miércoles, 30 de diciembre de 2020

PROMESAS

             Ya fin de año y las promesas connaturales para la fecha, sabiendo sinceramente que no se van a cumplir, que teniendo la intención el final casi siempre no es el esperado y que, como sea, es ya una tradición impuesta por la costumbre, nada más.

 

            Y eso me llevó a pensar en una frase oída por ahí: Cuál es tu objetivo en la vida. Y me vinieron muchas preguntas filosóficas como De dónde vienes, para dónde vas? Qué esperas de la vida? Qué vas a ser dentro de diez años? Visualízate. Y así puedo llenar páginas con frases populares, ajenas y, que si se me permite, carentes de objetividad y razón, al menos lógica. Los siquiatras pensarán otra cosa, pero allá ellos.

 

            Esas preguntas siempre me han incomodado, en cuanto me las haga un prójimo y más cuando se trataban de test para ingreso a la vida laboral. Además así vistas, son preguntas traicioneras, que dejadas en la libertad de la interpretación lo dejan a uno como un pesimista horrible o como un egocéntrico indeseado. En cualquier caso uno pierde.

 

            Todas preguntas filosóficas que los demás esperan que uno conteste como si fuera un profundo filósofo.

 

            Es cierto que cuando era yo quien las hacía en viva voz, quienes me conocían ya tenían la respuesta (adecuada?) a flor de labio: Deje sus maricadas. Otra vez con sus güevonadas? Eso cuando me daba por las dudas existencialistas, al no encontrar razón para una vivencia, porque creía que había algo más y necesitaba encontrar respuestas. Ya dejé la güevonada, naturalmente, ya filosofo para mí mismo, así evito el rubor social.

 

            Si de joven no sabía cuál era el objetivo de mi vida, hoy mucho menos. Si antes no sabía qué esperar de la vida, hoy sesenta años después, mucho menos. Ni siquiera me puedo visualizar en un ataúd, que es el destino que ya me espera (y lo digo sin rechazo ni rencor, así es la vida).

 

            Y qué decir de la otra frase vergonzante: qué esperas de la vida. Ahí sí uno se puede ruborizar con toda franqueza: NPI se decía cuando uno no quería pasar por mal hablado y que naturalmente traducía: ni puta idea! Y hoy, sesenta y pico de años después el NPI es mi RIP (ahora que las siglas están tan de moda) y sigo sin tener ni la más mínima puta idea.

 

            Hoy, sin rubor ni vergüenza puedo afirmar ante tales preguntas (qué espera de la vida, cómo te visualizas dentro de diez años, cuál es el objetivo de su vida, de dónde vienes y para dónde vas, por qué estamos aquí, Dios tiene muchas cosas buenas para ti, viniste a este mundo por algo, para hacer cosas importantes… y no sigo con ellas), digo que ante tales preguntas y muchas más, hoy ya me tienen sin cuidado al encontrar que no hay respuestas, si las hay, son respuestas ajenas, producto de la historia ajena. No cambié el mundo, ni nunca pude hacerlo; no hice cosas importantes, aunque tampoco pretendí hacerlas y por todo ello, encontré que resulta desgastante ponerse a pensar en maricadas, de allí que algunas de mis amistades podían tener razón cuando me lo recalcaban. Y eso que mi NPI mayor es no saber qué pasa después de que muera.

 

            Por eso, por experiencia de vida, veo que no vale la pena ponerse a pensar en maricadas filosóficas, porque no hay respuestas verdaderas y que lo único que queda es que a uno le toca vivir la vida que tiene y disfrutar el cada día, pues la incertidumbre es mayor cada día que pasa.

       

        Y por todo eso, no más promesas, brindar simplemente por el día que se está viviendo, es lo único que se puede hacer y se goza más, si no se piensa en maricadas (como solía hacerlo).

 

¿Cómo puede alguien vivir toda la vida en un mismo lugar sin dejar ningún rastro? No puede ser: es imposible.[1]

 

Tomado de Google

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[1] Donna Leon. El huevo de oro.

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