Anteriormente hice alusión a que no somos iguales, así lo cacareen las leyes que se quieran, lo que demuestra que no todo lo que está escrito, por más ley, divina o humana que se quiera, resulta ser verdad, aunque lo que sí resulta verdad es que una mentira repetida como verdad muchas veces, termina convirtiéndose en verdad, confirmando la cita del publicista aquél del viejito de bigotico de mosca del siglo pasado, que es mejor no mentar, para que no se ofenda alguien, pero que era nazi, era nazi.
Como
sea, luego de ese escrito, en una mañana cualquiera, recién levantado me
enfrenté obligatoriamente al espejo, como todas las mañanas, ir al baño,
lavarse los dientes, etcétera, tareas todas ellas automáticas de las que por lo
general no somos conscientes. Pues así fue como esa mañana me enfrenté al
espejo viendo a un ser más acabado de lo que recordaba que era. Como decía la
canción: Me miro en el espejo y me pregunto si ese de allí soy yo? Buena
pregunta y respuesta suficientemente evasiva como para evitar el sonrojo que
conllevaba canción y pregunta retórica.
Deprimente
espectáculo, claro está, no puedo negarlo, el hombre desgastado, con cara de
agotamiento, hambriento, ojeroso, pálido, escuálido se preguntaba si era yo, el
mismo cuya imagen no reflejada en el espejo no delataba tanta miseria humana,
digo, tanta vejez.
Y
curiosamente, luego del baño, ya afeitado y perfumado, por cualquier
circunstancia volví al espejo y al personaje que vi no se parecía para nada al
que vi recién levantado, este ya respiraba vigor, no de juventud pero al menos
mejor presencia y ahí sí canté con gana aquello de que me miro en el espejo y
me pregunto si ese de allí soy yo; sí ese era el yo que reconozco, no el otro
viejito recién levantado.
Y
de esta manera pude concluir que ni aún uno mismo es igual al otro que se
reflejó, siendo el mismo, en diferentes tiempos -verbales o musicales-. No
somos iguales, así la constitución lo diga, aunque insisto, la constitución
solo contiene en su mayoría promesas que no son ciertas y que menos, se pueden
reclamar.
Cada cual arreglaba su propio mundo del modo
más amable que podía y ocultaba sus deudas. [1]
[1] Adiós, Hemingway. Leonardo Padura.
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