La vida del pensionado puede parecer aburrida, pero es vida; aburridora, tal vez, pero sigue siendo vida, mientras los avatares de ella no lo derriben. Aparentemente sin problemas, pero ellos vienen sin ser invitados, ya no tan fatales como antaño, como, por ejemplo, cuando tambaleaba la estabilidad laboral, ahora al menos ya estaba asegurada en el aspecto económico, bien o mal, con un ingreso constante. Pero sigue habiendo problemas, entre ellos, las dolencias de cuerpo y alma. Ya estamos viejos. No entendemos los tiempos en los que vivimos.[1] Seguimos creyendo que los tiempos pasados fueron mejores, tal vez sea cierto, tal vez no lo sea. Y eso porque Un hombre solo y sin nada que hacer, le había dicho una vez algún colega ya muerto, produce pensamientos peligrosos para sí mismo[2]. Y en efecto, Un hombre ocioso, y con tiempo, siempre es un peligro [3], aún para sí mismo. … había visto el fenómeno en casi todos los ancianos, incluso en sus abuelos (…). Llegaba un momento en que se dejaba de vivir hacia adelante y la vida se convertía en un constante rebobinar. Los viejos parecen «avanzar hacia el pasado»: lo único que conocen del porvenir, que siempre es incierto para todos, es que nada tendrá para ofrecerles. Pensando en esto, (…) sintió cierta tristeza, pero también algo de envidia. La gente mayor no estaba sometida a las ansiedades, incertidumbres y frustraciones de la gente más joven. Ya todo había sucedido, para bien o para mal[4].
Pero
dejemos los pensamientos insulsos que ya a esta edad son bastante constantes y
no llevan a ningún lugar, salvo a deprimirse, aunque también es cierto que A
veces las cosas no son ideales ni suceden de la manera en que uno querría, de
hecho, casi siempre obtenemos una suerte de copia desteñida de lo que deseamos.
(…) somos personas mayores ya. Bah, somos viejos. Mejor digámoslo así, que
tampoco vamos a cambiar el hecho al definirlo con palabras más suaves. Me
refiero a que usted, que es muy joven, ahora no lo entenderá, pero algún día se
acordará de esto que le diré ahora: con los años uno aprende el arte del
conformismo, se da cuenta de que la vida no es la gran cosa y de que no se debe
exigir demasiado de ella. Con que nos conceda unos días, unas horas, unos
minutos, un mísero segundo de dicha, tan largo como una exhalación o un
suspiro, con eso ya uno puede considerarse afortunado[8].
A menudo queremos que algunos
días y horas transcurran velozmente si estamos esperando por algo o alguien que
nos satisface. Al contrario, anhelamos que se hagan más lentos en los momentos
en que queremos evitar que algo ocurra: una visita indeseable, una prueba
difícil o una cita médica. Es entonces cuando descubrimos que el tiempo es
inexorable, especialmente cuando se concentra la atención sobre este, deseando
que las horas tarden en pasar. La gran y cruel ironía del efecto del tiempo es
que percibimos con rapidez el paso del mismo cuando más nos gustaría que se
retrasara[9].
Pensamientos de viejo, me dirán, tal vez así sea, pero son pensamientos que,
como cuentagotas, pasan inexorablemente por la mente en todas las épocas de
nuestra vida, con una precisión propia del decaimiento. Me hace recordar una
pregunta obligada en la juventud, tanto como juego como en entrevista laboral,
la consabida pregunta de verbalizar el de dónde venimos y para dónde vamos.
Nunca lo tuve claro, nunca supe dar una respuesta, salvo la que se esperaba y que
los demás querían oír, una buena mentira social, es cierto, Algunos
afirmaron cosas no tan apegadas a la verdad y otros se hicieron de la vista
gorda. Siempre son pequeñas cosas las que uno demanda y la gente se dice a sí
misma que lo que hacen no es tan grave. El autoengaño es una maravilla (…). Es
el camino de una sola vía de la especie humana, llenarse de espejismos y
olvidarse de lo que se puede tocar[10].
Y el tiempo fue el que me dio la respuesta adecuada, a preguntas que hoy
considero innecesarias porque ¿Lo crees realmente útil? ¿Saber de dónde
venimos, quiénes somos, cambiaría el presente?[11]
Creo que no, hoy, sinceramente creo que no.
Una serie de rápidos
pensamientos pasó por detrás de sus ojos, pero todos se referían al tiempo que
se iba, al tiempo que transformaba las cosas en polvo y que, sin embargo,
dejaba un resquicio para la idea de eternidad, la única que sin ninguna prueba
habían asumido los hombres. La eternidad… (…) no podía dejar de pensar que la
eternidad da sentido a todo aquello que no es eterno[12].
Por andar
divagando, el pensamiento se dispersa y al volverse disperso uno olvida el
camino que debía recorrer, el cuento no iba por ahí, el cuento era otro, se
centraba en un pensionado y una cafetería, en un día cualquiera que pensando
que era rutinario, al fin no lo era. Entonces llegó a mi cabeza una sentencia
leída: Debes esforzarte más. Pero te recuerdo algo muy importante: no
siempre nuestros esfuerzos reciben la recompensa que esperamos[13].
Ah carajo! pensé, eso me pasa por
despistado y me consuela pensar que a todos nos pasa, no hay como un mal
general para menguar la culpa propia.
Quedamos en silencio por un
momento que parece intolerable, como si la falta de palabras pudiera revelar
algo que estas no podían por sí mismas[14].
Superado el silencio que hizo
presencia en mi mente y rectificando los pensamientos, me centro en el cuento
que inicialmente tenía esbozado en mi cabeza. Un pensionado, una cafetería.
Entonces
reinicio.
Un día cualquiera, de un mes
cualquiera, en cualquier lugar de la ciudad, o de cualquier otra, se ve un
personaje, ya pensionado y como se prevé de él, sin mayor cosa qué hacer. El
personaje puedo ser yo, tal vez lo sea, o solo sea producto de mi imaginación,
que fértil sí es, para bien o para mal, para lo bueno o para lo malo.
El sitio, una cafetería
cualquiera, aunque por qué no, una cafetería parisina es un mejor inicio, en
ese ambiente de cafetería parisina que hemos visto, mas no degustado, pero que
gracias a las películas nos hemos imaginado, donde se producen encuentros
amorosos, mafiosos o de espías. Así el cuadro cuadra mejor y se ve más
elegante. La elegancia ante todo.
Sin intención alguna, buscar una
mesa estratégica, donde se abarque el paisaje de cafetería lo mejor posible.
Sin sentirse intruso, sin estar fuera de lugar. Pedir un expreso con
intenciones de pensionado, es decir, para saborearlo sin afán alguno, tan solo
contemplando los alrededores, sin esperar nada, solo que pase el tiempo.
Ver cómo las mesas se desplazan
en su afán por ser llenadas. Algunos con afán alcanzan solo al saboreo, otros
en espera -de algo o de alguien- y los contertulios que comienzan a llegar. Por
la hora, pensionados, como debe ser. Murmullos por aquí, risas por allá,
saludos más acá, silencios intrigantes en uno que otro lugar. Es un mundillo
que refleja lo que es el mundo. Y yo, degustando el expreso y tratando de
adivinar los pensamientos ajenos, sin intención de parecer intruso. Aunque uno
no lo quiera, es obligatorio oír conversaciones ajenas que se generan en una y
otra mesa.
De las varias ocupadas me centro
en mis congéneres, es decir en una mesa de pensionados y me dije: Es
excelente ser viejo. Es la mejor edad, es la época en que el entendimiento ve
con más claridad[15]. O al menos eso
creía.
Me llamó la atención una frase
que uno de ellos estaba diciendo: Un hombre muerto terminaba por ser un
hombre que jamás había existido[16].
No sé el contexto en que lo decía, pero llamó mi atención, por la verdad que
escondían esas palabras y de allí que centré mi atención en los contertulios,
debían estar hablando de la vejez, lo más seguro.
Y uno de ellos continuó diciendo:
-… es la misma alegría de no
ser el muerto en un entierro. Pero ahora le ha llegado el turno, aunque resulte
increíble. Vas a empezar una nueva vida, le dirán. ¿Y qué mierda de vida es
esa? La maldita vejez. Una cuesta descendente hasta la muerte[17].
La
experiencia lo hizo descubrir el gran poder que las palabras tenían para
acercar o alejar a las personas, y que lo importante no era el idioma que se
utilizara sino la intención que llevaba el comunicado[18].
Y aún así, parecía que la conversación se centraba en los achaques de la vida,
lo que corroboré al oír la intervención de otro contertulio, un poca más viejo
que el anterior.
—Uno
envejece. —Charles hizo una pausa filosófica antes de continuar—. Con el tiempo,
ya deja incluso de anhelar el pasado, como sucede a los cuarenta y pico o
cincuenta, cuando no hace tanto todavía que uno dejó de ser realmente joven. A
la hora de volverse viejo de verdad, uno se resigna a la repetición. Eso que
llaman paz, o sabiduría, no es más que una forma de capitulación vital[19].
Y al
decirlo parecía decir que La muerte no lo indignaba, y la de los inocentes
no le suscitaba ninguna compasión. Simplemente formaba parte de las cosas. No
era un hipócrita. La verdad es que, ante la muerte de los demás, lloramos por
nosotros mismos. No es un sentimiento noble, es miedo, porque un día correremos
la misma suerte[20]. Y ellos lo
sabían, así no lo verbalizaran. Recordé entonces algo leído: A veces debes
bailar con el diablo si quieres evitar el infierno[21].
Y así era, la vida despiadada era sólo la vida, porque no ambicionaban una
distinta ni mejor. Los otros lo habían perdido todo y ellos nada, porque no se
pierde lo que nunca se tuvo ni se quiere tener[22].
Cansado de
tanta palabra fúnebre, alcancé a oír en otra mesa, con semejantes contertulios,
más que pensionados alcancé a pensar al verles, pues la pinta y las arrugas así
lo delataban, una conversación que pareciera tenía otro talante, aunque los
viejos solo podemos hablar de la vejez y de todo lo que ello conlleva.
-
Nunca le dijiste cuánto la querías. Lo que se deja
de decir también puede ser una mentira[23].
Con esta afirmación, inocente
pero verdadera Por fin había comprendido que su padre se había ido y que no
volvería más, que no escucharía otra vez su voz de tierra y raíces, que no
vería sus manos manchadas y ásperas. Entonces, a su pensamiento empezaron a
llegar todas las preguntas que alguna vez quiso hacerle, pero que, por una u
otra excusa, nunca le hizo; preguntas sobre su madre, sobre el amor, sobre la
vida adulta, sobre las cosas que te cambian para siempre. Ahora, (…) se le
ocurre que, si estuviera vivo, le preguntaría para qué sirve la culpa[24].
Un día, la persona que amas
está en tu cama y eres incapaz de imaginar su ausencia. Al día siguiente, ya no
está y lo que parece mentira es que haya vivido contigo. ¿Por qué la realidad
de la soledad y el dolor te parece más contundente que la de la alegría?[25]
Y olvidando
esos pensamientos continué oyendo:
-
Siempre me ha resultado extraño conservar todas esas fotos viejas. Pertenecen a
un tiempo distinto al de ahora. En mi habitación tengo un álbum lleno de fotos
de mi padre. Es un tanto siniestro tener tantas fotos de una persona que ya no
vive. También conservamos vídeos suyos, me resulta un poco tétrico oír su voz.
Mi padre tenía una voz estruendosa. Quizá debería estar prohibido ver vídeos de
personas que ya no existen, o que ya no están entre nosotros, como dice mi
abuela. No me parece bien espiar a los muertos[26].
-
Pero lo curioso es, decía otro contertulio que No
solemos prestar la debida atención al importante papel que la cama juega en
nuestras vidas. Nacemos en una cama y morimos en otra, y la mitad de nuestra
existencia transcurre dentro de ella. La cama cobija nuestras enfermedades, es
el nido de nuestros sueños, el campo de batalla del amor. Es nuestro espacio
más íntimo, la guarida primordial del animal que llevamos dentro[27].
Ya cansado de tanta filosofía,
propia de ancianos, decidí que tenía suficiente por ese día, con mi propia
ancianidad tenía, lo mejor era pedir la cuenta y salir de allí cuanto antes,
antes de que el peso de la conversación ajena hiciera mayor meya en mí y era
consciente de que eso me pasaba, por estar metido, en la distancia, en
conversaciones ajenas.
Y ahora
solo restaba el retorno, pero siempre con el eco de las palabras oídas, que de
alguna manera quedaban resonando en la distancia.
Qué fácil olvidamos cuando crecemos[28].
[1] Suicidas
del aspa. Raul Garbantes.
[2] Sombra
infernal. Raul Garbantes.
[3] Sombra
infernal. Raul Garbantes.
[4] El
caso de la familia desaparecida. Raúl Garbantes.
[5] Legado
corrupto. Raúl Garbantes.
[6] La
vida secreta de Úrsula Bas. Arantza Portabales.
[7] Juegos
mortales. Raúl Garbantes.
[8] El
Ausente. Antonio
Rivero Taravillo.
[9] Detonación
inminente. Raúl Garbantes.
[10] Atormentada.
Raúl Garbantes.
[11] Avicena.
Gilbert Sinoué.
[12] La
ciudad sin tiempo. Enrique Moriel.
[13] Legado
corrupto. Raúl Garbantes.
[14]
Lealtad y sangre. Raúl Garbantes.
[15]
Palabras de George Sand, citadas en Nosotras. Rosa Montero.
[16] Cortafuegos.
Henning
Mankell.
[17] La
buena suerte. Raúl Garbantes.
[18] Tan
veloz como el deseo. Laura Esquivel.
[19] El
Ausente. Antonio
Rivero Taravillo
[20] El
cazador de la oscuridad. Donato Carrisi.
[21] Cacería
implacable. Raúl Garbantes.
[22] La
multitud errante. Laura Restrepo.
[23] La
falsa pista. Henning
Mankell.
[24] Fama
y muerte. Raul Garbantes.
[25] El
silencio de Lucía. Raúl Garbantes.
[26] La
joven de las naranjas. J Gaarner.
[27] Nosotras.
Rosa Montero.
[28] Avaricia.
Raul Garbantes.
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