A
pesar de la evolución de los tiempos y con ellos la del derecho, parece que
vamos en sentido contrario, como si la idea fuera llegar a la era de bárbaras
naciones, en que se impone el que tenga el mayor garrote o el más tramposo, a
eso se reduce la justicia actual y así mismo el derecho.
Hubo
una época, no de muy lejana recordación en que las decisiones se cumplían, a
pesar de todo; hubo un tiempo en que los recursos eran claros, por aquello del
derecho al pataleo. Pero agotadas todas las instancias, bien o mal, el que
perdía, perdía y el que ganaba refregaba la sentencia al perdedor. Pero era
claro y se cumplía.
Hoy.
Hoy ya no le encuentro razón de ser a todo este despelote, a pesar de que al
evaluar riesgos, hay uno que es riesgo país que va acompasado con el riesgo
jurídico. Es decir, tener la certeza de que lo que se pactaba se cumplía –pacta sunt servanda, según se decía o,
en otras palabras, lo pactado se cumplía o, en términos menos académicos, la
palabra valía-. Hoy, lo pactado, firmado, sellado y con bendición apostólica
está sujeto a toda interpretación, mala interpretación y hasta mico encerrado,
a pesar de que se piense que quedó suficientemente claro para que impida la
leguleyada de último momento.
Existía
el recurso de pataleo o de reposición –aunque es cierto que desde tiempos
inmemoriales se sabía que quien decidía en tal instancia no revocaba su propia
decisión, al no querer reconocer su propio error-. Seguía el de apelación que
buscaba que el de arriba –no Dios, que también se equivoca-, sino el superior,
al que se le hacía notar en pocas palabras las burradas del inferior, si las
había-. Luego se inventaron otros recursos –que decían que eran pero que no
eran propiamente recursos, cosa que nunca entendí- pero que tenían los mismos
fines. Ya con eso y agotado todo trámite quedaba resuelto el asunto –sin desconocer
naturalmente que en todos los tiempos la justicia no es tan ciega como lo
dicen-.
Hoy,
al nacer la tutela, se duplicaron y hasta triplicaron los recursos por esa vía –lo
que no tiene sentido, salvo burradas judiciales evidentes-, con lo cual se
abrió la puerta a demandar porque sí, porque no; a contrademandar; a no acatar
la sentencia porque no me conviene o solo por joder al vecino que me demandó. Y
así hasta la eternidad.
Y
para completar ese tétrico panorama, se inventaron las instancias
internacionales, abiertas para cuando no se ha ganado por ningún lado en el
territorio patrio, o porque los jueces no los quieren, o cuando se sienten
perseguidos por cualquier fantasma de odio –como el caso de Petro-, o
simplemente para demostrar que en el país no hay justicia –lo cual es hasta
cierto punto cierto, por la podredumbre que hay que deslizar para obtener lo
que es de uno. Me recuerda a Ulpiano que definió en palabras sencillas lo que
debería ser el derecho: dar a cada cual lo que es suyo. Así de simple es, era y
será si no se hubiera corrompido, con el paso de los siglos, el que administra
justicia.
Y
todo lo anterior me vino a cuento por un artículo de El Tiempo que tuvo esa curiosidad en
algunos asuntos puntuales y por encima mencionó nueve organismos
internacionales, sin contar ONG y otros asuntos que, en virtud de tratados,
parece que podríamos quintuplicar o centuplicar el panorama, lo que le permitió
concluir Total, nos la pasamos
siendo estudiados, evaluados, examinados, medidos, en una palabra, vigilados,
por entidades internacionales de toda raigambre, equilibrados los menos, e
ideologizados y hasta sesgados los más.
Para
no alargar el cuento, el derecho va involucionando, en vez de ir
perfeccionándose, sin aprender de los juristas griegos y romanos –hablando de
hace más de dos mil años- ni de los grandes pensadores del derecho que se
dieron en los dos últimos siglos, para concluir que hoy, la palabra no vale
nada y que cualquier definición del derecho es solo eso, como juramento de
bandera, escrita pero sin valor, porque el valor agregado está dado por los
jueces –hoy operadores judiciales (estupideces que se inventan)- que no son
precisamente los más honorables, por abogados especializados y hasta doctorados
en leguleyadas, gente viva contra el pobre hombre que puede tener el derecho
pero que se ve vencido por el sistema.
Por
eso no confío en la justicia, prefiero perder de antemano que morir en el
intento de demostrar cualquiera de mis derechos.
He
dicho!
Ya sabe que a la
gente no le gusta relacionarse con nosotros.
Hizo una pausa
con la mirada perdida detrás del commissario, como si observase algo escrito en
la pared.
—Bueno, no sólo
con nosotros; con el Estado en general —continuó ella con vacilación, como si
necesitase decirlo en voz alta para comprenderlo—. Se ha incumplido el contrato
entre nosotros y el Estado, se ha roto. Pero nadie quiere anunciarlo públicamente.
Sabemos que no continúa vigente, y ellos saben que nosotros lo sabemos. Pero no
les importa lo que queramos, no les interesa lo que nos pase ni lo que
queramos. —Entonces lo miró, se encogió de hombros y sonrió—. Y no podemos
hacer nada.
Tomado de
Google
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Donna Leon. La tentación del perdón.
juanito, no puedo estar mas de acuerdo contigo!
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