viernes, 18 de septiembre de 2020

AFORTUNADO

             Ver la desgracia en cuerpo ajeno hace que uno reconsidere su propia vida.

 

            Es ver a personas cuya vida, de un momento a otro, ven trastocada la vida que llevaban sin consideración. Quienes quedan huérfanos a temprana edad y deben continuar la vida, porque simplemente no hay de otra. Quienes pierden su trabajo y por tanto su ingreso y deben continuar la vida, porque no hay de otra. Un accidente que genera un daño no calculado y por alguien sufrido, pero la vida sigue, así no se quiera.

 

            Y ocurrido el hecho, verse al otro día pensando y ahora qué?

 

            Me considero de los afortunados, que quedé huérfano pero no a temprana edad, sino cuando ya era el que determinaba mi vida. Aunque lo que sí resulta cierto es el desconcierto que se presenta una vez enterrado el difunto. La pregunta necesaria, y ahora qué? Queda un vacío de algo que no se puede identificar de primera, un vacío que dejó un ausente, un vacío insistente en la pregunta: y ahora qué? Y mañana qué?

 

            Nada, simple pregunta retórica porque la vida no espera, no da espera, sigue, aún con un vacío que el tiempo, necesariamente, hace mitigar el dolor, la pena y hasta el olvido.

 

            Se puede pensar que mal de muchos… que las comparaciones son odiosas, que no hay mal que dure mil años, pero son experiencias de vida, naturalmente de otros, afortunadamente no de uno. Claro que la vida tiene altibajos, en su momento todo hecho, si es malo, genera tristeza, desgana, enfado y hasta malparidez cósmica, cuando no tenemos otro vocablo para definir ese sentimiento de vacío.

 

            Todo pasa y nada queda, dijo el poeta. El tiempo lo cura todo, dice el dicho popular. La vida sigue, dice la realidad. Y es así, no hay de otra.

 

            Y todo me lleva a pensar que en esta vida he sido afortunado, a pesar de lo que me haya pasado, porque he logrado sobrevivir, hasta ahora.

 

            Y entonces viene el agradecimiento por todo este tiempo transcurrido, por lo afortunado que termina siendo uno con la vida y sus altibajos, con la posibilidad de volver la cabeza y ver ese pasado transcurrido pudiendo sonreír o no, o hasta con una triste sonrisa, pero es el camino que a uno le tocó transitar y ya viendo próximo final, no queda otra que decir que valió la pena, por lo que fue.

 

            Y pienso a quién agradecer? A Dios, al universo, a la vida misma, a uno mismo, al azar de la vida o al destino predeterminado? No lo sé, solo sé que se debe estar agradecido, porque la vida no lo trato a uno de manera tan fatal, como a otros prójimos les pudo acaecer, solo puedo decirlo por mí, pues recuerdo que cada cual tiene su propia historia, con sus diferentes saltos y uno no es nadie para poder determinar la ajena.

 

            Sigo pensando que he sido afortunado y de ello debo estar agradecido.

 

Fragua así, despacio, todavía imperceptible para los interesados, el vínculo solidario, cada vez más estrecho, que es común a las naturalezas nobles cuando éstas se aproximan a causa de compartir imprevistos, afanes o aventuras.[1]


Óleo sobre papel, espátula. JHB


[1] Hombres buenos - Arturo Perez-Reverte

lunes, 14 de septiembre de 2020

SORPRESA

            Lo que es la ignorancia. Recuerdo aquellas épocas en que los europeos y hasta los gringos pensaban que los latinos aún vivíamos en chozas, usábamos taparrabos –no me imagino a los chibchas usando taparrabos en estas tierras de Bacatá, con ese frío-, que nuestros caminos eran de herradura y que gracias a quienes nos conquistaron estábamos en etapa de superación. Ver a esos europeos visitando estas tierras y llevarse la sorpresa de que no usamos taparrabos –aunque con la moda de calzones rotos ya uno no sabe-, de que tenemos ciudades, que no somos tan atrasados como creían ellos. Y no hablo de hace mucho, no, aún hay gente que piensa que vivimos en medio de una selva.

 

            Me ofendía cuando leía u oía comentarios al respecto, porque atacaban mi propia civilidad. Pobres ignorantes, me repetía.

 

            Pero me llevé una sorpresa, a raíz de alguna lectura y de comentarios adicionales, que me llevaron a la reflexión. Qué sabía yo de África? África generalizada para mí es sinónimo de negros, de pobreza, de miseria, de incultura, de atraso. Mi cultura llegaba a lo aprendido en mi época de estudiante, donde recitaba los nombres de los principales ríos, de países y capitales y creo que nada más, además de Tarzán y su forma de vivir, que se asociaba con todos sus congéneres de ese continente.

 

            Alto Volta (Burkina Faso), Zaire (Congo), Rodesia (Zimbabue), Abisinia (Etiopía), Somalia (Yibuti) eran nombres de algunos estados o reinos africanos que cambiaron a los actuales. Naturalmente son meros nombres que no me dicen nada, solo que son de África, que hay muchos negros y que la miseria les acompaña, como les acompaña la jungla y sus fieras, taparrabos y poca civilización.

 

            Pero resulta que África es mucho más que esos conceptos preconcebidos que aún rondan por mi mente. Y no todos son negros, gran parte, pero no todos, pues el norte de África, de Egipto a Marruecos, así como Sudáfrica, las tonalidades de piel son diversas. Y no todo es selva, las ciudades tienen grandes edificios, carreteras y no visten de guayuco, aunque subsistan tribus, como indígenas tenemos por acá.

 

            Todo ésto me llevó a pensar que los africanos deben sentirse igual que me sentía yo cuando los europeos piensan en el atraso de estas tierras latinas. Y sentí vergüenza de la ofensa que hago cuando pienso en África, debido a mi ignorancia, pensando que todavía Tarzán, con taparrabo incluido, aún habita en esa parte del planeta. No hay derecho!

 

            Pobre ignorante, me repetía.

 

Desde luego, el mundo, siendo ya global y cada vez más pequeño, seguía dividido en zonas culturales que bien podían considerarse como planetas diferentes separados por varios millones de años luz.[1]

Tomada de Facebook.

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[1] Matilde Asensi. Sakura.

viernes, 11 de septiembre de 2020

DESMADRES

             Expertos en copiar, sobre todo a los gringos, y naturalmente lo malo, nunca lo bueno, una nueva etapa de vandalismo.

 

            Protesta por la muerte de un cristiano. Resultado cinco muertos más, como ochenta heridos, destrozos por todos lados a un elevado costo y todo para qué? Una noche de vandalismo, eso fue todo y parece película de Holywood, que para salvar a uno mueren veinte y todo el mundo feliz. Eso sigue rayando todas mis posibles lógicas, no hay razón. Pero así somos.

 

            Y los titulares, grandilocuentes como siempre y como siempre, mentirosos al no decir toda la verdad. El muerto un abogado, que uno termina pensando que era un eminente abogado, pero viendo bien la noticia, de abogado no tenía nada, solo había estudiado para abogado y aún no se graduaba, aunque su muerte lo graduó, como hicieron los periodistas. Era taxista, sin que con ello quiera decir que se le denigre de su condición. Esto es hablar sin eufemismos. Simplemente debió decirse que otro ser humano había muerto por desmanes generados con la policía. Pero empezaron a salir los chismes, de los que se nutren con avaricia los periodistas. Que era muy bueno. Qué difunto no lo es? Que era muy inteligente. Quién no lo presume? Que era un buen padre y un buen hijo. Y eso qué dice? Que además estudió aeronáutica. Y? Y en entrelíneas, que estaba tomando cerveza con unos amigos. Ah! Ahí cambia la cosa. Quién iniciaría el alboroto para que interviniera la policía? Ingredientes para una telenovela, taxista, ebrio, policía. Qué otra cosa podía resultar? Y policías estrenando armas, me lo imagino. Y todos contra todos. Y como interviene la policía, los del orden terminan desordenados y todos contra los policías, porque por definición popular son los malos, no se puede confiar en ellos.

 

            Entonces me sigo preguntando, cómo fue la cosa realmente? Mil presentes, mil versiones, todas acomodadas según la versión que cada uno quiere presentar, dejando mal parado a alguien, porque no todos pueden estar de acuerdo.

 

            Y ver los videos de los vándalos. Hampones sueltos que parecieran que se hubieran doctorado en desmanes, con una práctica propia de los mamertos que ya sabemos. Naturalmente en medio de chusma uno se acalora, se contagia y termina siendo igual de vándalo que el vecino que lo patrocina.

 

            En conclusión, por un muerto, que muerto ya estaba, murieron unos cuantos más y valió la pena? Destrucción a granel de vehículos, puestos de policía, casas –vecinos que no tenía nada qué ver pero sus vidrios al suelo llegaron, o sus antejardines sin ladrillos o la tienda de la esquina- y todo cuesta y reponerlo cuesta, más cuando hay podredumbre en contrataciones estatales, especialmente en fuerzas armadas. Y valió la pena? Sigo preguntándome. No sé si soy de derecha, de izquierda, de centro de una u otra, poco me importa, pero sigo pensando que ante el vandalismo: garrote, sin compasión. El orden cuesta, la libertad también, pero a situaciones extraordinarias, medidas necesarias.

 

            Si muero en medio de desmanes, espero que digan que fui políglota, porque estaba empezando a estudiar algún idioma. Pero también pregúntense si no fui yo el que inició la pelea, uno nunca sabe, el torero sabe que de tanto torear puede salir corneado y la culpa no es del toro.

 

            Y todo inició por un muerto y ya van diez y un montón de heridos, atentados a la propiedad ajena, con un bus robado arrollaron a una señora, anónima. Si me dejaran en el poder un ratico dejaría salir el hitlercito que llevo dentro y arrasaría con esa mano de irresponsables, sin agüero, porque no hay derecho! 

Al fin y al cabo, ¿cuál es la persona empeñada en una disputa que piensa que la razón no está de su parte?[1]

Tomado de Facebook.
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[1] Donna Leon. Piedras ensangrentadas.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

PALABRAS FLORIDAS

             Unas lecturas llamaron mi atención respecto del idioma que se solía usar. Ya no se usan palabras endulzantes al oído, como antaño solía hacerse. Se hablaba un buen idioma, los fantoches, que nunca han dejado de existir, usaban las más altisonantes, para demostrar su cultura. Los demás, el español florido, ese que al oírse revela la educación y cultura del interlocutor. Hoy bastan las vulgaridades ya que cada grosería tiene su sentido según la entonación, el desparpajo, el sentimiento; unas folclóricas, otras disonantes.

 

            Leía las siguientes palabras, de pronto ya olvidadas en el lenguaje cotidiano: adusto, mirada colérica, aire melancólico, mirada inquietante o valorativa; hombre fino, presencia de ánimo; seco en su postura, de esa seguridad usual. Colérico por naturaleza o bien flemático. De bondad resignada o inalterable de honor. Estoico y cuidado. También abnegación funeraria o devoción fraterna.

 

            Con esas finas palabras se reflejaba el aspecto de una persona, su situación, su condición y al oído sonaban con melodiosa voz.

 

            Palabras que antaño daba gusto oír en una conversación con altura, a la vieja usanza, se decían y servían para describir a una persona, en una situación en la que estaba involucrado, en meras sensaciones para transmitir.

 

            Hoy, cualquier conversación, hasta presidencial, tres de cada cinco palabras son groserías, según entonación, ceño, rabia. Antes una persona de funesta mirada se ha trastocado a un hijueputa mal encarado o malandro.

 

            Palabras como sonrisa guasona, piel atezada, desabrido y displicente van a morir en el diccionario como palabras arcaicas o de poco uso, suplantadas por otras, ya modernizadas. Es difícil ya atajar ese avance y de esa manera sólo me queda decir: A menudo olvidamos el mérito de un tiempo en el que no existía(1) eso, precisamente eso, las palabras que hoy estamos dejando morir.

 

            Cosas de la modernidad, me repito y pienso, si algún joven me ha leído, habrá entendido algo de lo que escribí?

 

—Ahora, como nos dijo Lampedusa, si queremos que todo siga igual tiene que parecer que las cosas cambian.
—Eso viene a resumir la historia de nuestro país, ¿no?(1)

 

Tomado de Google.

                                                                          z6h2h77eoygfcn9k0azyxgalasz4tpj95yxtb3budzrq6tfji34s7wbibv1cvev.jpg




[1] Arturo Pérez-Reverte. Hombres buenos.

lunes, 7 de septiembre de 2020

SERÁ ABURRIMIENTO?

             Con curiosidad he visto que los mensajes del facebook han venido decayendo, ya no se observa la cantidad de mensajes que llegaban cada día, han ido aminorando y volviéndose repetitivos, lo que no acontecía mucho antes, en que no daba tiempo para leer todas las barbaridades que nos hacían reír o llorar.

 

            Pareciera que la inactividad a la que hemos estado sometidos ha hecho que se produzca un decaimiento en la lectura de redes sociales o es que, por ser lo mismo una y otra vez, el aburrimiento nos está alejando de ellas; ojalá así fuera, porque mucha red sociales atosiga.

 

            O será al sentir que el gobierno está espiándonos en redes sociales, como la famosa lista de tuiteros a la que este gobierno está siguiendo, para sus estadísticas, según el eufemismo utilizado.

 

            Por ello copio el sentir ajeno que decía(1): Debería sentirme aliviado por no haber aparecido en la lista de tuiteros que mandó a analizar el Gobierno, pero la verdad es que estoy tremendamente ofendido. Es que una de las gracias de estar en Twitter es sentirse importante más allá de que en realidad seamos un cero a la izquierda. En la vida análoga no te hace caso ni tu mascota, pero en la red social llegas a tener un puñado de seguidores igual de irrelevantes a ti y ya te sientes alguien. Yo estoy dentro de ese grupo de don nadies con ínfulas; digo cualquier estupidez y me llenan de likes y retuits, mientras que en la vida real no me dan bola; llego a almorzar a casa de mi madre y me preguntan quién soy. Si no lo perfilan a uno después de diez años de estar tuiteando sobre lo que sea, con tal de sonar, diciendo cosas más por agradar a la gente y ganar seguidores que por convicción propia, ¿qué sentido tiene estar allí?(2)

 

            Igualmente digo, qué sentido tiene estar en las redes si conmigo somos un montón de irrelevantes que lo hacen sentir a uno como si fuera alguien!

 

Olaf (sobre lo que rodillas fueron) repite casi sin cesar «hay cierta mierda que no voy a tragar»(3)

Tomado de Facebook


[1] No saben quién soy yo Adolfo Zableh Durán

[3] E.E. CUMMINGS, «yo canto a Olaf alegre y corpulento». Citado por Philip Roth. Indignación.

viernes, 4 de septiembre de 2020

TODO IGUAL

             Pasan los días, hasta las semanas y meses y todo sigue igual, habiendo cambiado a la brava las costumbres que teníamos. Cambiamos una rutina normal por una de pandemia, que nos incomodó al principio. Pero ya tantos meses pasados, se apoltronó la nueva rutina, de careta y mascarilla, de encierro y hasta desolación.

 

            La rutina de ahora incluyó la pérdida de interés, de vestirse, de arreglarse, de salir a un paseo. Pareciera que se hubiera dicho que con mascarilla y careta, ya nadie nos reconocía, para qué arreglarse? Ya es dejadez, un pantalón aguanta postura toda la semana y hasta la siguiente, si se quiere, aunque en mi caso, Mónica se encarga de revisar cada día qué va a la lavadora, no ha perdido su rutina de siempre, impide que yo caiga en la dejadez, pues de lo contrario… sería otro cantar.

 

            Rutina de estar pegado a un celular, a un computador, a un televisor. Estar lavándonos las manos a cada instante, echándonos el gel antibacterial con tanta constancia que ya se volvió también rutinario, ya casi somos seres asépticos. Oftalmólogos y dermatólogos ya tendrán con el tiempo bastante trabajo que hacer.

 

            Al haber cambiado todo, ahora ya nada cambia. El día es semejante al anterior y será igual al siguiente, encadenados a una rutina de pandemia que lleva a mandar todo al carajo o vivir con el temor de contagio.

 

            Ya no hay aventuras, de ninguna especie, porque hasta las redes sociales cansan y se termina en una interminable pasadera de mensajes que no son leídos, no son entendidos y son ya perezosos, repetición de repetidera.

 

            Ya no hay salidas, sino las necesarias. Ya no hay ilusiones para ello, porque no se sabe cuándo será el final, pareciera que no va a tenerlo, por lo que la rutina se instala dejando que las vanas ilusiones se vayan con la esperanza de que algún día se pueda volver a la rutina de la anterior normalidad.

 

            Pero ahora son los sueños, aquellos que se tienen mientras se duerme, los que nos dan aventura, esa aventura al parecer perdida. Son los que reconfortan con historias disímiles e inverosímiles, pero los únicos que nos sacan ahora de la rutina diaria y nos llevan al mundo… de los sueños. Entonces me digo, no hay como una buena siesta para viajar al mundo de los sueños, eso me desliga de esta realidad actual y me lleva a aventuras inimaginables, imprevistas, imprevisibles, espontáneas y hasta de dudosa reputación, pero sueños son.

 

Y al final, la vida sigue igual…(1)

 

            Mueren ya… las ilusiones del ayer…(2)

Tomado de Facebook.
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[1] Julio Iglesias. La vida sigue igual. https://www.youtube.com/watch?v=ULT_k5lvClY

miércoles, 2 de septiembre de 2020

PERIPECIAS MODERNAS

             Lo he repetido hasta la saciedad, vivimos en el anonimato, del cual resucitamos como Lázaro para las épocas de pago de impuestos y elecciones, en que, aunque sin salir propiamente del anonimato, pasamos a ser un número, uno más, para que cumplamos una obligación, nada más.

 

            Y en estas épocas pasamos a ser anónimos ignorados, porque todo se hace virtual, cualquier trámite es por la vía digital y a uno terminan dándole por la otra vía –me entienden aquellos que lo han sufrido, como supositorio no querido-.

 

            Traten de comunicarse telefónica o virtualmente con cualquier entidad, pública o privada, y verán de lo que hablo. Necesariamente contesta un robot que nos pide que hagamos algo para demostrar que no somos un robot, pero a su vez, nos es imposible decirle que haga lo mismo él, no entiende razones, son sordos por naturaleza, como la justicia, como el gobierno, como los bancos, como todos los demás.

 

            El canal virtual, salvo para hacer compras, es lo más insoportable que he podido sentir. Al menos cuando estaba cara a cara con un funcionario que no me resolvía nada podía insultarlo, como una forma de desahogo porque en últimas nunca iba a ser recompensado con una solución.

 

            Un ejemplo. Para el suministro de las drogas que la prepagada me viene suministrando hace más de cinco años, era fácil antes de la cuarentena. Se iba al centro de autorización, y en cinco minutos lo despachaban a uno, con fórmula en mano y si había algún error, se solucionaba de inmediato. Por la cuarentena me tocó estrenarme con la realidad virtual de estos tiempos. Entre a la página, busque la opción si puede, pues hay que hacer mil entradas por todos lados, tocar a las puertas, ver que un invisible le dice que no es por ahí, hasta que por pura chiripa da en el lugar de autorizaciones que da opciones, de tratamientos, de exámenes o de medicamentos y rece para que sea el que realmente necesita uno. Media hora después logra ubicarse y empiece a llenar el formulario correspondiente y que no falte el diligenciamiento correcto de cada campo porque corre el riesgo de vuelve y empieza (es como jugando al viejo juego de la escalera, que ya casi llegando cae uno en la casilla que lo devuelve al inicio) y ni modo, no hay salida. Si todo sale bien, un mensaje de exitosa la operación, que espere unos días para que le den respuesta si autorizan o no. La fórmula era por seis meses, la cual me autorizaban dándome seis autorizaciones impresas para no estar yendo cada mes. Ahora, solo cubre un mes y cada mes, la tortura del caso. Con sorpresa a mi correo llegó dos días después la autorización. Puff, pasé la experiencia, pensé. Pero vi con cuidado que faltaba una de las pepas. A quién acudir? Por teléfono, creo que me gasté inútilmente dos horas, tratando de que me contestaran. Me contesta un robot, si es tal cosa, marque uno; si es tal otra, marque el dos; si es una más, marque el ocho; si quiere repetir, marque el cero. Quienes lo han sufrido ya me van entendiendo. Sin opción de hablar con una persona de carne y hueso, de esos operadores como que ya no se usan, por lo inteligentes que son los robots y si lo hay una voz neutra que indica que el tiempo de espera puede ser de hasta una hora. Cuando al fin me atendieron me dijeron que en tal caso volviera a hacer el trámite inicial de solicitud. Lo hice, pero creo que me fue peor, al parecer una solicitud anula la otra y… la piedra ya la tenía saltada. Ni modo, que me den lo que se les dé la gana, lo otro, lo compro.

 

            Para no interrumpir mi discurso, me salté un mensaje que llegó al celular, sobre las pepas que no me autorizaron. La razón por la que lo hicieron fue textualmente: “el medicamento tal no tiene registro INVIMA debe acercarse con su medico (sic) tratante para corrección de la formula (sic), para más información se puede comunicar en la Linea (sic) …” Traté de comunicarme, pero el suplicio ya se lo podrán imaginar. Naturalmente mi genio ya iba al nivel de hijodeputas… Respiré profundo, sin dejar de repetirme muchos hijodeputas.

 

            Con la mente un poco más tranquilizada, si la ira se puede tranquilizar y más aquella donde hay una pared a la cual no se le puede acabar ni de insultar ni de coger a patadas, porque se trata del computador que se logró comprar. Decía que más tranquilo me preguntaba: Pero cómo es posible que no me la haya autorizado si me la han suministrado todos los meses desde hace más de tres años? Cómo así que no tenía autorización Invima? Si no tenía esa autorización eso quiere decir que me suministraron durante más de tres años un producto de manera ilegal? Y se me acumularon todas las preguntas posibles. Se me pasó por la mente que se podría demandar a la prepagada por haber autorizado unos medicamentos que no tienen autorización, pero para qué, si de todos modos pierdo yo, aún teniendo razón. Me dije, por último, ésto no puede estar pasando, es una cosa de locos. Ahora entiendo mejor el proceso por el que pasó Kafka, al menos al escribir ese Proceso. Intenté comunicarme con el teléfono indicado en el mensaje. Resultado. Juan pierde, Juan se rinde. Ganan esos hijodeputas –entendido el nivel de adrenalina gastado-.

 

            Ah! Pero a mí no me joden de esa manera, me dije. Voy a quejarme. Busquen el tal PQR o el defensor del cliente o del usuario, si pueden. Sí, Juan, a usted si lo joden. Que no, me acordé que estoy en la asociación de usuarios, voy a hacer por ahí. Dicho y hecho, así lo hice. Esta es la hora en que no he recibido ni siquiera un acuso de recibo. Y conclusión, sí Juan, a usted si lo jode todo el que quiera y que tenga un robot en el cual escudarse, que me dice: Por favor no responda con consultas ya que estas no podrán ser atendidas por esta vía. Hijodeputas entonces a quién le hago la consulta? A un robot que no me va a solucionar nada o a un operador que dos horas después de espera no me va a resolver nada? De allí la importancia de madrear a solas, solo para desahogarse un poco y dejar salir la ira contenida, de un proceso que no tiene razón de ser, producto de la modernidad que pretenden que es mejor de lo que era, pero contra un robot no hay nada qué hacer. Me gustaría ver a los presidentes y demás genios que idearon el sistema utilizarlo como un usuario común y corriente, como yo y estoy seguro que putiarían mucho más que yo. Pero así son las cosas.

 

            Extendiéndome más de lo pensado, llevado por mi mala leche, claro está, prosigo con el cuento. Ante la duda de si con la primera autorización se entendía que el número era válido para las seis entregas, pues nadie me podía sacar de la duda, fui al segundo mes a reclamar lo autorizado en la primera. Hice las paces conmigo mismo y con espíritu abierto fui a la droguería. Se inició el proceso del caso, luego de pedir turno, que afortunadamente por la hora no fue tan largo, como en otras oportunidades, y luego de digitar un montón de información en un computador cuya pantalla no podía ver, el de la droguería me dijo que la autorización estaba ya vencida y que ya había sido reclamada, y que tenía que comunicarme con la prepagada, cosa que ya sabía, pues de antemano lo había previsto. Respiré profundo, di las gracias, tomé mis papeles y de vuelta a esconderme de la pandemia.

 

            Entonces, volver a empezar el proceso, pero esta vez más atemperado, ya que con la primera vez ya había agotado mis hijueputazos, contra el sistema no podía pelear, porque terminaba agotado, estresado y vencido, aún antes de iniciar el proceso, pero eso no me impide seguir pensando en esos hijueputas robots y de aquellos hijueputas que lo implementaron sin haber hecho el ejercicio de ser ellos los dolientes. Mi rabia es mía y se me permite o al menos me permito yo decirlo a grito herido, pero en silencio.

 

            Si a esto se llama modernidad… me hace recordar la propaganda del uga, uga del BBVA que me hacía sentir mal por no usar su modernidad y ver que cuando acudo a sus cajeros electrónicos, además de tortuosos –con sus preguntas inútiles de si quiere donar a tal causa, que si quiere adquirir un seguro, que si quiere saber cuánto cuesta la consulta- el proceso de retiro es el más lento que haya visto y creo que los uga, uga son ellos que no se dieron cuenta de lo dispendioso que es su propio preceso.

 

            Juan, las cosas son así y tiene que soportarlas, porque esos hijueputas no van a cambiar! Ni por usted ni por nadie!

 

—No tengo grandes respuestas, sólo pequeñas ideas.[1]

 la tarjeta había caducado y me pedían que marcara su número gratuito. Así lo hice y me recitaron su menú de amables sugerencias: pulse uno para esto, dos para lo otro y tres si desea contratar un servicio. Aquí se cortaba la comunicación. Y así, seis veces. (2)


 




[1] Donna Leon. Líbranos del bien.

(2) Donna Leon. Obra citada.