lunes, 20 de febrero de 2023

COSAS DE VIEJOS. I

 La vida del pensionado puede parecer aburrida, pero es vida; aburridora, tal vez, pero sigue siendo vida, mientras los avatares de ella no lo derriben. Aparentemente sin problemas, pero ellos vienen sin ser invitados, ya no tan fatales como antaño, como, por ejemplo, cuando tambaleaba la estabilidad laboral, ahora al menos ya estaba asegurada en el aspecto económico, bien o mal, con un ingreso constante. Pero sigue habiendo problemas, entre ellos, las dolencias de cuerpo y alma. Ya estamos viejos. No entendemos los tiempos en los que vivimos.[1] Seguimos creyendo que los tiempos pasados fueron mejores, tal vez sea cierto, tal vez no lo sea. Y eso porque Un hombre solo y sin nada que hacer, le había dicho una vez algún colega ya muerto, produce pensamientos peligrosos para sí mismo[2]. Y en efecto, Un hombre ocioso, y con tiempo, siempre es un peligro [3], aún para sí mismo. … había visto el fenómeno en casi todos los ancianos, incluso en sus abuelos (…). Llegaba un momento en que se dejaba de vivir hacia adelante y la vida se convertía en un constante rebobinar. Los viejos parecen «avanzar hacia el pasado»: lo único que conocen del porvenir, que siempre es incierto para todos, es que nada tendrá para ofrecerles. Pensando en esto, (…) sintió cierta tristeza, pero también algo de envidia. La gente mayor no estaba sometida a las ansiedades, incertidumbres y frustraciones de la gente más joven. Ya todo había sucedido, para bien o para mal[4].

 

             Lamentablemente, algunas pesadillas las imaginamos exactamente porque son susceptibles de cumplirse. Hay en nuestros mayores miedos algo de profecía y anticipación[5]. Por eso, las lamentaciones eran mejor dejarlas para mañana, sería otro día, como mucho en la vida de pensionado, siempre decía que lo haría mañana. Mañana era hoy y todo seguía igual[6]. Y eso significaba que otra mañana había transcurrido. Otra mañana (…)  que se le perdió como arena entre los dedos[7].

 

            Pero dejemos los pensamientos insulsos que ya a esta edad son bastante constantes y no llevan a ningún lugar, salvo a deprimirse, aunque también es cierto que A veces las cosas no son ideales ni suceden de la manera en que uno querría, de hecho, casi siempre obtenemos una suerte de copia desteñida de lo que deseamos. (…) somos personas mayores ya. Bah, somos viejos. Mejor digámoslo así, que tampoco vamos a cambiar el hecho al definirlo con palabras más suaves. Me refiero a que usted, que es muy joven, ahora no lo entenderá, pero algún día se acordará de esto que le diré ahora: con los años uno aprende el arte del conformismo, se da cuenta de que la vida no es la gran cosa y de que no se debe exigir demasiado de ella. Con que nos conceda unos días, unas horas, unos minutos, un mísero segundo de dicha, tan largo como una exhalación o un suspiro, con eso ya uno puede considerarse afortunado[8].

 

A menudo queremos que algunos días y horas transcurran velozmente si estamos esperando por algo o alguien que nos satisface. Al contrario, anhelamos que se hagan más lentos en los momentos en que queremos evitar que algo ocurra: una visita indeseable, una prueba difícil o una cita médica. Es entonces cuando descubrimos que el tiempo es inexorable, especialmente cuando se concentra la atención sobre este, deseando que las horas tarden en pasar. La gran y cruel ironía del efecto del tiempo es que percibimos con rapidez el paso del mismo cuando más nos gustaría que se retrasara[9]. Pensamientos de viejo, me dirán, tal vez así sea, pero son pensamientos que, como cuentagotas, pasan inexorablemente por la mente en todas las épocas de nuestra vida, con una precisión propia del decaimiento. Me hace recordar una pregunta obligada en la juventud, tanto como juego como en entrevista laboral, la consabida pregunta de verbalizar el de dónde venimos y para dónde vamos. Nunca lo tuve claro, nunca supe dar una respuesta, salvo la que se esperaba y que los demás querían oír, una buena mentira social, es cierto, Algunos afirmaron cosas no tan apegadas a la verdad y otros se hicieron de la vista gorda. Siempre son pequeñas cosas las que uno demanda y la gente se dice a sí misma que lo que hacen no es tan grave. El autoengaño es una maravilla (…). Es el camino de una sola vía de la especie humana, llenarse de espejismos y olvidarse de lo que se puede tocar[10]. Y el tiempo fue el que me dio la respuesta adecuada, a preguntas que hoy considero innecesarias porque ¿Lo crees realmente útil? ¿Saber de dónde venimos, quiénes somos, cambiaría el presente?[11] Creo que no, hoy, sinceramente creo que no.

 

Una serie de rápidos pensamientos pasó por detrás de sus ojos, pero todos se referían al tiempo que se iba, al tiempo que transformaba las cosas en polvo y que, sin embargo, dejaba un resquicio para la idea de eternidad, la única que sin ninguna prueba habían asumido los hombres. La eternidad… (…) no podía dejar de pensar que la eternidad da sentido a todo aquello que no es eterno[12].

 

            Por andar divagando, el pensamiento se dispersa y al volverse disperso uno olvida el camino que debía recorrer, el cuento no iba por ahí, el cuento era otro, se centraba en un pensionado y una cafetería, en un día cualquiera que pensando que era rutinario, al fin no lo era. Entonces llegó a mi cabeza una sentencia leída: Debes esforzarte más. Pero te recuerdo algo muy importante: no siempre nuestros esfuerzos reciben la recompensa que esperamos[13].  Ah carajo! pensé, eso me pasa por despistado y me consuela pensar que a todos nos pasa, no hay como un mal general para menguar la culpa propia.

 

Quedamos en silencio por un momento que parece intolerable, como si la falta de palabras pudiera revelar algo que estas no podían por sí mismas[14].

 

Superado el silencio que hizo presencia en mi mente y rectificando los pensamientos, me centro en el cuento que inicialmente tenía esbozado en mi cabeza. Un pensionado, una cafetería.

 

            Entonces reinicio.

 

Un día cualquiera, de un mes cualquiera, en cualquier lugar de la ciudad, o de cualquier otra, se ve un personaje, ya pensionado y como se prevé de él, sin mayor cosa qué hacer. El personaje puedo ser yo, tal vez lo sea, o solo sea producto de mi imaginación, que fértil sí es, para bien o para mal, para lo bueno o para lo malo.

 

El sitio, una cafetería cualquiera, aunque por qué no, una cafetería parisina es un mejor inicio, en ese ambiente de cafetería parisina que hemos visto, mas no degustado, pero que gracias a las películas nos hemos imaginado, donde se producen encuentros amorosos, mafiosos o de espías. Así el cuadro cuadra mejor y se ve más elegante. La elegancia ante todo.

 

Sin intención alguna, buscar una mesa estratégica, donde se abarque el paisaje de cafetería lo mejor posible. Sin sentirse intruso, sin estar fuera de lugar. Pedir un expreso con intenciones de pensionado, es decir, para saborearlo sin afán alguno, tan solo contemplando los alrededores, sin esperar nada, solo que pase el tiempo.

 

Ver cómo las mesas se desplazan en su afán por ser llenadas. Algunos con afán alcanzan solo al saboreo, otros en espera -de algo o de alguien- y los contertulios que comienzan a llegar. Por la hora, pensionados, como debe ser. Murmullos por aquí, risas por allá, saludos más acá, silencios intrigantes en uno que otro lugar. Es un mundillo que refleja lo que es el mundo. Y yo, degustando el expreso y tratando de adivinar los pensamientos ajenos, sin intención de parecer intruso. Aunque uno no lo quiera, es obligatorio oír conversaciones ajenas que se generan en una y otra mesa.

 

De las varias ocupadas me centro en mis congéneres, es decir en una mesa de pensionados y me dije: Es excelente ser viejo. Es la mejor edad, es la época en que el entendimiento ve con más claridad[15]. O al menos eso creía.

 

Me llamó la atención una frase que uno de ellos estaba diciendo: Un hombre muerto terminaba por ser un hombre que jamás había existido[16]. No sé el contexto en que lo decía, pero llamó mi atención, por la verdad que escondían esas palabras y de allí que centré mi atención en los contertulios, debían estar hablando de la vejez, lo más seguro.

 

Y uno de ellos continuó diciendo:

 

-… es la misma alegría de no ser el muerto en un entierro. Pero ahora le ha llegado el turno, aunque resulte increíble. Vas a empezar una nueva vida, le dirán. ¿Y qué mierda de vida es esa? La maldita vejez. Una cuesta descendente hasta la muerte[17].

 

            La experiencia lo hizo descubrir el gran poder que las palabras tenían para acercar o alejar a las personas, y que lo importante no era el idioma que se utilizara sino la intención que llevaba el comunicado[18]. Y aún así, parecía que la conversación se centraba en los achaques de la vida, lo que corroboré al oír la intervención de otro contertulio, un poca más viejo que el anterior.

 

            —Uno envejece. —Charles hizo una pausa filosófica antes de continuar—. Con el tiempo, ya deja incluso de anhelar el pasado, como sucede a los cuarenta y pico o cincuenta, cuando no hace tanto todavía que uno dejó de ser realmente joven. A la hora de volverse viejo de verdad, uno se resigna a la repetición. Eso que llaman paz, o sabiduría, no es más que una forma de capitulación vital[19].

 

            Y al decirlo parecía decir que La muerte no lo indignaba, y la de los inocentes no le suscitaba ninguna compasión. Simplemente formaba parte de las cosas. No era un hipócrita. La verdad es que, ante la muerte de los demás, lloramos por nosotros mismos. No es un sentimiento noble, es miedo, porque un día correremos la misma suerte[20]. Y ellos lo sabían, así no lo verbalizaran. Recordé entonces algo leído: A veces debes bailar con el diablo si quieres evitar el infierno[21]. Y así era, la vida despiadada era sólo la vida, porque no ambicionaban una distinta ni mejor. Los otros lo habían perdido todo y ellos nada, porque no se pierde lo que nunca se tuvo ni se quiere tener[22].

 

            Cansado de tanta palabra fúnebre, alcancé a oír en otra mesa, con semejantes contertulios, más que pensionados alcancé a pensar al verles, pues la pinta y las arrugas así lo delataban, una conversación que pareciera tenía otro talante, aunque los viejos solo podemos hablar de la vejez y de todo lo que ello conlleva.

 

-                     Nunca le dijiste cuánto la querías. Lo que se deja de decir también puede ser una mentira[23].

 

Con esta afirmación, inocente pero verdadera Por fin había comprendido que su padre se había ido y que no volvería más, que no escucharía otra vez su voz de tierra y raíces, que no vería sus manos manchadas y ásperas. Entonces, a su pensamiento empezaron a llegar todas las preguntas que alguna vez quiso hacerle, pero que, por una u otra excusa, nunca le hizo; preguntas sobre su madre, sobre el amor, sobre la vida adulta, sobre las cosas que te cambian para siempre. Ahora, (…) se le ocurre que, si estuviera vivo, le preguntaría para qué sirve la culpa[24].

 

Un día, la persona que amas está en tu cama y eres incapaz de imaginar su ausencia. Al día siguiente, ya no está y lo que parece mentira es que haya vivido contigo. ¿Por qué la realidad de la soledad y el dolor te parece más contundente que la de la alegría?[25]

 

            Y olvidando esos pensamientos continué oyendo:

 

            - Siempre me ha resultado extraño conservar todas esas fotos viejas. Pertenecen a un tiempo distinto al de ahora. En mi habitación tengo un álbum lleno de fotos de mi padre. Es un tanto siniestro tener tantas fotos de una persona que ya no vive. También conservamos vídeos suyos, me resulta un poco tétrico oír su voz. Mi padre tenía una voz estruendosa. Quizá debería estar prohibido ver vídeos de personas que ya no existen, o que ya no están entre nosotros, como dice mi abuela. No me parece bien espiar a los muertos[26].

 

-                     Pero lo curioso es, decía otro contertulio que No solemos prestar la debida atención al importante papel que la cama juega en nuestras vidas. Nacemos en una cama y morimos en otra, y la mitad de nuestra existencia transcurre dentro de ella. La cama cobija nuestras enfermedades, es el nido de nuestros sueños, el campo de batalla del amor. Es nuestro espacio más íntimo, la guarida primordial del animal que llevamos dentro[27].

 

Ya cansado de tanta filosofía, propia de ancianos, decidí que tenía suficiente por ese día, con mi propia ancianidad tenía, lo mejor era pedir la cuenta y salir de allí cuanto antes, antes de que el peso de la conversación ajena hiciera mayor meya en mí y era consciente de que eso me pasaba, por estar metido, en la distancia, en conversaciones ajenas.

 

            Y ahora solo restaba el retorno, pero siempre con el eco de las palabras oídas, que de alguna manera quedaban resonando en la distancia.

 

Qué fácil olvidamos cuando crecemos[28].

Foto JHB (d.r.a.)



[1] Suicidas del aspa. Raul Garbantes.

[2] Sombra infernal. Raul Garbantes.

[3] Sombra infernal. Raul Garbantes.

[4] El caso de la familia desaparecida. Raúl Garbantes.

[5] Legado corrupto. Raúl Garbantes.

[6] La vida secreta de Úrsula Bas. Arantza Portabales.

[7] Juegos mortales. Raúl Garbantes.

[9] Detonación inminente. Raúl Garbantes.

[10] Atormentada. Raúl Garbantes.

[11] Avicena. Gilbert Sinoué.

[12] La ciudad sin tiempo. Enrique Moriel.

[13] Legado corrupto.  Raúl Garbantes.

[14] Lealtad y sangre. Raúl Garbantes.

[15] Palabras de George Sand, citadas en Nosotras. Rosa Montero.

[16] Cortafuegos. Henning Mankell.

[17] La buena suerte. Raúl Garbantes.

[18] Tan veloz como el deseo. Laura Esquivel.

[20] El cazador de la oscuridad. Donato Carrisi.

[21] Cacería implacable. Raúl Garbantes.

[22] La multitud errante. Laura Restrepo.

[23] La falsa pista. Henning Mankell.

[24] Fama y muerte. Raul Garbantes.

[25] El silencio de Lucía. Raúl Garbantes.

[26] La joven de las naranjas. J Gaarner.

[27] Nosotras. Rosa Montero.

[28] Avaricia. Raul Garbantes.

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