Recuerdo las tapas de gaseosa de mis tiempos. Eran metálicas con un corcho y solo era posible abrirlas con un destapador. Los más avezados lo hacían con el filo de un cuchillo o de una mesa y había algún aventurado que lo hacía con los dientes para demostrar… quién sabe qué carajadas.
Pero no servían solo para tapar
las botellas de gaseosa y cerveza. Para su nuevo uso se necesitaba que al ser
destapadas no sufrieran ningún tipo de imperfección, pues las tapas se
convertían en elementos de juego, particularmente para poder correr la vuelta a
Colombia, a mediados de año. Para recordar, era preciso tener adicionalmente
una tiza, para poder demarcar en el pavimento el recorrido que debía hacerse,
con rectas, curvas cerradas, montaña y todo lo que la imaginación infantil
permitía y los mayores obstáculos para poder hacer uso de las diferentes
modalidades de tapas que se tenía que tener.
Y las tapas sufrían las más
variadas transformaciones. Si se les dejaba el corcho, si se ponían dos, si se
rellenaban con cera de vela, si se les incluían balines y todo eso influía para
el terreno que se debía recorrer. Livianas o pesadas, si el terreno era plano o
para montaña, para recta o para curva, para fuerza o para rapidez, materia
prima para tan lejanos tiempos.
Además, las tapas servían para
los más osados, totalmente aplastada, como instrumento musical, al hacerse en
el centro un hueco, claro que con una puntilla oxidada y se atravesaba un
alambre para darle la sonoridad deseada. También servía así aplastada de arma
mortal, así fuera a nivel de juego o de autodefensa; y hablando de juegos, los
costeños la usaban, llamándola checa, para jugar al beisbol armados de un palo
de escoba.
Tenían muchas formas de
utilizarlas, tal como recuerdo.
Y de la tapa metálica se pasó
con el tiempo a la de plástico, allí tal vez se perdió el juego callejero y
esas tapas de antaño se transformaron en plástico de diferentes formas, de
diferentes colores y hasta el corcho fue reemplazado por una lámina delgada de
plástico, perdiendo así su personalidad infantil, y ahora algunos, como uso
adicional las usan para hacer figuras y hasta esculturas, pero nada más.
De esa manera las tapas de
antaño perdieron su personalidad.
No pudo acordarse de nada en concreto, pero
sí, dichosamente, de todo en abstracto, y con eso tuvo suficiente para seguir
volando en la cálida sensación de vitalidad que le había llegado por el cable
del teléfono.[1]
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