viernes, 29 de septiembre de 2023

ANUNCIOS DE PREVENCION

                No sé a qué genio o a qué universidad gringa de genios se le ocurrió que era desmotivante para el fumador que una grotesca fotografía apareciera en la cajetilla o en el sobre de picadura y que el Fumar mata fuera impreso veinte veces más grande que la marca de la picadura o el cigarrillo. Y creo que mayor la estupidez de los legisladores que hicieron de esas fotos una obligación desmotivante, y solo para copiar la idea de lo que hizo algún tipo de país civilizado, cuando de por sí la foto o la leyenda no desmotivan al que fuma, eso está claro.

 


                Y hay fotos grotescas, denigrantes, aborrecibles de cánceres y todo tipo de tumores propios de un tratado de oncología de la peor visión. Quién en su sano juicio utiliza esas imágenes para dar temor? Solo un nazi, un estalinista o un degenerado.

 

                Y eso ha desmotivado el fumar?, me he preguntado. Vicio es vicio y como toda madre hay que respetarlo. Pero el que se lo ideó tiene problemas mentales o es un sicópata, un degenerado, un sádico o un pervertido si se observan con cuidado las fotos que obligaron estampar a los tabaqueros; no hay de otra, he visto en ellos fetos, tumores desagradables a la vista, amputaciones, cánceres de los más feos y todo porque alguien dijo que eso desmotivaba la fumadera. Pura mierda, digo perdón, eso no es cierto, al fumador lo que le importa es fumar (mientras fumo absténgase de respirar, decía el grafiti, por el derecho que también les asiste). Cada cual puede matarse como quiera.

 


Pero me he preguntado por qué en los empaques de glifosato no les obligan a poner esos anuncios grotescos de muerte inminente, cuando resulta más peligros que el mismo tabaco? En las pinturas o en los revestimientos o el teflón o en el microondas que después de mil años vienen a decir que como que es malo para la salud? O al aguardiente? Porque también es vicio y también mata, como la vida misma.

 


Lo que resulta cierto es que a cualquier fumador que se respete le tiene sin cuidado la foto que le pongan y por el contrario, se debería demandar a quienes tuvieron la idea perversa de obligar a esa degradación, mientras que no obligan a los otros que matan peor que el cigarrillo y eso que no menciono las pastillas, jarabes, inyecciones y demás elementos de la farmacopea que tiene efectos secundarios igual de graves.

 

En todo caso, solo quería dejar ver mi molestia y dejar en evidencia al pervertido que tuvo esa genial idea, pues se la debe gozar viendo las fotos de las cajetillas, si es que en casa no tiene una colección.

 

El Conde hubiera preferido caminar por una calle vacía, sin rumbo y sin prisa, dedicándose a pensar lo que el cerebro quisiera pensar, pues, al fin y al cabo, él no era más que un cabrón recordador, como le decía su amigo el flaco Carlos.[1]




[1] La cola de la serpiente. Leonardo Padura.

miércoles, 27 de septiembre de 2023

PALABRAS SIN SENTIDO

                Proletarios del mundo. La tarareada frase que llena la boca de hermandad, de odio o lastimero recuerdo tanto a socialistas, comunistas y demás proletarios que sueñan con la redención de la humanidad, tanto como la sueñan los terraplenistas.

 

                Proletario, según Wikipedia: Proletariado es el término utilizado para designar a la clase social que, en el modo de producción capitalista, carece de capital, control sobre los medios de producción y sobre la distribución, y se ve en la necesidad de arrendar su fuerza de trabajo a cambio de un salario. De esa manera vista, todos somos proletarios, trabajadores, burócratas o no, todos lo somos o lo hemos sido, desde el portero hasta el gerente (pues éste careciendo del capital se vende a cambio de un sueldo, o no?).

 

            Pero dejemos así la cosa. Quiero centrarme en la palabra misma: proletario. Una palabra que pretende abarcar tanto que no abarca nada, tanto como un llamado a la igualdad como un apelativo despectivo. Proletarios del mundo: uniso (dice un grafiti que recordé, dicho por un disléxico). Qué se quiere significar, qué abarca la palabra, qué objetivo tiene, cuál el alma de la palabra misma?

 

            No le encuentro respuesta a tanta inquietud (es un decir, porque realmente la palabreja me tiene sin cuidado, solo otro momento retórico en que me encontraba). Y en ese mismo sentido recordé otra que, para mí, tiene un sinsentido: los de la primera línea, que no dicen nada tratando de decir algo pero que a mi cabeza solo llega el sonido de la hamponería, de lo salvaje, de los saqueadores, así quieran hacerlos viceministros (que ya es el colmo).

 

            Y ya que me despaché con esos dos terminachos, para equilibrarme -mentalmente- están palabras más que dicen mucho al no decir nada como capitalista, socialista, godo, verde o liberal, que tratan de enmarcarse en un objetivo, una ideología que hoy se ha desvanecido, llegándose a parecer todos a todos, hasta en sus discursos, con la variación de las debidas palabras. Aunque todos son en realidad una masa.

 

            Y he dicho.

 

El individuo no es una unidad irrepetible, sino un concepto que se suma y forma la masa, que sí es real.[1] (Qué ironía, me digo).

Tomado de Facebook
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[1] El hombre que amaba los perros. Leonardo Padura.

lunes, 25 de septiembre de 2023

TRES EN UNO

                 Para quien no lo sepa, ese era el nombre de un aceite utilizado para todos los efectos en que se necesitaba un aceite lubricante, naturalmente de mi época. Nunca supe por qué era tres en uno ni cuál el objeto de esa trinidad[1]. Pero el cuento es que no viene al cuento precisamente.

                 Por alguna razón estaba pensando en los estados de ánimo que nos acompañan, en las formas como actuamos, en las situaciones que enfrentamos y dependiendo de cada caso quien termina ejecutando el respectivo accionar, siendo uno mismo, realmente es otro.

                 Y me explico. Pongamos un mero ejemplo. Los celos. Pontificamos cuando vemos a una persona celosa, nos damos cuenta de su actuar tan… cómo definirlo? Antinatural? O digamos que enloquecido. Y cuando somos nosotros? Se impone no el Juan que conozco sino el Juan celoso y de allí que me lleve a pensar que siendo nosotros, tal como nos percibimos, existe una multitud de Juanes que asumen su rol dependiendo de la circunstancia.

                 Así puedo decir que existe el Juan valiente, el cobarde, el sumiso, el líder, el aguantador, el irascible, el jocoso, el hablador, el solitario, el tenorio, el jetisucio, el educado, el hamponcete, el servicial, el depresivo, el angustiado, el alegre y así podría mencionar todos y cada uno de los sentimientos que somos capaces de tener.

                 Y no son el mismo Juan. Nada más imaginar al Juan irascible, el voliado, diríamos, no piensa, no reflexiona, ataca y después se hace el pendejo, con argumentos tan simplistas como es que así soy -como para cachetearlo-. O el jetisucio, mal hablado con sus amistades, solo con ellas, pero con el jetavulario de su época, porque ahora es otra cosa bien diferente (ahora el saludo es Hola zorra y uno no sabe si realmente lo es, si la está insultando o es un cariñito moderno).

                 Y podría opinar sobre cada uno de los Juanes mentados y de aquellos que quedaron sin mentar y cada uno de ellos es y no es a la vez, porque son Juan, no hay duda, pero en el actuar, para bien o para mal, actúan como otro Juan diferente al que el espejo refleja.

                 Cosa curiosa, me digo y todo originado por preguntas retóricas que algún Juan se atreve a hacer, no sé si felicitarle, cachetearle o hacerme el pendejo. 

Soy el mismo y soy diferente en cada momento. Soy todos y soy ninguno, porque soy uno más, pequeñísimo, en la lucha por un sueño. Una persona y un nombre no son nada…

Tomado de Facebook
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[1] Curiosamente aún existe y el doctor Google me informa: 3-EN-UNO ORIGINAL es el famoso y auténtico aceite multiusos que sirve para todo. Su fórmula a base de aceite mineral lubrica eficazmente los mecanismos, elimina los chirridos, limpia el metal y protege contra el óxido y la corrosión.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

PERSPECTIVAS

                Al escribir este título, algo me dijo que debía tener certeza sobre su significancia. Pensé que era un término simple y sencillo, pero me sorprendió que no había tal, pues además de las definiciones de arte y arquitectura me encontré, según la Real Academia, con las siguientes acepciones más interesantes:

 

3. f. Panorama que desde un punto determinado se presenta a la vista del espectador, especialmente cuando está lejano.

4. f. Apariencia o representación engañosa y falaz de las cosas.

5. f. Punto de vista desde el cual se considera o se analiza un asunto.

6. f. Visión, considerada en principio más ajustada a la realidad, que viene favorecida por la observación ya distante, espacial o temporalmente, de cualquier hecho o fenómeno.

 

                Y eso me hizo perder la perspectiva inicial sobre el escrito y me hizo pensar cómo algo puede dar un vuelco tan curioso, donde la perspectiva es solo apariencia, aunque visto así, se mantiene la idea de lo que iba a escribir.

 

                Y me refiero a preguntas retóricas, como acostumbro. En este caso hace referencia a maximizar muchas cosas que no tienen razón de ser para proceder de esa manera.

 

                Digamos la primera: ¿El mundo es mejor que hace cincuenta o cien años? Según se vea, lo puede ser, pero de igual manera, puede que no. Son muchos los factores determinantes para dar una respuesta adecuada. Lo que ahora sé es que este es el mundo actual y como tal hay que asumirlo sin caer en sentimentalismos hoy innecesarios, aunque claro está, el mundo pasado nos ofreció en su momento igualmente momentos de satisfacción y felicidad.

 

                Otra puede ser: ¿quién compra un teléfono de hace treinta, cincuenta o cien años? La respuesta más lógica es que un coleccionista, ¿quién más? Y eso me lleva a preguntarme sobre los coleccionistas, ¿cuál el afán de coleccionar? ¿Serán unos recolectores compulsivos? ¿Fuera de gastar la plata -o invertir, dirá alguien- qué objeto tiene tener un objeto en una caja fuerte? Tener guardada una moneda romana, los calzones de Marilyn Monroe, la camisa sudada de Michel Jordan o el clavo de Cristo?

 

                Otra más. El maximizar las cosas para engrandecer el orgullo -si así puede llamársele-, cosa muy peculiar en los paisas que se fue extendiendo a todo el país. La eterna primavera y casi todos los días amanece nublado y es más ese calorcito bochornoso, sin pretender demeritar la ciudad, en este caso. O el país de los dos océanos -como si fuéramos el único-, o de las esmeraldas, -como si fueran nuestras-, o el café más suave -sin tener conciencia de qué es suavidad- y así podría extenderme ad-eternum.

 

                No sé si el asunto nació de los gringos, de la época en que como bobos soltábamos baba al ver un mono por estas tierras o por la manía de copiar todo lo que de allí llegaba. No lo sé, pero esa maña para vender algo que no necesitaría ensalzarse demasiado, nos ha llevado a siempre a maximizar, con o sin razón, y por eso aquello de agregarle a todo: el más, el único, y resto de adjetivos que solo buscan en últimas minimizar a la competencia. Y esas ínfulas serán las que nos han llevado a la competitividad, en todas las gamas visibles, competencias irracionales, cuando se ven desde la perspectiva de un viejo que ya no tiene que competir.

 

                Como sea, para el caso que nos ocupa, la cuarta acepción es la más aplicable, ¡porque los colombianos somos los más berracos! (¿)

 

Tomado de Facebook
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No se permiten pensamientos de loca.[1]



[1] La paciente silenciosa. Alex Michaelidis.

lunes, 18 de septiembre de 2023

LECTURAS

                Leyendo a Leonardo Padura (El hombre que amaba a los perros) que trata del paralelo entre Trotsky, su asesino (nadie más que Stalin) y su ejecutor (Ramón Mercader) vine a pensar en los estalinistas, comunistas, socialistas, maoístas y demás istas que componen y han compuesto la izquierda, que por algo es izquierda, es decir la mano siniestra y su ciego fanatismo de los dogmas que cada tendencia inyectaba por sus venas el verbo, por demás hiriente, denigrante, oscuro y malévolo que de sus bocas salían contra todos aquellos que no fueran partícipes de sus dogmas y de los dogmas que les infundía el partido y cualquiera de sus facciones. Era hasta curioso verlos denigrar entre ellos mismos: comunistas contra socialistas, trostkistas contra estalinistas, maoístas del Moir contra los leninistas y así de todos contra todos, porque para ellos los mamertos eran los otros y todo por cuestiones de fe, de la fe que les era dictada desde continentes alejados de las realidades de los otros. Pero así fue.

 

                No sobra advertir que, por lo que se habrá notado, no soy muy afecto de esas creencias, mi fe puede estar en otros lados, si la tuviera.

 

                Como sea, vino a mi cabeza una que otra arenga oída, por allá lejana mi juventud, ver lo fervientes que eran y ellos, y nadie más que ellos, tenían la verdad revelada y rebelados ellos contra el sistema.

 

                Y me preguntaba de todos aquellos que dieron su fe a la izquierda, de aquellos jóvenes de los años setenta y ochenta, al menos en que estuvo en furor en este país. Dónde andarán, se habrán hecho parte del sistema, seguirán con sus insulsos discursos del ayer.

 

                Sé que con la edad se dejan los dogmas, se ve la realidad y se olvidan las fantochadas del ayer. Supongo que los más vivos hicieron su negocio mientras exprimían a los soviéticos, que han de ser los que pueden perdurar como líderes actuales, venidos a menos, como el que era secretario general del partido comunista en este país, cuyo nombre no recuerdo ni me interesa recordar, que duró una eternidad sin soltar el poder. O el de los Castro que hicieron su revolución, pero se embolsillaron toda la plata del mundo ordeñando a los soviéticos y al pueblo cubano (de allí que recomiendo la lectura de Padura); bastaría ver la historia para ver la realidad (o ver a los herederos de Fidel dándose la buena vida en España, Miami o cualquier lugar de buena vida).

 

                Otros cuantos se habrán desencantado de tanta retórica y se habrán fundido con el sistema y demostrado que la mejor forma de vida es la burguesa y hoy serán pensionados y recibirán su buena mesada, de eso estoy seguro, olvidando lo que tenían que olvidar.

 

                Y el resto, siguiendo en la creencia de los dogmas, seguirán siendo proletos a los que sus ideas no les llevó a nada y su miseria la siguen cantando con el discurso aburridor de los setenta sin darse cuenta que nadie les para bolas y a nadie les interesa lo que predican, pues ellos mismos, por andar en esas lides, no tuvieron la oportunidad de salir de la pobreza que hoy les embarga y por eso mismo destilan todo su odio posible contra la oligarquía y la burguesía sin poder reconocer que fueron ellos mismos los causantes de su propia miseria al no haber aprovechado la oportunidad de haber podido tener una pensión al menos digna.

 

                Es cierto que el mundo está lleno de idealistas, pero de eso no se vive, generalmente, por eso me sigo preguntando qué pensarán los que ayer lo fueron y ya no lo son y de los que lo fueron y que tercamente lo siguen siendo, sin tener adeptos ni afectos, rumiando su propia miseria. Me recuerda el viejo grafiti de esos años: Mi-sería otra cosa, pero con platica (un juego de palabras aclaro).

 

había demócratas de buena fe, demagogos ardientes y unos pocos —dice Gutiérrez Ponce— «que no entendían lo que estaban haciendo.»[1]

 

La Unión Soviética legaría al futuro su fracaso y el miedo de muchas generaciones a la búsqueda de un sueño de igualdad que, en la vida real, se había convertido en la pesadilla de la mayoría.

 

—Eh, eh… Tú sabes que la mitad de lo que dices es mentira.
—¿Estás seguro? Aun así, si fuera mentira, de todas maneras lo convertiremos en verdad. Y eso es lo que importa: lo que la gente cree.[2]

Tomado de Facebook
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[1] Crónicas de Bogotá II. Pedro Ibañez.

[2] El hombre que amaba los perros. Leonardo Padura.

viernes, 15 de septiembre de 2023

HABÍA UNA VEZ…

                Había una vez un par de viejitos, aunque ya no sé precisar, por el exceso de eufemismos, si eran adultos mayores o ancianos. El uno mayor que el otro, sin ser su padre, a esa edad es imposible la distinción, aunque para la historia poco importa, eran par ancianos, el uno superaba los ochenta, el otro aún no llegaba a los setenta, pero en ambos casos podemos encuadrarlos en la tercera o cuarta edad, según se vea.

 

                Como sea. Fueron enviados al convento para recoger unas prendas que hacía una semana habían dejado allí para el correspondiente lavado y planchado, como ya muchas veces había hecho semanalmente el primero; el segundo era invitado de piedra o si lo prefieren un acompañante, no de desconfianza de sus facultades, ni porque lo necesitara el primero, él se valía solo y así se imponía. El segundo, también.

 

                Debo precisar que, como en tiempos antiguos, en el convento de las Hermanas Hospitalarias bastaba con dejar las prendas para lavado y planchado, en una bolsa con un nombre pegado, el del propietario de ellas. La confianza del negocio no requería de recibos de entrega y el cliente tampoco lo exigía, para eso era la confianza en otros tiempos la que regulaba el negocio, bastaba el acuerdo de voluntades como señalaba en otra época el código civil. Hoy ya es otra cosa diferente, la desconfianza es la reinante, siempre debe haber un recibo, físico o electrónico, pero el acuerdo de voluntades verbal ya no es suficiente. Cómo cambian los tiempos.

 

                El día en cuestión, el mayor de los viejos, propietario de las prendas y ejecutor de la orden que le había impartido su mujer, acompañado por el otro anciano, menor que él, como ya se dijo, fueron a recoger las prendas el día acordado para ello y diciendo su nombre esperó a que le devolvieran la bolsa con su nombre y las correspondientes prendas debidamente lavadas y planchadas, como siempre hacía.

 

                Luego de unos minutos de espera, el mayor comenzó a sospechar que la espera estaba sospechosa; veía cómo primero una hermana iba y venía, se acercaba a una segunda ayudante y le hablaba al oído y ésta iba de allí para acá, en búsqueda de un algo que se les escondía. Luego, una tercera ayudante a quien la segunda le había hablado al oído, comenzó el recorrido de aquí para allá y se oyó una voz que decía: buscad en el otro cuarto. Y los minutos pasaban y el anciano mayor ya preveía algún problema. Sospechoso el movimiento, sospechosa la tardanza. Fueron a un cuaderno, de esos de la infancia del colegio, al parecer allí se llevaban la cuentas y una vez verificado el cuaderno, muy ufana la monja dijo:

-          Ya las recogieron, hace quince días. - Fue categórica y tajante.

-          Hace quince días? Casi dijeron al unísono los viejitos aquellos del cuento. Y el menor agregó: cómo que se recogieron hace quince días si las dejamos hace ocho?

-          Yo no sé, precisó la monja, con lo categórico que ello puede ser. Con certeza, sin derecho a apelación. Miren acá, aquí aparece que hace quince días la recogieron, lo mejor es que vayan y revisen nuevamente en vuestra casa, tal vez…

No dijo más, pero lo dijo todo. Ambos señores se sintieron aludidos con lo no dicho pero tal vez sí solapadamente afirmado. Por ello el mayor se ofendió, no permitiría que fuera de viejo, que lo era, le trataran de senil, que al parecer no lo era.

 

Como poseso y fuera de compostura se limitaba a decir en voz muy alta, la propia de los tenores:

-          No… no… no… y no agregaba palabra más, porque él pensaba que se entendía su negativa, no en cuanto que no había recibido la ropa sino en su supuesta senilidad, calladamente dicha. No podía aceptar que le trataran de senil y menos de olvidadizo, aunque lo último sí lo era, tanto como su compañero.

-          Os repito, volved a vuestra casa y revisad bien porque ya recogisteis la ropa, porque lo que está escrito en el cuaderno es lo que es, pues si allí no aparece como entregada, nunca se recibió. O decidme, a cuál de nosotras le entregasteis el paquete?

El menor de los viejitos, claro está, que fue el que entregó la ropa miró a todas las presentes, demasiadas a decir verdad y todas le parecieron iguales y solo pudo decir:

-          Cómo voy a recordarlo y pensó que todas eran iguales. Por el contrario, se atrevió a preguntar a todas las presentes si alguna lo recordaba de hacía ocho días, el viernes pasado. El mutismo fue mayor, le miraron y voltearon la cara para otro lado, evitando entrar en la disputa, pero dispuestas a ser testigos presenciales, porque el chisme supera cualquier otra actividad y como chisme que es, es soterrado.

-          Os lo vuelvo a repetir, vosotros no entregasteis aquí nada, porque no está anotado en el cuaderno y solo aparece que retirasteis una ropa hace quince días, volved a casa a revisar, insistía.

El mayor cada vez más congestionado y al verse atacado como senil insistía en su no, no como respuesta a lo dicho por la hermana monja sino por no aceptar que le tildara de senil, lo cual le había ofendido en lo más profundo del alma. Hasta que rojo de la ira decidió salir lanzando su último no de protesta y diciéndole a su compañero, aunque más dirigido a la monja: Vamos, no necesitamos esas prendas, vámonos.

                Y así salieron, con el rabo entre las piernas. El segundo, en otra situación y que no hubiera sido en lugar extraño para él y ante monjas, se hubiera destapado cual alcantarilla en erupción y las habría tratado de ladronas. Afortunadamente supo guardar compostura.

                Ya de regreso ambos señores, pues en esos momentos decirles viejos y tratarlos de seniles, hubiera sido un acto suicida; como decía, ya de regreso el uno le pregunta al otro sobre las cervezas que se habían tomado o de la fecha en que escaparon del siquiátrico o del momento en que había tenido lugar una hipnosis colectiva que los hubiera llevado a esa situación, pues no entendía la situación. Eso les hizo reír, empezaron a tomar el asunto como una broma, como una mala y pesada broma.

                El mayor anotó:

-          Decidí venirme porque carecemos de pruebas que acrediten la entrega, no tenemos recibo, no tenemos nada y ante quién acudir para hacer valer mis derechos?

El otro intervino:

-          Pues ante las esferas celestiales, que parecen ser los superiores de las monjas.

Terminaron la jornada riendo al ver que no había nada razonable qué hacer. Lo único cierto era que hacía ocho días habían ido en la mañana a entregar una ropa para lavar y planchar y volvían sin nada, aunque ante tan contradictoria situación terminaron riéndose, pues no había nada más qué hacer. Pues es lo que hay, sentenció el mayor.

Y llegaron a casa buscando soluciones, reviviendo los momentos, explicándose el uno al otro su punto de vista. Explicar la situación a la esposa del mayor y concluir que no había nada qué hacer, con la sentencia: Es lo que hay!

Pero aquí no acaba el cuento, pasados diez días el mayor recibió una llamada, de las Hermanas Hospitalarias, que habían encontrado un paquete a su nombre, que podían pasar por él y que disculparan el impase presentado.

Los viejitos al otro día iniciaron su recorrido para recoger la ropa que se había extraviado, anhelando oír las excusas que les iban a presentar, de aquella ropa que nunca habían entregado pero que quince días antes habían reclamado, pero que ahora tendrían que volver a recoger. Un galimatías perfecto.

Felices fueron a por el paquete, que les fue entregado en la bolsa que tenía su nombre, se pagó el importe del caso y la hermana se deshizo en disculpas, que ese día yo no estaba, que se presentaron algunos problemillas, que disculpen, que qué pena y demás letanía propia del rosario que debería tener en algún lado, pero que no se veía.

Los viejos salieron con el paquete felices a casa, como dije; habían demostrado que no estaban seniles, que no se habían escapado de un siquiátrico y que no formaban parte de los tres chiflados, sin saber que les esperaba otra sorpresa.

Al serle entregado el paquete a la dueña de casa, esposa del mayor, miró la bolsa, miró a los viejitos y sentenció:

-          Esta no es nuestra ropa.

Quién dijo miedo. Quedaron perplejos ambos viejos, resultaba que no era la ropa y a la pregunta de si no la habían revisado, enmudecieron por un momento y al menor se le ocurrió decir que no tenía ni idea de cuál había entregado y menos cuál recibido, concluyendo… nada, a volver a donde las monjas al siguiente día para un nuevo raund en esa película en que eran actores secundarios, siendo los principales implicados, por haber sido señalados para ir a recoger la ropa y porque ya eran conocido de autos. Es decir lo que Dios decidiera, pues no sabían de antemano con qué saldría la monja.

 

Al otro día llegaron con su bolsa, mas no con la ropa tan buscada, sino la ajena y al parecer la monja que les recibió pareció percibir que traían un nuevo pedido, lo que aseguraba la reconciliación con sus clientes, menos mal que no los habían perdido porque eran fuente de subsistencia para el claustro.

Su cara no perdió la compostura cuando vio el contenido de la bolsa que le entregaban y oyó al mayor de ellos decir que se habían equivocado de ropa y que esa no era suya y que a pesar de estar más nueva, su mujer le había dicho que esa no era de ella y que debía devolverla.

A su turno, la monja se limitó a decir: Si no es la una, es la otra, como quien ya supiera que en todo caso le sobraba una entrega sin destinatario conocido. Y se dirigió a la zona que suponemos era de mercancía perdida o extraviada, si se quiere.

El menor de ellos, al ver que su compañero no había encontrado las fotos que su mujer le había mandado al Whatsup, sacó su celular, como plan B, por aquello de lo olvidadizos que eran y le mostró las fotos de las prendas faltantes a la monja, quien, con celular en mano, se alejó de ellos para ir a buscar las otras prendas que tal vez tampoco nadie entregó pero que habían sido recogidas y que no estaban registradas en el cuaderno y que por lo tanto nunca se habían recibido.

Mientras ello sucedía y la búsqueda y comparación de prendas ocurría, los compañeros de infortunio se dieron cuenta de que no habían sido los únicos en extraviar las prendas, que en la misma situación debieron hallarse los dueños de las prendas que les habían entregado y que ahora devolvían, esperando que los otros no tuvieran en ese momento las suyas porque el rompecabezas se volvería eterno, como un laberinto, sin Dédalo, aunque presumiendo que sí les habrían tildado de seniles si les dijeron que buscaran en su casa.

Regresó la monja con las prendas no entregadas y luego de compararlas con las fotos presentadas volvió a sentenciar: Si no es uno, es el otro, sin entrar en más detalle, porque tal vez no le convenía. Antes de eso, una de las empleadas se acercó a los señores mayores y sentenció con un viejo refrán español: Lo que no se llevan los ladrones, aparece por los rincones y les miró sonriendo.

Ya asegurados de su contenido, del pago del importe correspondiente, de unas nuevas excusas presentadas, sonrientemente aceptadas y un hasta pronto, este cuento ha terminado, aunque no lo crean, créanme a mí, que yo estuve presente a lo largo de esta rocambolesca situación.

 

Aquellas gentes, acostumbradas a esperar eternamente, de vez en cuando recordaban que algo se podía exigir, aunque no sabían ya de qué modo ni en qué lugar.[1]

Tomado de Facebook
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[1] La cola de la serpiente. Leonardo Padura.

miércoles, 13 de septiembre de 2023

NO SOMOS IGUALES

                Anteriormente hice alusión a que no somos iguales, así lo cacareen las leyes que se quieran, lo que demuestra que no todo lo que está escrito, por más ley, divina o humana que se quiera, resulta ser verdad, aunque lo que sí resulta verdad es que una mentira repetida como verdad muchas veces, termina convirtiéndose en verdad, confirmando la cita del publicista aquél del viejito de bigotico de mosca del siglo pasado, que es mejor no mentar, para que no se ofenda alguien, pero que era nazi, era nazi.

 

                Como sea, luego de ese escrito, en una mañana cualquiera, recién levantado me enfrenté obligatoriamente al espejo, como todas las mañanas, ir al baño, lavarse los dientes, etcétera, tareas todas ellas automáticas de las que por lo general no somos conscientes. Pues así fue como esa mañana me enfrenté al espejo viendo a un ser más acabado de lo que recordaba que era. Como decía la canción: Me miro en el espejo y me pregunto si ese de allí soy yo? Buena pregunta y respuesta suficientemente evasiva como para evitar el sonrojo que conllevaba canción y pregunta retórica.

 

                Deprimente espectáculo, claro está, no puedo negarlo, el hombre desgastado, con cara de agotamiento, hambriento, ojeroso, pálido, escuálido se preguntaba si era yo, el mismo cuya imagen no reflejada en el espejo no delataba tanta miseria humana, digo, tanta vejez.

 

                Y curiosamente, luego del baño, ya afeitado y perfumado, por cualquier circunstancia volví al espejo y al personaje que vi no se parecía para nada al que vi recién levantado, este ya respiraba vigor, no de juventud pero al menos mejor presencia y ahí sí canté con gana aquello de que me miro en el espejo y me pregunto si ese de allí soy yo; sí ese era el yo que reconozco, no el otro viejito recién levantado.

 

                Y de esta manera pude concluir que ni aún uno mismo es igual al otro que se reflejó, siendo el mismo, en diferentes tiempos -verbales o musicales-. No somos iguales, así la constitución lo diga, aunque insisto, la constitución solo contiene en su mayoría promesas que no son ciertas y que menos, se pueden reclamar.

 

Cada cual arreglaba su propio mundo del modo más amable que podía y ocultaba sus deudas. [1]

Tomado de Facebook
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[1] Adiós, Hemingway. Leonardo Padura.