miércoles, 27 de enero de 2021

EL PRECIO DE LA HISTORIA

             Quién, al menos en su juventud, no coleccionó estampillas, monedas, billetes, láminas. Con el tiempo el interés se fue apagando y desapareciendo las colecciones, bien a la basura, bien al regalarlas a alguien interesado, bien, si se descubre su precio, en una casa de empeño.

 

            Los hay que coleccionan obras de arte, carros y hasta computadores viejos, los hay para todo, el peligro es terminar uno de acumulador.

 

            Y para todo hay mercado, por un peso o por miles, parece que casi todo tiene su precio.

 

            Viendo el programa del Precio de la Historia encuentra uno que todo puede ser vendible, todo puede ser negociado. Lo máximo que a uno le pueden decir es: no se lo compro, gracias, no vale nada. En últimas, todo es posible.

 

            Pero el punto que me lleva a escribir es que no entiendo que se puedan vender cosas que, al menos para mí, chocan con la lógica. Los calzones sudados de Madonna, los calzoncillos de Elvis -sin lavar tienen más precio-, el brasier de yonosequién, que lo usó en un concierto y lo tiró al público, una guitarra destruida en igual circunstancia. Al menos pareciera que tiene más lógica si se trata de la bala que mató a Lincoln o el pedazo de tela del vestido que tenía Kennedy ese noviembre de hace tantos años.

 

            Y lo mejor es que hay variantes para todo, si lo usó de día o de noche, si estaba o no borracho.

 

            Me pregunto entonces, eso es historia? Pues es presentada como tal. O es mera estupidez humana de quien no sabe cómo gastarse la plata en objetos inútiles, como inútil termina siendo un autógrafo, un lápiz de García Márquez o el papel higiénico que usó Shakira. Hasta estos límites se han llegado y termino sin comprenderlo.

 

            Y si bien hicieron algo de historia, como todos, que hacemos alguito de historia en el paso por este mundo, porque todos tenemos nuestra historia, cómo es posible llegar a los extremos de coleccionistas que terminan siendo fetichistas, aunque hay que reconocer que, de cualquier manera, parece que hacen algo de plata. (Y será que el que compró el calzoncillo o el brasier lo tiene bajo la almohada para olerlo cada noche? Hasta para pervertidos hay mercado, me digo).

 

            Seguiré con la duda de la sanidad mental de esta humanidad.

 

Hablo de convertir un pedazo de papel o un objeto en un fetiche. Como una carta de Goldoni o la hebilla de Garibaldi. Goldoni es importante porque es un gran escritor y Garibaldi es famoso porque se lió a porrazos y convirtió esto en un país. Pero su hebilla no es nada, no es él; y una carta de Goldoni únicamente tiene el valor que nosotros estemos dispuestos a darle.[1]

Tomado de Google
https://www.cuantocabron.com/busqueda/0/el%20precio%20de%20la%20historia/p/3



[1] Donna Leon. Las joyas del paraíso.

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