lunes, 4 de enero de 2021

SUEÑO

             Cuántas vueltas se deben dar antes de caer en profundo sueño o al menos para el ensueño? Y a cada vuelta pensando físicas maricadas, muchas de ellas como asaltantes a mansalva, haciendo preguntas que en el día se querían evitar, para no estresarse más, o tratando simplemente de alejarlas hasta el momento en que se pierde la conciencia, para entrar en otro mundo, inexplicable, irracional, muchas veces loco, generalmente daliniano.

             Y pensar que luego de seis u ocho horas de sueño sólo se recuerda un fragmento, generalmente un final, evaporándose toda la historia, un final, tal vez sin contexto, tal vez un resumen de todo lo ocurrido. Vaya uno a saber!

             Era verme en un bus. Aparentemente el de una empresa en donde pude trabajar, pensando en que tenía que llevar pan a la casa. Por eso la sensación de que regresaba en la tarde a casa, verme en paisajes cercanos a ella, evaporándose en la idea misma del sector, siendo el sitio al que me aproximaba.

             Mientras llegaba, estando dentro del bus, verme explicándole a alguien, un anónimo que tal vez conocía, que para recargar el audífono –de los de antaño-, bastaba con que lo descolgara del tubo con que uno se sostenía del techo del bus y se oía mejor la música a través del tubo.

             Al mismo tiempo, saber que faltan unas tres cuadras para bajarse de ese bus que sabe que rutinariamente toma, verse antes de la carrilera, que es la señal que avisa que hay que estar atento para bajarse, donde es. Y pensar al mismo tiempo, adelantándose a él, que pasa por la panadería, la de la esquina, la que queda junto a la zapatería, porque debe pasar donde el zapatero tecnólogo para que le instale en el tacón del zapato un espotfi (no sé qué significa la palabra pero la recuerdo muy bien, no sé por qué), pero sé que permitía oír mejor, aunque no sé qué.

             Y ver cómo el bus no para en el paradero de siempre, pero verlo desde la distancia anticipada, es decir verlo tres cuadras antes, sin estar ya dentro del bus, porque ya no lo estamos y vemos cómo el bus no para en ese paradero cotidiano, al ser espectadores externos que en la distancia de tres cuadras vemos cómo se pasa, cómo nos pasamos del paradero y, de un momento a otro, entre el aquí y el allá, salimos corriendo tras él para que no nos pase del paradero en que cotidianamente nos bajamos, pues por estar explicando los efectos del audífono en el tubo, se me pasó, pero al ser consciente de ello, resulta que no venía dentro del bus, pero a la vez, al ver que se pasaba sin parar, salimos corriendo para alcanzarlo, a sabiendas que allí no nos subíamos sino que nos bajábamos.

             Al ver que corríamos tras él, también fuimos conscientes que no valía la pena bajarse del bus porque desde hacía unas tres cuadras ya estábamos, de antemano, fuera del bus, que íbamos caminando y que no valía la pena seguirlo. Por lo absurdo o por lo práctico del tema.

             Y entonces recordar que había que comprar el pan en la pizzería, supongo que de un pan muy particular pues quién va a una pizzería a comprar pan? Debía ser muy particular pero que ya había comprado –implícitamente apareció así- porque era verme dirigir a la zapatería para que le pongan al tacón el espotfi, que insisto, no supe qué era, pero al parecer muy importante y necesario y al llegar ver solo un zapatero remendón con su mono entintado y oliendo a pegante –de esos que se veían en el siglo pasado- y que al verle sólo pude pensar: y éste qué carajos sabe de tecnología?

             Era estar en, sin estarlo y estando, no estando, aún estándolo.

        Daliniano, un verdadero sueño que logré escribir a tiempo, antes de olvidarlo y supongo que solo recordé el final, todo fuera de contexto, pero compré el pan, aunque me desilusionó el zapatero. Cosas de la vida[1].

 

—Como se descuide, este autobús lo llevará directamente a remengo[2], dottore.
¿Y dónde estaría remengo?, se preguntaba Brunetti. A él, como a la mayoría de venecianos, le habían enviado a ese lugar y también él había enviado allí a mucha gente desde hacía décadas y sin embargo nunca se había parado a pensar si se podía ir a pie, en barco o, en este caso, en autobús. ¿Y era remengo una ciudad, en cuyo caso habría que escribirlo con mayúscula, o un sitio más teórico, como la porra o el cuerno, accesible sólo por la vía de la imprecación?

—… y no quiero ser yo quien le diga que es inútil.[3]

Galatea de las esferas. Dalí

Tomado de Google. 4v23n08-13065407tab01




[1] Nótese el uso indistinto del impersonal, del yo y del nosotros utilizado en la redacción del sueño. Cosas de la vida, definitivamente.

[2] Irse a Remengo, corresponde a nuestro dicho de irse a la Porra.

[3] Donna Leon. Veneno de cristal.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario