miércoles, 2 de septiembre de 2020

PERIPECIAS MODERNAS

             Lo he repetido hasta la saciedad, vivimos en el anonimato, del cual resucitamos como Lázaro para las épocas de pago de impuestos y elecciones, en que, aunque sin salir propiamente del anonimato, pasamos a ser un número, uno más, para que cumplamos una obligación, nada más.

 

            Y en estas épocas pasamos a ser anónimos ignorados, porque todo se hace virtual, cualquier trámite es por la vía digital y a uno terminan dándole por la otra vía –me entienden aquellos que lo han sufrido, como supositorio no querido-.

 

            Traten de comunicarse telefónica o virtualmente con cualquier entidad, pública o privada, y verán de lo que hablo. Necesariamente contesta un robot que nos pide que hagamos algo para demostrar que no somos un robot, pero a su vez, nos es imposible decirle que haga lo mismo él, no entiende razones, son sordos por naturaleza, como la justicia, como el gobierno, como los bancos, como todos los demás.

 

            El canal virtual, salvo para hacer compras, es lo más insoportable que he podido sentir. Al menos cuando estaba cara a cara con un funcionario que no me resolvía nada podía insultarlo, como una forma de desahogo porque en últimas nunca iba a ser recompensado con una solución.

 

            Un ejemplo. Para el suministro de las drogas que la prepagada me viene suministrando hace más de cinco años, era fácil antes de la cuarentena. Se iba al centro de autorización, y en cinco minutos lo despachaban a uno, con fórmula en mano y si había algún error, se solucionaba de inmediato. Por la cuarentena me tocó estrenarme con la realidad virtual de estos tiempos. Entre a la página, busque la opción si puede, pues hay que hacer mil entradas por todos lados, tocar a las puertas, ver que un invisible le dice que no es por ahí, hasta que por pura chiripa da en el lugar de autorizaciones que da opciones, de tratamientos, de exámenes o de medicamentos y rece para que sea el que realmente necesita uno. Media hora después logra ubicarse y empiece a llenar el formulario correspondiente y que no falte el diligenciamiento correcto de cada campo porque corre el riesgo de vuelve y empieza (es como jugando al viejo juego de la escalera, que ya casi llegando cae uno en la casilla que lo devuelve al inicio) y ni modo, no hay salida. Si todo sale bien, un mensaje de exitosa la operación, que espere unos días para que le den respuesta si autorizan o no. La fórmula era por seis meses, la cual me autorizaban dándome seis autorizaciones impresas para no estar yendo cada mes. Ahora, solo cubre un mes y cada mes, la tortura del caso. Con sorpresa a mi correo llegó dos días después la autorización. Puff, pasé la experiencia, pensé. Pero vi con cuidado que faltaba una de las pepas. A quién acudir? Por teléfono, creo que me gasté inútilmente dos horas, tratando de que me contestaran. Me contesta un robot, si es tal cosa, marque uno; si es tal otra, marque el dos; si es una más, marque el ocho; si quiere repetir, marque el cero. Quienes lo han sufrido ya me van entendiendo. Sin opción de hablar con una persona de carne y hueso, de esos operadores como que ya no se usan, por lo inteligentes que son los robots y si lo hay una voz neutra que indica que el tiempo de espera puede ser de hasta una hora. Cuando al fin me atendieron me dijeron que en tal caso volviera a hacer el trámite inicial de solicitud. Lo hice, pero creo que me fue peor, al parecer una solicitud anula la otra y… la piedra ya la tenía saltada. Ni modo, que me den lo que se les dé la gana, lo otro, lo compro.

 

            Para no interrumpir mi discurso, me salté un mensaje que llegó al celular, sobre las pepas que no me autorizaron. La razón por la que lo hicieron fue textualmente: “el medicamento tal no tiene registro INVIMA debe acercarse con su medico (sic) tratante para corrección de la formula (sic), para más información se puede comunicar en la Linea (sic) …” Traté de comunicarme, pero el suplicio ya se lo podrán imaginar. Naturalmente mi genio ya iba al nivel de hijodeputas… Respiré profundo, sin dejar de repetirme muchos hijodeputas.

 

            Con la mente un poco más tranquilizada, si la ira se puede tranquilizar y más aquella donde hay una pared a la cual no se le puede acabar ni de insultar ni de coger a patadas, porque se trata del computador que se logró comprar. Decía que más tranquilo me preguntaba: Pero cómo es posible que no me la haya autorizado si me la han suministrado todos los meses desde hace más de tres años? Cómo así que no tenía autorización Invima? Si no tenía esa autorización eso quiere decir que me suministraron durante más de tres años un producto de manera ilegal? Y se me acumularon todas las preguntas posibles. Se me pasó por la mente que se podría demandar a la prepagada por haber autorizado unos medicamentos que no tienen autorización, pero para qué, si de todos modos pierdo yo, aún teniendo razón. Me dije, por último, ésto no puede estar pasando, es una cosa de locos. Ahora entiendo mejor el proceso por el que pasó Kafka, al menos al escribir ese Proceso. Intenté comunicarme con el teléfono indicado en el mensaje. Resultado. Juan pierde, Juan se rinde. Ganan esos hijodeputas –entendido el nivel de adrenalina gastado-.

 

            Ah! Pero a mí no me joden de esa manera, me dije. Voy a quejarme. Busquen el tal PQR o el defensor del cliente o del usuario, si pueden. Sí, Juan, a usted si lo joden. Que no, me acordé que estoy en la asociación de usuarios, voy a hacer por ahí. Dicho y hecho, así lo hice. Esta es la hora en que no he recibido ni siquiera un acuso de recibo. Y conclusión, sí Juan, a usted si lo jode todo el que quiera y que tenga un robot en el cual escudarse, que me dice: Por favor no responda con consultas ya que estas no podrán ser atendidas por esta vía. Hijodeputas entonces a quién le hago la consulta? A un robot que no me va a solucionar nada o a un operador que dos horas después de espera no me va a resolver nada? De allí la importancia de madrear a solas, solo para desahogarse un poco y dejar salir la ira contenida, de un proceso que no tiene razón de ser, producto de la modernidad que pretenden que es mejor de lo que era, pero contra un robot no hay nada qué hacer. Me gustaría ver a los presidentes y demás genios que idearon el sistema utilizarlo como un usuario común y corriente, como yo y estoy seguro que putiarían mucho más que yo. Pero así son las cosas.

 

            Extendiéndome más de lo pensado, llevado por mi mala leche, claro está, prosigo con el cuento. Ante la duda de si con la primera autorización se entendía que el número era válido para las seis entregas, pues nadie me podía sacar de la duda, fui al segundo mes a reclamar lo autorizado en la primera. Hice las paces conmigo mismo y con espíritu abierto fui a la droguería. Se inició el proceso del caso, luego de pedir turno, que afortunadamente por la hora no fue tan largo, como en otras oportunidades, y luego de digitar un montón de información en un computador cuya pantalla no podía ver, el de la droguería me dijo que la autorización estaba ya vencida y que ya había sido reclamada, y que tenía que comunicarme con la prepagada, cosa que ya sabía, pues de antemano lo había previsto. Respiré profundo, di las gracias, tomé mis papeles y de vuelta a esconderme de la pandemia.

 

            Entonces, volver a empezar el proceso, pero esta vez más atemperado, ya que con la primera vez ya había agotado mis hijueputazos, contra el sistema no podía pelear, porque terminaba agotado, estresado y vencido, aún antes de iniciar el proceso, pero eso no me impide seguir pensando en esos hijueputas robots y de aquellos hijueputas que lo implementaron sin haber hecho el ejercicio de ser ellos los dolientes. Mi rabia es mía y se me permite o al menos me permito yo decirlo a grito herido, pero en silencio.

 

            Si a esto se llama modernidad… me hace recordar la propaganda del uga, uga del BBVA que me hacía sentir mal por no usar su modernidad y ver que cuando acudo a sus cajeros electrónicos, además de tortuosos –con sus preguntas inútiles de si quiere donar a tal causa, que si quiere adquirir un seguro, que si quiere saber cuánto cuesta la consulta- el proceso de retiro es el más lento que haya visto y creo que los uga, uga son ellos que no se dieron cuenta de lo dispendioso que es su propio preceso.

 

            Juan, las cosas son así y tiene que soportarlas, porque esos hijueputas no van a cambiar! Ni por usted ni por nadie!

 

—No tengo grandes respuestas, sólo pequeñas ideas.[1]

 la tarjeta había caducado y me pedían que marcara su número gratuito. Así lo hice y me recitaron su menú de amables sugerencias: pulse uno para esto, dos para lo otro y tres si desea contratar un servicio. Aquí se cortaba la comunicación. Y así, seis veces. (2)


 




[1] Donna Leon. Líbranos del bien.

(2) Donna Leon. Obra citada.

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