viernes, 8 de mayo de 2020

UNA REFLEXIÓN


            Ante esta cuarentena me preguntaba sobre la posibilidad de morir por razón del coronavirus.

            Pensaba que a pesar de todos los cuidados que uno puede tener, cumpliendo todos los protocolos establecidos, una moneda recibida como vueltas de una compra puede ser la causante de contagio. O un roce imprevisto o el tomar un paquete o cualquier producto de un supermercado que esté contagiado o la puerta de acceso, cualquier cosa puede dar lugar al contagio, recordando que al que le van a dar le guardan y al que está destinado, ni cambiar la ruta a Samarkanda (1) lo salva.

            Pensaba que este sería uno de los pocos casos a los que el hombre se enfrenta y sabe, en estado avanzado, que no tiene escapatoria y que su final está muy próximo. Pensaba en reacciones –de negación a aceptación, cumplidos todos los pasos de ese luto-, para concluir que como cada persona es un mundo diferente, las formas de asumirlo serían muy variadas, que por el momento no vienen a cuento.

            Pensaba en el miedo que debe generar esa situación, por más negación que uno pueda hacerse, y en todos los pensamientos que se alborotarían, haciendo más angustioso el momento final.

            Y curiosamente estaba terminando de leer una novela (2), que resumió la reflexión con la que inicié:

Decidido. No debe tener miedo al final. Pero ha de prepararse para el viaje definitivo, e Hipódamo recuerda entonces a los filósofos epicúreos, a los que tanto admira: «La muerte no es nada, nada. Un temor fatuo e inconsciente propio de niños. La muerte nos priva de todos los sentidos, luego no la sentimos. Entonces, ¿por qué temerla? Si estoy vivo, la muerte no existe, y cuando muera, seré yo el que ya no exista. Por tanto, no hay razón para el miedo. Morir no es sino la culminación de la vida, y debe ser un acto digno y glorioso».
Nacer, vivir, morir… Su mente no permanece tranquila ni un instante. ¿Qué es la vida, qué es la muerte? ¿De dónde venimos, adónde vamos? En Hipódamo todo son recelos, sentimientos encontrados, contradicciones insuperables…, y reflexiona profundamente siguiendo a sus maestros filósofos: «La vida sólo es una agitación. Nacemos como inermes criaturas arrojadas a un mar proceloso; vivimos sumidos en una constante zozobra, ansiando alcanzar un imposible; y morimos sin dejar otra cosa que una estela en el aire que el viento disipará, un surco en la arena que la lluvia borrará o una onda en el agua que desharán las olas. Quizá ése sea nuestro destino: o bien desaparecer para siempre o regresar de nuevo a los orígenes de todo, a un nuevo principio, a otro comienzo, a la razón universal».

Lo mismo da morir en el barro que sobre suelo seco, y la sensación que cada uno puede experimentar ante la proximidad de la muerte es algo personal y reservado, íntimo, que no afecta a nadie más que a él. A menos, claro está, que esa sensación se exteriorice, lo que empieza ya a lindar con la cobardía…(3)

Tomado de Facebook.

72335651_137141164346437_5931397668826775552_n


[2] Corral, José Luis y Pinero Sáenz, Antonio - El trono maldito.  
[3] Arturo Pérez-Revert. El Húsar.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario