lunes, 18 de septiembre de 2023

LECTURAS

                Leyendo a Leonardo Padura (El hombre que amaba a los perros) que trata del paralelo entre Trotsky, su asesino (nadie más que Stalin) y su ejecutor (Ramón Mercader) vine a pensar en los estalinistas, comunistas, socialistas, maoístas y demás istas que componen y han compuesto la izquierda, que por algo es izquierda, es decir la mano siniestra y su ciego fanatismo de los dogmas que cada tendencia inyectaba por sus venas el verbo, por demás hiriente, denigrante, oscuro y malévolo que de sus bocas salían contra todos aquellos que no fueran partícipes de sus dogmas y de los dogmas que les infundía el partido y cualquiera de sus facciones. Era hasta curioso verlos denigrar entre ellos mismos: comunistas contra socialistas, trostkistas contra estalinistas, maoístas del Moir contra los leninistas y así de todos contra todos, porque para ellos los mamertos eran los otros y todo por cuestiones de fe, de la fe que les era dictada desde continentes alejados de las realidades de los otros. Pero así fue.

 

                No sobra advertir que, por lo que se habrá notado, no soy muy afecto de esas creencias, mi fe puede estar en otros lados, si la tuviera.

 

                Como sea, vino a mi cabeza una que otra arenga oída, por allá lejana mi juventud, ver lo fervientes que eran y ellos, y nadie más que ellos, tenían la verdad revelada y rebelados ellos contra el sistema.

 

                Y me preguntaba de todos aquellos que dieron su fe a la izquierda, de aquellos jóvenes de los años setenta y ochenta, al menos en que estuvo en furor en este país. Dónde andarán, se habrán hecho parte del sistema, seguirán con sus insulsos discursos del ayer.

 

                Sé que con la edad se dejan los dogmas, se ve la realidad y se olvidan las fantochadas del ayer. Supongo que los más vivos hicieron su negocio mientras exprimían a los soviéticos, que han de ser los que pueden perdurar como líderes actuales, venidos a menos, como el que era secretario general del partido comunista en este país, cuyo nombre no recuerdo ni me interesa recordar, que duró una eternidad sin soltar el poder. O el de los Castro que hicieron su revolución, pero se embolsillaron toda la plata del mundo ordeñando a los soviéticos y al pueblo cubano (de allí que recomiendo la lectura de Padura); bastaría ver la historia para ver la realidad (o ver a los herederos de Fidel dándose la buena vida en España, Miami o cualquier lugar de buena vida).

 

                Otros cuantos se habrán desencantado de tanta retórica y se habrán fundido con el sistema y demostrado que la mejor forma de vida es la burguesa y hoy serán pensionados y recibirán su buena mesada, de eso estoy seguro, olvidando lo que tenían que olvidar.

 

                Y el resto, siguiendo en la creencia de los dogmas, seguirán siendo proletos a los que sus ideas no les llevó a nada y su miseria la siguen cantando con el discurso aburridor de los setenta sin darse cuenta que nadie les para bolas y a nadie les interesa lo que predican, pues ellos mismos, por andar en esas lides, no tuvieron la oportunidad de salir de la pobreza que hoy les embarga y por eso mismo destilan todo su odio posible contra la oligarquía y la burguesía sin poder reconocer que fueron ellos mismos los causantes de su propia miseria al no haber aprovechado la oportunidad de haber podido tener una pensión al menos digna.

 

                Es cierto que el mundo está lleno de idealistas, pero de eso no se vive, generalmente, por eso me sigo preguntando qué pensarán los que ayer lo fueron y ya no lo son y de los que lo fueron y que tercamente lo siguen siendo, sin tener adeptos ni afectos, rumiando su propia miseria. Me recuerda el viejo grafiti de esos años: Mi-sería otra cosa, pero con platica (un juego de palabras aclaro).

 

había demócratas de buena fe, demagogos ardientes y unos pocos —dice Gutiérrez Ponce— «que no entendían lo que estaban haciendo.»[1]

 

La Unión Soviética legaría al futuro su fracaso y el miedo de muchas generaciones a la búsqueda de un sueño de igualdad que, en la vida real, se había convertido en la pesadilla de la mayoría.

 

—Eh, eh… Tú sabes que la mitad de lo que dices es mentira.
—¿Estás seguro? Aun así, si fuera mentira, de todas maneras lo convertiremos en verdad. Y eso es lo que importa: lo que la gente cree.[2]

Tomado de Facebook
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[1] Crónicas de Bogotá II. Pedro Ibañez.

[2] El hombre que amaba los perros. Leonardo Padura.

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