El título correspondía a una canción, una bella canción francesa, hasta donde recuerdo. Intenté buscarla en Youtube como medio para refrescar mi ahora frágil memoria, pensando que así se llamaba. Recuerdo un son tristón, de cálido invierno, en el más suave lenguaje como es el francés, en una de cuyas palabras era precisamente la fotografía, del recuerdo, tal vez. Fracasé en el intento, no la encuentro, tal vez, cuando ya no lo necesite la volveré a oír, con ese triste sonar de vieja fotografía. Tal vez, lo más seguro, es que la canción no se llame así y que ni siquiera sea en francés, como tantas veces me ha pasado cuando afirmo una cosa y la realidad resulta otra, cuando trato de recordar algo que tenía tan claro, pero que al expresar pierde su textura, su esencia, su forma y para resultar ser otra cosa totalmente distinta y que al reconocerlo solo me queda reír por tan macabro desfase. Tal vez me ocurrirá lo mismo con la canción que solo yo tengo en el recuerdo, por la bella tristeza de la canción. Ya veremos.
Y así como olvido cosas
como las narradas, eso me llevó a recordar el álbum de fotografías que antaño
cada familia con orgullo mantenía, pero que al pasar lo años, con álbumes
acumulados, se iban trasteando del sitio original –la mesa de la sala, por
ejemplo- hacia algún recóndito y escondido lugar de la casa, en esos lugares en
donde, sin querer, se convierten en los de acumulación sin explicación, que
antaño era el baúl de los recuerdos, en donde dormían en silencio hasta que
eran despertados de su letargo por un trasteo, una defunción o una profunda
tarde de limpieza, hartamente programada y lentamente cumplida, por el letargo
que implica la acción.
Y esos álbumes de fotos
familiares me llevó a pensar en el arte rupestre[1],
pensando en que esas primeras imágenes correspondían a lo que hoy podríamos
decir que eran fotografías, instantes que quedaron dibujados por la eternidad.
Altamira y Lascaux, de Europa entre otros, que han sido datados de hace más de
quince o veinte mil años antes de Cristo, cada una. O las egipcias de más de
cuatro mil años, antes del mismo. Y eran grabados de un instante de su vida, lo
que me hizo pensar en que eran fotografías de época. Y ello me llevó a su vez a
preguntarme quién pudo haber sido ese primer artista que les inmortalizó. El
primero que pudo tener el ingenio tratándose de lo que ahora conocemos como
arte. Ese anónimo que surge como artista, quién pudo haber sido? Y por mis
inclinaciones machistas, hablé del artista. Sin embargo, Mónica me hizo bajar
de la nube y cuando le comenté sobre los anónimos de los documentales de arte
rupestre que había visto, selló la conversación: Un hombre o una mujer? Con
ese argumento me dijo mucho, me dejó mudo y así quedé. Solo quise oír
nuevamente aquella vieja canción que en mi mente rondaba.
Casi
todos los niños saben que no saben muchas cosas. Los adultos, al contrario,
siempre creen que tienen que tener una respuesta para todo. Quizá porque
piensan que, si no, se les consideraría tontos. Y naturalmente nadie quiere ser
tonto, ni los adultos ni los niños. Pero en realidad tontos son sobre todo los
seres humanos que creen que lo saben todo… [2]
[1] Lo “rupestre” hace referencia al soporte en que se encuentra (del
latín rupe: roca). (…) Se conoce como petroglifo a una imagen que ha sido
grabada en la superficies rocosas (del griego petros: piedra y griphein: grabar). (…)Las
pictografías (del latín pictum:
relativo a pintar, y del griego grapho:
trazar) son grafismos realizados sobre las rocas mediante la aplicación de
pigmentos. https://www.rupestreweb.info/introduccion.html
[2] Richard
David Precht. ¿Por qué hay todo y no nada?
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