… ya se sabe que la historia se repite dos veces, la primera en forma
de tragedia y la segunda en forma de farsa.[1]
Salió el
veredicto del caso Colmenares. Las pobres muchachitas declaradas inocentes por
la muerte de un angelito de Dios y en
redes sociales todo el mundo echando vainas, groserías, buliando y demostrando
todo lo razonables que somos, sacando todo lo mejor de nosotros, los seres
tolerantes, los seres de luz que somos, que aparentamos ser y que creemos ser,
pero eso sí, irradiando todo el veneno que nos permiten las redes sociales.
Al mismo
tiempo, salió otra noticia de un concejal de Cali que le partió la nariz a una
mujer edil, si mal no entendí la noticia. Que sin ninguna razón le dio el
cabezazo en vivo y en directo.
Y no hace
mucho, un afanado padre que extravió a su hija bloqueó el Transmilenio de la
Caracas y ayudado por muchos transeúntes que oyeron su historia se
compadecieron y formaron parte del famoso plantón [2]
para que la Policía la buscara rapidito.
Son solo
tres casos, en donde gracias a la tergiversación, el apoyo incondicional de las
redes sociales, a favor o en contra, se mueve la peor parte del ser humano, esa
parte que nos hace ser también carroñeros como nuestro cóndor (sí, el cóndor es
un ser carroñero [3],
por eso está en el escudo y debe representar a los políticos, me imagino).
Y
hablando de carroñeros, por ellos se entiende que “un carroñero o necrófago es un animal que consume cadáveres de animales sin haber
participado en su caza. Los carroñeros son útiles para el ecosistema…”[4]
(subrayo para hacer altisonante la referencia), con la notoria diferencia de
que el ser humano no es útil para el ecosistema, por el contrario, es su
principal enemigo.
Nuestra
proclividad al mal, a pesar de creernos buenos, es monumental. Nada más estar,
aún en la iglesia, y alguien empiece a destilar veneno, sea cierto o no el
hecho, el vecino termina envenándose de cualquier manera y, paradójicamente, es
tan contagioso que, gracias a la misma contaminación y tergiversación como
teléfono roto, el ambiente se caldea. Una maledicencia es el caldo de cultivo
adecuado para que todo lo más negro de nuestro ser salga a flote y como ya se
es multitud, como cualquier decisión democrática, se tiene la razón sin
importar otra consideración.
Y retomo los casos mencionados.
Empiezo por el último, luego de encontrarse a la muchachita perdida, resultó
que no era la primera vez que se perdía, que el papá no era tan santo ni estaba
tan preocupado como aparentaba, que tenía 24 hijos más, si mal no recuerdo, que
no era ningún modelo paternal, que simplemente manipuló y gozó de su cuarto de
hora que los medios de comunicación y redes sociales le regalaron. Pero ninguno
o de pronto todos en la intimidad, nos dijimos: Mucha güeva yo, caí otra vez. Por pendejo. O de pronto ni eso se
pensó…
Y sigo con el concejal. No disculpo
la actuación. Pero… como así que de buenas a primeras le pegó su cabezazo
gratis a la señora. No lo creo, hay un trasfondo en la historia. Puedo
imaginarme a mi gusto mil versiones, pero me imaginé solo una. Qué tal, sólo
qué tal que la señora no sea tan joya, que haya hecho y deshecho hasta que el
pobre hombre (no lo estoy disculpando ni exculpando, vuelvo y repito) no aguantó
más. Me preguntaba (respuesta que en silencio hermético cada uno debe hacerse,
hombre o mujer que lea ésto, para que no se coloree ni avergüence
públicamente), decía que me preguntaba cuántas veces uno, a lo largo de su vida
no se encontró con mujeres (aplica a mujeres con mujeres, porque dentro del
gremio es peor) de tal calaña, decía, que en el pensamiento, ante la
incapacidad de hacerlo en la vida real (por miedo, por decencia o por lo que
sea) no deseó matar a esa mujer que trapeó con uno, de manera infame, agresiva
y grosera?
El hombre es un ser humano, como la
mujer. El problema es que los hombres tenemos vetados ciertos comportamientos,
ellas no –lo ancho pa’…-. Pero qué ser humano (hombre o mujer), ante el
agravio, la humillación, la agresividad, la grosería, la intolerancia en sus
máximas expresiones no tiene justificado defenderse? Y no me vengan con el cuento de que existe justicia y polecía! En momento de ira e
intenso dolor uno no está para leer biblia ni códigos, así de simple.
Desgraciadamente con el mal
entendimiento de la liberación femenina y demás, la mujer en vez de igualarse
al hombre en lo mejor que éste podría tener, se igualó en lo malo, en lo
vulgar, en lo grotesco, en lo bajo y ruin y basta con oír a cualquier muchachita
hablando por teléfono de otra congénere (masculino o femenino) que la haya
ofendido. Me aguantaba lo mal hablado que somos los hombres entre nosotros,
pero oír a una mujer en tales términos, al menos a mí me ofende. Esa liberación
me ofende, el repertorio de billar no le queda bien a una mujer.
Y retorno al primer caso. Un
comentario que leí en el feis: Una
demostración de que con plata, vale todo y se puede lograr todo. Nada más
ver a los abogados que cada cual tenía. Y para eso sirven los abogados [5],
no para encontrar la verdad sino para convencer con su propia verdad y valen
artimañas, como se pudo corroborar en este caso. Todos los involucrados de
familias pudientes, porque pudieron pagar ese tipo de abogados, que son bien,
pero bien caros. Es decir los actores todos hijos de papi y ya sabemos cómo se
comportan la mayoría de hijos de papi, en particular de los últimos tiempos.
Mal criados, dominantes, el ego mayor que el de un argentino, groseros, patanes
y no sigo. Dicen que todo difunto es bueno, en este caso pareciera que no, que
también era joyita, que se creía el dueño del mundo y ni siquiera hacía cola en
el colegio a la hora del almuerzo, llegaba y simplemente se hacía atender, por
encima de los respetuosos a los que nos educaron que evitáramos, así fuera por
miedo, a ese tipo de personajes. Lo oí de primera mano, no lo sostengo ni con
la mano izquierda, advierto.
Entonces, todo historia tiene su
trasfondo, tiene héroes y villanos, pero por culiprontos siempre tomamos
partido, olvidando que toda historia tiene tres verdades, la mía, la tuya y la
verdad verdadera [6],
que nunca se conocerá. Y al tomar partido, en la actualidad, con redes
sociales, generamos pasiones, para aquí o para allá, sin informarnos, solo por
la cara del personaje, por la forma como presentan la noticia y, casi siempre,
tomamos el partido que creemos es el que vale la pena apoyar, pero casi siempre
nos equivocamos, para nuestra desgracia, pero como en el feis no se ve la
coloreada ni se siente vergüenza por lo que se publica. Y nunca nos
preguntamos: valió la pena tanto
desgaste? Tampoco: valió la pena
sacar toda la mala leche por eso? Tanto estrés y tanta discusión que nos
hubiéramos evitado, entramos en el juego y debemos pagar su precio.
Alejo
de mí mis propios pesares y rabias ante este cuadro desolado de una
degradación. Del gozo infinito que es para los hombres aplastar a otros
hombres, ahogarlos deliberadamente, envilecerlos, convertirlos en objeto de
burla, de irrisión, de chacota –matando sin matar, bajo el ala de la ley o ante
su indiferencia.
…
Pero
esos nombres solo designan casos particulares de un fenómeno general: el
desprecio por el prójimo, cuando no el odio, tan constantes allí como aquí
mismo, en todas partes, una especie de locura epidémica que prefiere las
víctimas fáciles. [7]
[1] Humberto Eco. De la estupidez a la locura. Artículo: Renazco,
renazco en 1940. Recomiendo la lectura del libro.
[2] No sé de dónde diablos salió esta
palabreja, pero para darle síntomas de legalidad se usa sin discriminación.
[3] https://es.wikipedia.org/wiki/Vultur_gryphus
[4] https://es.wikipedia.org/wiki/Carro%C3%B1ero
[5] Recomiendo
la serie Suits de Netflix, en que termina pensando uno en dónde están los
límites.
[6] No sé de
quién es esta frase. Veo en internet que se le atribuye a Gandhi.
[7] Saramago. Y
ahora, José?
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