Un nuevo día, un nuevo quehacer, una nueva cafetería, ya no la de presencia parisina, le había decepcionado el día anterior y a decir verdad, se sentía viejo, luego de tanta perorata. De allí que eligió el sitio más solitario, volvió a pedir un expreso, con la sola expectativa de estar en donde estaría sentado un buen rato a pensar en lo que había leído, o simplemente a observar, estar presente, en el presente. Solo así podía evitar pensar en lo que no quería[1]. Pensar en cosas diferentes, sin embargo uno aspira a una cosa y el cerebro se encarga en desviar el pensamiento a otros objetivos, tal vez no queridos. Hoy… Me invade la duda… Me hago una gran pregunta: si los seres no son dueños de su nacimiento, ¿por qué no tienen derecho a gobernar su muerte? ¿Acaso no abandonamos un vestido cuando está ya gastado? Hizo una pausa antes de añadir: Mi vida está gastada[1], se aventuró a concluir.
Releía una
frase que le quedó sonando del libro que llevaba consigo: ESCRIBÍ EN MI MURO
DE TWITTER una frase irónica sobre el centralismo. La mayoría apeló al insulto
como “argumento” de rechazo. Las redes sociales son democráticas, su esencia es
la igualdad. Cualquiera puede acceder a la cuenta de un desconocido y tratarlo
de tú a tú. Por desgracia, todo análisis, toda opinión o reflexión que se
escribe en ellas, sin importar el tema, con frecuencia es recibido con impropios.
¿Por qué malgastar el tiempo en ofensas? Escriben con tres piedras en la mano y
agreden con furia y con tal seguridad que, dada la magia de la palabra escrita,
uno casi que alcanza a creer que lo que lee es cierto. ¿A esto se reduce esa
igualdad? Las redes sociales no solo están erosionando la democracia sino a la
misma sociedad, a la forma como las personas se relacionan. Hay a quienes les
cuesta entender que éstas son espacios públicos; que comentarios que deberían
ser parte de entornos privados pasan, por esta vía, a ser de dominio de todos.
Cuando no es con la palabra imprudente, entonces son el anonimato y el sentido
de impunidad los usados para “desinhibirse” e insultar. Y hasta para amenazar…[2]
Cuánta razón le asistía al autor,
«La historia es una farsa —solía decirme Espagnac después de unos cuantos
tragos—. Fernando VII, que antes pedía a los españoles que mataran a los
franceses, pide ahora a los franceses que maten a los españoles. Entonces,
¿cómo me voy a tomar yo en serio la Historia? Los que se la toman en serio
mueren inútilmente por ella. Porque los muy imbéciles no saben que la Historia
la escribirán quienes les han matado»[3].
Y recordó su profesión, aunque
más que su profesión, recordó lo que había estudiado, hoy sin sentido, ayer, lleno
de ilusiones, como si las ilusiones pudieran cambiar la realidad. … dedicaba
la mitad del tiempo al placer y la otra mitad al arrepentimiento, y se habría
vuelto clérigo de no haber sido porque después de la adolescencia nunca se
acostumbró a dormir solo, pero lo acobardaba la idea del matrimonio. Tal vez
atormentado por sus propias inclinaciones se había dedicado al estudio de las
leyes: quería comprender el alma humana. Le gustaba juzgarse a sí mismo, aunque
por lo general se absolvía, gracias a la prolijidad y sutileza de sus razones,
pero a partir de cierto momento ya se sintió capaz de juzgar a los otros.[4]
Toda sociedad bien organizada está basada en la aceptación del crimen como
parte de sí misma. En las dictaduras mucho más que en las sociedades libres,
aunque ninguna de ellas está exenta. Unas veces el crimen yace en la
corrupción. Otras, en la falta de libertad. Otras, en la mentira. Otras, en la
sangre[5].
Y estos pensamientos le llevaron a pensar que Si la frialdad de los
libros le había enseñado que el Derecho poco tiene que ver con la humanidad,
aquellas calles calientes le enseñaban que la humanidad poco tiene que ver con
el Derecho[6].
En efecto, la teoría estaba muy lejana a la vida práctica y la ley, mucho
más lejana. Se arrepentía de haber sido abogado? Tal vez, se dijo, con el dejo
de un tal vez muy dubitativo, a pesar de que la vida laboral le implicó poco
derecho y mucha administración, burocracia que igualmente le desilusionó. Para
todo había un problema, era como si la vida burocrática fuera carrera de
obstáculos a los que había que vencer diariamente, nunca nada fue fácil, solo
problemas a los que se tenía que superar diariamente, día a día. «Son cosas
de la democracia», pensó (…), «pero ya se sabe que demasiada democracia acaba
con la democracia»[7]. … porque conocía el
problema bien, y después de un diluvio de conferencias, cursillos y seminarios,
había llegado a la conclusión más feliz del mundo, que es la de que no hay que
hacer nada porque cualquier solución es mala[8].
… sonríe y se da cuenta de que ha empezado a creer en la
democracia porque la democracia tiene una ventaja: el cabrón de turno solo
puede equivocarse durante cuatro años. Luego otra vez la esperanza[9].
Esperanza que lleva a volverse a repetir lo mismo cada cuatro años, pues en
política todo era mentira y promesas mentirosas. Recordó que La mentira es
el eje de los negocios, de las relaciones internacionales (la mentira fue
elevada por Maquiavelo casi al nivel de la santidad), impera en las relaciones
conyugales, en las relaciones comerciales, en las relaciones amistosas y hasta
las piadosas. La mentira alivia, la verdad no. La mentira no sólo está
considerada como una auténtica necesidad social, sino todo un símbolo de la
convivencia. Por otra parte, sin la mentira (y la publicidad es una mentira) no
harías negocios. Sin capacidad para mentir, nadie se presentaría a unas
elecciones políticas. Usted trabaja en un bufete de abogados: dígame cuántas
veces ha necesitado mentir ante los tribunales[10].
Por
donde se viera la realidad mataba las ilusiones y eso le llenaba de frustración
a sabiendas que, visto desde la distancia, qué había hecho de importante a lo
largo de su vida de empleado y si había hecho algo importante las alabanzas no
se las habían llevado sus superiores? Conclusión de una vida intrascendente,
una vida más que había pasado por este mundo.
Pensamientos
tan deprimentes le hizo ver lo traidor que era el pensamiento, había llegado
para tomarse un expreso, para disfrutar del entorno, pero no, terminaba con
pensamientos que a la larga ni siquiera le servían porque eran recuerdos del
pasado, sí, a pesar de que las cosas continuaban igual, a pesar del tiempo.
Decidido,
decidió tomarse el último sorbo que le ofrecía esa humilde taza, de un expreso
ya frío y mejor era pagar esa cuarta o quinta taza saboreadas a la luz de
pensamientos que no le ofrecieron ninguna paz. Seguía pensando en lo traidor
que era el cerebro, en vez de darle placer, si no ilusión, era un
mataesperanzas.
Toda buena acción tiene su castigo[11].
[1] El
silencio de Lucía. Raúl Garbantes.
[2] Las
formas del odio. Sanchez Baute.
[3] La
ciudad sin tiempo. Enrique Moriel.
[4] (Palabras
de Miguel Díaz de Armendariz) Ursúa. William Ospina.
[5] La
ciudad sin tiempo. Enrique Moriel.
[6] La
ciudad sin tiempo. Enrique Moriel.
[7] Méndez.
Francisco González Ledesma.
[8] Una
novela de barrio. Francisco González Ledesma.
[9] La
calle de nuestros padres. Francisco González Ledesma.
[10] La
ciudad sin tiempo. Enrique Moriel.
[11] Juegos
mortales. Raúl Garbantes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario