barrio mientras
pensaba lo que tú estás pensando ahora. Murió pensando en un mundo mejor, sin
darse cuenta de que ese mundo no existe. Pero el mercado sí existe. Sólo he
intentado decirte una cosa, y es que no vamos a cambiar el mundo, sino que
debemos trabajar en él.[20] Y es más, cuando se
preparaba la Constitución esa tan bonita, tan llena de poesías y de mentiras,
como todas las constituciones. De modo que vamos a ver: es historia. Y la
historia no asusta a nadie. Por lo tanto escúcheme, que eso no hace daño.[21]
Tan
no hace daño que en esa constitución nos prometieron la felicidad, como si se
pudiera decretar, pero ya ve, el papel aguanta todo, hasta las promesas
infundadas que sabemos de antemano que son falsas, pero aún así esperamos que
sean ciertas. Debemos recordar que No todas las cosas que están escritas
tienen por qué ser ciertas, ni siquiera las que están escritas en las lápidas. [22]
Ya los sé, yo me he convertido
en el
símbolo del tiempo que pasa y de una juventud que ya se ha ido.[23]
Pero
eso sí, «No me arrepiento de nada puesto que carece de sentido
arrepentirse».[24]
[1] Peores maneras de morir. Francisco González Ledesma.
[2] La falsa pista. Henning
Mankell.
[3] Líbranos del bien. Alonso Sánchez Baute
[4] Ricardo González Ledesma. Expediente Barcelona.
[5] Es inútil y pernicioso. Regalo de casa. Juan Madrid.
[6] Juan
Madrid. Independencia.
[7] La falsa pista. Henning
Mankell.
[8] Independencia. Juan Madrid.
[9] Méndez. Francisco González Ledesma.
[10] Líbranos del bien. Alonso Sánchez Baute
[11] Una novela
de barrio. Francisco
González Ledesma.
[12] Méndez. Francisco González Ledesma.
[13] Peores maneras de morir. Francisco González Ledesma.
[14] La muerte del padre. Karl Ove Knausgård
[15] La dama de Cachemira. Francisco González Ledesma.
[16] Una novela
de barrio. Francisco
González Ledesma.
[17] Méndez. Francisco González Ledesma.
[18] Una novela
de barrio. Francisco
González Ledesma.
[19] No hay que morir dos veces. Francisco González Ledesma.
[20] Una novela
de barrio. Francisco
González Ledesma.
[21] Una novela
de barrio. Francisco
González Ledesma.
[22] Peores maneras de morir. Francisco González Ledesma.
[23] La dama de Cachemira. Francisco González Ledesma.
[24] La quinta mujer. Henning
Mankell.
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