El título de un libro de Ismael Quiles, un jesuita filósofo, de los primeros libros que me leí en mi lejana juventud, confesando que lo leí porque no había nada más interesante qué leer; resultó que de alguna manera le recuerdo, así sea el solo título. Porque a lo largo de mi vida ese ha sido como mi destino, filosofar -sobre infinidad de maricadas, piensan muchos y a veces yo también-, y vivir, -que es lo que he hecho todo este tiempo, pues no hay otra opción, aunque la pueda haber, pero solo espero la última-.
En alguno momento pude esperar mucho de la vida, como
todos, supongo. Pero van pasando los años, sin darnos cuenta, y las décadas se
van acumulando y uno esperando algo de la vida, pero ya no lo de ayer, tal vez
otras cosas, al no haber logrado las pensadas en ese pasado, supongo. Y al
parecer con el paso de los años todos esos deseos esperados se van diluyendo en
el tiempo y pasados los años, sin darse cuenta, resulta que empieza a encanecer,
a fatigarse en el andar, a perder pelo y vista y a ganar lentitud y barriga, es
decir, se vuelve una ya viejo y si vuelve a pensar en lo que espera de la vida,
se da cuenta que ya es tarde para ansiar algo, con vivir basta y la esperanza
es que a uno lo agarre la muerte dormidito, ese es el mejor sueño que se puede
tener, pero es incierto que esa esperanza se realice de esa manera.
Por eso sigo pensando en mil maricadas, es una buena
forma de pasar el rato y de reírme de las pendejadas que solo a mi se me
ocurren, a pesar de la viejera.
Y, entonces, viene a mi una conversación, como si la hubieran
escrito para mí:
Total, lo que no se va en lágrimas se va en
suspiros.[2]
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