Me asaltó la duda. A mi edad que me llamen machista ya no me escandaliza, me da igual, puedo serlo, talvez, puede que no, a quién le importa?
Ser machista es no poderle
gritar a una mujer: Vieja hijueputa, cuando lo están atacando sin razón? Eso es
defensa personal, porque ya uno no puede revirar contra ese tipo de féminas y
el insulto solo puede quedar de pensamiento, pues de palabra o de obra, el
jodido termina siendo uno. Aparte de que la mujer se igualó al hombre, no por
lo bueno, sino por lo malo, como tanto lo he pregonado, ya son tan vulgares
como uno, de pensamiento, palabra y obra.
Y entonces me sigo preguntando,
soy machista? Ya no se puede ceder el puesto a una mujer, porque se le tildará
de machista; tampoco se le puede ayudar con las bolsas que cargue, porque le
dirán abusivo; menos, darle la mano para que bajen del bus. Se sentirán
abusadas, inferiores y de esa manera se ofenderán. Pero eso sí, no se ofenden
cuando en su diario hablar se tratan de perras, de culiprontas porque son unas
igualadas, la feminidad se perdió y la caballerosidad hoy es tildada de
machismo, ¿cómo cambian las cosas, no?
Pues me seguiré preguntando qué
es ser machista y creo que nadie podrá sacarme de la duda, como no me sacará de
la duda esa moda de que toda muerte de una mujer es feminicidio mientras que la
de un hombre es un güevón que se murió, cuando cualquier muerte de un ser
humano en tales condiciones debería ser objeto de preocupación.
Pero estamos en los tiempos
modernos. ¿Quién me lo puede explicar?
[1] El Ausente. Antonio Rivero Taravillo.
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