Leyendo a Leonardo Padura (El hombre que amaba a los perros) que trata del paralelo entre Trotsky, su asesino (nadie más que Stalin) y su ejecutor (Ramón Mercader) vine a pensar en los estalinistas, comunistas, socialistas, maoístas y demás istas que componen y han compuesto la izquierda, que por algo es izquierda, es decir la mano siniestra y su ciego fanatismo de los dogmas que cada tendencia inyectaba por sus venas el verbo, por demás hiriente, denigrante, oscuro y malévolo que de sus bocas salían contra todos aquellos que no fueran partícipes de sus dogmas y de los dogmas que les infundía el partido y cualquiera de sus facciones. Era hasta curioso verlos denigrar entre ellos mismos: comunistas contra socialistas, trostkistas contra estalinistas, maoístas del Moir contra los leninistas y así de todos contra todos, porque para ellos los mamertos eran los otros y todo por cuestiones de fe, de la fe que les era dictada desde continentes alejados de las realidades de los otros. Pero así fue.
No
sobra advertir que, por lo que se habrá notado, no soy muy afecto de esas
creencias, mi fe puede estar en otros lados, si la tuviera.
Como
sea, vino a mi cabeza una que otra arenga oída, por allá lejana mi juventud,
ver lo fervientes que eran y ellos, y nadie más que ellos, tenían la verdad
revelada y rebelados ellos contra el sistema.
Y
me preguntaba de todos aquellos que dieron su fe a la izquierda, de aquellos
jóvenes de los años setenta y ochenta, al menos en que estuvo en furor en este
país. Dónde andarán, se habrán hecho parte del sistema, seguirán con sus
insulsos discursos del ayer.
Sé
que con la edad se dejan los dogmas, se ve la realidad y se olvidan las
fantochadas del ayer. Supongo que los más vivos hicieron su negocio mientras
exprimían a los soviéticos, que han de ser los que pueden perdurar como líderes
actuales, venidos a menos, como el que era secretario general del partido
comunista en este país, cuyo nombre no recuerdo ni me interesa recordar, que
duró una eternidad sin soltar el poder. O el de los Castro que hicieron su
revolución, pero se embolsillaron toda la plata del mundo ordeñando a los
soviéticos y al pueblo cubano (de allí que recomiendo la lectura de Padura);
bastaría ver la historia para ver la realidad (o ver a los herederos de Fidel
dándose la buena vida en España, Miami o cualquier lugar de buena vida).
Otros
cuantos se habrán desencantado de tanta retórica y se habrán fundido con el
sistema y demostrado que la mejor forma de vida es la burguesa y hoy serán
pensionados y recibirán su buena mesada, de eso estoy seguro, olvidando lo que
tenían que olvidar.
Y
el resto, siguiendo en la creencia de los dogmas, seguirán siendo proletos a
los que sus ideas no les llevó a nada y su miseria la siguen cantando con el
discurso aburridor de los setenta sin darse cuenta que nadie les para bolas y a
nadie les interesa lo que predican, pues ellos mismos, por andar en esas lides,
no tuvieron la oportunidad de salir de la pobreza que hoy les embarga y por eso
mismo destilan todo su odio posible contra la oligarquía y la burguesía sin
poder reconocer que fueron ellos mismos los causantes de su propia miseria al
no haber aprovechado la oportunidad de haber podido tener una pensión al menos
digna.
Es
cierto que el mundo está lleno de idealistas, pero de eso no se vive,
generalmente, por eso me sigo preguntando qué pensarán los que ayer lo fueron y
ya no lo son y de los que lo fueron y que tercamente lo siguen siendo, sin
tener adeptos ni afectos, rumiando su propia miseria. Me recuerda el viejo
grafiti de esos años: Mi-sería otra cosa, pero con platica (un juego de
palabras aclaro).
había demócratas de buena fe, demagogos ardientes y unos pocos —dice
Gutiérrez Ponce— «que no entendían lo que estaban haciendo.»[1]
La Unión Soviética legaría al futuro su
fracaso y el miedo de muchas generaciones a la búsqueda de un sueño de igualdad
que, en la vida real, se había convertido en la pesadilla de la mayoría.
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