Contar lo que he visto, lo que he leído, lo que he escuchado, tal es mi propósito en este volumen. Para quienes somos carne del extinto siglo XX, siempre nos ha resultado extraño llamar volumen a un libro. El volumen estaba en el amplificador, en la radio, en la tele; pero los libros hace siglos que se leen en silencio. Será porque vivimos una ley del silencio cada vez más abrumadora. Todo quisque sale opinando en todas partes, sí, es cierto. Y sobre todo la gente deja sus comentarios, por emplear un término muy en boga, en las redes sociales. Pero comentar no es decir lo que se piensa, pues para esto primero hay que pensar. La ley del silencio consiste en sustituir el pensamiento por los sentimientos, siempre en plural (así no hay que pensar a cuál de ellos nos referimos). Está muy mal visto herir los sentimientos de la gente, pero nada se dice de herir el pensamiento. Este «nada se dice» es producto de la ley del silencio.[1] En la actualidad estamos acostumbrados a recibir a diario, en nuestra casilla virtual, toneladas de correo electrónico basura, muchos de los cuales superan a los filtros diseñados para contenerlos. También existe una gran cantidad de personas que se desahogan o se divierten insultándose con extraños, y hasta con amigos, en las redes sociales. Por no hablar de las llamadas telefónicas en broma o para estafarnos que existen desde mucho antes que la Internet.[2] Por eso el mundo se arrojaba hacia un negro pozo de vulgaridad, y cada vez menos gente apreciaba el encanto de la tradición. Bastaba con prender la televisión y someterse a los noticiarios, o escuchar por la radio aquellos novedosos ruidos a los que llamaban música.[3]
Ahora es el momento
existencial —dijo él.
—¿A qué te refieres?
—Uno se pone a reflexionar con aire solemne. Dice que la vida es corta y que debemos aprovechar cada segundo y blablablá. Pero, a fin de cuentas, todo el mundo sigue desperdiciando sus días.[4]
- O en algo peor que el infierno: en un lugar aburrido y vacío. Un lugar en el que nada sucede, ni bueno ni malo, ni de ningún tipo.[5]
Y la realidad, entonces y
allí, se manifestaba en toda su crudeza. Hoy la televisión, el cine y los
anuncios disfrazan nuestros días con un simulacro de felicidad tonta y vacía.[6]
[1] Diccionario
enciclopédico de la vieja escuela. Javier Pérez Andújar.
[2] Juegos
mortales. Raúl Garbantes.
[3] Juegos
mortales. Raúl Garbantes.
[4] El
Ausente. Antonio Rivero Taravillo.
[5] El
caso de la familia desaparecida. Raúl Garbantes.
[6] Nosotras.
Rosa Montero.
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