Al escribir este título, algo me dijo que debía tener certeza sobre su significancia. Pensé que era un término simple y sencillo, pero me sorprendió que no había tal, pues además de las definiciones de arte y arquitectura me encontré, según la Real Academia, con las siguientes acepciones más interesantes:
3.
f. Panorama que desde un punto determinado se presenta a la vista del espectador,
especialmente cuando está lejano.
4.
f. Apariencia o representación engañosa y falaz de las cosas.
5.
f. Punto de vista desde el cual se considera o se analiza un asunto.
6.
f. Visión, considerada en principio más ajustada a la realidad, que viene favorecida
por la observación ya distante, espacial o temporalmente, de cualquier hecho o fenómeno.
Y
eso me hizo perder la perspectiva inicial sobre el escrito y me hizo pensar
cómo algo puede dar un vuelco tan curioso, donde la perspectiva es solo
apariencia, aunque visto así, se mantiene la idea de lo que iba a escribir.
Y
me refiero a preguntas retóricas, como acostumbro. En este caso hace referencia
a maximizar muchas cosas que no tienen razón de ser para proceder de esa
manera.
Digamos
la primera: ¿El mundo es mejor que hace cincuenta o cien años? Según se vea, lo
puede ser, pero de igual manera, puede que no. Son muchos los factores
determinantes para dar una respuesta adecuada. Lo que ahora sé es que este es
el mundo actual y como tal hay que asumirlo sin caer en sentimentalismos hoy
innecesarios, aunque claro está, el mundo pasado nos ofreció en su momento
igualmente momentos de satisfacción y felicidad.
Otra
puede ser: ¿quién compra un teléfono de hace treinta, cincuenta o cien años? La
respuesta más lógica es que un coleccionista, ¿quién más? Y eso me lleva a
preguntarme sobre los coleccionistas, ¿cuál el afán de coleccionar? ¿Serán unos recolectores compulsivos? ¿Fuera de gastar la plata -o invertir, dirá alguien- qué objeto tiene tener un objeto en una caja fuerte? Tener guardada una moneda
romana, los calzones de Marilyn Monroe, la camisa sudada de Michel Jordan o el
clavo de Cristo?
Otra
más. El maximizar las cosas para engrandecer el orgullo -si así puede
llamársele-, cosa muy peculiar en los paisas que se fue extendiendo a todo el
país. La eterna primavera y casi todos los días amanece nublado y es más
ese calorcito bochornoso, sin pretender demeritar la ciudad, en este caso. O el
país de los dos océanos -como si fuéramos el único-, o de las esmeraldas, -como
si fueran nuestras-, o el café más suave -sin tener conciencia de qué es
suavidad- y así podría extenderme ad-eternum.
No
sé si el asunto nació de los gringos, de la época en que como bobos soltábamos
baba al ver un mono por estas tierras o por la manía de copiar todo lo que de
allí llegaba. No lo sé, pero esa maña para vender algo que no necesitaría
ensalzarse demasiado, nos ha llevado a siempre a maximizar, con o sin razón, y
por eso aquello de agregarle a todo: el más, el único, y resto de adjetivos que
solo buscan en últimas minimizar a la competencia. Y esas ínfulas serán las que
nos han llevado a la competitividad, en todas las gamas visibles, competencias
irracionales, cuando se ven desde la perspectiva de un viejo que ya no tiene
que competir.
Como sea, para el caso que nos ocupa, la cuarta acepción es la más aplicable, ¡porque los colombianos somos los más berracos! (¿)
No se permiten pensamientos de loca.[1]
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