lunes, 27 de febrero de 2023

COSA DE VIEJOS. IV

 El valle de lágrimas, el valle de la muerte. Claro que añoramos la redención, claro que esperamos a que un dios nos salve, que nos diga que todo nuestro sufrimiento tiene un sentido, una razón de ser y que tras cada lágrima se halla una promesa. La promesa de que en algún lugar existe la paz, o de que en algún momento existirá[1]. Sin embargo, El tiempo hace olvidar los dolores, extingue las venganzas, apacigua las cóleras y ahoga el odio; entonces, el pasado parece no haber existido nunca; los aflictivos dolores y las súbitas pérdidas no se toman ya en consideración; Dios no hace distinción alguna entre la compensación y el don gratuito, entre la iniciativa de su gracia y la recompensa; los siglos que pasan, las vicisitudes del tiempo borran cualquier relación causal[2].

 

… no era un hombre supersticioso, ni tampoco creyente de religión alguna. Haber crecido en un orfanato bajo la estricta disciplina de las monjas le hizo odiar los dogmatismos de la religión católica, así como los preceptos cristianos que celebraban el dolor y se cebaban en la culpa, al menos tal como se le figuraban conforme a sus referentes[3]. Y esa culpa era por toda la eternidad, salvo que pudiera liberarse de ella. Pero difícil era, si todo se reducía a la eternidad.

 

 

—La eternidad puede estar en las bibliotecas —dijo— porque siempre habrá alguien que las consulte y rescate un nombre del olvido. Pero las bibliotecas no serán eternas, y los hombres tampoco. En cambio, quizá la eternidad esté en nuestros genes: los trasladamos de una generación a otra y forman la entraña de nuestra vida. Sí, quizá los genes sean la eternidad: si un día los seres humanos desaparecemos, de nuestros genes saldrá algo nuevo, pero seguirán viviendo.

—Sin memoria del pasado…

—Sin memoria del pasado —contestó.

—Quizá por eso la eternidad la basamos en Dios, que tiene memoria. ¿Tú crees en Dios?

—Si no hubiera nada más allá, toda la riqueza de la vida me parecería grotesca. Ésa puede ser una razón.

—¿Y en el diablo? ¿Crees en el diablo?

… no se sorprendió ante la pregunta.

Parecía como si llevara pensando en ella mucho tiempo.

—En los libros santos se habla mucho de Dios, pero no se aclara quién es —murmuró—, y aún menos quién es el diablo, el cual aparece citado muy marginalmente y con personalidades distintas. La Biblia no dice que el diablo se rebelara contra Dios: sólo dice que lo tentó. Si se dice que Dios está en todas partes, el diablo también tendría que estarlo, pero no llego a discernir más allá. Lo que sí creo, curiosamente, es que el diablo es más humano que Dios.

Y a continuación musitó:

—¿Por qué lo preguntas? …

—Eso es lo que me pregunto, aunque también me pregunto por qué llamamos diabólico a todo lo que es extraño. Quizá es que necesitamos personificar el mal[4].

 

            Podría ser, podría ser…

Tomado de Facebook
Benedetti - Para qué sirve



[1] El silencio de Lucía. Raúl Garbantes.

[2] Avicena. Gilbert Sinoué.

[3] Conspiración marcial. Raúl Garbantes.

[4] La ciudad sin tiempo. Enrique Moriel.

viernes, 24 de febrero de 2023

COSAS DE VIEJOS. III

 Contar lo que he visto, lo que he leído, lo que he escuchado, tal es mi propósito en este volumen. Para quienes somos carne del extinto siglo XX, siempre nos ha resultado extraño llamar volumen a un libro. El volumen estaba en el amplificador, en la radio, en la tele; pero los libros hace siglos que se leen en silencio. Será porque vivimos una ley del silencio cada vez más abrumadora. Todo quisque sale opinando en todas partes, sí, es cierto. Y sobre todo la gente deja sus comentarios, por emplear un término muy en boga, en las redes sociales. Pero comentar no es decir lo que se piensa, pues para esto primero hay que pensar. La ley del silencio consiste en sustituir el pensamiento por los sentimientos, siempre en plural (así no hay que pensar a cuál de ellos nos referimos). Está muy mal visto herir los sentimientos de la gente, pero nada se dice de herir el pensamiento. Este «nada se dice» es producto de la ley del silencio.[1] En la actualidad estamos acostumbrados a recibir a diario, en nuestra casilla virtual, toneladas de correo electrónico basura, muchos de los cuales superan a los filtros diseñados para contenerlos. También existe una gran cantidad de personas que se desahogan o se divierten insultándose con extraños, y hasta con amigos, en las redes sociales. Por no hablar de las llamadas telefónicas en broma o para estafarnos que existen desde mucho antes que la Internet.[2] Por eso el mundo se arrojaba hacia un negro pozo de vulgaridad, y cada vez menos gente apreciaba el encanto de la tradición. Bastaba con prender la televisión y someterse a los noticiarios, o escuchar por la radio aquellos novedosos ruidos a los que llamaban música.[3]

Ahora es el momento existencial —dijo él.

—¿A qué te refieres?

—Uno se pone a reflexionar con aire solemne. Dice que la vida es corta y que debemos aprovechar cada segundo y blablablá. Pero, a fin de cuentas, todo el mundo sigue desperdiciando sus días.[4]

- O en algo peor que el infierno: en un lugar aburrido y vacío. Un lugar en el que nada sucede, ni bueno ni malo, ni de ningún tipo.[5]

Y la realidad, entonces y allí, se manifestaba en toda su crudeza. Hoy la televisión, el cine y los anuncios disfrazan nuestros días con un simulacro de felicidad tonta y vacía.[6]

Tomado de Facebook
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[1] Diccionario enciclopédico de la vieja escuela. Javier Pérez Andújar.

[2] Juegos mortales. Raúl Garbantes.

[3] Juegos mortales. Raúl Garbantes.

[5] El caso de la familia desaparecida. Raúl Garbantes.

[6] Nosotras. Rosa Montero.


miércoles, 22 de febrero de 2023

COSAS DE VIEJOS. II

            Un nuevo día, un nuevo quehacer, una nueva cafetería, ya no la de presencia parisina, le había decepcionado el día anterior y a decir verdad, se sentía viejo, luego de tanta perorata. De allí que eligió el sitio más solitario, volvió a pedir un expreso, con la sola expectativa de estar en donde estaría sentado un buen rato a pensar en lo que había leído, o simplemente a observar, estar presente, en el presente. Solo así podía evitar pensar en lo que no quería[1]. Pensar en cosas diferentes, sin embargo uno aspira a una cosa y el cerebro se encarga en desviar el pensamiento a otros objetivos, tal vez no queridos. Hoy… Me invade la duda… Me hago una gran pregunta: si los seres no son dueños de su nacimiento, ¿por qué no tienen derecho a gobernar su muerte? ¿Acaso no abandonamos un vestido cuando está ya gastado? Hizo una pausa antes de añadir: Mi vida está gastada[1], se aventuró a concluir.

 

            Releía una frase que le quedó sonando del libro que llevaba consigo: ESCRIBÍ EN MI MURO DE TWITTER una frase irónica sobre el centralismo. La mayoría apeló al insulto como “argumento” de rechazo. Las redes sociales son democráticas, su esencia es la igualdad. Cualquiera puede acceder a la cuenta de un desconocido y tratarlo de tú a tú. Por desgracia, todo análisis, toda opinión o reflexión que se escribe en ellas, sin importar el tema, con frecuencia es recibido con impropios. ¿Por qué malgastar el tiempo en ofensas? Escriben con tres piedras en la mano y agreden con furia y con tal seguridad que, dada la magia de la palabra escrita, uno casi que alcanza a creer que lo que lee es cierto. ¿A esto se reduce esa igualdad? Las redes sociales no solo están erosionando la democracia sino a la misma sociedad, a la forma como las personas se relacionan. Hay a quienes les cuesta entender que éstas son espacios públicos; que comentarios que deberían ser parte de entornos privados pasan, por esta vía, a ser de dominio de todos. Cuando no es con la palabra imprudente, entonces son el anonimato y el sentido de impunidad los usados para “desinhibirse” e insultar. Y hasta para amenazar…[2]

 

Cuánta razón le asistía al autor, «La historia es una farsa —solía decirme Espagnac después de unos cuantos tragos—. Fernando VII, que antes pedía a los españoles que mataran a los franceses, pide ahora a los franceses que maten a los españoles. Entonces, ¿cómo me voy a tomar yo en serio la Historia? Los que se la toman en serio mueren inútilmente por ella. Porque los muy imbéciles no saben que la Historia la escribirán quienes les han matado»[3].

 

Y recordó su profesión, aunque más que su profesión, recordó lo que había estudiado, hoy sin sentido, ayer, lleno de ilusiones, como si las ilusiones pudieran cambiar la realidad. … dedicaba la mitad del tiempo al placer y la otra mitad al arrepentimiento, y se habría vuelto clérigo de no haber sido porque después de la adolescencia nunca se acostumbró a dormir solo, pero lo acobardaba la idea del matrimonio. Tal vez atormentado por sus propias inclinaciones se había dedicado al estudio de las leyes: quería comprender el alma humana. Le gustaba juzgarse a sí mismo, aunque por lo general se absolvía, gracias a la prolijidad y sutileza de sus razones, pero a partir de cierto momento ya se sintió capaz de juzgar a los otros.[4] Toda sociedad bien organizada está basada en la aceptación del crimen como parte de sí misma. En las dictaduras mucho más que en las sociedades libres, aunque ninguna de ellas está exenta. Unas veces el crimen yace en la corrupción. Otras, en la falta de libertad. Otras, en la mentira. Otras, en la sangre[5]. Y estos pensamientos le llevaron a pensar que Si la frialdad de los libros le había enseñado que el Derecho poco tiene que ver con la humanidad, aquellas calles calientes le enseñaban que la humanidad poco tiene que ver con el Derecho[6]. En efecto, la teoría estaba muy lejana a la vida práctica y la ley, mucho más lejana. Se arrepentía de haber sido abogado? Tal vez, se dijo, con el dejo de un tal vez muy dubitativo, a pesar de que la vida laboral le implicó poco derecho y mucha administración, burocracia que igualmente le desilusionó. Para todo había un problema, era como si la vida burocrática fuera carrera de obstáculos a los que había que vencer diariamente, nunca nada fue fácil, solo problemas a los que se tenía que superar diariamente, día a día. «Son cosas de la democracia», pensó (…), «pero ya se sabe que demasiada democracia acaba con la democracia»[7]. … porque conocía el problema bien, y después de un diluvio de conferencias, cursillos y seminarios, había llegado a la conclusión más feliz del mundo, que es la de que no hay que hacer nada porque cualquier solución es mala[8].

 

sonríe y se da cuenta de que ha empezado a creer en la democracia porque la democracia tiene una ventaja: el cabrón de turno solo puede equivocarse durante cuatro años. Luego otra vez la esperanza[9]. Esperanza que lleva a volverse a repetir lo mismo cada cuatro años, pues en política todo era mentira y promesas mentirosas. Recordó que La mentira es el eje de los negocios, de las relaciones internacionales (la mentira fue elevada por Maquiavelo casi al nivel de la santidad), impera en las relaciones conyugales, en las relaciones comerciales, en las relaciones amistosas y hasta las piadosas. La mentira alivia, la verdad no. La mentira no sólo está considerada como una auténtica necesidad social, sino todo un símbolo de la convivencia. Por otra parte, sin la mentira (y la publicidad es una mentira) no harías negocios. Sin capacidad para mentir, nadie se presentaría a unas elecciones políticas. Usted trabaja en un bufete de abogados: dígame cuántas veces ha necesitado mentir ante los tribunales[10].

           

            Por donde se viera la realidad mataba las ilusiones y eso le llenaba de frustración a sabiendas que, visto desde la distancia, qué había hecho de importante a lo largo de su vida de empleado y si había hecho algo importante las alabanzas no se las habían llevado sus superiores? Conclusión de una vida intrascendente, una vida más que había pasado por este mundo.

 

            Pensamientos tan deprimentes le hizo ver lo traidor que era el pensamiento, había llegado para tomarse un expreso, para disfrutar del entorno, pero no, terminaba con pensamientos que a la larga ni siquiera le servían porque eran recuerdos del pasado, sí, a pesar de que las cosas continuaban igual, a pesar del tiempo.

 

            Decidido, decidió tomarse el último sorbo que le ofrecía esa humilde taza, de un expreso ya frío y mejor era pagar esa cuarta o quinta taza saboreadas a la luz de pensamientos que no le ofrecieron ninguna paz. Seguía pensando en lo traidor que era el cerebro, en vez de darle placer, si no ilusión, era un mataesperanzas.

 

Toda buena acción tiene su castigo[11].




[1] El silencio de Lucía. Raúl Garbantes.

[2] Las formas del odio. Sanchez Baute.

[3] La ciudad sin tiempo. Enrique Moriel.

[4] (Palabras de Miguel Díaz de Armendariz) Ursúa. William Ospina.

[5] La ciudad sin tiempo. Enrique Moriel.

[6] La ciudad sin tiempo. Enrique Moriel.

[7] Méndez. Francisco González Ledesma.

[8] Una novela de barrio. Francisco González Ledesma.

[9] La calle de nuestros padres. Francisco González Ledesma.

[10] La ciudad sin tiempo. Enrique Moriel.

[11] Juegos mortales. Raúl Garbantes.

lunes, 20 de febrero de 2023

COSAS DE VIEJOS. I

 La vida del pensionado puede parecer aburrida, pero es vida; aburridora, tal vez, pero sigue siendo vida, mientras los avatares de ella no lo derriben. Aparentemente sin problemas, pero ellos vienen sin ser invitados, ya no tan fatales como antaño, como, por ejemplo, cuando tambaleaba la estabilidad laboral, ahora al menos ya estaba asegurada en el aspecto económico, bien o mal, con un ingreso constante. Pero sigue habiendo problemas, entre ellos, las dolencias de cuerpo y alma. Ya estamos viejos. No entendemos los tiempos en los que vivimos.[1] Seguimos creyendo que los tiempos pasados fueron mejores, tal vez sea cierto, tal vez no lo sea. Y eso porque Un hombre solo y sin nada que hacer, le había dicho una vez algún colega ya muerto, produce pensamientos peligrosos para sí mismo[2]. Y en efecto, Un hombre ocioso, y con tiempo, siempre es un peligro [3], aún para sí mismo. … había visto el fenómeno en casi todos los ancianos, incluso en sus abuelos (…). Llegaba un momento en que se dejaba de vivir hacia adelante y la vida se convertía en un constante rebobinar. Los viejos parecen «avanzar hacia el pasado»: lo único que conocen del porvenir, que siempre es incierto para todos, es que nada tendrá para ofrecerles. Pensando en esto, (…) sintió cierta tristeza, pero también algo de envidia. La gente mayor no estaba sometida a las ansiedades, incertidumbres y frustraciones de la gente más joven. Ya todo había sucedido, para bien o para mal[4].

 

             Lamentablemente, algunas pesadillas las imaginamos exactamente porque son susceptibles de cumplirse. Hay en nuestros mayores miedos algo de profecía y anticipación[5]. Por eso, las lamentaciones eran mejor dejarlas para mañana, sería otro día, como mucho en la vida de pensionado, siempre decía que lo haría mañana. Mañana era hoy y todo seguía igual[6]. Y eso significaba que otra mañana había transcurrido. Otra mañana (…)  que se le perdió como arena entre los dedos[7].

 

            Pero dejemos los pensamientos insulsos que ya a esta edad son bastante constantes y no llevan a ningún lugar, salvo a deprimirse, aunque también es cierto que A veces las cosas no son ideales ni suceden de la manera en que uno querría, de hecho, casi siempre obtenemos una suerte de copia desteñida de lo que deseamos. (…) somos personas mayores ya. Bah, somos viejos. Mejor digámoslo así, que tampoco vamos a cambiar el hecho al definirlo con palabras más suaves. Me refiero a que usted, que es muy joven, ahora no lo entenderá, pero algún día se acordará de esto que le diré ahora: con los años uno aprende el arte del conformismo, se da cuenta de que la vida no es la gran cosa y de que no se debe exigir demasiado de ella. Con que nos conceda unos días, unas horas, unos minutos, un mísero segundo de dicha, tan largo como una exhalación o un suspiro, con eso ya uno puede considerarse afortunado[8].

 

A menudo queremos que algunos días y horas transcurran velozmente si estamos esperando por algo o alguien que nos satisface. Al contrario, anhelamos que se hagan más lentos en los momentos en que queremos evitar que algo ocurra: una visita indeseable, una prueba difícil o una cita médica. Es entonces cuando descubrimos que el tiempo es inexorable, especialmente cuando se concentra la atención sobre este, deseando que las horas tarden en pasar. La gran y cruel ironía del efecto del tiempo es que percibimos con rapidez el paso del mismo cuando más nos gustaría que se retrasara[9]. Pensamientos de viejo, me dirán, tal vez así sea, pero son pensamientos que, como cuentagotas, pasan inexorablemente por la mente en todas las épocas de nuestra vida, con una precisión propia del decaimiento. Me hace recordar una pregunta obligada en la juventud, tanto como juego como en entrevista laboral, la consabida pregunta de verbalizar el de dónde venimos y para dónde vamos. Nunca lo tuve claro, nunca supe dar una respuesta, salvo la que se esperaba y que los demás querían oír, una buena mentira social, es cierto, Algunos afirmaron cosas no tan apegadas a la verdad y otros se hicieron de la vista gorda. Siempre son pequeñas cosas las que uno demanda y la gente se dice a sí misma que lo que hacen no es tan grave. El autoengaño es una maravilla (…). Es el camino de una sola vía de la especie humana, llenarse de espejismos y olvidarse de lo que se puede tocar[10]. Y el tiempo fue el que me dio la respuesta adecuada, a preguntas que hoy considero innecesarias porque ¿Lo crees realmente útil? ¿Saber de dónde venimos, quiénes somos, cambiaría el presente?[11] Creo que no, hoy, sinceramente creo que no.

 

Una serie de rápidos pensamientos pasó por detrás de sus ojos, pero todos se referían al tiempo que se iba, al tiempo que transformaba las cosas en polvo y que, sin embargo, dejaba un resquicio para la idea de eternidad, la única que sin ninguna prueba habían asumido los hombres. La eternidad… (…) no podía dejar de pensar que la eternidad da sentido a todo aquello que no es eterno[12].

 

            Por andar divagando, el pensamiento se dispersa y al volverse disperso uno olvida el camino que debía recorrer, el cuento no iba por ahí, el cuento era otro, se centraba en un pensionado y una cafetería, en un día cualquiera que pensando que era rutinario, al fin no lo era. Entonces llegó a mi cabeza una sentencia leída: Debes esforzarte más. Pero te recuerdo algo muy importante: no siempre nuestros esfuerzos reciben la recompensa que esperamos[13].  Ah carajo! pensé, eso me pasa por despistado y me consuela pensar que a todos nos pasa, no hay como un mal general para menguar la culpa propia.

 

Quedamos en silencio por un momento que parece intolerable, como si la falta de palabras pudiera revelar algo que estas no podían por sí mismas[14].

 

Superado el silencio que hizo presencia en mi mente y rectificando los pensamientos, me centro en el cuento que inicialmente tenía esbozado en mi cabeza. Un pensionado, una cafetería.

 

            Entonces reinicio.

 

Un día cualquiera, de un mes cualquiera, en cualquier lugar de la ciudad, o de cualquier otra, se ve un personaje, ya pensionado y como se prevé de él, sin mayor cosa qué hacer. El personaje puedo ser yo, tal vez lo sea, o solo sea producto de mi imaginación, que fértil sí es, para bien o para mal, para lo bueno o para lo malo.

 

El sitio, una cafetería cualquiera, aunque por qué no, una cafetería parisina es un mejor inicio, en ese ambiente de cafetería parisina que hemos visto, mas no degustado, pero que gracias a las películas nos hemos imaginado, donde se producen encuentros amorosos, mafiosos o de espías. Así el cuadro cuadra mejor y se ve más elegante. La elegancia ante todo.

 

Sin intención alguna, buscar una mesa estratégica, donde se abarque el paisaje de cafetería lo mejor posible. Sin sentirse intruso, sin estar fuera de lugar. Pedir un expreso con intenciones de pensionado, es decir, para saborearlo sin afán alguno, tan solo contemplando los alrededores, sin esperar nada, solo que pase el tiempo.

 

Ver cómo las mesas se desplazan en su afán por ser llenadas. Algunos con afán alcanzan solo al saboreo, otros en espera -de algo o de alguien- y los contertulios que comienzan a llegar. Por la hora, pensionados, como debe ser. Murmullos por aquí, risas por allá, saludos más acá, silencios intrigantes en uno que otro lugar. Es un mundillo que refleja lo que es el mundo. Y yo, degustando el expreso y tratando de adivinar los pensamientos ajenos, sin intención de parecer intruso. Aunque uno no lo quiera, es obligatorio oír conversaciones ajenas que se generan en una y otra mesa.

 

De las varias ocupadas me centro en mis congéneres, es decir en una mesa de pensionados y me dije: Es excelente ser viejo. Es la mejor edad, es la época en que el entendimiento ve con más claridad[15]. O al menos eso creía.

 

Me llamó la atención una frase que uno de ellos estaba diciendo: Un hombre muerto terminaba por ser un hombre que jamás había existido[16]. No sé el contexto en que lo decía, pero llamó mi atención, por la verdad que escondían esas palabras y de allí que centré mi atención en los contertulios, debían estar hablando de la vejez, lo más seguro.

 

Y uno de ellos continuó diciendo:

 

-… es la misma alegría de no ser el muerto en un entierro. Pero ahora le ha llegado el turno, aunque resulte increíble. Vas a empezar una nueva vida, le dirán. ¿Y qué mierda de vida es esa? La maldita vejez. Una cuesta descendente hasta la muerte[17].

 

            La experiencia lo hizo descubrir el gran poder que las palabras tenían para acercar o alejar a las personas, y que lo importante no era el idioma que se utilizara sino la intención que llevaba el comunicado[18]. Y aún así, parecía que la conversación se centraba en los achaques de la vida, lo que corroboré al oír la intervención de otro contertulio, un poca más viejo que el anterior.

 

            —Uno envejece. —Charles hizo una pausa filosófica antes de continuar—. Con el tiempo, ya deja incluso de anhelar el pasado, como sucede a los cuarenta y pico o cincuenta, cuando no hace tanto todavía que uno dejó de ser realmente joven. A la hora de volverse viejo de verdad, uno se resigna a la repetición. Eso que llaman paz, o sabiduría, no es más que una forma de capitulación vital[19].

 

            Y al decirlo parecía decir que La muerte no lo indignaba, y la de los inocentes no le suscitaba ninguna compasión. Simplemente formaba parte de las cosas. No era un hipócrita. La verdad es que, ante la muerte de los demás, lloramos por nosotros mismos. No es un sentimiento noble, es miedo, porque un día correremos la misma suerte[20]. Y ellos lo sabían, así no lo verbalizaran. Recordé entonces algo leído: A veces debes bailar con el diablo si quieres evitar el infierno[21]. Y así era, la vida despiadada era sólo la vida, porque no ambicionaban una distinta ni mejor. Los otros lo habían perdido todo y ellos nada, porque no se pierde lo que nunca se tuvo ni se quiere tener[22].

 

            Cansado de tanta palabra fúnebre, alcancé a oír en otra mesa, con semejantes contertulios, más que pensionados alcancé a pensar al verles, pues la pinta y las arrugas así lo delataban, una conversación que pareciera tenía otro talante, aunque los viejos solo podemos hablar de la vejez y de todo lo que ello conlleva.

 

-                     Nunca le dijiste cuánto la querías. Lo que se deja de decir también puede ser una mentira[23].

 

Con esta afirmación, inocente pero verdadera Por fin había comprendido que su padre se había ido y que no volvería más, que no escucharía otra vez su voz de tierra y raíces, que no vería sus manos manchadas y ásperas. Entonces, a su pensamiento empezaron a llegar todas las preguntas que alguna vez quiso hacerle, pero que, por una u otra excusa, nunca le hizo; preguntas sobre su madre, sobre el amor, sobre la vida adulta, sobre las cosas que te cambian para siempre. Ahora, (…) se le ocurre que, si estuviera vivo, le preguntaría para qué sirve la culpa[24].

 

Un día, la persona que amas está en tu cama y eres incapaz de imaginar su ausencia. Al día siguiente, ya no está y lo que parece mentira es que haya vivido contigo. ¿Por qué la realidad de la soledad y el dolor te parece más contundente que la de la alegría?[25]

 

            Y olvidando esos pensamientos continué oyendo:

 

            - Siempre me ha resultado extraño conservar todas esas fotos viejas. Pertenecen a un tiempo distinto al de ahora. En mi habitación tengo un álbum lleno de fotos de mi padre. Es un tanto siniestro tener tantas fotos de una persona que ya no vive. También conservamos vídeos suyos, me resulta un poco tétrico oír su voz. Mi padre tenía una voz estruendosa. Quizá debería estar prohibido ver vídeos de personas que ya no existen, o que ya no están entre nosotros, como dice mi abuela. No me parece bien espiar a los muertos[26].

 

-                     Pero lo curioso es, decía otro contertulio que No solemos prestar la debida atención al importante papel que la cama juega en nuestras vidas. Nacemos en una cama y morimos en otra, y la mitad de nuestra existencia transcurre dentro de ella. La cama cobija nuestras enfermedades, es el nido de nuestros sueños, el campo de batalla del amor. Es nuestro espacio más íntimo, la guarida primordial del animal que llevamos dentro[27].

 

Ya cansado de tanta filosofía, propia de ancianos, decidí que tenía suficiente por ese día, con mi propia ancianidad tenía, lo mejor era pedir la cuenta y salir de allí cuanto antes, antes de que el peso de la conversación ajena hiciera mayor meya en mí y era consciente de que eso me pasaba, por estar metido, en la distancia, en conversaciones ajenas.

 

            Y ahora solo restaba el retorno, pero siempre con el eco de las palabras oídas, que de alguna manera quedaban resonando en la distancia.

 

Qué fácil olvidamos cuando crecemos[28].

Foto JHB (d.r.a.)



[1] Suicidas del aspa. Raul Garbantes.

[2] Sombra infernal. Raul Garbantes.

[3] Sombra infernal. Raul Garbantes.

[4] El caso de la familia desaparecida. Raúl Garbantes.

[5] Legado corrupto. Raúl Garbantes.

[6] La vida secreta de Úrsula Bas. Arantza Portabales.

[7] Juegos mortales. Raúl Garbantes.

[9] Detonación inminente. Raúl Garbantes.

[10] Atormentada. Raúl Garbantes.

[11] Avicena. Gilbert Sinoué.

[12] La ciudad sin tiempo. Enrique Moriel.

[13] Legado corrupto.  Raúl Garbantes.

[14] Lealtad y sangre. Raúl Garbantes.

[15] Palabras de George Sand, citadas en Nosotras. Rosa Montero.

[16] Cortafuegos. Henning Mankell.

[17] La buena suerte. Raúl Garbantes.

[18] Tan veloz como el deseo. Laura Esquivel.

[20] El cazador de la oscuridad. Donato Carrisi.

[21] Cacería implacable. Raúl Garbantes.

[22] La multitud errante. Laura Restrepo.

[23] La falsa pista. Henning Mankell.

[24] Fama y muerte. Raul Garbantes.

[25] El silencio de Lucía. Raúl Garbantes.

[26] La joven de las naranjas. J Gaarner.

[27] Nosotras. Rosa Montero.

[28] Avaricia. Raul Garbantes.

viernes, 17 de febrero de 2023

DEL PASADO AL HOY. LAS SALAS DE CINE

                El cine también ha tenido su evolución y me refiero a las que llamábamos salas de cines o cines a secas. La cantidad de salas que antaño había, con decir que hasta la mayoría de barrios tenía uno. Todos con el conocido M-V-N (matiné, vespertina y noche) y los domingos, para el público infantil se agregaba el matinal (de 11 a 1).

 

                A mi mente vienen un sinfín de nombres y de las más variadas pintas, pues hasta en eso había selección de clases, para gente bien y para el resto: Santa Fe, Tirso de Molina, Novedades, Almirante, María Luisa, Opera, Palermo, Teusaquillo, Palermo, Cid y hasta el Olimpia (con su doble sentido de chiste en que estando por los lados de la 26 siempre se preguntaba con rápida entonación: dóndeselolimpia?).

 

                Cada uno tenía también su especialidad: del viejo oeste, policiacas, de amor, últimas novedades, familiares, porno (a estos teatros se les llamaba rotativos, desde las 12 del medio día hasta la medianoche, si mal no recuerdo, se pasaban dos películas porno alternadas y seguidas y uno podía pasar toda la tarde por el valor de una boleta -eso me han contado, no me consta, pensaría alguien-).

 

                Y la tecnología apareció y el internet permitió que el cine de sala pasara a una pantalla familiar directamente o a través de un CD y del DVD, previa pasada de los locales en que alquilaban las películas, como Betatonio, que también fue desplazado por las plataformas de Disney, Netflix, Prime y demás.

 

                Y los teatros se convirtieron en iglesias cristianas, en bares y hasta en billares y los que no, fueron abandonados a su suerte, y con ello, el espectador de antaño fue desplazado y el cine conocido allí se quedó y quedó arrasada por la tecnología, pues ya hasta las sillas se mueven, salen olores, hay tercer dimensión y no sé qué más, lo que sí sé es que llevo algo más de diez años sin pisar una sala de cine, lo veo desde mi cómoda cama, aunque dure una hora o más tratando de elegir la película que quiero ver o la plataforma que mejor ofrece, así pierdo mi tiempo, no como antes que era tener tiempo, coger un bus, buscar el teatro, comprar la boleta, que obligaba la ocasión también a comprar el maíz pira, la chocolatina, esperar a que se apagara la luz, empezara el noticiero y luego, muy luego, centrarse en la película elegida, así fuera del Novedades.