Nos han hecho creer que todos somos iguales, desde la Declaración francesa hasta las constituciones nacionales. Y está escrito de tal manera que parece verdad, para que nadie dude y si alguien lo duda, que otro alguien le podrá decir: pero está escrito en la constitución (como si de algo sirviera).
No,
no somos iguales, ni siquiera entre hermanos y aún generalizando a la raza
humana, las distinciones son visibles por el color, hoy hasta por el sexo,
distinguiéndonos menos hoy que ayer. No somos iguales ni siquiera con nuestros
congéneres pues habrá más altos, más bajos; más flacos, más gordos; más vivos,
más bobos, (o era más inteligentes y más estúpidos? O era más hampones y menos
honestos? Los segundos, no los primeros) y ni siquiera pensamos igual, como
para igualarnos o al menos semejarnos.
Cada
día veo que nos venden y nos han vendido unas frases hermosísimas, para
enmarcar, pero que en la realidad no dicen nada, son vacías porque insisto, no
somos iguales, pues, yéndonos al purismo, la misma Corte Constitucional en
alguna oportunidad, cuando tenía sabios y filósofos de verdad, reconocía la
existencia de la diferencia y aún entre iguales marcaba una diferencia, al
reconocer la diferencia misma.
Definitivamente
caemos en las redes de las frases de cajón, grandilocuentes, que aparentemente
encierran verdades que deben aceptarse como dogmas, pero que son meros
juramentos a la bandera, como el juramente mismo, el que se hace ante una
biblia y que nos parta un rayo si decimos mentiras!
—Nos hicieron creer que todos éramos iguales y
que el mundo iba a ser mejor. Que ya era mejor…
—Pues los estafaron, te lo juro. En todas
partes hay unos que son menos iguales que los otros y el mundo va de mal en
peor. Aquí mismo, el que no tiene billetes verdes está fuera de juego, y hay
gentes ahora mismo que se están haciendo ricos, a las buenas y a las malas…
Conde asintió, con la vista perdida entre los
árboles del patio.
—Fue bonito mientras duró.
—Por eso ahora ustedes están tan jodidos:
demasiado tiempo soñando. Total, ¿para qué?[1]
[1] La neblina del ayer. Leonardo Padura.
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