Quién, al menos en su juventud, no coleccionó estampillas, monedas, billetes, láminas. Con el tiempo el interés se fue apagando y desapareciendo las colecciones, bien a la basura, bien al regalarlas a alguien interesado, bien, si se descubre su precio, en una casa de empeño.
Los
hay que coleccionan obras de arte, carros y hasta computadores viejos, los hay
para todo, el peligro es terminar uno de acumulador.
Y
para todo hay mercado, por un peso o por miles, parece que casi todo tiene su
precio.
Viendo
el programa del Precio de la Historia encuentra uno que todo puede ser
vendible, todo puede ser negociado. Lo máximo que a uno le pueden decir es: no
se lo compro, gracias, no vale nada. En últimas, todo es posible.
Pero
el punto que me lleva a escribir es que no entiendo que se puedan vender cosas
que, al menos para mí, chocan con la lógica. Los calzones sudados de Madonna,
los calzoncillos de Elvis -sin lavar tienen más precio-, el brasier de
yonosequién, que lo usó en un concierto y lo tiró al público, una guitarra
destruida en igual circunstancia. Al menos pareciera que tiene más lógica si se
trata de la bala que mató a Lincoln o el pedazo de tela del vestido que tenía
Kennedy ese noviembre de hace tantos años.
Y
lo mejor es que hay variantes para todo, si lo usó de día o de noche, si estaba
o no borracho.
Me
pregunto entonces, eso es historia? Pues es presentada como tal. O es mera
estupidez humana de quien no sabe cómo gastarse la plata en objetos inútiles,
como inútil termina siendo un autógrafo, un lápiz de García Márquez o el papel
higiénico que usó Shakira. Hasta estos límites se han llegado y termino sin
comprenderlo.
Y
si bien hicieron algo de historia, como todos, que hacemos alguito de historia
en el paso por este mundo, porque todos tenemos nuestra historia, cómo es
posible llegar a los extremos de coleccionistas que terminan siendo
fetichistas, aunque hay que reconocer que, de cualquier manera, parece que
hacen algo de plata. (Y será que el que compró el calzoncillo o el brasier lo
tiene bajo la almohada para olerlo cada noche? Hasta para pervertidos hay
mercado, me digo).
Seguiré
con la duda de la sanidad mental de esta humanidad.
Hablo de convertir un pedazo de papel
o un objeto en un fetiche. Como una carta de Goldoni o la hebilla de Garibaldi.
Goldoni es importante porque es un gran escritor y Garibaldi es famoso porque
se lió a porrazos y convirtió esto en un país. Pero su hebilla no es nada, no
es él; y una carta de Goldoni únicamente tiene el valor que nosotros estemos
dispuestos a darle.[1]
[1] Donna Leon. Las
joyas del paraíso.
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