Una frase oída muchas veces, sobre todo en momentos caóticos y repetida hasta la saciedad, de la que, gracias a mi edad, me desprendí de que me la digan. Si he de ser sincero, cuando la oía a manera de esperanza o de ánimo siempre sentía en ellas la simple vacuidad de la palabra dicha y no sentida.
Dios
o el universo, una variación para una misma frase, tenía grandes cosas para mí,
estaba destinado para hacer grandes cosas.
Nunca
las vi, tampoco es que hubiera hecho grandes cosas, es más, fui una persona
corriente, un empleado corriente, uno más, que tenía claro que el futuro era la
esclavitud laboral porque no me arriesgaba a otra opción, siguiendo tal vez el
constante consejo materno que predicaba que lo mejor era tener un empleo
estable. El miedo que me infundió tal vez hizo que las grandes cosas a las que
estaba destinado se apartaran de mí y me conformé con vivir una vida corriente,
sin notoriedad, sin aspiraciones, realmente.
A
mi edad quienes pasaron a la historia ya dormían en sus laureles al haber hecho
sus grandes cosas en momentos más juveniles, eran historia y habían hecho
historia. Yo, sigo aquí, leyendo cómo los otros sí hicieron historia.
Quejarme
hoy? No, más bien ratificar que la frasecita empalagosa es pura y física
mierda, al ver que ni Dios ni el universo esperan nada de uno, porque solo
somos uno más, es decir, somos lo que somos y no podemos aspirar a nada más.
Si
hay alguien que opine lo contrario, me gustaría saber a qué grandes cosas
estuvo, está o estará destinada y si lo logró, lo logra o lo logrará, porque me
mantengo en mi afirmación, ya saben cual (no es que me sonroje al repetirla,
sino que es para dominar mi lengua, de por más, viperina).
Quizá le tocó la lotería —apuntó Brunetti con una sonrisa.
—La lotería no le toca a nadie —contestó la signorina Elettra sin sonreír[1].
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