lunes, 14 de diciembre de 2020

NO HAY DERECHO

             A pesar de la evolución de los tiempos y con ellos la del derecho, parece que vamos en sentido contrario, como si la idea fuera llegar a la era de bárbaras naciones, en que se impone el que tenga el mayor garrote o el más tramposo, a eso se reduce la justicia actual y así mismo el derecho.

             Hubo una época, no de muy lejana recordación en que las decisiones se cumplían, a pesar de todo; hubo un tiempo en que los recursos eran claros, por aquello del derecho al pataleo. Pero agotadas todas las instancias, bien o mal, el que perdía, perdía y el que ganaba refregaba la sentencia al perdedor. Pero era claro y se cumplía.

             Hoy. Hoy ya no le encuentro razón de ser a todo este despelote, a pesar de que al evaluar riesgos, hay uno que es riesgo país que va acompasado con el riesgo jurídico. Es decir, tener la certeza de que lo que se pactaba se cumplía –pacta sunt servanda, según se decía o, en otras palabras, lo pactado se cumplía o, en términos menos académicos, la palabra valía-. Hoy, lo pactado, firmado, sellado y con bendición apostólica está sujeto a toda interpretación, mala interpretación y hasta mico encerrado, a pesar de que se piense que quedó suficientemente claro para que impida la leguleyada de último momento.

             Existía el recurso de pataleo o de reposición –aunque es cierto que desde tiempos inmemoriales se sabía que quien decidía en tal instancia no revocaba su propia decisión, al no querer reconocer su propio error-. Seguía el de apelación que buscaba que el de arriba –no Dios, que también se equivoca-, sino el superior, al que se le hacía notar en pocas palabras las burradas del inferior, si las había-. Luego se inventaron otros recursos –que decían que eran pero que no eran propiamente recursos, cosa que nunca entendí- pero que tenían los mismos fines. Ya con eso y agotado todo trámite quedaba resuelto el asunto –sin desconocer naturalmente que en todos los tiempos la justicia no es tan ciega como lo dicen-.

             Hoy, al nacer la tutela, se duplicaron y hasta triplicaron los recursos por esa vía –lo que no tiene sentido, salvo burradas judiciales evidentes-, con lo cual se abrió la puerta a demandar porque sí, porque no; a contrademandar; a no acatar la sentencia porque no me conviene o solo por joder al vecino que me demandó. Y así hasta la eternidad.

             Y para completar ese tétrico panorama, se inventaron las instancias internacionales, abiertas para cuando no se ha ganado por ningún lado en el territorio patrio, o porque los jueces no los quieren, o cuando se sienten perseguidos por cualquier fantasma de odio –como el caso de Petro-, o simplemente para demostrar que en el país no hay justicia –lo cual es hasta cierto punto cierto, por la podredumbre que hay que deslizar para obtener lo que es de uno. Me recuerda a Ulpiano que definió en palabras sencillas lo que debería ser el derecho: dar a cada cual lo que es suyo. Así de simple es, era y será si no se hubiera corrompido, con el paso de los siglos, el que administra justicia.

             Y todo lo anterior me vino a cuento por un artículo de El Tiempo[1] que tuvo esa curiosidad en algunos asuntos puntuales y por encima mencionó nueve organismos internacionales, sin contar ONG y otros asuntos que, en virtud de tratados, parece que podríamos quintuplicar o centuplicar el panorama, lo que le permitió concluir Total, nos la pasamos siendo estudiados, evaluados, examinados, medidos, en una palabra, vigilados, por entidades internacionales de toda raigambre, equilibrados los menos, e ideologizados y hasta sesgados los más.

             Para no alargar el cuento, el derecho va involucionando, en vez de ir perfeccionándose, sin aprender de los juristas griegos y romanos –hablando de hace más de dos mil años- ni de los grandes pensadores del derecho que se dieron en los dos últimos siglos, para concluir que hoy, la palabra no vale nada y que cualquier definición del derecho es solo eso, como juramento de bandera, escrita pero sin valor, porque el valor agregado está dado por los jueces –hoy operadores judiciales (estupideces que se inventan)- que no son precisamente los más honorables, por abogados especializados y hasta doctorados en leguleyadas, gente viva contra el pobre hombre que puede tener el derecho pero que se ve vencido por el sistema.

             Por eso no confío en la justicia, prefiero perder de antemano que morir en el intento de demostrar cualquiera de mis derechos.

             He dicho! 

Ya sabe que a la gente no le gusta relacionarse con nosotros.

Hizo una pausa con la mirada perdida detrás del commissario, como si observase algo escrito en la pared.

—Bueno, no sólo con nosotros; con el Estado en general —continuó ella con vacilación, como si necesitase decirlo en voz alta para comprenderlo—. Se ha incumplido el contrato entre nosotros y el Estado, se ha roto. Pero nadie quiere anunciarlo públicamente. Sabemos que no continúa vigente, y ellos saben que nosotros lo sabemos. Pero no les importa lo que queramos, no les interesa lo que nos pase ni lo que queramos. —Entonces lo miró, se encogió de hombros y sonrió—. Y no podemos hacer nada[2].

Tomado de Google 

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[1] María Isabel Rueda. Vigilados! https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/maria-isabel-rueda/vigilados-columna-de-maria-isabel-rueda-554475

[2] Donna Leon. La tentación del perdón.

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