Unas lecturas llamaron mi atención respecto del idioma que se solía usar. Ya no se usan palabras endulzantes al oído, como antaño solía hacerse. Se hablaba un buen idioma, los fantoches, que nunca han dejado de existir, usaban las más altisonantes, para demostrar su cultura. Los demás, el español florido, ese que al oírse revela la educación y cultura del interlocutor. Hoy bastan las vulgaridades ya que cada grosería tiene su sentido según la entonación, el desparpajo, el sentimiento; unas folclóricas, otras disonantes.
Leía las siguientes palabras, de
pronto ya olvidadas en el lenguaje cotidiano: adusto, mirada colérica, aire
melancólico, mirada inquietante o valorativa; hombre fino, presencia de ánimo;
seco en su postura, de esa seguridad usual. Colérico por naturaleza o bien
flemático. De bondad resignada o inalterable de honor. Estoico y cuidado.
También abnegación funeraria o devoción fraterna.
Con esas finas palabras se reflejaba
el aspecto de una persona, su situación, su condición y al oído sonaban con
melodiosa voz.
Palabras que antaño daba gusto oír
en una conversación con altura, a la vieja usanza, se decían y servían para
describir a una persona, en una situación en la que estaba involucrado, en
meras sensaciones para transmitir.
Hoy, cualquier conversación, hasta
presidencial, tres de cada cinco palabras son groserías, según entonación,
ceño, rabia. Antes una persona de funesta mirada se ha trastocado a un
hijueputa mal encarado o malandro.
Palabras como sonrisa guasona, piel
atezada, desabrido y displicente van a morir en el diccionario como palabras
arcaicas o de poco uso, suplantadas por otras, ya modernizadas. Es difícil ya atajar
ese avance y de esa manera sólo me queda decir: A menudo olvidamos el mérito de un tiempo en el que no existía…(1) eso, precisamente eso, las palabras que hoy estamos dejando morir.
Cosas de la modernidad, me repito y
pienso, si algún joven me ha leído, habrá entendido algo de lo que escribí?
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