Si me lo pregunta, me explayo elaborando un discurso largo y hasta aburrido explicando el concepto dentro de mi demostrada elocuencia y mi poder de hablar mierd… sí, mucho.
Pero si la pregunta la hace un
niño, un inocente niño, como en efecto lo hace una niña a una mujer ofendida,
dentro del contexto de una serie coreana, quedé sin palabras.
Ante la inocencia, tanto de la
pregunta como de la infante, cuál sería la respuesta?
Darle una cruda respuesta a un
niño es hacerle perder la inocencia con un discurso de adulto que no llevaría a
ningún lado, aunque también es cierto, el niño no entendería un carajo, lo que
es bueno para él.
Eso me lleva a pensar que a
pesar de tanta sapiencia, no estamos preparados para asumir responsabilidades
ante la inocencia misma.
Ojalá un niño nunca me lo
pregunte, porque no sabría qué decirle.
.«Los hijos cambian del todo la vida de la
gente —pensaba Méndez, quien nunca los había tenido—. Te hacen ver cosas que no
habías visto nunca y entender cosas que no habías entendido jamás. Supongo que
cuando tienes un hijo, dejas de ser tú para ser el hijo, y curiosamente eso te
hace ser más sabio. Es una de las pocas cosas que he aprendido en mi cochina
vida».[1]
[1] Una novela de barrio. Francisco
González Ledesma.
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