No hay nada más falso que una falsa sonrisa y dice tanto que tanto esconde. (No sé si la frase es de alguien más, pero me pareció de una profundidad que quedé orgulloso de solo pensarla, salvo que alguien más envidioso me la haya quitado).
En plan turista, a velocidad de crucero, me admiro de toda
la gente que me encuentro en el camino en plan de sonrisa falsa. Porque eso es,
simplemente es falsedad lo que están haciendo, para demostrar que… qué estupideces
quieren demostrar? No hay como la sonrisa natural, la que nace del alma, del momento,
del instante y que difícilmente se puede capturar.
Muchachitos, jóvenes, maduros, viejos -hombres, mujeres, niños
sin distingo- al momento de demostrarle al mundo, al que poco les importa lo que
hacen, que están felices y de allí que siempre en la foto debe salir la sonrisa
postiza, muchas veces grotescas, otras deprimentes, casi nunca originales. También
se usa para descrestar, para sentirse mejor que otros, para demostrar que son alguien,
que son más bonitos que otros y muchas excusas más, todas igualmente disfrazadas
de bondad, de querer compartir mi dicha. Ojalá en esos momentos dijera el que dispara
la cámara: sonrisa falsa y ahí todos los fotografiados cambiarían de expresión y
la sonrisa se haría más clara, pues cuando se trata de mentiras, todos queremos
negarla.
Nada más hacer un ejercicio. Ver una de las fotos, hacer el acercamiento respectivo
y analizar la sonrisa. Forzada, en la mayoría de casos; dentales o sea las que muestran
los dientes exageradamente, quedando como payasos; otras que simulan una mueca de
sonrisa, son grotescas.
Y de la sonrisa natural, nada; de la carcajada espontánea,
nada. Esas no existen cuando de selfis se trata. Nos falta originalidad y dejar
de mentirnos, porque esas falsas sonrisas tienen un trasfondo que no ocultan nada,
por el contrario rebelan mucho.
Así no hay quien escriba una historia que
no sea una mierda.[1]
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